El jueves ofreció un notable contraste entre los dos líderes mundiales. Tucker Carlson publicó su esperada entrevista con Vladimir Putin en los medios alternativos horas antes de que Joe Biden se dirigiera a la prensa de la Casa Blanca sobre la cuestión de si es un hombre senil que sufre un importante deterioro mental.
Por un lado, Putin es uno de los pocos invitados que hizo que Carlson pareciera, por momentos, fuera de sí. El presidente ruso comenzó la entrevista respondiendo a una pregunta sobre el estallido de la invasión de Ucrania en 2022 con 1.200 años de historia rusa. En comparación, el presidente americano confundió Egipto con México.
En muchos sentidos, los dos hombres eran ilustraciones adecuadas de sus dos naciones. Putin, un autócrata fuerte, se mostró sereno y confiado. Pasó por alto un fácil intento de halagar al principal crítico de América sobre su rival geopolítico en favor de proyectar fuerza, incluso lanzando un golpe sobre el fracaso de Carlson para unirse a la CIA después de la universidad. En Biden, se ofreció al pueblo americano a un hombre enfadado y débil apuntalado por gente malvada y desesperada por cualquier medio necesario. Un cínico podría sugerir que es un testimonio adecuado de las virtudes de la democracia, si uno cree en la integridad de las elecciones de 2020.
Las diferencias entre Putin y Biden, sin embargo, son fruta madura. Lo más interesante son las similitudes entre ambos líderes mundiales.
Los evidentes fracasos de la América moderna hacen comprensible que los críticos del régimen proyecten sobre los enemigos de Washington características virtuosas. Putin, en particular, ha desarrollado una de las mejores campañas de relaciones públicas online de cualquier líder moderno. Antes de que existiera el Dios-emperador Trump, existía Vlad, el macho montado en un oso: campeón de la Cristiandad, enemigo jurado del degenerado Occidente y la encarnación misma del fervor nacionalista que las élites globalistas desprecian.
Esta proyección de la derecha antirrégimen, muy online, siempre ha descansado sobre cimientos inseguros. La Rusia de Putin padece desde hace tiempo altas tasas de adicción, aborto y suicidio. Mientras que el gobierno ruso condena estos hechos y los funcionarios de EEUU a menudo tratan de normalizarlos, las ramas internacionales de sus medio estatal oficial RT no han tenido ningún problema en elevar las narrativas izquierdistas en el extranjero.
Más sustancial, sin embargo, es el rechazo de Putin al nacionalismo en favor de su propia forma de consolidación política.
Aquí, la larga lección de historia de Putin a Tucker es muy ilustrativa.
La pregunta de Carlson sobre 2022 sirvió como una oportunidad fácil para que Putin compartiera con una audiencia mayoritariamente americana una versión similar de la historia moderna ruso-ucraniana que el propio Tucker ha tocado ocasionalmente en los últimos dos años: las acciones de Rusia en Ucrania fueron una respuesta directa a la arrogancia de Washington en política exterior. Putin temía la agresión occidental, así que intentó tomar Kiev.
En cambio, la conferencia de Putin dejó claro que, en su opinión, las cuestiones de soberanía ucraniana no vienen al caso. Ucrania pertenece a Rusia por su historia. Toda la noción de una identidad ucraniana separada es una ficción. Son una familia, separada simplemente por los fallos del Estado ruso en el pasado, fallos que Putin puede rectificar ahora. Los que son masacrados como resultado son simplemente los costes de una reunión familiar.
Muchos expertos americanos muy serios se agarrarán a la versión de Putin de la historia de Ucrania, pero, por supuesto, tienen convicciones similares en el contexto de EEUU. En sus libros, la gente del Sur eran traidores que merecían que sus ciudades fueran incendiadas, sus economías devastadas y su derecho a autogobernarse despojado de ellos durante años después de la Guerra Civil. Biden aún no ha lanzado misiles de crucero sobre Texas, pero ha amenazado con bombardear a los texanos con aviones de combate pagados con sus impuestos.
Otro elemento común es el deseo de borrar las figuras históricas que resultan inconvenientes para las aspiraciones de los capitostes imperiales.
Esto se puso de manifiesto cuando Carlson pidió a Putin que aclarara lo que quería decir con «desnazificación». Este fue quizás el momento en el que Putin pareció jugar activamente con la audiencia de Carlson, ofreciendo carne roja en forma de burla al gobierno de Justin Trudeau por honrar a un superviviente ucraniano de la Segunda Guerra Mundial que luchó contra la Unión Soviética. Esto, por supuesto, significaba luchar del lado del Eje.
Aunque hay horas de podcast para debatir los méritos del servicio prestado por los soldados ucranianos en los 1940, lo que realmente importa es la cuestión de lo que significa la desnazificación en 2024 como condición para la paz en Ucrania.
A su favor, Carlson presiona a Putin sobre este punto. Aunque el presidente ruso no dio una respuesta clara, parecía estar a favor de un enfoque similar a cómo Alemania abordó su historia —y cómo la izquierda ha tratado al Sur. Esto significa la eliminación de cualquier exhibición pública o celebración de figuras históricas que se opongan a las fuerzas victoriosas y conquistadoras. Putin no puede soportar una estatua de Stepan Bandera como Joe Biden no puede permitir una celebración de Robert E. Lee.
La difícil situación de los nacionalistas ucranianos es una de las grandes tragedias de la guerra. Por un lado, un ejército invasor que pretende erradicar su existencia. Por otro, un gobierno respladado por Occidente que aspira a la homogeneización cultural que es una característica clave del imperio americano. Tanto Moscú como Washington están motivados por su propia forma de imperialismo.
Estas similitudes subyacentes entre las ideologías animadoras de Biden y Putin no socavan el valor real que la entrevista de Carlson proporciona a América, una mirada a la hipocresía del régimen americano. Mientras Washington intenta presentar a Putin como un villano caricaturesco, un Hitler moderno (o peor, un Donald Trump más en forma), en realidad tiene mucho más en común con las figuras más competentes y arraigadas del Estado americano.
Ninguno de los dos se preocupa por la democracia o las elecciones y encerrarán a sus oponentes políticos si se convierten en una amenaza real. Ninguno de los dos respeta el nacionalismo o la autodeterminación política si frustran sus ambiciones políticas. Ambos harán declaraciones retóricas sobre los «derechos humanos» y la difícil situación de las minorías oprimidas, pero no les importa enviar a miles de personas a la picadora de carne de la guerra.
Ninguno de los dos tiene la base moral alta.
Las aventuras militares de Putin resultan ser más baratas y cercanas a casa.