La administración Trump ha presentado su propuesta de presupuesto para 2018 y dentro de ella hay algunas cosas dignas de elogio. El “presupuesto América primero” de Trump incluye recortes necesarios para el estado regulatorio, quita financiación para la compra de más terrenos federales, elimina la financiación a 19 agencias públicas menores y hace recortes importantes en algunas más importantes (incluyendo el Departamento de Estado, el de Vivienda y Desarrollo Urbano y el de Comercio). Por desgracia, la propuesta también refleja el mito de que el ejército estadounidense tiene un presupuesto demasiado bajo, proponiendo un aumento de 52.000 millones de dólares para el Pentágono y otro aumento de 2.800 millones de dólares para seguridad interior. El presupuesto también ignora la red de programas sociales de Estados Unidos, la principal causante de los problemas fiscales de la nación.
Aunque el presupuesto de Trump, si se aprobara, haría poco por cambiar el gasto público en su conjunto, los recortes dirigidos tendrían un impacto positivo más allá del reloj de la deuda de Estados Unidos. Por ejemplo, los recortes propuestos para el Departamento de Energía, la EPA y el NIH representan un importante paso adelante para separar estado y ciencia.
No hace falta decir que la investigación científica es una parte vital de la sociedad civilizada, permitiendo innovaciones tecnológicas que aumentan drásticamente la calidad de vida de la humanidad en su conjunto. Es precisamente debido a su gran importancia por lo que no debería politizarse recibiendo influencias de políticos y burócratas públicos. Y los problemas propios de la incapacidad del gobierno de asignar eficientemente recursos escasos no cambian cuando el sujeto es la ciencia, así que la investigación pública puede sufrir de los mismos asuntos de derroche, fraude y abuso que aparecen regularmente en otros programas.
El NIH, una de las áreas más impactadas por presupuesto de Trump, proporciona varios ejemplos de esa investigación cuestionable. Como documentó el senador Jeff Flake el año pasado, el NIH dedicó millones a investigaciones tan acuciantes como el impacto de la cocaína en las abejas, la prueba de esteroides sexuales en peces dorados y estudiar la aparición de Jesús en una tostada. En su propia versión del síndrome del monumento a Washington, NIH volvió al congreso pidiendo más fondos para dedicar a preocupaciones reales de salud pública.
El derroche en el NIH no es solo una preocupación para economistas y políticos en busca de notoriedad, el Dr. Michael Braken, de la Escuela de Sanidad Pública de la Universidad de Yale, ha explicado que el 87,5% de la investigación de la organización es un desperdicio.
Por cada 100 proyectos de investigación, solo la mitad lleva a conclusiones publicadas. De esos 50, la mitad tienen importantes fallos de diseño, haciendo que sus resultados no sean fiables. Y de esos 25, la mitad son redundantes o innecesarios debido a trabajos anteriores. Así es como se llega al 12,5%.
No solo son cuestionables las prioridades de la investigación pública, sino que esta puede impactar en la propia ciencia. Hemos visto esto especialmente en el caso de la ciencia del clima, un área que es uno de los principales blancos del presupuesto de Trump.1
Este mismo año, el Dr. John Bates, antiguo científico de la NOAA, documentaba cómo se manejaban de manera inapropiada los datos del clima. El propósito, como dice Bates, era:
Manipular los datos (en la documentación, alternativas científicas y presentación de series de datos) tratando de desacreditar la idea de un parón del calentamiento global y dar tiempo a la publicación del trabajo para influir en las deliberaciones nacionales e internacionales sobre políticas climáticas.
La ciencia financiada por el gobierno fue manipulada para impulsar una agenda pública.
Las preocupaciones de las administraciones anteriores con respecto al calentamiento también han llevado a programas de incentivación de fuentes “alternativas de energía”, que pueden llevar a todo tipo de malas inversiones por parte de empresas privadas en busca de subvenciones públicas. Uno de los ejemplos más destacados fue la quiebra de Solyndra, la empresa de paneles Solares que entró en bancarrota después de recibir miles de millones de los contribuyentes. Estos programas también se ven afectados por el presupuesto de Trump.
Sin embargo, los recortes a los programas públicos de investigación deberían ser solo el primer paso hacia hacer de nuevo grande la ciencia estadounidense. La segunda parte debería venir en forma de recortar impuestos a los estadounidenses más ricos y eliminar los impuestos a la inversión científica. Esto es precisamente lo que defendía Murray Rothbard en Science, Technology, and Government y podría construirse a partir de una larga tradición estadounidense de ciudadanos ricos desempeñando un papel esencial en la innovación científica.
Aunque está bien debatir si Elon Musk está más cerca de Howard Roark o James Taggart basándose en su uso de las subvenciones públicas, su programa SpaceX ha demostrado el potencial de privatizar la exploración espacial y las eficiencias que conlleva. Para los preocupados acerca del interés privado en la investigación sin fines explícitamente rentables, del año pasado las empresas privadas sin ánimo de lucro dedicaron 2.300 millones de dólares a investigación básica.
Aunque su propuesta de presupuesto es un buen primer paso hacia la despolitización de la ciencia, por desgracia el aumento en el gasto del Pentágono significa que la investigación relacionada con el ejército continuará disfrutando de las ventajas del privilegio público. Recursos que podrían haberse dedicado a atender los deseos y necesidades del público serán asignados en su lugar para crear armas cada vez más caras para el ejército más poderoso del mundo (independientemente de su rendimiento real).
Mientras Trump continúe considerando al complejo militar-industrial como una vaca sagrada, no conseguirá ningún progreso real a la hora de secar el pantano.
- 1En la propuesta actual no se responde a la pregunta de si Trump recortará la financiación a los fabricantes de etanol, aunque este apoyara las subvenciones como candidato. El programa es estupendo para los cultivadores de maíz de Iowa, pero terrible para los automóviles estadounidenses.