[Extraído de The Invisible Hand in Popular Culture: Liberty vs. Authority in American Film and TV]
El humor se ríe de la gente (esa es su naturaleza). Como decía Aristóteles en su Poética, el humor retrata a la gente como peor de lo que es y la hace parecer ridícula. Reírse de la gente es sentirse superior a ella. El humor puede ser directamente malo. Los contemporáneos de una comedia concreta pueden ofenderse por ella, especialmente cuando son los objetos de sus burlas y se sienten amenazadas por ella. Solo el paso del tiempo puede suavizar los golpes inicialmente salvajes del humor satírico y permitir a generaciones posteriores poner en un pedestal a autores que se veían originalmente por sus enfadados contemporáneos como en el fondo de una alcantarilla.
Así que a la gente que hoy condena a South Park por ser ofensiva se le tiene que recordar que el humor es ofensivo por su misma naturaleza. Deriva su energía de su poder transgresor, su capacidad de romper tabúes, de hablar de lo que no se puede hablar. Los humoristas están siempre llevando las cosas al límite averiguando cuánto pueden mantenerse violando los códigos del habla de su momento. El humor es una válvula social de seguridad. Nos reímos precisamente porque los humoristas nos libran momentáneamente de las restricciones que nos impone la sociedad convencional. Aplaudimos a los humoristas porque dicen delante de una audiencia lo que, supuestamente, nadie tiene permitido decir en público. Así que, paradójicamente, cuanto más permisiva se ha vuelto la sociedad estadounidense, más difícil es escribir comedias. Al haberse eliminado las leyes censoras y haberse permitido a la gente decir y mostrar casi cualquier cosa en películas y televisión (sobre todo, usar material sexual antes tabú), los escritores de humor, como los creadores de Soth Park, Trey Parker y Matt Stone, deben haberse preguntado si queda algo para ofender a las audiencias.
El genio de Parker y Stone fue ver que actualmente se ha abierto una nueva frontera de la transgresión cómica debido al fenómeno conocido como corrección política. Nuestro tiempo puede haber tratado de dejar de lado la piedad convencional de generaciones anteriores, pero ha desarrollado nuevas piedades propias. Pueden no parecerse a las piedades tradicionales, pero se aplican de la misma manera antigua, con presión social y a veces incluso con sanciones legales castigando a gente que se atreve a violar los nuevo tabúes. Muchas de nuestras universidades tienen hoy códigos de lenguaje que buscan definir lo que puede decirse y lo que no en el campus y en particular prohibir cualquier cosa que pueda interpretarse como como humillante para alguien debido a su raza, religión, género, discapacidad y toda una serie de otras categorías protegidas. Puede que el sexo ya no sea un tabú en nuestra sociedad, pero el sexismo sí lo es ahora. Seinfeld (1989-1998) fue quizá la primera comedia televisiva que violaba sistemáticamente los nuevos tabúes de la corrección política. El programa se burlaba constantemente de las sensibilidades contemporáneas acerca de asuntos como la orientación sexual, la identidad étnica, el feminismo y los discapacitados. Seinfeld demostró que ser políticamente incorrecto podía ser enormemente gracioso en el ámbito moral e intelectual actual y Soth Park siguió su línea.
El programa ha satirizado sin piedad todas las formas de corrección política: los delitos del odio, el adoctrinamiento para la tolerancia en las escuelas, el buenismo de todo tipo de Hollywood, el ecologismo y las campañas contra el tabaco, la Ley de Estadounidenses con Discapacidad, los Juegos Paralímpicos y la lista continúa. Es difícil elegir el momento más políticamente incorrecto en la historia de Soth Park, pero yo escogería el episodio de la quinta temporada «Pelea de lisiados» (#503). Retrata con detalles sangrientos lo que ocurre con dos chicos «distintamente capaces» llamados Timmy y Jimmy se preparan para una batalla violenta (e interminable) en las calles de South Park. La serie evidentemente disfruta con valor chocante de momentos como este. Pero aquí hay más que transgresión de los límites del buen gusto por la mera transgresión.
