El resultado práctico de la teoría austriaca del dinero es que la producción de dinero ha de ser dejada al libre mercado. Las intervenciones del Estado no mejoran los cambios monetarios, sino que simplemente enriquecen a unos pocos a expensas de del resto de los usuarios. El resultado de esto es, por supuesto, el completo desastre: en lugar de tratar con preciosas monedas de plata u oro, los ciudadanos están obligados a mantener por ley unas impropias notas de papel.
Los economistas austriacos actuales no son los primeros en apuntar que el intervencionismo hace al dinero desagradable y poco fiable. Más bien, la idea mantiene una larga tradición de varios siglos ilustrado por economistas como Murray Rothbard, Ludwig von Mises, Carl Menger, Frédéric Bastiat, William Gouge, John Wheatley, Etienne de Condillac, y Tomás de Azpilcueta. De hecho, esta tradición se remonta al primer padre fundador de la economía monetaria, el gran Nicolás Oresme.
Oresme nació alrededor de 1.320 cerca de Caen, Francia. Después de una distinguida carrera como erudito y confesor del rey Carlos V, llegó a ser obispo en 1.377 y murió en Lisieux en 1.382. Oresme fue un brillante matemático, físico, y economista. En algún punto anterior a 1.355, escribió un tratado sobre ética y economía sobre la producción del dinero. El libro se tituló Tratado sobre el origen, naturaleza, ley, y alteración de las monedas, y consolidó su fama como economista para siempre.
El título más adecuado al que se podría traducir hoy día es «Tratado sobre la inflación». De hecho, Oresme fue pionero en la economía política de la inflación. Oresme marca unos parámetros que podrían haber perdurado durante varios siglos, y por los cuales, y hasta cierto punto, aún no han sido superados. Una detallada visión a su libro nos muestra que el estudio sobre la moneda ha sido sano desde el comienzo y que los actuales economistas de la Escuela Austriaca son los herederos de la ortodoxia monetaria en el auténtico sentido de la palabra.
En contra de la teoría monetaria del Estado
La primera pregunta sobre la teoría monetaria sin duda es: ¿qué es el dinero? Oresme responde que el dinero es una mercancía; más concretamente es 1) una cantidad de metal precioso con 2) una estampa que certifica la finura metálica del contenido. El certificado puede ser proveído por un particular, o bien, por una organización privada, aunque también puede ser suministrado por alguna agencia del Estado.
En el tiempo en que Oresme escribía, el estado ya se había apropiado de la las empresas certificadoras desde hacia más de 1.500 años, pero Oresme insistió que la intervención del Estado no pertenecía a la naturaleza del dinero. De este modo, Oresme rechazó la teoría estatista del dinero por la cual fue el estado y no el mercado quien había decidido qué era realmente el dinero.1
La teoría estatista del dinero triunfó con los escritos de Platón y Aristóteles. Fue de hecho expresado en el propio lenguaje en que esos filósofos escribieron; la palabra griega que designa el dinero es «noumisma»—forma de «nomos», que significa «ley».
En el siglo XIV, Oresme enfatizó que la palabra latina para el dinero—»moneta»—tiene una raíz etimológica diferente. No tiene nada que ver con la ley y el estado, sino con la información de la certificación. Su raíz fue «moneo» (te informo) «porqué el certificado nos informa que no haya fraude ni en el metal ni en su peso». La producción de dinero no fue por tanto —en su esencia— un acto burocrático, sino al revés, una actividad del mercado. Fue el productor (privado) de dinero el que creó el servicio de certificación. Él informaba a los posibles usuarios de moneda sobre la finura que contenía el metal. Este tipo de información fue de gran utilidad porqué reducía la incertidumbre y el coste de la medición. En palabras del propio Oresme:
Cuando los hombres empezaron a comerciar, o a comprar bienes con dinero, éste carecía de estampa o imagen. La cantidad de plata o bronce era intercambiada por carne, bebida y medida por su peso. Desde que empezó a ser molestado recurrir constantemente a escalas o patrones y determinar la equivalencia exacta del peso, y desde que el vendedor no estaba seguro del grado de pureza del metal ofrecido fue prudentemente dispuesto por los sabios de ese tiempo que los trozos de dinero habían de ser de un metal dado con un mismo peso y todos debían ser estampados con una marca conocida por todo el mundo para indicar la calidad y peso de la moneda. Por lo tanto, las sospechas serían evitadas y el valor aceptado de buena gana.2
Nótese que Oresme dice que no fue el estado quien ordenó sabiamente la creación de monedas, sino que fueron «los sabios»—élites naturales en una sociedad libre— quienes la crearon. Por lo tanto, ¿dónde entra en juego el estado aquí? Oresme aplica la función del estado a algún tipo de gobierno mínimo que interviene en el dinero. Su punto de vista es que el príncipe disfruta de la confianza de los ciudadanos; después de todo, ellos siguen sus juicios sobre temas como la guerra y la paz, y por lo tanto, confían muy probablemente en la estampa que impronta en las monedas. Sin embargo, Oresme se apresura a apuntar que los príncipes no poseen ninguna moneda, sino que sólo estampan su sello, y esa es la espléndida ventaja de estampar el dinero, es decir, que realmente sólo es un tipo de convivencia. Es una ventaja derivada del hecho que el dinero «es esencialmente establecido y elaborado para el bien de la comunidad».
