Si la acción humana siempre busca un propósito, algo que hace por definición, entonces la acción humana debe ser racional, es decir, compatible con la razón o guiada por la voluntad y el intelecto propio. Nunca puede calificarse como irracional.
Al señalar esto, Mises escribe en Acción humana: «La acción humana es siempre necesariamente racional. La expresión “acción racional” es por tanto un pleonasmo y debe rechazarse como tal. Cuando se aplican a los fines últimos de la acción, los términos racionales irracional son inapropiados y sin sentido. El fin último de la acción es siempre la satisfacción de algún deseo del hombre que actúa».
La acción aparentemente irracional es racional, es decir, tiene un objetivo. Para calificarla como irracional, el calificador sencillamente impone alguna otra fuente externa de valor. Mises escribe: «Por mucho que se distorsionen las cosas, nunca se conseguirá formular una noción de acción “irracional” cuya “irracionalidad” no se base en un juicio arbitrario de valor».
La irracionalidad tampoco caracteriza los medios seleccionados para alcanzar fines. Los juicios erróneos que implican medios mal escogidos no son irracionales en el análisis de Mises: «Cuando se aplican a los medios elegidos para alcanzar los fines, los términos racional e irracional implican un juicio acerca de la conveniencia y adecuación de procedimiento empleado. (…) Es un hecho que la razón humana no es infalible y que el hombre muy a menudo yerra al seleccionar y aplicar medios. Una acción inapropiada para el fin buscado no cumple con las expectativas. Es contraria al propósito, pero es racional, es decir, el resultado de una deliberación razonable—aunque defectuosa—y un intento—aunque un intento baldío—de alcanzar un objetivo concreto».
¿Qué es entonces la irracionalidad? Según Mises, la irracionalidad no es lo contrario de la acción o del comportamiento con un fin, es decir, no es el comportamiento voluntario sin un propósito. Todo comportamiento voluntario tiene un propósito. El comportamiento irracional es un comportamiento inducido en respuesta a estímulos, comportamiento que va más allá del control de la voluntad o volición de una persona. Por tanto, Mises usa el término «irracional» para describir hechos o situaciones que queda más allá de la razón: «Lo dado definitivo puede calificarse como un hecho irracional».
Instinto e impulso
En una sección sobre instintos e impulsos, Mises trata una cuestión importante de la teoría de la acción humana. Es la idea de que las decisiones del hombre están «dirigidas por diversas disposiciones e instintos innatos». En esta opinión, propósito, valor, coste, medios en conflicto, recursos limitados y preferencia están, o bien ausentes, o desempeñan un papel claramente secundario.
Mises tiene varias respuestas. Su primera respuesta es que las fuentes definitivas de fines, aunque estén influidas por el instinto, la emoción y el impulso, no son el objeto de la praxeología. Los fines no se analizan en la lógica de la acción salvo que se conviertan en medios para otros fines. Luego afirma: «Quien actúa bajo un impulso emocional también actúa». Sus valoraciones y evaluaciones de medios y fines pueden verse afectados por la emoción, pero sigue actuando, es decir, se ve afectado por algunas consideraciones de coste y beneficio. Incluso las acciones dominadas por las pasiones tienen sus límites.
Esta respuesta equivale a observar que las curvas de demanda normalmente no son completamente inelásticas o verticales: la demanda responde al precio. Mises continúa diciendo que no hay ningún impulso absolutamente irresistible. Si parece que alguien elige un curso de acción a cualquier coste, se sigue eligiendo «a favor de ceder al deseo afectado». Sugiere que a menudo esto implica pagar el coste posteriormente en el tiempo, es decir, que la preferencia temporal influye en la decisión.
Finalmente, en un pasaje elocuente, Mises afirma: «Lo que distingue al hombre de las bestias es precisamente que ajusta deliberadamente su comportamiento. El hombre es el ser que tiene inhibiciones, que puede controlar sus impulsos y deseos, que tiene el poder para eliminar los deseos e impulsos instintivos».
