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La mejor respuesta para los aranceles de Trump: El libre comercio

En la Biblia se dice: “Aquel de vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. También se dice que el que lanza el segundo golpe es el que inicia una pelea. Si el mundo quiere evitar las guerras comerciales debidas a los aranceles impuestos por la administración Trump, tanto Estados Unidos como sus socios comerciales en Europa y Norteamérica debería mirarse a sí mismos y preguntarse si no pueden ser acusados por sus propias prácticas comerciales y si no sería mucho mejor si todos siguieran sencillamente una política de libre comercio.

Donald Trump reafirmaba recientemente su intención de imponer nuevos aranceles hasta un 25% sobre la importaciones de acero y aluminio desde Europa y sus vecinos Canadá y México bajo la justificación de la “seguridad nacional”. En general, la respuesta de los dirigentes de los gobiernos europeos, canadiense y mexicano y en muchos medios de comunicación ha sido que los países afectaos deben responder de manera similar, con aranceles de represalia y restricciones comerciales asociadas sobre bienes estadounidenses. Trump añadía gasolina al fuego político replicando que las importaciones de automóviles europeos podrían ser la próxima amenaza para la seguridad nacional de EEUU.

Luego justo antes de viajar a la reunión del G-7 de las principales naciones industriales en Canadá a lo largo del fin de semana de los días 9 y 10 de junio, Trump proponía que Estados Unidos y la Unión Europea redujeran a cero sus aranceles comerciales y otras barreras comerciales. Pero luego advertía que si los socios comerciales de Estados Unidos no hicieran esto, bajo su autoridad ejecutiva, Europa podría ser excluida de los negocios en general dentro de Estados Unidos. Lo esencial de la respuesta europea después de que Trump abandonara Canadá hacia su reunión en Singapur con el tirano totalitario de Corea del Norte fue una encolerizada indignación: cómo se atreve Trump a hablarles así. Habría represalias comerciales. ¡Después de todo, está en juego la dignidad nacional de los gobiernos europeos!

Ni EEUU ni Europa practican libre comercio

El hecho es que, aunque EEUU y los grandes países europeos han destacado la idea y los beneficios del libre comercio, todos estos gobiernos imponen diversos tipos de aranceles y otras barreras para proteger a sectores seleccionados de sus respectivas economías. Los impuestos más importantes entre Estados Unidos y la Unión Europea son relativamente bajos, en el rango del 2,5% al 5,5% sobre un amplio rango de bienes. Sin embargo, en ambas orillas del Atlántico hay tipos y categorías de bienes o productos agrícolas fabricados nacionalmente que reciben una importante protección arancelaria, a veces por encima de los dos dígitos.

Los que las sensibilidades más delicadas de los europeos encuentran tan sorprendente es la visión explícita del mundo de Donald Trump, que es una vuelta a muchas de las ideas mercantilistas del siglo XVIII, cuando los reyes y sus gobiernos veían las relaciones internacionales como un combativo juego de suma cero. Si un país se vuelve económicamente más fuerte, solo puede ser debido a que una o más naciones rivales se han hecho más pobres y débiles. Una mayor fortaleza económica significaba más poder político y militar en el combate global por la supervivencia y el dominio.

La señal del éxito económica para estos mercantilistas del siglo XVIII era una balanza comercial “positiva”, es decir, que tu país exporte más bienes de los que importe de otras naciones, de forma que resto del mundo deba más a tu país de lo que debe este. El pago neto tenía que ser en oro, de modo que el arcón de dinero de la guerra financiera de tu país aumente en lo que disminuye el dinero de otros países. El oro puede comprar cualquier cosa, en cualquier lugar, así que, si estallara una guerra real, tu país tendría los medios monetarios para comprar la mayor cantidad de materiales bélicos y de intendencia necesarios para triunfar sobre el estado-nación enemigo.

La visión mercantilista de la balanza comercial de Trump

Para Donald Trump, un déficit en la balanza comercial significa que otros países están vendiendo más bienes a Estados Unidos de los que Estados Unidos les está vendiendo. Los dólares salen de Estados Unidos para para pagar el flujo neto de entradas de bienes extranjeros, lo que significa más beneficios y empleo en otros países y menos negocios, beneficios y empleo para empresarios y trabajadores estadounidenses.

La pérdida de esos negocios y esos empleos significan que Estados Unidos es económicamente más débil y otras naciones son más fuertes. En una de las razones principales por las que Trump sigue diciendo que la balanza comercial “negativa” de EEUU está vaciando Estados Unidos frente a sus socios comerciales, especialmente porque piensa en la fortaleza económica de una nación en términos de fabricación tradicional y sector energético. Tener un gran sector acerero significa que puedes construir muchos barcos de guerra y aviones de combate en tiempo de guerra, mientras que un gran sector del petróleo y el carbón significa que la maquinaria bélica puede seguir funcionando hasta la “victoria”.