Los economistas austriacos de hoy día están ampliamente de acuerdo con estas consideraciones. Ellos simplemente añaden que la competencia es el mejor camino para identificar la confianza de los certificados. También añaden que, hoy día, la función del estado oresmaniano para el caso del estado mínimo en el dinero no se mantiene porqué no se aplica a ninguno de nuestros líderes políticos actuales. La confianza pública en los políticos es en todo momento baja, y eso no sólo (sino que también) para que ninguno de ellos nos conduzca más a ninguna otra guerra.
Como veremos más adelante, hay buenas razones para estar de acuerdo con Oresme. Si él hubiese vivido en nuestros tiempos, probablemente habría calificado nuestro sistema como tiránico y al que le urge una reforma inmediata.
El caso de monedas paralelas
Oresme no vio las virtudes de la competencia en la producción de dinero, pero él no fue un ingenuo constructivista. Oresme no abogaba por un único sistema de medición monetario. Reconoció que los metales preciosos eran monedas superiores por sus características físicas, y por lo tanto centró sus consideraciones en la moneda metálica. Pero se quedó muy lejos de idear un óptimo sistema monetario, el cual, debe o puede ser elaborado de una vez por todas. Particularmente, para Oresme era lo más normal que las monedas de oro, plata, cobre y las diversas monedas signo conviviesen paralelamente en su uso, y las tasas de cambio entre esos medios de cambio pueden ser determinados por el mercado.
La inflación es innecesaria
La cuestión más importante sobre la teoría del dinero es si hay alguna razón por la cual la oferta monetaria tenga que ser manipulada por los políticos. ¿Sería la oferta de monedas de oro y plata producidas de forma espontánea y suficiente en un mercado libre? O por el contrario, ¿esperamos algún tipo de fallo de mercado en la producción de dinero, y por lo tanto, una necesaria intervención del gobierno?
La posición austriaca es bien sabida: en el dinero la cooperación competitiva del mercado, como en cualquier otro campo de la producción, puede conseguir innumerables mayores logros que no el estado. La intromisión del estado en material monetaria lleva a una expansión de la oferta de dinero más allá del nivel que hubiese conseguido ésta a través del libre mercado. En otras palabras, el estado provoca la inflación. Tal política es antisocial: no provee al conjunto de la sociedad con más dinero, sino que beneficia a algunos miembros de la sociedad a expensas de otros, por lo tanto, se aprovecha de unos a costa de otros. La inflación inevitablemente implica explotación y conflictos sociales. Pero eso no es todo. La inflación no es un tipo de explotación de suma cero en el cual unos ganan y otros pierden. Realmente genera perdidas netas porqué deteriora el vehiculo de la cooperación social. La inflación pervierte el dinero y eso crea que la gente intercambie menos, por lo tanto, coopera menos, que significa a la vez que no se produce de la misma forma que se habría hecho de no existir la inflación.
Esto lo podemos encontrar en el tratado de Oresme. El autor no usa la palabra inflación, sino que de forma más acertada habla de fenómeno de inflación. En su tiempo, la alteración de las monedas era la única técnica para la inflación. El gobierno no controlaba la reserva fraccionaria bancaria y papel moneda, pero podía alterar la estampación de los certificados en las monedas, o bien cambiar el contenido de las monedas manteniendo el mismo certificado. Imaginémonos una economía monetaria donde predomine el uso de la moneda de una onza3 de cobre que tenga impreso: «esta moneda contiene una onza de cobre fino». Ahora el estado se inclina por la inflación y cambia la impresión anterior por «esta moneda contiene dos onzas de cobre fino». De esta forma se ha aumentado la oferta monetaria nominalmás allá del nivel que hubiese tenido en el mercado libre. Normalmente este comportamiento permitió al estado pagar sus deudas acordando letras en términos nominales, pero de hecho, estafando a sus creditores en términos reales. En los días de Oresme, el gobierno seguía ese tosco comportamiento. Hoy en día, se usa el papel moneda.
