El ex presidente y actual candidato presidencial republicano Donald Trump renovó recientemente sus críticas a la Reserva Federal. Sugirió que, si vuelve a la Casa Blanca el año que viene, presionará al Congreso para que apruebe una ley que dé al presidente al menos voz en las decisiones de la Fed sobre la tasa de interés.
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El presidente Trump cree que porque «hizo mucho dinero» en los negocios tiene «un mejor instinto» en cuanto a cuáles deberían ser las tasas de interés que los miembros de la Junta de la Reserva Federal. Puede que el presidente Trump tenga mejor instinto respecto al funcionamiento de los mercados que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, y que los colegas de Powell, pero eso no hace que el presidente Trump sea más capaz de conocer las tasas de interés «correctas» que la junta de la Fed.
Los tipos de interés son el precio del dinero. Como todos los precios, la tasa de interés «correcta» se establece por la interacción de personas libres que actúan en un mercado libre, no por un planificador central.
Las tasas de interés, como todos los precios, envían señales a los agentes del mercado sobre las condiciones de éste. Cuando los burócratas o los políticos manipulan la oferta monetaria para cambiar los tipos de interés, distorsionan esas señales. Estas distorsiones son la razón por la que la economía americana ha estado plagada de un ciclo económico de auge y caída.
Los políticos están a favor de una política de «dinero fácil» porque crea un auge económico (ilusorio). El auge creado por la Fed ayuda a los políticos a permanecer en sus cargos. Una razón por la que los políticos favorecen las tasas de interés bajos es que facilitan el gasto gubernamental y la deuda, permitiendo así a los políticos ayudar a poderosos intereses especiales a través del gasto gubernamental. El deseo de monetizar la deuda federal es una razón, si no la principal, por la que el banco central mantiene bajos las tasas de interés.
La política de las tasas de interés perpetuamente bajas favorecida por los políticos acelerará el inevitable colapso del sistema de dinero fiduciario.
Donald Trump no es ni mucho menos el primer presidente de los EEUU que intenta «influir» en la política monetaria. Presidentes de ambos partidos han utilizado diversos grados de presión para conseguir que la Fed adopte una política monetaria favorable a las agendas de los presidentes. El presidente Dwight Eisenhower presionó al presidente de la Fed, William Martin, para que aumentara la oferta monetaria o dimitiera. Martin acabó cediendo y aumentó la oferta monetaria.
El presidente Richard Nixon y el presidente de la Fed Arthur Burns fueron grabados bromeando sobre la independencia de la Fed. Lloyd Bentsen, primer secretario del Tesoro del presidente Bill Clinton, describió un acuerdo de caballeros con el presidente de la Fed, Alan Greenspan, según el cual la Fed configuraría la política monetaria para apoyar el programa económico de Clinton.
Un ejemplo extremo de un presidente tratando de influir en la política monetaria es cuando Lyndon Johnson empujó al presidente de la Fed contra una pared porque la Fed subió los tasas de interés, obstaculizando la capacidad de Johnson para gastar en la guerra de Vietnam y la «Gran Sociedad».
Desde que el Congreso creó la Fed en 1913, el dólar de los EEUU ha perdido más del 97% de su poder adquisitivo. Esto demuestra que Donald Trump tiene razón sobre la necesidad de cambios drásticos en la política monetaria. Sin embargo, se equivoca al pensar que él, o cualquier político, burócrata o empresario, es capaz de conocer la tasa de interés «correcto». En lugar de dar a los políticos mayor capacidad para influir en la Reserva Federal, el próximo presidente debería trabajar con el Congreso para aprobar leyes que legalicen las monedas competidoras, prohíban a la Fed comprar deuda federal y auditen y pongan fin a la Reserva Federal.