No se ha visto al presidente Biden en público desde que anunció el domingo que no se presentaría a la reelección. La «renuncia» de Biden no fue más que un mensaje de texto en Twitter/X —y sabemos que el presidente no gestiona sus propias cuentas en las redes sociales. No ha habido ningún vídeo del presidente haciendo un anuncio, y al parecer la Casa Blanca no tiene prevista ninguna rueda de prensa ni acto oficial de ningún tipo. Biden no ha sido visto por nadie excepto por su círculo íntimo desde hace días. (Podemos contrastar esta situación con el discurso televisado de Lyndon Johnson anunciando su retirada de la campaña presidencial de 1968).
Esto es, en palabras de Glenn Greenwald, «extraño». Además, el silencio de Biden es inexplicable si Biden realmente tomó la decisión de retirarse de la carrera. Después de todo, señala Greenwald, si Biden está «lo suficientemente bien como para decidir, entonces está lo suficientemente bien como para hablar». Sin embargo, tras uno de los anuncios más importantes de su carrera política, Biden ha desaparecido, y pocas cosas podrían ilustrar mejor lo irrelevante que es ahora Biden para la cuestión de quién dirige realmente el poder ejecutivo del gobierno de los Estados Unidos. (Tenemos algo de audio de él hablando en una llamada telefónica el lunes).
Una cadena de acontecimientos como ésta es característica de un golpe de palacio, algo parecido al golpe de agosto de 1991 en la Unión Soviética, si hubiera tenido éxito. En tales casos, el jefe del ejecutivo es marginado y sustituido a discreción de burócratas de alto rango y élites del propio gobierno en el poder.
Es demasiado pronto para conocer muchos datos sobre los detalles de las amenazas que pueden haberse utilizado contra Biden para conseguir que efectivamente se haga a un lado en favor de Kamala Harris. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que el presidente está esencialmente ausente y es Harris quien dirige los actos públicos en la Casa Blanca.
Entonces, ¿quién dirige el poder ejecutivo y la Casa Blanca?
El hecho de que el propio Biden no está claramente equipado para tal tarea ha sido innegable desde su actuación en el debate presidencial con Donald Trump el mes pasado. Desde entonces, la propaganda oficial de que Biden es «listo como una tachuela» ha quedado al descubierto como una evidente mentira.
La falta de presencia significativa de Biden en la escena pública deja claro que alguien, aparte de él, dirige la Casa Blanca, y que alguien toma las decisiones políticas. Podría tratarse de un individuo que es el presidente de facto, o podría ser un grupo de personas. Si se trata de un grupo de personas, se desconoce si este grupo está coordinando las decisiones, o si estas personas simplemente están tomando decisiones al azar según sea necesario. La incapacidad de Joe Biden para responder incluso a preguntas básicas durante el debate deja claro que Biden no es quien toma estas decisiones, y que no está preparado para gestionar la burocracia federal en ningún sentido significativo.
Por ejemplo, la Casa Blanca hizo público ayer un memorándum que externaliza aún más las funciones del presidente al Departamento de Estado y al Departamento del Tesoro. Es decir, según el memorando, «las funciones y autoridades conferidas al presidente por las secciones... de la Ley de Reconstrucción de la Prosperidad Económica y Oportunidades para los ucranianos» se delegan en tecnócratas. Al parecer, el presidente ni siquiera puede tomar personalmente decisiones en áreas que la Casa Blanca considera prioritarias.
A pesar de toda la palabrería del régimen sobre la «democracia», es innegable a estas alturas que la Casa Blanca está dirigida en realidad por personal invisible, no elegido, que funciona en la sombra y sólo es responsable ante las élites de su propia coalición gobernante. Algunos lo llaman el «Estado profundo». Otros lo llaman «la cuarta rama del gobierno sin cabeza». En cualquier caso, se nos recuerda que Estados Unidos es una tecnocracia y no una democracia, una república o cualquier otra palabra que se quiera utilizar para describir un sistema que responda de alguna manera significativa ante los contribuyentes que pagan todas las facturas.
Son estas figuras desconocidas y no elegidas las que deciden la política exterior de la nación, su política de inmigración y sus nombramientos políticos. Sencillamente, no tenemos ni idea de quién decide la política de EEUU en Ucrania, en el Levante o en el este de Asia, tres regiones que corren peligro de estallar en grandes conflictos. ¿Quién controla realmente los códigos de lanzamiento nuclear? Parece que sólo lo saben los oligarcas y algunos tecnócratas de alto rango. Tampoco sabemos quién está elaborando la actual política de fronteras abiertas que canaliza miles de millones de dólares hacia cientos de miles de extranjeros desempleados que reciben cheques en blanco para vivir en hoteles de lujo en ciudades americanas.
Este capricho legislativo es aún más peligroso ahora que los Estados Unidos ya no se rige principalmente por una legislación debatida y aprobada por una asamblea legislativa elegida. En su lugar, la mayor parte de la nueva política en los Estados Unidos se rige por decretos en los que las órdenes ejecutivas presidenciales son dictadas y promulgadas por los tecnócratas.
En la práctica, parece que los Estados Unidos ha degenerado en la tecnocracia ideal, — desde el punto de vista del tecnócrata. No hay ninguna figura política a la cabeza de esta burocracia que ofrezca resistencia a lo que sea que los tecnócratas quieran infligir al público en un momento dado. Más bien, la burocracia es libre de vivir su visión colectiva del país aprendida de los profesores de humanidades marxistas en lugares como Vassar y Harvard.
Al fin y al cabo, los tecnócratas no tienen que presentarse a la reelección y es prácticamente imposible despedirlos. Pero, ¿quién los despediría en cualquier caso? Con alguien como Joe Biden al timón, todo va sobre ruedas para el Estado profundo.
Naturalmente, al Estado profundo le gustaría asegurarse de que esta situación continúe. Así, las élites del partido han sustituido a Biden por una candidata que probablemente sea casi tan fácil de manipular y controlar como Biden: Kamala Harris. Los tecnócratas se las han arreglado astutamente para designar a Harris como candidata demócrata sin un solo debate ni elecciones primarias. En consecuencia, Harris no tiene una organización política leal a ella personalmente, y no tiene un electorado independiente al que pueda pedir apoyo político fuera del gobierno permanente.
Es decir, su «base» es la propia tecnocracia. En estas condiciones, es probable que Harris haga lo que le digan, y así es como le gusta al Estado profundo.