Hubo muchas sorpresas en el debate presidencial de la semana pasada. Por un lado, los americanos que confían en los medios de comunicación para sus noticias se enteraron de que les habían mentido durante los últimos tres años sobre la capacidad del presidente Biden para hacer el trabajo para el que fue elegido.
La constatación de que los medios de comunicación han estado mintiendo durante años sobre Biden es un hecho positivo, ya que, con suerte, los americanos reflexivos podrían empezar a preguntarse sobre qué más han estado mintiendo los medios de comunicación. Por ejemplo, descubrirán que los medios les han estado mintiendo durante años sobre Rusia y Ucrania y sobre Oriente Próximo y otros lugares. Descubrirán que nuestra política exterior hiperintervencionista no nos hace más seguros ni más libres, sino todo lo contrario.
Por desgracia para la mayoría de los americanos, la política exterior es algo que ocurre «allí», con pocos efectos directos en casa. Destinar casi 200.000 millones de dólares a la causa perdida llamada «Ucrania» puede parecer, como mucho, una molestia para muchos americanos, pero no es como si fueran secuestrados por bandas de reclutadores militares y enviados al frente, como está ocurriendo con los hombres ucranianos.
Sin embargo, 200.000 millones de dólares es dinero real y el efecto sobre nuestra economía también es real. La factura la pagará cada familia americana indirectamente a través del «impuesto» inflacionario. Cada dólar creado de la nada y gastado en la debacle de Ucrania devalúa el resto de los dólares en circulación.
El peligro que plantea nuestra política exterior pareció escapar a ambos candidatos, que intentaron convencernos cada uno de ellos de que eran «más duros» que el otro. A pesar de la sobria y certera advertencia de Donald Trump de que Joe Biden nos ha llevado al borde de la Tercera Guerra Mundial, su solución al problema es hacer más de lo mismo. Su política exterior declarada parece ser que, si él estuviera en el poder, el resto del mundo no se atrevería a hacer nada en contra de su voluntad.
Habría sido tan duro que el presidente ruso Vladimir Putin nunca se habría atrevido a invadir Ucrania, afirmó. Habría sido tan duro que Hamás nunca se habría atrevido a atacar Israel el 7 de octubre. Es sólo la «debilidad» de Joe Biden lo que conduce a estos desastrosos resultados en política exterior.
Pero el mundo no funciona así. Décadas de sanciones americanas impuestas a cualquier país que no haga lo que Washington exige han sido contraproducentes y han dado lugar a la aparición de un bloque de países unidos en su resistencia a los dictados de los EEUU. Ser «duro» con los países menos poderosos puede funcionar... hasta que deja de funcionar. En eso estamos hoy.
Ninguno de los candidatos parece darse cuenta de que el mundo ha cambiado.
Siempre he dicho que la verdadera fuerza en política exterior proviene de la moderación. Para evitar estos malos resultados en todas partes, hay que dejar de intervenir en todas partes. No es la «dureza» lo que habría impedido a Rusia actuar contra Ucrania. Es la moderación. No lanzar un golpe de Estado en Ucrania en 2014 habría evitado la desastrosa guerra en Ucrania. Del mismo modo que no provocar problemas en el Mar de China Meridional habría evitado una guerra con China. No seguir ocupando e interviniendo en Oriente Medio evitaría una gran guerra regional que podría incluir a Irán y a otros grandes actores de la región.
La moderación es la verdadera dureza. La no intervención es la única política exterior que nos mantendrá seguros y libres. Lo hemos intentado de otra manera y no funciona. Probemos algo diferente.