La web izquierdista Vox.com publicó recientemente un artículo bienvenido y razonado sobre las virtudes de devolver el poder político y legal a estados y localidades quitándoselo al gobierno federal. Este es exactamente el tipo de conversación que los estadounidenses honrados tienen que tener si hablamos seriamente de impedir el tipo de violencia política que se ha apreciado recientemente en Charlottesville y Berkeley. Una característica esencial de las guerras culturales es que ambos bandos temen justificadamente que el otro imponga su forma de vida a través de un sistema político en el que el ganador se lleve todo. La violencia es una respuesta natural y predecible a esto, un medio de eludir las urnas.
La clase política se gana la vida por el poder centralizado y la correspondiente división que causa. ¿Pero por qué deberían los estadounidenses normales aceptar la falsa alternativa entre un tipo de gobierno centralizado u otro, cuando la solución evidente es mirarnos a la cara? Romper políticamente es mucho más práctico y mucho más humano.
Escrito por un conservador que aparentemente apoyó a Evan McMullin en las elecciones de 2016, el artículo de Vox plantea dos cuestiones acuciantes: si la gobernanza centralizada es deseable en un enorme país de 320 millones de habitantes y, lo que es más importante, si esto es siquiera posible. ¿Pueden funcionar soluciones políticas generales o la política simplemente enriquece a Washington mientras alimenta la guerra cultural en rápido deterioro?
El autor presenta su argumentación central a favor de la subsidiariedad como una aproximación pacífica para un país grande y diverso:
La descentralización del poder requiere más que una simple devolución de unos pocos poderes aquí o allí: requiere un compromiso de toda la sociedad para transferir poder, autoridad y responsabilidad de vuelta al tótem. Una sociedad diversa puede sostenerse pacíficamente cuando sus miembros están comprometidos para resolver problemas tan localmente como sea posible, implicando a niveles más altos del gobierno solo cuando sea absolutamente necesario.
También usa el asunto aparentemente intratable del aborto para argumentar:
Las cosas se hacen mucho más complicadas cuando se tratan asuntos más esenciales como el aborto. Sobre este asunto en particular, muchos progresistas y conservadores por igual esperan alcanzar una victoria que sea más que total (más arrasadora y nacional) de lo que creo probable o deseable. Es decir, tanto conservadores como progresistas parecen creer que necesitamos una norma federal con respecto al aborto. Pero no es así y de hecho esa norma envenena el pozo de la política nacional. La razón es cegadoramente evidente: no hay acuerdo federal acerca del aborto.
Los ideólogos en ambos bandos afirmaron que, cuando se trata de asuntos con una alta carga moral, el federalismo es terrible: si el aborto está mal, está mal en todas partes. Si el matrimonio del mismo sexo es bueno, es bueno en todas partes. Esto es verdad en términos morales abstractos, pero no lo es en términos políticos y ambos no son lo mismo, porque es inmoral obligar a las personas a aceptar una serie de leyes con las que no están de acuerdo y que no tienen posibilidad de cambiar.
Devolver el poder político es el primer paso para hacer al gobierno más pequeño y menos poderoso para nuestras vidas. Los gobiernos nacionales e incluso supranacionales son las mayores amenazas para la libertad y el florecimiento humanos porque controlan las armas de destrucción masiva: ejércitos, misiles nucleares, bancos centrales, sanciones económicas y aranceles comerciales. Son los elementos del contagio sistémico que debería aterrorizarnos.
Vuestro ayuntamiento puede ser tan tonto como una caja de piedras o incluso malvado, pero al menos os resulta mucho más accesible. Probablemente su daño se pueda contener y vuestra capacidad abandonar su jurisdicción puede que solo requiera una camioneta de mudanzas que cruce el pueblo.
La subsidiariedad es la aproximación más realista y pragmática para crear más libertad en nuestras vidas. Obtener el 51% de apoyo para principios políticos supuestamente universalistas es una tarea desoladora, especialmente para la minoría libertaria. Por el contrario, deberíamos considerar el modelo federal suizo, que defiende el principio de subsidiariedad.
Los poderes se asignan a la Confederación, los cantones y las comunidades de acuerdo con el principio de subsidiariedad.
La Confederación solo asume tareas que los cantones sean incapaces de realizar o que requieran una regulación uniforme por parte de la Confederación.
Bajo el principio de subsidiariedad, nada que pueda hacerse a un nivel político inferior debería hacerse a un nivel superior.
Imaginad a Hillary Clinton o Donald Trump hacienda campaña con esta idea en 2016: “No puedo afirmar conocer qué es mejor para Des Moines o Bangor o Anchorage o Phoenix en cada situación. No soy omnipotente, ni tampoco lo son los aproximadamente 500 miembros del congreso. Deberíamos dejar la mayoría de las cosas a la gente que vive realmente en esos pueblos. Votadme si estáis de acuerdo”.
La subsidiariedad no es perfecta, solo es mejor. Libertad, en el sentido político de la palabra, significa la capacidad de vivir sin coacción pública (anarquistas y minarquistas debaten si todo gobierno es de por sí coactivo). No significa la capacidad de vivir bajo normas liberales ampliamente aceptadas, sencillamente porque las normas políticas verdaderamente universalistas son muy imprecisas. Las sociedades libres no tratan de imponerse políticamente sobre minorías electorales más de lo que intentan imponerse militarmente sobre países vecinos. Liberar políticamente a diferentes electorados en Estados Unidos tiene mucho más sentido que tratar de contener el odio y la división creados por resultados de la mayoría de la masa.
El mundo se dirige hacia la descentralización, aplastándose y remplazando a las jerarquías con redes. Los libertarios deberían trabajar para dirigir la política y el gobierno la misma dirección. Subsidiariedad es diversidad real en la práctica.