Una plaga en ambas casas
Aquí es donde el libertarismo entra en escena en South Park. La serie critica la corrección política en nombre de la libertad. Por eso Parker y Stone pueden proclamarse satíricos de la igualdad de oportunidades: se ríen de las antiguas piedades igual que de las nuevas, ridiculizando tanto a la derecha como a la izquierda en la medida en que ambas buscan restringir la libertad. «Pelea de lisiados» es un excelente ejemplo del equilibrio y la imparcialidad de South Park y la forma en que ofenden a ambos extremos del espectro político. El episodio se ocupa, con el estilo típico de South Park, de una polémica contemporánea, que ha llegado incluso a los tribunales: si debería permitirse a los homosexuales liderar tropas de boy-scouts. El episodio se ríe de la gente anticuada en el pueblo que niega el mando de una tropa a Big Gay Al (un personaje recurrente cuyo nombre lo dice todo). Como hace frecuentemente con el grupo que satiriza, South Park, aunque haga un estereotipo homosexual, muestra simpatía por ellos y por su derecho a vivir como les parezca. Pero cuando el episodio parece estar sencillamente tomando el bando de los que condenan a los boy-scouts por homofobia, vira en una dirección inesperada. Respetando el principio de libertad de asociación, el propio Big Gay Al defiende el derecho de los boy-scouts a excluir a los homosexuales. Debería dejarse a una organización establecer sus propias reglas y el derecho no debería imponer a la sociedad nociones de corrección política a un grupo privado. El episodio muestra lo mejor de South Park, mirando un asunto complicado desde ambos lados y llegando a una resolución juiciosa del mismo. Y el principio por el que se resuelve es la libertad. Como muestra el episodio, Big Gay Al debería ser libre de ser homosexual, pero los boy-scouts también deberían ser libres como organización para dictar sus propias normas y excluirle de un puesto de mando si así lo desean.
Este libertarismo hace a South Park ofensivo para el políticamente correcto, pues, si se aplica coherentemente, desmantelaría todo el aparato de control del lenguaje y la manipulación del pensamiento que los buenistas han tratado de construir para proteger a sus minorías favoritas. Con su apoyo a la libertad en todas las áreas de la vida, el libertarismo desafía la categorización en términos del espectro político unidimensional habitual de derecha e izquierda. En oposición a la visión colectivista y anticapitalista de la izquierda, los libertarios rechazan la planificación centralizada y quieren que la gente sea libre de buscar su propio interés como les parezca. Pero frente a los conservadores, los libertarios se oponen también a la legislación social, generalmente están a favor de la legalización de las drogas y la abolición de todas las leyes de censura y antipornografía. Debido a la tendencia en el discurso político estadounidense de mezclar libertarios con conservadores, muchos de los que comentan acerca de South Park no consiguen ver que no critica indiscriminadamente todas las posiciones políticas, sino que realmente se coloca en una alternativa coherente tanto al progresismo como al conservadurismo con su filosofía libertaria.
Parker y Stone se han identificado públicamente como libertarios y rechazan abiertamente tanto a progresistas como a conservadores. Parker ha dicho: «evitamos los extremismos, pero odiamos más a los progresistas que a los conservadores y los odiamos». Esta parece una evaluación apropiada de las inclinaciones de la serie. Aunque no sea amiga de la derecha, es más probable que South Park vaya contra las causas de la izquierda. En una entrevista en Reason, Matt Stone explicaba que Parker y él estaban políticamente a la izquierda cuando estaban en el instituto en la década de los ochenta, pero para mantener su postura como rebeldes encontraron que cuando fueron a la Universidad de Colorado en Boulder, y más aún cuando llegaron a Hollywood, tuvieron que cambiar de postura y atacar a la prevaleciente ortodoxia de la izquierda. Como dice Stone: «Llevaba Birkenstocks en el instituto. Era así. Y estaba seguro que esa gente del otro bando político [la derecha] estaba tratando de controlar mi vida. Y cuando fui a Boulder y me libre inmediatamente de mis Birkenstocks, porque todos los demás los llevaban y me di cuenta de que esa gente de ahí [a la izquierda] quería también controlar mi vida. Creo que eso define mi filosofía política. Si alguien me dice lo que debería hacer, tendréis que convencerme realmente de que merece la pena hacerlo».