Oresme remarcó que esa manipulación no servía a ningún buen propósito. Un simple cambio en el valor nominal de la oferta monetaria, tomada como conjunto, no puede ayudar a la economía. Simplemente variarán todos los precios en tanto estén expresados en esa moneda. La oferta monetaria nominal es por si misma irrelevante a los efectos de los intercambios monetarios. Los cambios en la oferta monetaria nominal —la «alteración de los nombres»— no puede hacer el dinero más apropiado para ser usado en el intercambio indirecto, y menos aún, que tales cambios afecten los términos de los pagos diferidos (contratos crediticios):
Y si ningún otro cambio fuese realizado, los bienes han de ser necesariamente vendidos a una tasa proporcionalmente mayor. Pero tal cambio no tiene ningún propósito, ni debe ser realizado, porque sería vergonzoso y una falsa denominación… Ninguna otra impropiedad sobrevendría de eso [aumento del precio acorde al aumento de oferta monetaria] menos en esos lugares donde las pensiones o las rentas fuesen fijadas en términos de dinero.
Por lo tanto, Oresme de forma clara, se dio cuenta de que la oferta monetaria nominal, en realidad, es poco trascendente. La economía puede operar con una oferta virtual y ninguna oferta nominal de dinero. A mayor oferta, los precios subirán más; y a menos oferta los precios serán más bajos.
La inflación conduce a la explotación y a la tiranía
Si la inflación es totalmente innecesaria, la evidente pregunta es: ¿por qué se infla la oferta nominal de dinero después de todo? Hoy en día, ni la gente ni los mismos economistas no tienen idea alguna de por qué ocurre. Pero fue en el S. XIV cuando Oresme anticipó la respuesta austriaca: la inflación beneficia a aquellos que crean la inflación. La inflación no afecta a todos los usuarios de dinero a la misma vez, sino en diferentes momentos del tiempo. Se crean por lo tanto ganadores y perdedores. Los políticos inducen cambios en la oferta nominal de dinero enriqueciendo al estado a expensas de los ciudadanos. Oresme remarcó que el estado saca buen partido de la inflación. Dice que la codicia del estado fue la raíz del nacimiento de la inflación; y que, una vez que el estado cayó en esa tentación, desde cualquier punto de vista, se volvió un tirano. En un inmortal pasaje de su Tratado escribió:
Soy de la opinión que la principal y causa final de por qué el príncipe pretende tener el poder de alterar la acuñación es debida al beneficio que puede obtener de ella aunque, por otra parte, es una tarea totalmente inútil. Propongo, pues, dar plena muestra de que tal beneficio es injusto. Por cada cambio sobre el dinero, excepto en casos muy raros […], la manipulación significa falsificación y engaño, y éste no es el derecho que pueda tener el príncipe como se ha visto anteriormente. Por lo tanto, desde el momento en el que el príncipe, de forma injusta, se hace con este indebido privilegio, es imposible que sea justificado como beneficio. Además, la cantidad de beneficio que ha tomado el príncipe es necesariamente la pérdida de la comunidad. Cualquier pérdida que el príncipe imponga a la comunidad es injusto y un acto digno de un tirano y no un príncipe tal y como dijo Aristóteles. Y si el tirano miente diciendo que tal beneficio es en favor público, no ha de ser creído, porque de igual forma podría tomar mi abrigo alegando que lo ha hecho para la necesidad pública. San Pablo dijo haz el bien y evita el mal. Nada obtenido mediante la farsa será usado con buenos propósitos jamás. Otra vez, si el príncipe tiene el derecho de realizar una simple alteración en la acuñación e ingresar algún beneficio de tal acción, también tendrá el derecho de hacer mayores alteraciones y obtener mayores beneficios, y al hacer esto más de una vez lo seguirá repitiendo en el futuro… Y es muy probable que el príncipe o sus sucesores sigan haciéndolo lo mismo cada vez que lo deseen o también por deliberación de su consejo tan pronto como les sea posible ya que la naturaleza humana está inclinada a amontonar riquezas que vengan fácilmente. Por lo tanto, el príncipe no dudará en sacar casi todo el dinero o riquezas de sus súbditos hasta reducirlos a la esclavitud. Éste es un acto tiránico; realmente es una absoluta tiranía como ya han dicho los filósofos y sus antecesores en la historia.
