Con Augusto Pinochet a la espera de juicio por ordenar la muerte, tortura y encarcelamiento de disidentes políticos durante la década de los setenta, la política chilena vuelve a las noticias. Es un asunto delicado para casi todos los chilenos e incluso aquí en Estados Unidos cualquier mención de simpatía ya sea a Pinochet o a su predecesor marxista Salvador Allende puede provocar algunos insultos.
Los izquierdistas estadounidenses odian a Pinochet por razones todas incorrectas, despreciando su papel en liberalizar la economía chilena y acabar con la deriva de Allende hacia hacer de Chile otra Cuba. Aún convencidos de Fidel Castro es el líder más ilustrado de Latinoamérica, muchos devotos del Ché Guevara siguen irritándose por la ignominiosa derrota de Allende.
Igual de perturbador resulta el hecho de que muchos conservadores miraban, y siguen mirando, hacia otro lado respecto del historial de Pinochet de tortura y suspensión de libertades básicas. De hecho, los conservadores en EEUU han argumentado recientemente los méritos de la tortura y el arresto como medios eficaces de controlar a poblaciones disidentes. Sin embargo, persiste el hecho de que pocos asuntos generan más debate entre estudiosos de la historia latinoamericana que la cuestión Pinochet, aunque sus días como nada más que un asunto académico pueden pronto estar contados.
Para la mayoría de los chilenos, y especialmente los jóvenes, los días oscuros de la junta se han vuelto irrelevantes en la vida diaria moderna. Aunque raramente se encuentra a Chile en las noticias sensacionalistas estadounidenses, las realidades económicas del Chile moderno están a menudo en las noticias financieras internacionales. Resulta que Chile es un buen sitio para invertir y hacer negocios. Al contrario que muchos países latinoamericanos, Chile no es conocido por su política de hombre fuerte (como Venezuela) o sus continuas guerras de guerrillas (como Colombia), sino que es más bien un lugar en el que la gente prefiere dedicarse a hacer negocios.
Uno incluso diría que Chile se ha convertido en una nación de tenderos, una expresión que en un tiempo utilizaban burlonamente los observadores extranjeros para describir a los británicos. Durante la década de los noventa y hoy, bajo la actual administración del «socialista» Ricardo Lagos, Chile ha estado tratando furiosamente de llegar a acuerdos de libre comercio con todo país con el que puede, de Nueva Zelanda a Corea del Sur a Estados Unidos. Libre comercio, deuda baja y una economía relativamente libre son el corazón de la actual expansión económica de Chile. Desde hace mucho tiempo, gente práctica y comercial, los chilenos disfrutan ahora de la economía de más rápido crecimiento en Latinoamérica y se consideran cada vez más una buena alternativa de inversión en la comunidad financiera mundial. Y, como ha dicho alguien, está en camino de convertirse en una nación del primer mundo.
Uno pensaría que una nación a punto de convertirse en una de las más ricas del mundo sería algo bueno, pero no debería infravalorar nunca el mal juicio de los que siguen las ideas de economistas difuntos. Por supuesto, la izquierda latinoamericana nunca ha admitido que el capitalismo haya traído prosperidad a nadie nunca en la historia de la humanidad, así que Chile sigue siendo un importante puñal en su costado.
Mucho de esto se debe al hecho de que la apertura de la economía chilena se produjo durante el régimen de Pinochet, un régimen que encarna la antítesis de todo lo que consideran bueno y decente los izquierdistas latinoamericanos. Aún así, lo más insidioso para la izquierda es el hecho de que Chile haya repudiado tan completamente los fundamentos básicos de la Teoría de la Dependencia. Instruidos por una mala economía y una peor ideología, muchos intelectuales latinoamericanos concluyeron que la razón por la que Latinoamérica no se había convertido en un centro neurálgico económico global era que no tenían suficiente regulación en la economía y que habían sido explotados durante mucho tiempo por Estados Unidos y sus aliados europeos.