La irracionalidad en la economía conductista
Las ciencias económicas conductistas y las finanzas modernas, que son en realidad campos investigación de psicología, hay un problema que es bastante similar al instinto, la emoción y el impulso. Es que el hombre posee varios defectos demostrables en sus capacidades cognitivas y de toma de decisión que influyen en sus decisiones y pueden impedirle alcanzar sus objetivos. Lo que se ha descubierto es que, en ciertos tipos de decisiones, la selección de medios del hombre para alcanzar estos objetivos elegidos se ve dificultada por deficiencias estructurales de pensamiento. Esencialmente, el hombre tiene impulsos sesgados en la toma de decisiones. (La investigación tiene mucho menos que decir acerca de cómo son de importantes estos problemas o cómo pueden superarse).
Es habitual que los investigadores utilicen los términos «irracional» e «irracionalidad» al describir estas conclusiones. Los significados de los términos varían. Algunos se limitan a utilizar un término sumario. Algunos quieren decir que la gente viola ciertos axiomas de la economía. Algunos ven la irracionalidad como violaciones de «expectativas racionales». Algunos ven irracional la imposibilidad satisfacer axiomas bayesianos. Algunos califican a la impaciencia (alta preferencia temporal) como irracional. Algunos ven ciertos tipos de comercio como irracionales.
¿Cómo se ajustan entonces esas conclusiones a la praxeología? Suponiendo que sean válidas y fiables, desafían algunas teorías económicas populares que restringen el dominio de la decisión de un actor a tipos estipulados de elecciones gobernadas por los llamados axiomas de la racionalidad.
Sin embargo, no plantean ningún desafío en absoluto a la praxeología, que, como hemos visto, permite el error en la selección de medios para alcanzar fines y lógicamente ve toda acción humana como racional. El principal punto de discrepancia es que la praxeología no califica a las conclusiones como irracionales ni las interpreta como indicativas de acción humana irracional. La postura praxeología no solo evita la confusión, sino que, como veremos, elimina cualquier caso de intervención estatal para solucionar la irracionalidad.
En general, la interpretación de las conclusiones en la mayoría de las investigaciones está infectada por los defectos metodológicos de la economía y las finanzas. Los investigadores tienen ideas preconcebidas acerca de lo que es racional y qué constituye la racionalidad. Los seres humanos no se ven como necesariamente racionales porque actúen y elijan a voluntad. Los investigadores ven a los seres humanos como racionales solo si obedecen ciertos axiomas o modelos de los investigadores. Esto implica que los investigadores casi con seguridad descubrirán irracionalidad, porque el comportamiento humano raramente coincide con un modelo.
Además, como los investigadores tienen modelos en competencia, habrá ideas en competencia sobre qué son las irracionalidades. Mucha de esta confusión deriva de la ortodoxia positivista dominante, con su énfasis en los modelos empíricamente probados que descartan ciertos comportamientos que la praxeología reconoce que pueden existir. (Ver Long). Todo ello confirma lo que escribía Mises, de que no se puede calificar a una acción como irracional sin imponer un patrón de valor externo y arbitrario.
La irracionalidad racional en el modelo de Caplan
En una variación sobre estos temas, Caplan nos da un modelo de irracionalidad nacional en el que el actor consume irracionalidad de una manera racional. Después de definir la irracionalidad como la desviación de las expectativas de la gente respecto de las expectativas racionales (su patrón de valor), sugiere que el agente que obtiene algo de una creencia irracional compensa conscientemente esa ganancia frente a su coste. Por ejemplo, alguien puede aceptar la astrología y sobreestimar sus poderes de predicción, incurriendo así en un coste de un mayor error de predicción. Luego dice: «Hasta cierto punto, el agente sí forma estimaciones racionales de las consecuencias correspondientes del autoengaño». Caplan nos dice que «La irracionalidad es un bien como cualquier otro». Esta parte de la aproximación de Caplan es directa y compatible con la praxeología. Hay posibles beneficios psíquicos en algunas creencias falsas, erróneas o equivocadas que se compensan racionalmente con respecto a la riqueza u otros bienes. Esa declaración está lógicamente dentro de los límites de la praxeología. Dado que estas creencias son bienes y son objeto de la acción humana, no son, sin embargo, irracionales en sentido praxeológico.