No es difícil adivinar que el Obispo Oresme hubiese calificado nuestro actual sistema monetario como el más monstruoso (o más bien: diabólico) esquema jamás creado para empobrecer a los «súbditos y reducirlos a la esclavitud». Y ciertamente no habría errado mucho. Otra cosa diferente es que sus alegatos hubiesen sido acallados por nuestros actuales gobernantes como lo fueron por Carlos V en esos oscuros tiempos del S. XIV. Desafortunadamente, no es exagerado asumir que si Oresme hubiese escrito hoy día los ya acostumbrados expertos pagados por el estado le rechazarían tratándolo como un lunático —acercando así las relaciones entre gobernantes e intelectuales de nuestra era progresista.
La inflación es destructiva
Oresme comprendió que la inflación no era un juego de suma cero entre el estado y sus súbditos, sino que genera pérdidas netas. Apuntó cuatro razones: la Ley de Gresham, la falsificación, la disminución del comercio, y el engaño que conduce al derroche. Veámoslos brevemente uno a uno. Primero de todo, aquí está la formulación que hace Oresme sobre la Ley de Gresham:
…Semejantes alteraciones y falsificación disminuyen la cantidad de oro y plata en el reino y de metal precioso. A pesar de cualquier prohibición, es trasladado al exterior donde tiene mayor valor. Los hombres intentan llevar su dinero a aquellos lugares donde creen que será más valioso, y esto reduce la cantidad material de dinero en el reino.4
Fijémonos que Oresme apunta correctamente que el «mal dinero desplaza al buen dinero» sólo bajo el impacto del control de precios fijos: los ciudadanos están obligados por ley a aceptar las nuevas monedas de peor calidad en las mismas condiciones que las antiguas monedas buenas. Si excluimos, entonces, las leyes del curso legal, el mercado de dinero se comportaría exactamente igual que cualquier otro mercado. En una economía libre, el mejor producto siempre desplaza al peor.
Oresme también observó que la falsificación oficial puede invitar a los falsificadores extranjeros a aprovechar la oportunidad presentada por la confusión general de este envilecimiento de la moneda «y de este modo robar al rey los beneficios con los cuales él había pensado hacerse». Pero la alteración que ha sufrido el mercado haya sido probablemente forjada por esta larga destrucción. Oresme dice:
Otra vez, a razón de estas alteraciones, las buenas mercancías o riquezas naturales dejan de entrar en el reino donde se comercia, ya que los mercaderes —quedando el resto de cosas igual— prefieren pasar de largo a esos lugares en los cuales reciban dinero sano y bueno. Más aún, en tal reino el comercio interno se ve perturbado y entorpecido en muchos sentidos debido a tales cambios; y mientras éstos permanecen, las rentas del dinero, pensiones anuales, alquileres, cesiones y similares, como ya es bien sabido, no pueden ser justamente tasados o valorados. Tampoco el dinero puede ser prestado ni tomado, y muchos se niegan a hacer obras caritativas en este entorno. Así pues, la buena cualidad del metal en las monedas, los mercaderes y todas estas cosas son necesarias o de gran utilidad para la humanidad; y su opuesto es perjudicial y dañino para la comunidad civil entera.
Incluso anticipó la idea básica de la moderna teoría austriaca de los ciclos económicos.
…El príncipe puede sacar casi todo el dinero a la comunidad y empobrecer terriblemente a sus sirvientes. Y como una enfermedad crónica ésta es más peligrosa que no otras porqué actúa de forma casi inapreciable. Y es que la extorsión cuanto más disimulada más peligrosa ya que su lenta opresión no parece que sea tal. Por lo tanto, ningún gravamen puede llegar a ser más pesado, más general o más severo.
Para resumir, Oresme se percató que la oferta nominal de dinero puede enriquecer al príncipe a expensas de la comunidad. Realmente —salvando algunas excepcionales situaciones de emergencia— este beneficio no tendría que haberse producido jamás.