Defendiendo lo indefendible
El libertarismo de Parker y Stone les pone en oposición al establishment intelectual de los Estados Unidos contemporáneos. En el mundo académico, muchos de los medios de comunicación y buena parte del mundo del espectáculo (especialmente en la élite de Hollywood), prevalecen por lo general las opiniones anticapitalistas. Como vimos en el capítulo 5 sobre El aviador de Martin Scorsese, los estudios han demostrado que quienes se dedican a los negocios son retratados normalmente bajo un aspecto desfavorable en películas y televisión. South Park se deleita especialmente en ensartar a las estrellas de Hollywood que explotan su celebridad para llevar a cabo campañas progresistas o de izquierdas contra el funcionamiento del libre mercado (Barbra Streisand, Rob Reiner, Sally Struthers y George Clooney están entre las celebridades que ha ridiculizado la serie). La mayoría de las celebridades que aparecen en South Park están imitadas («pobremente», como nos recuerdan los títulos iniciales), pero incluso por algunas que han elegido participar voluntariamente han sido atacadas. Por ejemplo, Clooney, que ayudó a que la serie saliera al principio al aire, fue reducido a hacer los ladridos del perro gay de Stan, Sparky, en el episodio de la primera temporada «Mi perro es gay» (#104). Como Tim Burton, Parker y Stone parecen disfrutar rebajando a los iconos de Hollywood. Comparten el desdén de Burton de todas las élites que se colocan como superiores a lo estadounidenses normales. En una entrevista de 2004, Parker decía de Hollywood: «La gente del sector del espectáculo son en buena parte jodidos adictos a las drogas y perseguidores de putas. Pero siguen creyendo que son mejores que el tío en Wyoming que realmente ama a su mujer y se ocupa de sus hijos y es una persona buena, recta e íntegra. Hollywood ve a la gente normal como niños y piensa que son los listos lo que tienen de decir a los idiotas que hay por cómo hay que ser». En la descripción de la mentalidad típica de Hollywood de Parker, podemos reconocer la actitud hacia el corazón de Estados Unidos que veíamos en adoptara a Gene Roddenberry en El pistolero de San Francisco. Stone coincide con Parker en criticar este elitismo condescendiente: «En Hollywood hay todo un sentimiento de que tienen que proteger a Estados Unidos de sí mismos. (…) Y por eso South Park es un gran golpe en el frente, porque no trata al televidente como un jodido retrasado».
South Park es raro entre las series de televisión por su voluntad de alabar el libre mercado e incluso llegar a defender la que es evidentemente la institución más odiada de Hollywood, la gran empresa. Por ejemplo, en el episodio de la novena temporada «Muere Hippie, Muere» (#902), Cartman lucha contra las fuerzas contraculturales que invaden South Park y acusan sin pensar a las «grandes empresas» de todos los problemas de Estados Unidos. De todos los episodios de South Park, «Gnomos» (#217), de la segunda temporada, ofrece la defensa más completamente desarrollada del capitalismo y intentaré hacer una interpretación completa del mismo para demostrar lo genuinamente inteligente y razonada que puede ser la serie. «Gnomos» trata de una acusación habitual contra el libre mercado: que permite a las grandes empresas aplastar a los pequeños negocios, en perjuicio de los consumidores. En «Gnomos», una cadena nacional de cafés llamada Harbucks (una referencia evidente a Starbucks) llega a South Park y trata de comprar el café local Tweek Bros. Mr. Tweek se considera el héroe de la historia, un pequeño negocio tipo David batallando contra una gran empresa tipo Goliat. El episodio satiriza la retórica anticapitalista barata en que esos conflictos normalmente se formulan actualmente en Estados Unidos, mostrando al pequeño negocio como algo completamente bueno y a la empresa gigantesca como completamente mala. «Gnomos» deconstruye sistemáticamente este oposición simplificadora.
La historia habitual es que se presente al operador del pequeño negocio como un servidor público, casi despreocupado por los beneficios, sencillamente un amigo de sus clientes, mientras que la gran empresa se presenta como avariciosa y despiadada, no haciendo nada por el consumidor. «Gnomos» muestra por el contrario que Mr. Tweek es tan egoísta como cualquier gran empresa y que es incluso más ladino al promoverse que Harbucks. El representante de Harbucks, John Postem, es directo y brusco, un hombre completamente encantador que piensa que puede declarar la verdad económica desnuda y salir con bien: «Eh, esto es un país capitalista, colega: acostúmbrate». Lo irónico del episodio es que la supuestamente sofisticada gran empresa maneja incorrectamente las relaciones públicas, creyendo ingenuamente que la superioridad de su producto será bastante para asegurarse su triunfo en el mercado.