La irracionalidad no aparece lógicamente dentro de la lógica de la acción humana. En todo caso, aparece lógicamente fuera de sus límites. La irracionalidad no es una parte fundamental es decir lógica, de la teoría de Kaplan. No deriva del interior del modelo o de la propia teoría de una manera lógica. Más bien funciona solo como un término de definición para describir una categoría de bienes. En este sentido, su modelo tiene poco que decir acerca de la irracionalidad que tenga sentido para los praxeologistas, independientemente de la manera en que se use por los economistas neoclásicos.
El Estado frente a la irracionalidad
Es evidente que los estatistas y los investigadores estatistas saltarán y aprovecharán cualquier conclusión investigadora, madurada o no, o cualquier idea, dentro o fuera de contexto, correcta o equivocada, que (aunque sea superficialmente) parezca apoyar su programa de mercados menos libres y más gobierno. El reciente descubrimiento (o al menos documentación) de los economistas conductistas de que la gente podría en realidad realizar errores sistemáticos (lo que apenas es una sorpresa) proporciona más combustible para la hoguera de los estatistas. El combustible en este caso es el grito de irracionalidad. Están apareciendo trabajos académicos que se basan en las conclusiones para demandar acciones públicas paternalistas (ver, por ejemplo, Cunningham). Afortunadamente, otros trabajos de investigadores más orientados hacia la libertad proporcionan argumentos contra dichas acciones estatales (ver Klick y Mitchell).
La praxeología es crítica para este debate. Repito que economistas y estatistas son completamente incapaces de demostrar que el comportamiento humano es irracional. Todo lo que pueden hacer es argumentar que ciertos postulados que ellos defienden no los cumplen en la práctica todos los seres humanos en todo momento. No hay ninguna base lógica para la defensa de la irracionalidad humana. Es todo cuestión de una interpretación inválida de conclusiones empíricas usando patrones importados de valor.
Pero ni la ciencia, ni por sus postulados, ni éticamente los estatistas o economistas estatistas tienen un estatus privilegiado que justifica el uso del poder sobre otros. Si tienen una defensa científica tan buena de que las masas de seres humanos constante y persistentemente se disparan a sus pies, que la expresen a través de la educación. Que convenzan al populacho general para que cambie sus costumbres. Si ven la luz que las masas no, que la difundan pacíficamente. Veamos a esta élite intelectual ganar mucho dinero explotando las llamadas irracionalidades en los mercados. Que se conviertan en especuladores, no en empleados asalariados del contribuyente. Que capitalicen su conocimiento a través de la educación, no de la coacción.
Conclusión
La praxeología nos dice que la acción humana es racional. El alegato a favor de la acción estatal para solucionar supuestas irracionalidades descubiertas por investigadores en economía y finanzas conductistas no tiene ninguna justificación lógica.
Pueden decirse más cosas que van más allá de lo ilógico de la defensa científico-conductista de la intervención estatal y realizar el salto ilógico que califica a las conclusiones investigadoras como reclamaciones de acción estatal. Todos cometemos suficientes errores sin cometer el grandísimo error de entregar aspectos críticos de nuestras vidas a élites intelectuales o políticas que, si examinaran sus propias vidas personales, no encontrarían ninguna justificación para afirmar ser seres superiores que merezcan controlarnos.
No puedo pensar en nada más absurdo que la idea de que los miembros de un sistema político, ya sean elegidos, contratados como burócratas o capaces de cualquier otra manera de tener poder, puedan aliviar o sanar a la raza humana de cualquier limitación que puedan poseer. Porque si tenemos efectos, también ellos. Y la posesión de poder es probable que magnifique todos los defectos que tengan y generen más. El aparato institucional del gobierno es siempre menos receptivo y menos responsable ante las necesidades y deseos humanos que los mercados libres.