[Capítulo 2, Away From Freedom]
Como los keynesianos defienden tantas formas de intervención pública en nombre del «pleno empleo», no sorprende encontrarlos defendiéndolas para otros fines. Si el gobierno debe tomar las ganancias de alguien porque quiere ahorrar demasiado, ¿por qué no debería tomarlas sencillamente porque otro las necesita o las desea? Si el gobierno debería construir centrales eléctricas para generar empleo, ¿por qué no ferrocarriles y acerías? Los economistas del nuevo orden solo pueden repetir «¿Por qué no?».
Theodore Morgan dice que «Probablemente, la mayor parte de la opinión está de acuerdo en que nuestra propia política nacional de que el derecho de un hombre a realizar negocios no es en sí mismo una libertad básica». Todas las economías modernas, continúa, son mezclas de empresas públicas y privadas y la línea apropiada de división entre las dos solo puede fijarse mediante tiempo y experiencia, que «servirán para corregir nuestros juicios sociales». Esta actitud es típica de los economistas keynesianos, así como la de muchos intelectuales que no son ni keynesianos ni economistas.
¿Es esta actitud coherente con las salvaguardas constitucionales de los derechos individuales y la libertad? El tiempo es «aquellos de lo que está hecha la vida», decía el pobre Richard. El tiempo que se toma el gobierno en un experimento con las propiedades y empleos de individuos nunca podrá devolverse a las vidas de aquéllos a quienes les afectan sus políticas. La revocación de una ley injusta nunca deshará las injusticias que infligió. Eliminar los intereses creados en una actividad gubernamental es aún más difícil que desposeer a los propietarios privados.
¿El socialismo no es una amenaza para la libertad?
Según [Paul A.] Samuelson, un «análisis de la historia demuestra» que el grado de libertad política y civil que puedan poseer los ciudadanos tiene poco o nada que ver con el grado de control público de la economía. Por ejemplo, dice, «Gran Bretaña, Escandinavia y otros países socialistas han mantenido todas las libertades civiles familiares y libertades políticas individuales que garantiza nuestra propia Constitución». ¿Pero no están los derechos de propiedad entre las más importantes de las libertades civiles que las constituciones e instituciones representativas han de defender? ¿No necesaria es la protección de los derechos de propiedad para dar valor y significado a la «libertad política»?
En lugar de ocuparse de estas preguntas como tales en su explicación de los «ismos» (fascismo, comunismo y socialismo), Samuelson se lanza a una larga sección titulada «El uso de un sistema general de precios bajo el socialismo y el capitalismo». En ellas, el autor analiza «el problema de los precios en un estado planificado socialista».
A partir de un estudio así del socialismo, dice, «estamos en disposición de ver qué piensan los críticos amigos y enemigos que está mal en nuestro sistema actual» y «Conseguimos una introducción a los problemas de la «economía del bienestar», es decir, al estudio de lo que se considera correcto o erróneo respecto de cualquier sistema económico». Así, continúa, «el economista, como observador desinteresado, puede ayudar a iluminar cómo puede un sistema económico generar cualquier objetivo ético que se considere».
Resulta que los únicos «objetivos éticos» que considera son los de la igualdad de rentas y los «dividendos sociales» para los necesitados.
¿Qué falta en esta imagen?
Cuando un autor utiliza el socialismo como su patrón para juzgar el capitalismo y cuando concluye que el capitalismo es el sistema a reformar, ¿no corre el riesgo de que los lectores puedan pensar que considera al socialismo como el sistema ideal?
El sistema que Samuelson rechaza y condena de plano es el laissez-faire, al atribuye varios males extendidos: «agitamiento derrochador de recursos naturales irreemplazables», «crisis económicas periódicas», «extremos de pobreza y riqueza», «corrupción del gobierno por grupos de intereses creados» y «demasiado a menudo (…) monopolio de todos los consumidores [sic]».
Aun así, cuando el mismo autor explica la regulación pública y la propiedad en la economía «mixta» estadounidense o de otro país, solo encuentra abusos en la libertad que puede quedar y pocos o ningún abuso o mal en la intervención pública.
Nada, por ejemplo, de derroche público de recursos, humanos y materiales.