La acusación habitual contra las grandes empresas es que, con sus recursos financieros, son capaces de explotar el poder de la publicidad para echar del negocio a los rivales pequeños. Pero en «Gnomos», Harbucks no puede con la astucia publicitaria de Mr. Tweek. Convierte inteligentemente su desventaja en ventaja, consiguiendo el eslogan perfecto: «Tweek ofrece un café más simple para unos Estados Unidos más simples». Explota así su posición de perdedor predicando entre sus clientes nostalgia por unos Estados Unidos más viejos y supuestamente más simples. El episodio constantemente se centra en el hecho de que Mr. Tweek es tan hábil en la publicidad como cualquier gran empresa. Sigue emitiendo anuncios para su café, acompañados por una guitarra suave y una prosa almibarada: su café «especial como un amanecer en Arizona o un enebro humedecido por el rocío». Su hijo puede asombrarse por «las metáforas» (en realidad son comparaciones), pero Mr. Tweek sabe justo qué atraerá a sus clientes yupis y amantes de la naturaleza de Colorado.
Así que «Gnomos» elimina cualquier idea de que Mr. Tweek sea moralmente superior a la gran empresa contra la que está luchando; de hecho, el episodio sugiere que puede ser bastante peor. Superándose, como siempre hace, South Park revela que el propietario del café ha estado durante años proporcionando un exceso de cafeína a su hijo, Tweek (uno de los habituales en la serie) y es por tanto el responsable de su exceso de nervios. Además, cuando afronta la amenaza de Harbucks, Mr. Tweek busca simpatía declarando: «Puedo tener que cerrar y vender como esclavo a mi hijo Tweek». Parece como si su avaricia excediera la de Harbucks. Pero lo peor de Mr. Tweek es que no se contenta con utilizar su hábil publicidad para competir con Harbucks en un mercado libre. También va políticamente contra Harbucks, tratando de poner al gobierno de su lado e impedir que la cadena nacional llegue a South Park. «Gnomos» retrata así la compaña contra las grandes empresas como episodio lamentable más en la larga historia de empresas buscando proteccionismo económico: el tipo de alianza-empresa-gobierno que criticaba Adam Smith en La riqueza de las naciones. Lejos del retrato marxista habitual del poder de monopolio como resultado inevitable de la libre competencia, South Park muestra cómo se produce solo cuando una empresa consigue que el gobierno intervenga a su favor y restrinja la libre entrada en el mercado. Es la misma historia que vimos entre Pan Am y TWA en El aviador. Como en la película de Scorsese, South Park no se pone sencillamente del lado de las grandes empresas. Más bien distingue entre esos negocios que explotan las conexiones con el gobierno para impedir la competencia y los que tienen éxito compitiendo honradamente en el mercado.
El pueblo de South Park contra Harbucks
Mr. Tweek tiene oportunidad de poner a la opinión pública de su lado cuando descubre que han encargado a su hijo y los demás chicos que escriban un reportaje con un acontecimiento actual. Ofreciéndose a hacer el trabajo a los chicos, los embauca sobre un tema para su propio interés: «de cómo las grandes empresas aplastan a los pequeños negocios familiares» o, más enfáticamente, «de cómo la maquinaria de la gran empresa está arruinando Estados Unidos». Kyle apenas pueda pronunciar las palabras polisílabas cuando lee en clase el reportaje: «Mientras el voluminoso autómata de las corporaciones utiliza el buldócer para abrirse camino…» este lenguaje evidentemente parodia la oratoria exagerada y pomposa de la izquierda contemporánea. Pero el reportaje es un gran éxito entre los cargos públicos locales y enseguida, para alegría de Mr. Tweek, el alcalde patrocina la Proposición 10, una ordenanza que expulsará a Harbucks de South Park.