Una gran cantidad de críticos ha señalado que es absurdo imponer aranceles a Canadá, México y los principales países europeos debido a preocupaciones de “seguridad nacional”, ya que estas están entre los principales aliados políticos y militares en el escenario mundial y los han sido durante todo el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Para los primeros mercantilistas del siglo XVIII, no había aliados permanentes, solo alianzas temporales en la cambiante escena mundial. En busca del poder y el dominio: el “amigo” de hoy podría ser el “enemigo” de mañana. Para Donald Trump, los aliados políticos y militares no solo roban del bolsillo del Tío Sam aprovechándose de la protección militar de EEUU en todo el mundo, sino que también roban empleos y negocios estadounidenses al hacerlo. En la cabeza de Trump, “Con amigos como estos…”, que muestra a los estadounidenses como ingenuos.

La mentalidad de Trump no entiende un mundo cambiante

Trump parece incapaz de entender que los dólares ganados por los vendedores extranjeros acabarán gastándose en EEUU de una manera u otra. Si no en bienes y servicios estadounidenses terminados, como dólares invertidos directa o indirectamente en la economía de EEUU. Y si el ganador de estos dólares no los quiere gastar de alguna de estas formas en Estados Unidos, venderá esos dólares en el mercado de moneda a alguien que lo haga. (Ver mi artículo “Trade Deficits Don’t Matter – Unless Caused by Government”).

Con una mentalidad congelada en un tiempo conceptual, Trump no consigue entender y apreciar del todo que el mundo está cambiando, siempre lo hace. Una buena parte del mundo posterior a 1945 no era natural, con muchos países industriales muy destruidos y con unos Estados Unidos industrial y económicamente indemnes en comparación.

Pero a lo largo de las décadas el mundo se ha ido reequilibrando. Primero Europa Occidental y Japón se recuperaron de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial. Y, especialmente durante los últimos casi treinta años de la era posterior a la Guerra Fría, cada vez más partes de Europa Oriental, Asia, África y Latinoamérica se están modernizando y desarrollando económicamente al introducir políticas más libres de mercado después de la época de planificación centralizada socialista al estilo soviético.

La división global del trabajo ha estado, está y continuará cambiando, en un mundo de condiciones cambiantes de oferta y demanda. Algunos de estos cambios están principalmente dirigidos por el mercado, mientras que otros están influidos en diversos grados por la mano del intervencionismo público. A veces están tan entrelazados que es difícil descubrir cuánto está basado el mercado y cuánto se debe a los diferentes tipos de “compinches” políticos. A pesar de todo, los patrones y las especializaciones potencialmente rentables están cambiando constantemente en todo el mundo.

No hay mejor manera de descubrir dónde pueden estar los nichos más rentables de ventajas comparativas individuales y nacionales que dejar en libertad de comercio nacional e internacional de un país frente a la mano intervencionista del estado. No solo cada uno de nosotros conoce sus propias circunstancias y potenciales oportunidades mejor que políticos y burócratas sentados en sus oficinas, sino que las intervenciones públicas inevitablemente conllevan privilegios y favores políticos para algunos a costa de muchos otros, lo que disminuye la libertad individual de elección y la asociación de mercado, lo que potencialmente rebaja el nivel de vida posible de todos.

Aunque los aranceles de Trump estén motivados por falacias mercantilistas o simplemente cumpliendo promesas de campaña para ayudar a su reelección en 2020 (o ambas cosas), la verdad es que dañarán a los consumidores y productores estadounidenses cuyas alternativas para bienes acabados y entradas para producción futura se verán limitadas, al tiempo que aumentan los costes de lo que acaben comprando. Trump puede quejarse por las empresas extranjeras robando empleo estadounidense, pero ayudar a algunos de sus compinches con sus muros comerciales daña la libertad y prosperidad económica de muchos más estadounidenses en el proceso. (Ver mis artículos “Trump’s Economic Warfare Targets Innocent Bystanders” y “Trump’s Protectionist Follies Threaten a Trade War”).

Las represalias arancelarias son erróneas y dañinas

¿Qué deberían hacer entonces los socios comerciales de Estados Unidos? El consenso en los países amenazados por los aranceles de Trump es la represalia. Los políticos y expertos extranjeros dicen con indignación que el insulto y la injuria deben ser respondidos de la misma manera. Ese daño a “nosotros” en Europa se vería igualado con contraaranceles que os dañarían igualmente a “vosotros” en EEUU. En realidad, si los socios comerciales europeos y norteamericanos de EEUU siguen este camino, no solo amenazan con perjudicar aún más el sistema internacional de la división del trabajo, sino que dañarán enormemente a sus propios ciudadanos respectivos.

