Anoche, el presidente Joe Biden y el ex presidente Donald Trump se enfrentaron en Atlanta en lo que se supone que es el primero de dos debates presidenciales. Cada hombre tenía esencialmente un trabajo. Trump necesitaba parecer lo suficientemente estable como para contrarrestar la caracterización que sus oponentes han construido de un maníaco desquiciado que está decidido a destrozar el país para curar el golpe que sufrió su ego en 2020. Y Trump lo hizo perfectamente bien.
Biden, por su parte, tenía que demostrar a su base, a sus principales donantes y a los votantes indecisos del país que, a pesar de su edad, es física y mentalmente capaz de ser presidente otros cuatro años. Ese era su único trabajo, y fracasó estrepitosamente.
La salida del titular fue torpe, y empezó a tropezar en su primera respuesta. Su voz era tranquila, tosía a menudo y su rostro permanecía casi totalmente inerte mientras Trump hablaba. También tuvo problemas para acertar con los números en las muchas estadísticas que intentó sacar a colación y se perdió por completo en un puñado de frases que empezó.
Todo esto puede parecer mezquino, pero recuerden que el único trabajo real de Biden anoche fue parecer lo suficientemente agudo y presidencial como para disipar las preocupaciones sobre su avanzada edad. Nada de lo dicho anoche en el escenario por ninguno de los candidatos era nuevo o desconocido. Y nadie espera seriamente que los candidatos presenten planes completos y matizados para resolver por completo todos los grandes problemas del país, dos minutos cada vez. Estos debates no tratan de política, sino de imagen.
Por eso el equipo de Biden pasó una semana entera encerrado en Camp David, preparando al presidente para el debate de anoche. El presidente pasó siete días entero en un escenario de debate simulado con más de una docena de ayudantes y asesores, ensayando respuestas a todos los argumentos de Trump que se les ocurrían y ayudándole a practicar todos los aspectos de su actuación.
El presidente Biden estaba tan preparado para este debate como un presidente en ejercicio podría esperar estarlo, y aun así fue terrible.
Muchos dudan de que lo que le ocurrió a Biden en el escenario del debate fuera realmente un accidente.
Tales sentimientos fueron avivados por el reconocimiento entre muchos de los principales Demócratas y prácticamente todas las principales figuras de los medios de comunicación afines al establishment de que Biden no sólo tuvo una terrible actuación en el debate, sino que está experimentando graves problemas cognitivos. En los días previos al debate, hasta el discurso de apertura, estos grupos estuvieron totalmente alineados en calificar tales comentarios de propaganda Republicana inventada y amplificada por vídeos virales editados de forma engañosa.
Sin embargo, inmediatamente después del debate, casi todo el mundo en los paneles de la CNN y la MSNBC, afines a los demócratas, especulaban abiertamente sobre cómo Biden podría ser sustituido.
Es comprensible por qué muchos piensan que esto fue coordinado. ¿De verdad se supone que tenemos que creer que toda esta gente, incluidos los asesores que se pasaron una semana entera viendo a Biden practicar, no tenían ni idea de que esto iba a ocurrir? Y, además, ¿por qué los expertos afines a Biden y los Demócratas de alto nivel, que claramente no han tenido ningún problema en negar y dar la vuelta a los signos evidentes del declive de Biden en los últimos años, se han dado la vuelta al unísono? Y recuerden, los Demócratas pidieron este debate.
Pero hay problemas con la idea de que lo que vimos anoche fue un derribo coordinado y de alto nivel de la candidatura de Biden. Principalmente, no hay sustitutos claros que vayan a rendir claramente mejor que Biden el día de las elecciones. La vicepresidenta de Biden, Kamala Harris, es profundamente impopular entre todos los bloques de votantes Demócratas, salvo unos pocos. Sin embargo, los Demócratas necesitan a esos grupos de votantes si quieren ganar. Sin una candidata obviamente fuerte y universalmente apreciada, pasar por alto a Harris podría resultar fatal.
Y aun así, Gavin Newsom —lo más parecido que tienen actualmente los Demócratas a un candidato de este tipo— es del mismo estado que Harris. Eso podría causar problemas gracias a la Duodécima Enmienda. Hillary Clinton sigue siendo impopular, y Michelle Obama ha dejado claro que no tiene interés en presentarse. Cualquier otra opción carecerá de reconocimiento de nombre, un grave problema a tan poca distancia del día de las elecciones. Y, además de todo eso, cualquier plan de sustitución depende de que Biden se haga a un lado, algo a lo que ya se rechaza a hacerlo.
Así que bien podría darse el caso de que la mejor oportunidad que tienen los Demócratas siga siendo unirse en torno a Biden, el candidato que casi todos ellos admiten ahora que no está mentalmente capacitado para ocupar el cargo.
Esta rocambolesca situación es tan reveladora como absurda.
Hace cuatro años, Biden se subió a la ola del agotamiento político, que había crecido durante los años de Trump y había llegado a la cresta con la pandemia, para llegar al despacho oval. Su campaña representó la promesa de volver a un gobierno que funcione como todos aprendimos en la escuela primaria. Donde, a través de nuestra elección en las urnas, el presidente nos represente y actúe como nosotros actuaríamos para abordar los problemas a los que nos enfrentamos en casa y en el extranjero.
Pero esa representación es una ilusión. La mayor parte del poder del gobierno federal está en manos de funcionarios y burócratas no elegidos a los que ni siquiera podemos fingir que elegimos. El hecho de que sea tan evidente que Biden no es ahora quien dirige el país pone al descubierto esa ilusión, y perjudica su esfuerzo por aparentar que puede dirigirlo y que lo hará durante otros cuatro años.