Aunque el intervencionismo estadounidense durante décadas en Latinoamérica es difícilmente negable, nunca ha habido algo que parezca un mercado relativamente libre en Latinoamérica, con sus economías controladas por el estado y sus gobiernos oligárquicos. Y aunque las economías de la región han sufrido desde hace tiempo el peso de los gobiernos autoritarios, las cosas empeoraron durante el siglo XX cuando dichos regímenes se vieron aún más alentados por las teorías de socialistas europeos y americanos del tipo New Deal (es decir, John Maynard Keynes y compañía) que predicaban que nuevas barreras comerciales, controles de precios y salarios y vastas redistribuciones de la riqueza resolverían los problemas económicos del mundo. Esas barreras, se creía, liberarían a Latinoamérica de la competencia internacional y el «intervencionismo» empresarial y traerían la prosperidad a toda la región.
Como ahora resulta evidente, dichas políticas trajeron cualquier cosa menos prosperidad y cuando más trataban los latinoamericanos de buscar la autarquía bajo el patrocinio del gobierno, más se hundía su población en la pobreza y la ruina económica. Durante décadas, Chile se había mantenido relativamente resistente a la Teoría de la Dependencia al intentar los gobiernos comerciales de Eduardo Frei y Jorge Alessandri mantener a sus economías relativamente abiertas. Aún así, el signo de los tiempos les abrumó, y con el ascenso de Salvador Allende en 1970 se derrumbó el comercio internacional, se confiscaron y nacionalizaron empresas privadas y la hiperinflación se apoderó del país.
El desastre económico acabó de mala manera, como suele pasar con estas cosas, con un golpe militar y la dictadura de Pinochet. Sin embargo, la espiral descendente no acabó simplemente con el fin del régimen de Allende. Como les dirán incluso sus simpatizantes, la junta militar no era una gran fan de la economía de libre mercado. Preferían una economía que «obedeciera órdenes». Aún así, el proteccionismo y la economía controlada han demostrado ser un fracaso tan abyecto que había que hacer algo, así que, con pocas otras opciones, Pinochet se dirigió a los discípulos de lo que entonces se consideraba la radicalmente librecambista Escuela de Economía de Chicago. Se evitó un derrumbe económico total. El presupuesto se equilibró, se quitaron regulaciones, se liberalizó el sistema de salud y se recuperó el comercio internacional. Los mercados como hacen siempre que se les da la oportunidad, empezaron a ofrecer más bienes a precios más baratos y el crecimiento económico empezó a superar al de otras economías latinoamericanas.
Tal vez lo más notable respecto de la relativa libertad de la economía chilena haya sido su resistencia durante los treinta años desde el golpe. Naturalmente, una vez que la junta de Pinochet descubrió que las clases medias estaban prosperando bajo sus planes económicos, continuaron con las políticas con el fin de mantener su precioso capital político. Como junta, podía ignorar las incesantes reclamaciones de la izquierda de la región para que aumentara los impuestos, controlara la economía y recortara el comercio. Aún así, incluso después de que la junta acabara cayendo en un innegable descrédito, continuó la economía libre y significativamente incluso tras la elección del Presidente Ricardo Lagos, un declarado opositor a la junta que se califica a sí mismo de socialista. La economía de Chile solo se ha centrado más en los buenos negocios, la moneda sólida y el comercio extensivo.
Sin duda hace treinta años un político con políticas como las que ahora defiende Lagos habría sido reprendido como un reaccionario extremista del libre mercado vendido a los intereses de las grandes empresas estadounidenses. Aún así, al contrario que los envejecidos comunistas y teólogos de la liberación de Latinoamérica que aún sueñan con una gran revolución igualitaria, el socialista Lagos no está dispuesto a renunciar a las políticas de la era Pinochet simplemente porque se perciban como «no democráticas».
Después de todo la economía chilena ha mostrado tasas de crecimiento por encima del 7% anual durante muchos años y mantiene una carga de deuda muy pequeña (Chile tiene ahora mismo un superávit presupuestario del 2% del PIB), una divisa relativamente sólida y un entorno de libre empresa. Los chilenos tienen tasas de ahorro muy superiores a las americanas. Como dice ahora el propio Lagos: «No es algo de los partidos de la derecha o de la izquierda. Es simplemente una buena política económica».
Lagos ha dicho que le gustaría ver a Chile continuar su camino para convertirse en un centro comercial regional que realice negocios en toda la costa del Pacífico y toda América, ofreciendo un puerto abierto al comercio con todos los servicios y tecnología que lo acompañan. En resumen, quiere otro Singapur.