Esto lo explicaba claramente el economista británico Henry Dunning MacLeod en su libro de 1896, The History of Economics, en un momento en el que los sentimientos proteccionistas estaban empezando a reaparecer después del triunfo del librecambismo en Gran Bretaña en la década de 1840. MacLeod advertía que “si naciones extranjeras nos abofetean en una mejilla con sus aranceles hostiles, si seguimos el consejo de los partidarios de la reciprocidad y actuamos en represalia, deberíamos sencillamente abofetearnos muy fuerte en la otra mejilla”.

Nos pide que nos imaginemos que por alguna razón Francia impone nuevos aranceles altos sobre la importación de bienes británicos. Indudablemente, admite MacLeod, esto dañará a las manufacturas británicas que ahora sufrirán la carga de una tasa de importación sobre los bienes que han estado vendiendo en Francia. Disminuirán sus ventas de exportación, caerán sus ingresos y beneficios y algunos trabajadores en estos sectores exportadores de la economía británica pueden perder sus empleos.

Inmediatamente, el grito que se oye es que Gran Bretaña debe tomar represalias, continúa MacLeod. Se impone una tasa a la importación sobre diversos bienes franceses para darles una lección. Sin duda esto generará una pérdida de negocio para los exportadores franceses, ahora incapaces de vender tan fácilmente sus productos en Gran Bretaña. Pero lo que no se aprecia siempre en el argumento proteccionista es que no son los exportadores franceses los que pagan el impuesto a la importación británico que aumenta los ingresos del gobierno británico. MacLeod decía:

Está claro que no son los franceses los que pagan [el impuesto de importación], sino los consumidores británicos. Las tasas a la importación se cargan en el precio al consumidor y, por tanto, al imponer dichas tasas de importación a los bienes, nos gravan a nosotros y no al extranjero. Así que Inglaterra, irritada por el mal comportamiento francés, actúa movida por la pasión e inmediatamente se multa a sí misma [el valor monetario del impuesto de importación].

Además, como, debido al mayor precio importación, los exportadores franceses probablemente ganen menos libras británicas por las menores ventas en Gran Bretaña, su capacidad para comprar tantos bienes británicos como habían comprado hasta ahora se verá reducida. Esto afectará negativamente a los exportadores británicos, con pérdidas de empleo y menor negocio a lo largo de toda la cadena de suministros de la exportación británica. MacLeod concluía:

Por medio de las tasas de represalia, cuando los franceses nos abofetean en una mejilla, inmediatamente nos abofeteamos todavía más fuerte en la otra. El francés, con sus tasas, nos daña y nosotros, al adoptar represalias, nos dañamos inmediatamente mucho más y de hecho no sería difícil demostrar que el país que impone la tasa [de represalia] se produce a sí mismo mucho más daño que su antagonista.

¿La mejor respuesta europea a los aranceles de Trump? No hacer nada

Por tanto, los europeos, canadienses y mexicanos que se enfrenten a aranceles estadounidenses más altos en cualquiera de sus bienes, lo que deberían hacer es… nada. Es decir, por muy dañinos que consideren estos mayores impuestos a la importación sobre algunos de sus productos de exportación, tomar represalias no hará nada para vengarse de los sectores nacionales estadounidenses concretos protegidos por estos mayores impuestos a la importación, pero sí dañará más a sus propios ciudadanos.

Aquellos bienes estadounidenses afectados por cualquier tasa importadora de represalia costarán ahora más a los consumidores europeos a la hora hacer sus compras, reduciendo así el nivel de vida en ese grado. Disminuirán los ingresos ganados por las empresas estadounidenses por las ventas en la Unión Europea, reduciendo así su capacidad de comprar tantos bienes manufacturados de la UE como antes, disminuyendo así algunas partes del negocio exportador europeo y amenazando algunos de los empleos en estos sectores de la economía de la UE. Para dar a los estadounidenses una “lección” de represalia, los europeos acabarán abofeteándose a sí mismos bastante duro en su propia cara en respuesta a los aranceles de Trump.

¿Pero qué pasa con la acusación de Trump de que los europeos no están jugando “limpio”, de que sus aranceles existentes y otras políticas de restricción de las importaciones contra bienes estadounidenses son mucho mayores en muchos casos que los impuestos de importación estadounidenses sobre los bienes europeos que entran en Estados Unidos? Trump amenazó antes de abandonar recientemente Canadá con cerrar el mercado estadounidense a los vendedores europeos si no rebajan sus barreras comerciales.