La inflación es peor que la usura
Las consideraciones económicas, importantes como pueden ser, fueron para Oresme sólo la puntadle iceberg. Su auténtico interés yacía en los factores morales de la producción de dinero. Para él la falsificación era un tema mucho más trascendental desde el punto de vista moral que no el pecado asociado al uso del dinero, esto es, el cambio de dinero y la usura. El cambio de dinero y la usura pueden ser aceptados bajo ciertas circunstancias especiales. Pero la falsificación era inherentemente injusta de raíz, y por lo tanto, nunca se tenía que permitir. Él mantenía que el «cambio de nombres» (envilecimiento) era un escándalo y jamás debía ser producido. La alteración en el peso sin un inmediato cambio en el nombre de la moneda era algo «repugnante y un fraudulento robo». Las alteraciones del curso legal de dinero eran «opuestas a la forma de actuar de la naturaleza». Son peores que la usura, porqué la usura, al menos, nace de la voluntad contractual entre el deudor y el creditor, mientras que las alteraciones se hacen sin ese acuerdo contractual y ponen en entredicho el dinero anterior. Oresme dice:
El usurero presta su dinero a alguien para que éste lo tome sobre su libre voluntad y para que disfrute del uso del mismo y alivie sus necesidades; y el excedente que devuelva sobre el principal habrá estado determinado bajo la libertad de contrato entre las partes. Pero un príncipe, por medio de un innecesario cambio en la acuñación, toma de forma evidente el dinero a sus súbditos en contra de su voluntad substituyendo el viejo dinero por el nuevo como si fuese mejor, y nadie lo quiere. Los súbditos innecesariamente y sin ninguna posible alternativa tomarán el dinero de peor calidad… Y en la medida en la que el príncipe recibe más dinero, en contra y más allá de la naturaleza del propio dinero, ese dinero ganado es igual a la usura; pero peor que ésta ya que no versa en un acto voluntario sino que va en contra de la voluntad de los súbditos, incapaces de sacarle beneficio y siendo un acto totalmente innecesario. Mientras que el interés del usurero no es excesivo, o más generalmente injusto a la mayoría, este impuesto impone tiranía y fraudulencia en contra de la voluntad de la comunidad entera. Dudo si a esto no se le tendría que llamar robo con violencia o extorsión fraudulenta.
Inflación y el declive de la civilización
Así pues la inflación es un acto moral repugnante, económicamente destructivo, y lleva a la explotación y a la tiranía. Estas consecuencias no van en favor de ningún beneficio social. La inflación es totalmente innecesaria. Así pues, la alteración de la acuñación, según Oresme:
…no evita la calumnia sino que la crea… y tiene muchas consecuencias peligrosas, algunas de las cuales ya han sido mencionadas, mientras que otras aparecerán después, pero no hay ninguna necesidad ni conveniencia en hacerlas ni pueden éstas reportar ninguna ventaja a la comunidad.
La única ventaja de la inflación sólo parece repercutir sobre el estado. Oresme apunta que en el largo plazo el estado no ha prosperado gracias a la inflación. Observa que en sus tiempos, la alteración de la acuñación fue un fenómeno reciente. «Jamás se han producido en las ciudades [cristianas] o reinos antiguos o en aquellas [comunidades] bien gobernadas». Pero la consecuencia de esta reciente evolución fue probablemente la misma que existió en el caso del Imperio Romano. Oresme dice:
Si los italianos o romanos hicieron al final tal alteración, como parece ser por las monedas antiguas encontradas en el país, ésta fue probablemente la razón por la que ese noble imperio acabó desapareciendo. Así pues, esos cambios en la moneda son tan funestos que resultan ser totalmente inadmisibles.
Oresme llegó a la misma conclusión sobre el papel crítico de la inflación en la decadencia de la civilización clásica que Ludwig von Mises en sus «Consideraciones sobre las causas de la decadencia de la civilización clásica».5 Y es que probablemente nuestra civilización tome el mismo camino.
La solución: ninguna intervención sobre el dinero
El devastador análisis de Oresme sobre la inflación nos lleva a una simple pregunta política: ¿se puede frenar la inflación? ¿Cómo se puede evitar? La respuesta de Oresme se ve anunciada en el título de su libro: la alteración de la moneda. Por qué tales alteraciones son innecesarias y dañinas, y por lo tanto, tales alteraciones no deben ser permitidas pues (la introducción de un nuevo tipo de monedas no era a su ver una alteración, si ésta no prescribía la moneda vieja). Más concretamente, Oresme dijo que el Estado jamás debe alterar el dinero.