Nada de la corrupción política entre aquellos con un interés creado en el gasto y las subvenciones del gobierno.
Nada de las restricciones e ineficiencia de los monopolios públicos, los controles públicos de precios y las asignaciones públicas.
Nada de las enormes pérdidas ya infligidas a ahorradores e inversores por políticas intervencionistas, solo una suave advertencia de posibles peligros futuros.
Nada de los fraudes y la destrucción del carácter entre los receptores de seguridad social.
Nada del declinar en los niveles de vida y de trabajo bajo el socialismo en Gran Bretaña o de la creciente escasez y alto coste de capital de riesgo en la economía «mixta» estadounidense.
Nada del hecho de que el fascismo fue una evolución de la idea keynesiana de una economía gestionada y del pleno empleo, un intento de someter al individuo a la «conciencia colectiva» que Samuelson establece como árbitro de nuestra propia política de gobierno.
Para juzgar la imparcialidad de un libro o su probable efecto en la mente de un estudiante, uno debe conocer tanto lo que el autor deja fuera como lo que incluye. En el texto de Samuelson, el superventas entre todos los libros de texto elementales en economía, se encuentran pocas o ninguna mención a los muchos resultados antieconómicos que competentes economistas atribuyen a la intervención del gobierno en la economía «mixta» estadounidense. Por el contrario, dice:
Me gustaría acabar con una nota de profundo optimismo. La economía estadounidense está en mejor forma en los años cincuenta que nunca en el pasado (…) Nuestra economía mixta—guerras aparte—tiene un gran futuro ante sí.
Colectivismo frente a individualismo
No es solo que los autores de la «nueva economía» ignoren en buena parte los males que algunos creemos que se derivan de la intervención pública; no sólo atribuyen las imperfecciones de la economía mixta al capitalismo en lugar de al gubernamentalismo; sino que uno busca en vano cualquier principio por el cual distinguir entre derecho individual y autoridad pública,
La única guía que reconocen no es un principio, sino las «preferencias sociales», la «aprobación de la sociedad», la «correcta planificación social», las «decisiones democráticas» o una «conciencia colectiva».
Nordin y Salera tipifican esta tendencia keynesiana de ignorar las nociones de los derechos individuales cuando apuntan despreocupadamente que gobierno «significa todos nosotros en la comunidad». Así que estos escritores establecen la «sociedad»—el colectivo—como una entidad en la que se sumerge y disuelve el individuo. En esta visión, justicia significa lo que dicta «la conciencia colectiva».
¿Es justo calificar a esto como punto de vista colectivista? Comparémoslo con la visión individualista. El individualista considera que «sociedad» significa aquellas relaciones que entablan los individuos entre sí al buscar satisfacer sus deseos individuales. Justicia significa protección de la libertad, o el derecho, de cada uno a seguir su destino libre de interferencias o expropiaciones de otros. La función del gobierno es administrar justicia, es decir, preservar la libertad, no dictar actividades. Y gobierno no significa ni «sociedad» ni «todos nosotros», sino aquellas personas nombradas para impedir que cada individuo interfiera en la libertad de otro.
Lo que es propiedad de todos, no es propiedad de nadie
Por tanto, para el individualista hay una seria mentira en la declaración del Profesor Samuelson de que «el socialismo, casi por definición, significa una sociedad en la que la mayoría de las tierras y los bienes de capital o recursos no humanos de todo tipo son de propiedad colectiva de la sociedad» (cursiva añadida). Sociedad en el sentido de que las relaciones entre individuos no son personas sino ciertas formas en que actúan las personas o ciertos aspectos de sus acciones. En este sentido, la sociedad no puede ser propietaria de nada porque es una abstracción, no una persona. Tampoco una sociedad en el sentido de «todo el pueblo» es propietaria de nada. Lo que todos poseen, como una visión del sol, no es propiedad de nadie, pues nadie puede apropiárselo para su propio uso con la exclusión de los demás, y esa apropiación para uso exclusivo es la esencia de los derechos de propiedad, de la propiedad.