¿La mejor respuesta a los aranceles extranjeros? Rebaja los tuyos

Henry Dunning MacLeod también trataba este asunto, insistía en que esperar o insistir en la “reciprocidad”, es decir, no rebajar tus propias políticas comerciales restrictivas hasta que tus socios comerciales hagan lo mismo, al mismo tiempo y en el mismo grado, solo daña los ciudadanos de tu propio país. La mejor política es sencillamente rebajar tus propios aranceles existentes de importación independientemente de lo que cualquiera de los socios comerciales de tu nación pueda o no pueda hacer. MacLeod explicaba:

Si [Gran Bretaña rebajara unilateralmente o aboliera los aranceles], el precio de los bienes franceses se rebajaría para los consumidores británicos, y tendría lugar una mayor demanda y los productores franceses tendrían más dinero para gastar. Luego estos a su vez tomarían más bienes de Inglaterra y esto pondría en marcha la industria británica, daría empleo a trabajadores británicos y al transporte británico. ¿No está claro, por tanto, que es una ventaja rebajar las tasas, lo haga Francia o no? Rebajando las tasas nos estamos quitando la carga de nuestras espaldas y no de las del extranjero, aunque, por supuesto, también le beneficia, ya que le da más empleo. (…)

Así que puede establecerse con certeza que, por norma, el país que ha aumenta o rebaja sus tasas de importación se daña o beneficia a sí mismo mucho más de lo que daña o beneficia a su vecino (…) La manera real de combatir aranceles hostiles es mediante importaciones libres.

Hay un peligro adicional al seguir la vía proteccionista de los aranceles de represalia y otras políticas comerciales restrictivas, señalaba MacLeod. Sus defensores tienen entonces una justificación no solo para insistir en que los nuevos impuestos a la importación no deben reducirse nunca, sino para usarlos como un precedente para defender protección adicional contra otras importaciones extranjeras bajo las nuevas justificaciones de prácticas comerciales “injustas” por parte de otras naciones. Así que puede ponerse en marcha una espiral a la baja de un comercio reducido y estrechado entre los países de todo el mundo.

En su comentario de pasada de que quería que se abolieran todos los aranceles y barreras importadora relacionadas estadounidenses y europeas de forma que el espacio del mercado que cruza el Atlántico pudiera ser una zona de libre comercio, Trump declaraba un ideal económico y un objetivo político que aumentaría la libertad de elección y mejoraría la condición económica para todos los afectados.

Pero la amenaza de Trump de que si los europeos no asumen esta propuesta la respuesta estadounidense sería cerrar las puertas estadounidenses a los negocios europeos, produciría indudablemente un gran daño a los productores y trabajadores europeos si se implantara. Pero, como demostraba clara y lógicamente Henry Dunning MacLeod, el daño mucho mayor de esa política sería para los consumidores y productores de EEUU. El estándar de vida y la variedad de alternativas entre bienes en competencia se vería reducida y estrechada: desaparecería su capacidad de comprar menos caro sus bienes europeos preferidos.

Además, una nueva tela de araña de grupos de interés ahora protegidos detrás de los muros arancelarios de Trump frente a sus rivales europeos acabaría luchando con uñas y dientes por que su posición privilegiada en el mercado nacional estadounidense no desapareciera nunca. Los “compinches” políticos, que usan el poder público para conseguir un saqueo financiero través de privilegios públicos a costa de la población en general, se verían reforzados.

Ni Estados Unidos y la Unión Europea están tan libres del “pecado” proteccionista como para lanzar piedras de aranceles de represalia a los demás. Además, el daño para todos que producirían las guerras comerciales significa que ni Estados Unidos ni los europeos debería lanzar el siguiente golpe al otro. Todos deberían bajar sus puños intervencionistas y abrir sus manos en la paz del mercado y la amistad económica sencillamente eliminando sus respectivas barreras comerciales existentes actualmente en vigor y permitir, por el contrario, que sus ciudadanos comercien libremente con quien deseen en los términos competitivos que encuentre mutuamente beneficiosos.

Parafraseando a Ronald Reagan, ¡Mr. Trump, eche abajo esos muros comerciales! Si Donald Trump realmente quiere un legado que realmente ayude a hacer a EEUU “grande de nuevo”, pocas cosas serían tan importantes como acabar con todas las barreras estadounidenses a la libertad de comercio en el interior y el exterior.

Publicado originalmente en la Future of Freedom Foundation.

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