En la consiguiente polémica sobre la Prop 10, «Gnomos» retrata la forma en que los medios se inclinan contra el capitalismo la forma en que se manipula al público hacia actitudes contra los negocios. En un debate televisivo, se pone a los chicos a argumentar a favor de la Prop 10 y al hombre de Harbucks en contra. Las presentación se sesga desde el principio, cuando el presentador anuncia: «a mi izquierda, cinco chicos inocentes e idealistas del Estados Unidos medio» y «a mi derecha, un tipo grande, gordo, apestoso de una gran empresa de Nueva York». Postem trata de dar una argumentación racional, basada en principios: «Este país se basa en la libre empresa». Pero los chicos ganan el debate con un argumento algo menos convincente, al proclamar Cartman sabiamente: «Este tipo apesta». El anuncio de la televisión a favor de la Prop 10 no es menos fraudulento que el debate. De nuevo «Gnomos» apunta que la publicidad contra la gran empresa puede ser tan hábil como a favor de la gran empresa. En particular, el episodio muestra que la gente está dispuesta a llegar hasta donde sea en su ataque contra las grandes empresas, explotando a niños para tocar la fibra sensible de su audiencia. En una maravillosa parodia de un anuncio político, los chicos desfilan en un escenario patriótico que muestra la bandera estadounidense, mientras suena suavemente el «Himno de Batalla de la República» en el fondo. Entretanto, el locutor entona solemnemente. «La Prop 10 es para los niños. Vota sí a la Prop 10 o si no es que odias a los niños». El anuncio esta «pagado por Ciudadanos para una Forma Justa e Igual de Hacer que Harbucks se Vaya del Pueblo para Siempre». A South Park le encanta exponer la falta de lógica de los defensores del progresismo y la izquierda y la campaña anti-Harbucks está llena de un non sequitur tras otro. Acudiendo al último de los recursos progresistas, una mujer reta al representante de Harbucks con la pregunta: «¿Cuántos estadounidenses nativos asesinastes para hacer ese café?»
La Prop 10 parecía encaminarse a una fácil victoria en las urnas hasta que los chicos encuentran unos gnomos amistosos, que les dan un curso intensivo sobre grandes empresas. En el último minuto, una de las escenas finales con mensajes más didácticas de South Park, los chicos anuncian a la confundida gente del pueblo que han cambiado de opinión sobre la Prop 10. Con espíritu libertario, Kyle proclama algo que raramente se escucha en televisión, fuera del informe de John Stossel: «Las grandes empresas son buenas. Porque sin las grandes empresas no tendríamos cosas como coches y computadoras y sopa enlatada». Y Stan defiende a los temidos Harbucks: «Incluso Harbucks empezó como un negocio pequeño. Pero como hacía un café tan bueno y como dirigieron tan bien su negocio, consiguieron crecer hasta que se convirtieron en la potencia empresarial que son hoy. Y por eso todos deberíamos dejara que Harbucks se quede».
En este punto, la gente del pueblo hace algo notable: dejan de escuchar toda la palabrería política y prueban realmente por sí mismos los cafés rivales. Y descubren que la sra. Tweek (que ha estado disgustada por las maliciosas tácticas de su marido) está diciendo la verdad cuando dice: « Harbucks llegó a donde está por ser el mejor». Como observa un hombre del pueblo: «No tiene ese gusto soso a aguas residuales que tiene el café de Tweek». «Gnomos» acaba sugiriendo que es justo que la batalla empresarial se libre fuera y no dentro de la arena política, sino en el mercado y que dejemos que gane el mejor producto. Postem ofrece a Mr. Tweek el trabajo de dirigir la franquicia local de Harbucks y todos son felices. La política es un juego de suma cero, el ganador se lo lleva todo, en el que una empresa gana solo utilizando el poder del gobierno para eliminar a un rival, pero en los intercambios voluntarios que hace posible un mercado libre, todas las partes se benefician de la transacción. Harbucks consigue un beneficio y Mr. Tweek puede continuar ganándose la vida sin vender como esclavo a su hijo. Sobre todo, la gente de South Park disfruta de un mejor café. Al contrario que la propaganda contra la gran empresa que normalmente viene de Hollywood, South Park argumenta que, en ausencia de intervención pública, las grandes empresas prosperan sirviendo al público, no explotándolo. Como apunta Ludwig von Mises: «El sistema del beneficio hace próspera a la gente que ha tenido éxito en satisfacer los deseos de la gente de la forma mejor y más barata. La riqueza solo puede conseguirse sirviendo a los consumidores. Los capitalistas pierden su dinero tan pronto como no invierten en aquellas líneas en las que se satisfacen mejor las demandas del público. En un plebiscito repetido diariamente, en el que cada penique da un derecho de voto, los consumidores determinan quién debería poseer y dirigir las fábricas, las tiendas y las granjas».