Qué significa el socialismo
Lo que significa realmente el socialismo es que los funcionarios públicos administran riqueza tomado o donada por propietarios privados. Estos funcionarios pueden hacer negocios con esta riqueza e intercambiar ésta (o sus servicios) por otros bienes producidos por la empresa privada. Llamar incluso a esta administración pública de la riqueza «propiedad pública» es un mal uso de los términos, pero no tan errónea como llamarla «propiedad social» o «propiedad colectiva».
Igualmente, revelador es el pasaje en el libro de Samuelson en el que presente como una paradoja el hecho de que los regímenes fascistas «han aprobado a menudo medidas socialistas». No es una paradoja en absoluto, pues el fascismo era (o es) una forma de socialismo similar al socialismo británico o el estado de bienestar de moneda dirigida propuesto por los keynesianos estadounidenses.
Frecuentemente, especialmente en su edición de 1951, Samuelson escribe en tercera persona sus críticas al capitalismo:
- «Los reformistas sociales dan gran importancia a (…)»
- «La sociedad ahora determina que (…)»
- «Críticos a favor y en contra piensan (…)»
- «Los países democráticos no se conforman con (…)»
- «La conciencia colectiva del pueblo estadounidense (…)»
Y así sucesivamente.
El lector puede juzgar por sí mismo si las autoridades imaginarias expresan o no las opiniones del propio autor. Para realizar ese juicio, debe considerar si el autor elige a sus portavoces principalmente de un lado del argumento y si, cuando no cita una opinión contraria, da él mismo una respuesta efectiva a los «críticos» o «reformistas sociales» que dice citar.
Sin embargo, tal vez deba disculparse a uno que sospeche que este disfraz se cae un poco. Es cuando se refiere a sus portavoces socialistas como «perfeccionistas».
De nuevo me gustaría preguntar si no es justo calificar a este punto de vista «social» como «colectivista». O incluso «socialista».
Por supuesto, esta etiqueta no significa necesariamente que el punto de vista no sea sensato, pero la clasificación de algo es un paso hacia su evaluación.
La «nueva economía» y el socialismo marxista
A partir de lo anterior, podemos ver que el keynesianismo tiene varios puntos en común con el socialismo marxista. Entre ellos están:
- La teoría de que la tasa de retorno de las inversiones tiende a disminuir y el desempleo tiende a aumentar en una economía capitalista de libre empresa.
- El énfasis en la influencia depresora de los ahorros en una economía capitalista «madura».
- Las teorías de una inevitable tendencia al monopolio, a una creciente concentración de la riqueza y a la muerte de los mercados libres en la empresa libre o laissez faire.
- El desprecio de la empresa individual y la responsabilidad en favor del control del gobierno sobre los ahorros y las provisiones para la vejez, el desempleo y otras emergencias en un complejo programa de «seguridad social».
- Propuestas de impuestos «progresivos» sobre la renta y la herencia.
- Propuestas de gestión pública de la moneda y la banca, de propiedad pública de ciertos sectores y de liquidación («eutanasia») de las clases rentistas (rentas fijas y tenencia de bonos).
- Una visión colectivista de los derechos de propiedad como privilegios del Estado, que los da o quita a su voluntad.
- Una tendencia a identificar al gobierno con «todos nosotros» o con la «sociedad», en el estado socialista democrático y en la economía «mixta» keynesiana democrática.
- Una tendencia a ocuparse de personas y actividad económica en términos de «clases», «promedios», «agregados» y «fuerzas» tecnológicas o económicas.
- Una visión mecanicista del comportamiento humano como predecible y controlable por el gobierno, mediante el estudio y la manipulación de tipos de interés, dinero, préstamos y gasto público, impuestos y desarrollos tecnológicos.
Las teorías keynesianas se presentan hábilmente
Aún sí, a pesar de las similitudes entre el socialismo marxista y el keynesianismo y a pesar de la creciente hostilidad hacia los marxistas rusos, la aproximación keynesiana a la renta nacional se ha abierto paso rápidamente en las universidades estadounidenses. ¿Por qué? ¿Es por los atractivos envoltorios en los que presentan sus paquetes de ideas los economistas de tendencias keynesianas?
Primero, afirman, sin duda sinceramente, que no vienen a destruir el capitalismo, sino a salvarlo. Por consiguiente, se le escucha en ligares que estarían cerrados a socialistas declarados.
