Después de años pidiendo muros fronterizos y fronteras cerradas con los estados adyacentes, uno podría ser perdonado por pensar que Trump tiene en alta estima las fronteras nacionales. Pero no es así. Tiene tanto respeto por las fronteras como el que tienen los israelíes por la frontera con Siria, o los rusos por la frontera con el Donbass, o George W. Bush por la frontera con Irak.
Como dijo en la rueda de prensa del martes, cuando le preguntaron por qué pensaba que los EEUU debería anexionarse Canadá, respondió: «Porque Canadá y los Estados Unidos, eso sí que sería algo. Te deshaces de esa línea trazada artificialmente y echas un vistazo a lo que parece, y también sería mucho mejor para la seguridad nacional».
Ah, sí, esa «línea trazada artificialmente» que no significa gran cosa.
Esta actitud hacia las fronteras ha sido durante mucho tiempo una característica general de los Estados expansionistas, imperialistas y colonialistas, como puede verse en innumerables imperios y «esferas de influencia» a lo largo de la historia. Por ejemplo, el Estado de Israel considera la «frontera» con Cisjordania con absoluto desprecio. El Estado israelí anima a los «colonos» israelíes —es decir, ocupantes ilegales y ladrones— a instalarse en tierras que de iure se encuentran dentro de las fronteras del territorio palestino supuestamente soberano. Sin embargo, la frontera sólo está abierta en una dirección. La frontera está funcionalmente abierta para los israelíes, pero está bastante cerrada para los palestinos.
Esto ha sido cierto en innumerables otras situaciones coloniales. Por ejemplo, en muchos casos del siglo XIX, el Estado británico subvencionó directamente la emigración británica a las colonias africanas. En la colonia del cabo en la década de 1820, por ejemplo, los emigrantes recibieron granjas, equipamiento y alimentos. Se aplicaron políticas similares en otras colonias británicas con la esperanza de que llegara una gran población anglófona que rivalizara en número con la población autóctona. Es probable que los gobernantes británicos de estas zonas hubieran aceptado a todos los británicos que llegaran, lo que significaba que la frontera estaba esencialmente abierta. Sin embargo, el número de ciudadanos británicos dispuestos a trasladarse a África en este periodo resultó ser bastante reducido, y esta frontera abierta de facto sólo dio lugar a una migración limitada.
Por supuesto, la frontera no estaba abierta en sentido contrario. Ninguna parte considerable de la población autóctona africana era libre de trasladarse al Reino Unido.
Los estados expansionistas también ignoran las fronteras para facilitar el movimiento de bienes estatales como el personal militar. Por ejemplo, el Estado de Israel, que ha ignorado durante mucho tiempo la frontera siria para ocupar los Altos del Golán, también se ha apoderado recientemente de más territorio en el sur de Siria. Los israelíes se jactan ahora de que el monte Hermón, en el sur de Siria, está «en el norte de Israel».
Esto es típico de cualquier Estado que reclama una «esfera de influencia» y, por tanto, puede ignorar libremente las fronteras nacionales dentro de esa esfera. Esto es a menudo cierto en el llamado «extranjero cercano» de Rusia y es ciertamente el caso en las Américas, donde los Estados Unidos reclama una vasta esfera de influencia bajo la llamada Doctrina Monroe. De hecho, es difícil contar cuántas veces los EEUU ha invadido países caribeños y latinoamericanos como México, la República Dominicana, Haití y América Central. El gobierno de los EEUU trata estas fronteras como inexistentes cada vez que resultan incómodas para Washington.
Por lo tanto, no es en absoluto sorprendente que Donald Trump declare que la frontera entre los EEUU-Canadá no es más que una «línea trazada artificialmente». Esta retórica suele ser el primer paso para establecer una justificación de los objetivos revanchistas o expansionistas de un Estado. Los israelíes pretenden que Palestina no existe y que, por tanto, no hay frontera. Moscú afirma que el este de Ucrania es la «Rusia histórica», —por lo que no hay frontera.
Trump emplea ahora una retórica similar con su actual arrebato de expansionismo hacia Panamá y Canadá, aunque está claro que es improbable que Trump lleve a cabo algo parecido a una anexión de Canadá. Después de todo, sólo le quedan dos años hasta que el Partido Republicano pierda estrepitosamente en las elecciones de mitad de mandato y su agenda desaparezca en el éter de Washington. No obstante, el ejemplo de Canadá y Estados Unidos nos recuerda que la integridad de las fronteras es mucho más importante para los Estados más pequeños y débiles que se enfrentan a un hegemón regional como Israel, Estados Unidos o Rusia. Son los Estados más pequeños y débiles los que confían más plenamente en las normas internacionales sobre la soberanía territorial del Estado, denotada por las fronteras. A veces las normas funcionan, como en el caso de Canadá. A menudo, no funcionan, como en el caso de casi cualquier país lo bastante desafortunado como para tener frontera con el Estado de Israel.