El gran misterio del gnomo, resuelto
¿Qué pasa con los gnomos, que, después e todo, dan su título al episodio? Nunca pude entender cómo la subtrama en «gnomos» se relaciona con la trama principal hasta que di clase en un instituto de verano y mi colega Michael Valdez Moses hizo un descubrimiento que nos permitió aunar todo el episodio. En la subtrama, Tweek se queja ante todo el que quiera oírle de que todas las noches a las 3 de la madrugada hay gnomos que entran en su dormitorio y le roban sus calzoncillos. Ningún otro puede ver que pase este notable fenómeno, ni siquiera cuando los demás chicos se quedan despiertos con Tweek para observarlo, ni siquiera cuando los envalentonados gnomos empiezan a robar calzoncillos a la luz del día en la oficina del alcalde. Sabemos dos cosas acerca de estos extraños seres: (1) son gnomos; (2) normalmente son invisibles. Ambos hechos apuntan hacia el capitalismo. Como en la expresión «gnomos de Zúrich», que se refiere a los banqueros, los gnomos se asocian a menudo con el mundo de las finanzas. En la primera ópera del ciclo del anillo de Wagner, El oro del Rin, el gnomo Alberich sirve como símbolo del explotador capitalista y forja la Tarnhelm, un casco de invisibilidad. La idea de invisibilidad lleva a la mente la famosa idea de Adam Smith de la «mano invisible» que guía el mercado libre.
En resumen, los gnomos de los calzoncillos son una imagen del capitalismo y la forma en que normalmente (y erróneamente) lo reflejan sus oponentes. Los gnomos representan la actividad empresarial ordinaria que se está haciendo siempre a la vista de todos, pero que la gente no advierte y no consigue entender. Los ciudadanos de South Park no son conscientes de que la incesante actividad de las grandes empresas como Harbucks es necesaria para proporcionarle todos los bienes de los que disfrutan en sus vidas diarias. Dan por sentado que las estanterías de sus supermercados siempre estarán llenas de una variedad de bienes y nunca ven a todos los empresarios capitalistas que hacen posible esa abundancia.
Lo que es peor, los ciudadanos normales interpretan equivocadamente al capitalismo como robo. Se centran solo en lo que la gente de negocios toma de ellos (su dinero) y olvidan todo lo que obtienen a cambio, todos los bienes y servicios. Sobre todo, la gente no entiende los hechos básicos de la economía y no tienen ni idea de por qué los que están en los negocios merecen los beneficios que ganan. La empresa es un completo misterio para ellos. Parece ser cosa de gnomos que se muevan en las sombras y acumulan pícaramente montones de bienes sin ninguna finalidad aparente. Friedrich Hayek apuntaba esta tendencia antigua de interpretar erróneamente las actividades empresariales normales como siniestras:
Esa desconfianza y temor ha (…) llevado a la gente normal (…) a considerar el comercio (…) como sospechoso, inferior, poco honrado y despreciable. (…) Actividades que parecen aumentar «de la nada» la riqueza existente sin creación física y sencillamente reordenando lo que ya existe, huelen a magia. (…) El que un mero cambio de manos deba llevar a ganar en valor a todos los participantes, que no necesita significar ganancias para uno a costa de otros (o lo que se ha llegado a llamar explotación), fue y es sin embargo intuitivamente difícil de entender. (…) Mucha gente continúa encontrando fáciles de subestimar los hitos mentales asociados con el comercio, incluso cuando no los atribuyen a la magia, o los encuentra dependientes del truco o el fraude o en engaño artero.