Por supuesto, uno no debería hablar demasiado bien de Lagos, pues es un político. Pero es un político que no está dispuesto a discutir sobre el éxito económico. La fuente real de la prosperidad de Chile, que incluso los políticos admiten a regañadientes, es el espíritu de negocio y comercio amistoso con todas las naciones que hoy prevalece. Incluso los intentos autoritarios de la administración Lagos de obligar al estudio del inglés a todos los niños en edad escolar, en el fondo se refiere a más comercio, más negocios y hacer más dinero. Naturalmente, las escuelas privadas han estado enseñando inglés desde hace muchos años, pero la izquierda en Chile se ha opuesto a la formación en inglés en las escuelas públicas como parte del «imperialismo» cultural estadounidense.
Aunque el que suscribe indudablemente no es un entusiasta de las escuelas públicas, parece razonable que, si debes tenerlas, enseñar inglés podría ser algo bastante práctico. Y por suerte, la mayoría de los chilenos, dispuestos a hacer más negocios con las naciones angloparlantes del mundo tienen cosas mejores que hacer que aporrear la mesa y quejarse del imperialismo cultural.
Mientras que el valor del dólar estadounidense se desploma y el gasto se descontrola y Europa se hunde cada vez más en una ciénaga burocrática, Chile es realmente una de las economías las libres y abiertas hoy en el mundo. James Barrineau, de Alliance Capital, ha declarado recientemente: «es difícil encontrar defectos en Chile hoy en día» y si comparamos la deuda pública per cápita de Chile de 742$ con los 25.099$ de Estados Unidos, es fácil ver por qué.
Lamentablemente, la devoción de los chilenos por los buenos negocios y el comercio fue en un tiempo también un distintivo de nuestra nación. Aún hoy, mientras los chilenos ahorran, los estadounidenses y su gobierno, animados por las irresponsables y cada vez más laxas políticas monetarias de la Reserva Federal, gastan y gastan mientras se acumula la deuda privada y pública. El comercio se obstaculiza con nuevas y viejas políticas proteccionistas, y si hace falta que un estudio lo confirme, Estados Unidos sigue cayendo en el Índice de Libertad Económica (del 10º al 12º puesto) y está ahora por detrás de países como Chile, Islandia y Dinamarca.
Una vez, hace mucho, George Washington exhortaba a sus compatriotas a no buscar nada más en asuntos exteriores que el comercio pacífico con todas las naciones. Con pocas excepciones, Estados Unidos estuvo muchas décadas haciendo justamente eso. Hoy, por el contrario, los estadounidenses pagan impuestos para mantener tropas estadounidenses en más de 100 naciones extranjeras y pagar los intereses de una deuda masiva que financia guerras e intervenciones militares en todos los rincones del globo. Para proteger intereses agrícolas ridículamente ineficientes, el gobierno impone una pesada carga fiscal a consumidores para subvencionar esa generosidad política y cada año se escriben miles y miles de páginas de nuevas regulaciones para controlar aún más la atención sanitaria, los seguros y todo otro tipo de empresa privada, grande y pequeña.
«Nos odian porque somos libres» es el mantra de los intervencionistas globales, aunque uno solo puede preguntarse por qué ciudades como Copenhague, Santiago, Wellington y Singapur no están en lo alto de la lista de la «compra» de los terroristas. El gobierno chileno, al contrario que el estadounidense, no está ocupado quebrando con cientos de miles de tropas en territorio extranjero profanando mezquitas y apoyando regímenes represivos como la familia real saudí o el Likud en Israel. Simplemente buscan el comercio pacífico con todas las naciones y están cobrando su recompensa.
Cuando un gobierno socialista en Chile actúa con más cautela y muestra mucha mayor afición por el dinero fuerte y el libre comercio que nuestro supuestamente «conservador» gobierno en Estados Unidos, ha llegado el momento de fijarnos seriamente en cómo hacemos negocios. A medida que nuestra economía pierde su libertad y su futuro por los defensores de la deuda, el proteccionismo y la incesante intervención exterior, puede quedar claro pronto que los estadounidenses, en un tiempo conformes con hacer dinero y negocios en paz, han olvidado de qué tratan la libertad y la prosperidad.