Segundo, apoyan su teoría con gráficos y diagramas que la hacen parecer científica y exacta. Utilizan términos técnicos y fórmulas matemáticas, como un mago profesional usa sus materiales en el escenario, para producir conclusiones que los incrédulos hombres normales son incapaces de refutar. Hacen un uso libre de las estadísticas públicas de renta nacional, ahorro, inversión, gasto de consumo y similares. Mucha gente considera estas cifras como precisas y muy significativas, así que la propuesta de usarlas como guía para «política compensatoria fiscal y monetaria» parece sencilla y factible.
Tercero, al presentar al gasto público y los déficits como llaves de la prosperidad, la «nueva economía» ayuda y conforta a quien quiera que el gobierno haga algo por él o por su vecino. Por ejemplo, Samuelson escribe que «en la medida en que los impuestos proceden de las rentas de los más ricos y ahorradores y se usan para hacer pagos a los necesitados y dispuestos a gastar—en esa medida se aumenta el poder adquisitivo total».
Además, el atractivo de ciertos autores keynesianos es mayor porque escriben con el brío y vigor que genera sentir una misión. Es verdad que, para aparecer solamente como observadores desinteresados, a menudo utilizan instrumentos como los terceros portavoces de Samuelson (por ejemplo: «la mayoría de la gente siente que esto solo es como debería de ser»). Esta hace atractivo un libro de texto a profesores que estén a favor de un punto de vista keynesiano, pero prefieran parecer desinteresados.
Con la etiqueta o el énfasis apropiados, un profesor o escritor puede influir en estudiantes y lectores sin parecer comprometerse con una posición concreta. Por ejemplo, uno puede estar más dispuesto a aprobar las subvenciones llamándolas «dividendos sociales», como hace Samuelson, que llamándolas «subsidios» como podría hacer un opositor. Puede atribuir una política pública a la «sociedad» o al «consciente colectivo del pueblo», en lugar de al «gobierno» o a ciertos «políticos y funcionarios».
Además, como apunté antes, un autor crea un efecto tanto con lo que deja fuera como con lo que pone dentro. Él mismo puede creer que está presentando equilibradamente a «ambas partes», dejando son considerar o prestando poca atención a los mejores argumentos de un lado u otro. O puede tratar a las objeciones a sus opiniones como «problemas» a resolver, en lugar de posibles invalidaciones. El Profesor Richard Ruggles, en An Introduction to National and Income Analysis, utiliza este método para ocuparse de las dificultades que podrían aparecer al aplicar la teoría keynesiana.
Aun así, aunque estos escritores puedan adoptar una pose no partidista en detalles de la teoría o la práctica, reclaman descaradamente los perfiles principales de un programa que debe tener resultados de largo alcance en todas las fases de los asuntos humanos. Hacia el principio de su texto, Samuelson afirma directamente que
es parte de la función del gobierno aliviar una de las causas más importantes de los ciclos agudos y crónicos de desempleo o inflación. Especialmente en comunidades como la nuestra, los individuos como tales pueden tratar de ahorrar mucho más o mucho menos de lo que la empresa privada pueda invertir rentablemente o con utilidad en nuevos bienes de capital (…) Está claro que el gobierno debe tratar de utilizar sus poderes constitucionales fiscales y monetarios para permitir a la empresa privada mantener un nivel constante de alto empleo.
Así que en pocas palabras defiende una política pública que debe llegar a los más mínimos detalles de la vida y el trabajo de todos los ciudadanos.
Pues el gobierno solo puede controlar ahorros, inversiones y rentas totales interfiriendo en multitud de actos individuales que conforman los totales. Una restricción general del crédito bancario, por ejemplo, o un aumento en los impuestos, coacciona directamente a los ciudadanos individuales para que cambien sus planes y actúen de múltiples maneras.
Además, en general, las propuestas keynesianas de políticas «compensatorias» siguen al socialismo marxista al buscar obligar a los ciudadanos a obedecer la regla: «De todos según sus capacidades, a todos según sus necesidades». Los argumentos y teorías utilizados para apoyar estas propuestas son esencialmente marxistas.