El segundo mito es el «El Gobierno obstruye el libre mercado». (Véase mi respuesta al primer mito aquí.) Dice que lo que llamamos «libre mercado» sólo puede existir con un gobierno que haga cumplir las normas sobre propiedad, monopolio, contratos y quiebra. Reich argumenta que las grandes corporaciones y los super-ricos han dirigido las reglas del gobierno y su aplicación en su propio beneficio.
Tiene razón, excepto en lo de que el gobierno es una condición necesaria para los mercados.
El problema del análisis posterior de Reich es su superficialidad. Se centra en las donaciones de los comités de acción política (PAC), el gasto de los grupos de presión y la forma en que los partidos políticos se han convertido en «gigantescas máquinas de recaudación de fondos con sede en Washington». La gran pregunta que Reich nunca aborda es ¿Por qué? ¿Por qué hay tanto dinero en adquirir el favor de un político? ¿Por qué los grupos de presión presionan? ¿Por qué las empresas quieren acercarse al gobierno?
La respuesta es el poder del Estado. La única razón por la que las grandes empresas donan dinero a los candidatos es porque esperan poder utilizar el poder del Estado en su propio beneficio. Quieren apuntar las subvenciones y los grandes contratos gubernamentales en su dirección y apuntar los impuestos y las regulaciones en la dirección de sus competidores. A veces, las grandes empresas presionan para que se regule todo su sector porque saben que pueden soportar el aumento de los costes, mientras que sus competidores más pequeños no pueden.
Como dijo Lew Rockwell dijo«Una sola cláusula en el Registro Federal puede significar miles de millones para una empresa o industria favorecida, y un desastre para sus competidores, razón por la cual los grupos de presión se agrupan en torno al Capitolio como moscas alrededor de un cubo de basura».
Así que la solución no es afiliarse más a los sindicatos, como sugiere Reich, sino recortar el poder del gobierno. Si el gobierno no pudiera regular la atención sanitaria, las compañías de seguros, las asociaciones de hospitales y las grandes asociaciones farmacéuticas no gastarían decenas de millones de dólares en grupos de presión. Si Google y Facebook no esperaran favores del Partido Demócrata, sus fundadores y consejeros delegados no habrían donado cientos de millones de dólares al Future Forward PAC. Si el gobierno de los EEUU no pretendiera ser el policía del mundo, no habría una espita de dinero para que los contratistas de defensa apuntaran en su dirección.
Reich quiere «centros de poder compensatorio» influyentes, que permitan «a la clase media y media-baja de América ejercer su propia influencia». Pero esto sólo perpetúa lo que Bastiat llamó la «gran ficción, a través de la cual todos se esfuerzan por vivir a expensas de todos los demás». El libre mercado, que Reich tacha de mito, es la única alternativa.