El camino a Wigan Pier, de George Orwell, es un libro del que no paraba de oír recomendaciones. Me dijeron que contenía críticas mordaces al socialismo y que era una valiosa fuente de pensamiento antiautoritario.
Lo que encontré, en cambio, fue un texto esnob que denuncia ineficazmente el esnobismo, un texto que suena erudito pero que carece de toda profundidad filosófica o económica, y un persistente velo de ignorancia y presunción a favor de la intervención estatal para cualquiera de los problemas descritos, así como la implicación miope de que la solución es simplemente más de lo mismo.
El libro se publicó por primera vez en 1937, es decir, mucho después de que los soviéticos abandonaran el comunismo de guerra en 1921, tras el fin de la Nueva Política Económica en 1928, e incluso después de la hambruna ucraniana provocada por el Estado entre 1930 y 1933. Ludwig von Mises escribió su primera crítica devastadora de la planificación central, Cálculo económico en la comunidad socialista, en 1920, y Socialismo: un análisis económico y sociológico se publicó en inglés en 1936.
Uno podría estar tentado de perdonar a Orwell por su ignorancia, si no fuera por las vagas, miopes e infantiles defensas del socialismo que ofrece en el libro. «La elección no es, por ahora, entre un mundo humano y otro inhumano», dice con sorna. «Es simplemente entre el socialismo y el fascismo, que en el mejor de los casos es el socialismo sin las virtudes».
Sólo alguien que no entienda nada de socialismo podría hacer semejante afirmación. La posibilidad de un Estado con poderes limitados que se niegue a pisotear los derechos de sus ciudadanos está escalofriantemente ausente del pensamiento de Orwell. En su lugar, se deja llevar por un miedo persistente al fascismo sin ningún concepto claro de lo que es o en qué se diferencia del socialismo, excepto por el nacionalismo del que se burla sin aportar un argumento sólido.
Incluso las partes del libro que parecen criticar el socialismo son tristemente desdentadas. La mayoría de las incisivas líneas apuntan a las clases sociales altas inglesas y a la clase de socialista que prevalecía en el Reino Unido en aquella época. Como tales, no reflejan los fallos de los socialistas en ningún otro lugar, salvo por coincidencia. Los nombres de algunos escritores socialistas aparecen en pasajes críticos, pero el objetivo es principalmente su tono, no la consistencia de sus argumentos. No hay ningún ataque de principio al pensamiento socialista. De hecho, Orwell dedica todo su capítulo final a una defensa del socialismo, utilizando un endeble razonamiento camuflado por un lenguaje emocionalmente resonante que podría convencer a un lector casual o desinformado.
Esto no quiere decir que no haya nada de valor en el libro. Orwell parece no estar familiarizado con la economía básica. Sin embargo, sus observaciones y evaluaciones plantean una serie de cuestiones que merecen cierta curiosidad. Por ejemplo, su examen de los salarios de los mineros muestra algunas contradicciones interesantes. Demuestra que el trabajo requiere una habilidad técnica significativa (para sostener pozos y dinamitar nuevos depósitos de carbón) y un acondicionamiento físico especializado: «[Los mineros] tienen que permanecer arrodillados todo el tiempo [que cavan]», señala. «Arrodillados, todo el esfuerzo recae sobre los músculos de los brazos y el vientre». Sin embargo, los salarios de los mineros parecen bastante bajos para un trabajo tan especializado, por no hablar de la alta peligrosidad del trabajo. Uno se pregunta: ¿qué favores estatales recibieron las empresas del carbón para presionar a la baja el salario vigente?
La discusión de Orwell sobre «el paro» no muestra lo que él cree que hace. Sostiene que las ayudas sociales apenas alcanzan para vivir. Examina los presupuestos de la gente «en el paro» y descubre una falta total de ahorro y lamenta el deseo de comida barata y poco saludable. Sin embargo, también observa que el nivel del paro está «enmarcado para adaptarse a una población con un nivel de vida muy alto y poca noción de la economía». Observa que un trabajador extranjero podría vivir perfectamente con una cuarta parte del subsidio que reciben los parados ingleses.
Todo esto mientras opina sobre la alta calidad de los cuerpos de los extranjeros, en comparación con los «blandos» ingleses. Entonces, ¿qué es, Sr. Orwell? ¿Los que reciben el paro se mueren de hambre o son blandos? ¿Por qué la solución obvia a una ayuda social que permite tal despilfarro es una ayuda mayor?
El examen que hace Orwell de los alquileres en las pensiones tiene cierto valor, pero carece por completo de cualquier comparación con alternativas exteriores o con el progreso histórico. Como es propio de un marxista, Orwell cree en la falsa noción del empobrecimiento progresivo de la clase trabajadora. Llama la atención la ausencia de cualquier discusión sobre la política gubernamental que podría desalentar la producción de mejores viviendas. Sin embargo, la descripción que hace Orwell de la miseria de muchos barrios choca con las descripciones de los inquilinos que no toman ninguna medida para limpiarlos o mejorarlos. Su caracterización de los propietarios como trabajadores perezosos pinta un cuadro de un problema cultural más que de un problema de pobreza. Nadie parece incentivado a mantener su espacio vital, y sospecho que la razón se encuentra en algún lugar de la política gubernamental.
Otra parte valiosa del libro es la descripción que hace Orwell de la situación en las colonizadas Birmania e India. Su crítica es valiosa aunque superficial. Detalla la explotación y los duros castigos de los nativos en estos lugares y describe su visceral repugnancia moral ante lo que vio allí. Sin embargo, parece que apenas un minuto después está describiendo cómo el público en general aprueba la condición de Inglaterra como colonizadora —un público inglés que ya está significativamente a favor de la política socialista, según admite él mismo. Si no puede convencer a los socialistas de que abandonen el imperialismo, ¿qué dice eso del socialismo en la práctica? Orwell no da una respuesta.
En resumen, El camino a Wigan Pier no es una crítica del socialismo, a pesar de su reputación. Como mucho, es una débil crítica de algunas tendencias de los socialistas en la Inglaterra de los años treinta. El lector puede hacer un alegato antisocialista profundizando en algunos de los temas tratados en el libro, pero queda claro en el último capítulo que si alguna de estas críticas más profundas llegó a la mente de Orwell, no se quedó mucho tiempo.
El camino a Wigan Pier critica el imperialismo extranjero y el esnobismo de las clases sociales, pero Orwell sigue adhiriéndose a extrañas nociones luditas sobre los peligros de la mecanización. El ejemplo más crudo de su miopía llega casi al final del libro, cuando afirma: «Los gobiernos capitalistas-imperialistas, aunque ellos mismos estén a punto de ser saqueados, no lucharán con ninguna convicción contra el fascismo como tal». Esto, publicado apenas dos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Lee este libro, pero hazlo con un sano escepticismo y una sólida base teórica e histórica en economía. Sin esto, las palabras de Orwell, que suenan inteligentes y emocionalmente apasionantes, podrían arrastrarte por un camino peligroso y autoritario.