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No salven el Centro Kennedy. Corten todos los fondos federales.

El presidente Donald Trump tiene la oportunidad de desfinanciar una de las instituciones más inútiles y propagandísticas que se mantiene viva gracias al sudor de los contribuyentes: El Centro Kennedy para las Artes Escénicas. El centro Kennedy no es más que un patio de recreo para los ricos y sus amigos en diversas industrias del entretenimiento.

Desgraciadamente, Trump ha decidido que mientras intenta recortar presupuestos de otras áreas, va a seguir tirando dinero de los contribuyentes a lo que es esencialmente el Departamento de Bufones de la Corte del gobierno federal.

Enseguida quedó claro que Trump se estaba equivocando de cabo a rabo cuando lo publicó en su cuenta de las redes sociales:

«El año pasado, el Kennedy Center presentó espectáculos de drag queen dirigidos específicamente a nuestros jóvenes. El Centro Kennedy es una joya americana y debe reflejar en su escenario a las ESTRELLAS más brillantes de toda nuestra nación. Para el Centro Kennedy, LO MEJOR ESTÁ POR VENIR».

En primer lugar, el centro Kennedy no es «una joya americana» y si lo fuera, no sería necesario mantenerlo a flote con el dinero de los contribuyentes. En segundo lugar, si el centro Kennedy se dedicara a payasadas repugnantes como espectáculos de drags para niños, ¿no debería desvincularse por completo del gobierno federal? Parece que el plan de Trump es mantener vivo el Centro Kennedy para que uno de sus sucesores pueda fácilmente volver a tirar el dinero en espectáculos drag para niños.

Lo responsable sería deshacerse por completo de esta sangría innecesaria del dinero de los contribuyentes. Trump, por desgracia, parece demasiado enamorado de «las ESTRELLAS más brillantes» —como él dice— como para dejar de estafar a los contribuyentes. Los agentes de Trump no son diferentes, por supuesto. Su designado para ser el director ejecutivo en funciones del Kennedy Center, Richard Grenell, escribió ayer:  «Debemos arreglar esta gran institución. Las personas que trabajan duro en el principal centro de artes escénicas de la Nación merecen algo mejor  —y también todos los americanos.»

Error. Lo que los americanos merecen es que no se les obligue a pagar a los burócratas de un «centro cultural» cuando hay literalmente miles de teatros, salas de música y estudios de grabación del sector privado por todo el país. Si los americanos claman por «más centro Kennedy», estoy seguro de que estarán encantados de dar voluntariamente millones de dólares para financiarlo.

De hecho, averigüemos hasta qué punto los americanos «merecen» o «necesitan» el centro Kennedy. Cortemos todos los fondos federales y veamos si el centro Kennedy puede seguir existiendo. Si puede, estupendo, y habremos demostrado que no necesita el dinero de los contribuyentes. Si el centro Kennedy se hunde sin fondos federales entonces será la prueba de que nunca hubo suficiente demanda pública para sostenerlo.

En ese punto, supongo que América tendrá que volver a esa época oscura anterior a la apertura del Kennedy Center en 1971. Cuesta creer que los americanos produjeran y financiaran artes escénicas antes de 1971, pero mi bisabuelo me cuenta que era algo que pasaba.

Subvencionar las artes con el dinero de los contribuyentes

Que el Centro Kennedy exista o no sería asunto suyo y no me incumbiría si no fuera porque el Centro Kennedy está sostenido por el dinero de los contribuyentes. Es, para usar una frase favorita de la élite gobernante: una «asociación público-privada».

Desde sus inicios, se construyó con fondos robados a los contribuyentes. El centro se construyó originalmente a finales de la década de 1960 con millones de dólares de fondos federales y deuda federalMás recientemente, de 2016 a 2021, el centro Kennedy recibió del Congreso 270 millones de dólares. El Centro pagó a su presidente cinco millones de dólares en el proceso. Cada año, el Centro recibe unos cuarenta millones de dólares más.

¿Cuál es la justificación para entregar todo este dinero de los contribuyentes, año tras año? La última vez que lo comprobé, no había nada en la Constitución de los EEUU sobre la financiación de las carreras de actores y otros artistas. Por supuesto, incluso si la Constitución dijera eso, la financiación federal de «las artes» seguiría constituyendo nada más que un saqueo a los contribuyentes.

Cuando se trata de sugerir que el deje de recibir dinero robado, sus partidarios hacen algo parecido a lo que hace National Public Radio. Insisten en que apenas reciben fondos federales y que, en realidad, no es para tanto. La réplica a esto debería ser: «si su financiación gubernamental es tan insignificante entonces no les importará renunciar a ella». La realidad, por supuesto, es que siempre les importa. Siempre quieren seguir recibiendo los regalos de los contribuyentes.

¿Por qué «necesitamos» artes financiadas por el gobierno?

Una vez que queda claro van a aferrarse al dinero del gobierno con todas sus fuerzas, los defensores de las artes financiadas por el gobierno insisten en que es muy importante que el contribuyente se vea obligado a seguir pagándolo.

En la práctica, la «justificación» del propio Centro Kennedy es principalmente el hecho de que a la clase dirigente de Washington le gusta. El Centro Kennedy es una forma conveniente para que los tecnócratas ricos de DC se codeen con artistas famosos y canalicen dólares a contratistas gubernamentales y aliados políticos favorecidos.

Sin embargo, la razón oficial para apoyar las artes en general es que no se financiarían —al menos no lo suficiente— si no fuera por las subvenciones de los contribuyentes. Al fin y al cabo, el objetivo de las subvenciones públicas es obtener más de lo que se subvenciona. Así pues, el dinero federal se reparte, nos dicen, para crear «más» arte.  Esto plantea la cuestión de qué tipo de arte se está produciendo.

La respuesta es, en última instancia, que el arte refleja los valores de las personas que lo financian. Paul Cantor, el gran crítico literario, ha demostrado detalladamente cómo el gran arte de los últimos siglos ha sido fomentado y financiado por el sector privado y sus clientes. La gente del sector privado siempre ha estado dispuesta a pagar por el arte que realmente le gusta a la gente.

Cantor ha demostrado que el arte refleja los valores de quienes lo financian.  Por lo tanto, la ecuación se complica cuando los burócratas empiezan a financiarlo. Sí, los contribuyentes aportan los fondos para los pagos gubernamentales a las artes, pero son los propios agentes estatales quienes toman las decisiones. No debería sorprendernos, por tanto, que estas artes financiadas por el gobierno promuevan lo que el gobierno quiere que se promueva: interminables programas LGBTQ+, anticapitalismo y cualquier otra cosa que les apetezca a los «patrocinadores» del arte del régimen.  

Un ejemplo de ello es la cantidad de «arte moderno» —que en general ha repugnado a los contribuyentes ordinarios, pero que es particularmente querido por el tipo de gente que dirige el Centro Kennedy— que se sabe que ha sido financiado por la CIA.  

En un país libre, sin embargo, las artes son financiadas totalmente por el sector privado. En un país libre, el gobierno central no se dedica a financiar artistas al estilo soviético como medio para difundir los valores de la clase dominante.

Después de todo, basta con echar un vistazo a nuestro alrededor para comprobar que no faltan productoras del sector privado que producen obras de teatro. No faltan conjuntos musicales. Los festivales de Shakespeare salpican el paisaje. Hoy en día, los cineastas graban películas premiadas en sus iphones y las editan en sus portátiles. ¿De verdad creemos que las artes escénicas se marchitarían sin las millonarias subvenciones del gobierno a los amigos del régimen? Sólo hay una forma de averiguarlo. 

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