Ni el estado ni ningún tipo de grupo concreto o individuo está legitimado para cambiar la acuñación. Para hacer estas alteraciones es necesario el consenso de la comunidad entera de los usuarios de dinero porque el dinero es de la propiedad de la comunidad. Sin embargo Oresme no fue un campeón de la desenfrenada democracia. Un mero acuerdo de la totalidad de la comunidad no otorga automáticamente legitimidad a los políticos (por ejemplo, dice que el dinero jamás debe ser degradado por el hecho de conseguir beneficios). Sólo si la alteración es el único medio para tratar una gran emergencia, como podría ser derrotar el ataque de un enemigo repentino, entonces podrá ser lícita. En cualquier caso, el estado no tiene derecho alguno a alterar las monedas, a pesar que actúe como un mero instrumento de los ciudadanos. La comunidad entera, no el estado, ha de dar su consentimiento.
De forma muy similar, Ludwig von Mises argumentaba que la inflación por su propia naturaleza contradice el principio de soberanía popular. La única forma de mantener el estado a raya es controlar los recursos estatales. Si el estado necesita más dinero se tendrán que subir los impuestos a los ciudadanos. Es ampliar la oferta monetaria en la misma medida en la que los ciudadanos realmente están contribuyendo.6
Conclusión
El lector superficial creerá que el análisis de Oresme no aporta aplicaciones directas a los tiempos de hoy día. Eso es cierto en la medida que la inflación de hoy día tiene una forma muy distinta a la de aquel entonces. Pero su análisis sobre las causas y efectos de la inflación, y de su naturaleza moral y política, son prueba de la verdad actual. Los sucesores de Oresme refinaron y expandieron este análisis en los últimos 700 años confirmando sus seis puntos básicos:
1) La inflación es predominantemente una criatura del estado.
2) Daña el comercio y la economía, y conduce al ocaso de la civilización.
3) No es necesaria desde ningún punto de vista social —no cumple ninguna función social, más bien:
4) Crea ganadores ilegítimos y perdedores. Beneficia al estado y a sus aliados a expensas de los ciudadanos.
5) De esta forma prepara el terreno a la tiranía.
6) La forma de deshacerse de la tiranía es impedir al estado que intervenga en asunto monetario alguno.
No es nada sorprendente que el trabajo de Oresme encontrase hostilidad en aquellos que defendían el actual sistema de régimen inflacionario. Lo ridicularizaron como un manifiesto «metalista» cuando de hecho su obra fue un monumento al sentido común. Poniéndolo en su «contexto histórico» insinúan que su mensaje está trasnochado. Pero el Tratado sobre la alteración de las monedas es un hito en la ciencia económica monetaria, una ciencia de las leyes universales. Los campeones del dinero sano del siglo diecinueve como Léon Wolowski y Wilhelm Roscher dieron totalmente en el blanco en otorgarle un gran valor duradero a Oresme. Todos los amigos de la libertad debemos celebrarlo hoy también.
Disponible en la librería del Instituto Mises y en la Biblioteca Mises.
- 1Los lectores de la Teoría del Dinero y del Crédito de Ludwig von Mises estarán familiarizados con el nombre del mayor campeón de la teoría estatista del dinero, Georg Friedrich Knapp.
- 2Oresme escribió: «Y la estampa sobre las monedas fue fundada como una garantía de finura y peso, está claramente probado por los nombres de las monedas antiguas que se distinguían por su estampa o marca, como la libra, chelín, penique, medio penique o como el sextula, y similares, los cuales son nombres de peso aplicados a las monedas…»
- 3La onza es una medida de peso. Los metales preciosos se miden, de forma general, en onzas y no gramos. La tasa de relación es: un gramo es igual a 0,035 onzas. Para hacernos una idea más concreta, 10 gramos, que es lo que pesa un sobrecillo de azúcar, es igual a 0,35 onzas. [Nota del traductor].
- 4La ley de Gresham tomó su nombre de un economista ingles del siglo diecinueve; el cual equivocadamente atribuyó su descubrimiento a Thomas Gresham, un agente financiero de la corona británica del siglo dieciséis en la ciudad de Antwerp. Oresme no fue el primero que descubrió la Ley de Gresham. La versión más antigua puede ser encontrada en el poema de Aristófanes: «Las Ranas».
- 5Mises, Human Action, pp. 761–63 (versión americana). En la versión española de «La acción humana», sexta edición, este apartado se encuentra en la página 905 y s.s.
- 6Mises, Theory of Money and Credit, pp.466–69. En castellano «Teoría del dinero y del crédito».