Ni siquiera los gnomos entienden lo que están haciendo. Tal vez South Park esté sugiriendo que el problema real es que a la propia gente en los negocios le falta el conocimiento económico que necesitarían para explicar su actividad al público y justificar sus beneficios. Cuando los chicos piden a los gnomos que les cuenten acerca de sus empresas, todo lo que pueden ofrecer es esta enigmático diagrama de etapas de su negocio:
Fase 1 | Fase 2 | Fase 3 |
Recoger calzoncillos | ? | Beneficio |
Esta tabla resume el conocimiento económico del público estadounidense. No puede ver ninguna relación entre las actividades que realizan los empresarios y los beneficios que obtienen. En qué contribuyen realmente a la economía los que tienen negocios, es el gran interrogante para ellos. El hecho de que los empresarios se vean remunerados por asumir riesgos, previendo correctamente la demanda del consumidor y financiando, organizando y gestionando eficazmente la producción es algo que olvida la mayoría de la gente. Más bien se quejaría acerca de los obscenos beneficios de las grandes empresas y condenaría su poder en el mercado.
El pasaje de la «mano invisible» de La riqueza de las naciones de Smith se lee como una glosa del episodio «Gnomos» de South Park:
Por tanto, como cada individuo intenta todo que puede tanto para emplear su capital en el apoyo de la industria interior como para dirigir esa industria cuyo producto pueda ser del máximo valor, todo individuo trabaja necesariamente para hacer el ingreso de la sociedad tan grande como pueda. De hecho, puede genuinamente no intentar promover el interés público ni saber en cuánto lo promueve. Al preferir apoyar esa industria interior a la exterior, solo busca su propia seguridad y al dirigir esa industria de esa manera en que su producto pueda ser del máximo valor, busca solo su propia ganancia y, en este como en otros muchos casos, es guiado por una mano invisible para promover un fin que no era parte de su intención. Tampoco es siempre lo peor para la sociedad lo que era parte de ella. Al buscar su propio interés, promueve frecuentemente esa parte de la sociedad más eficazmente que cuando realmente pretende promoverla. Nunca he sabido de nada bueno realizado por aquellos que intervienen en el comercio por el bien público.
«Gnomos» sirve de ejemplo de esta idea de la «mano invisible». La economía no necesita estar guiada por la muy visible y dura mano de la regulación pública para servir al interés público. Sin ninguna planificación centralizada, el libre mercado produce un orden económico próspero. La libre interacción de productores y consumidores y la constante interacción de oferta y demanda funcionan de manera que la gente por lo general tiene acceso a los bienes que desea. Como Adam Smith, Parker y Stone son profundamente sospechosos para quien hable del bien público y condene la búsqueda privada de beneficio. Como vemos en el caso del sr. Tweek, esa gente es generalmente hipócrita, buscando su propio interés bajo el disfraz de la defensa del interés público. Y los malvados gnomos del mundo, las grandes empresas, aunque busquen abiertamente su propio beneficio, acaban sirviendo al interés público proporcionando los bienes y servicios que quiere realmente la gente.
El monstruo de Wal-Mart
La divulgación por Internet de una versión anterior de este capítulo produjo la ira de la intelectualidad anticorporativa contra mí. Fui acusado de vender mi alma por un doble latte. Para que conste, ni siquiera bebo café. Ya había advertido que, siempre que diserto sobre South Park en universidades, nada enfurece más a mis audiencias que mi explicación de «Gnomos», con su defensa implícita de Starbucks. Me desconcierta algo la forma en que provoca tanta indignación este episodio concreto, pero creo que tiene algo que ver con la posición defensiva de las élites intelectuales cuando afrontan su propio elitismo. Lo que muchos intelectuales sostienen contra el capitalismo es precisamente el hecho de que ha hecho disponibles para las masas lujos antes reservados a las élites culturales, incluyendo sus amados capuccinos de moka. Desde los tiempos de Marx, la izquierda ha argumentado de forma no convincente durante aproximadamente un siglo que el capitalismo empobrece a las masas. Pero el éxito económico general del capitalismo obligó a la izquierda a cambiar de tono y a acusar a los mercados libres de producir demasiados bienes, abrumando a los consumidores con una mareante variedad de alternativas que los convierten en materialistas y empobrecen así sus almas en lugar de sus cuerpos. Parker y Stone hacen habitualmente un maravilloso trabajo exponiendo el carácter puritano de la izquierda contemporánea. No quiere que la gente se divierta de cualquier maner, ya sea riéndose con chistes étnicos o permitiéndose comida rápida. En una entrevista, Stone ataca a Rob Reiner por este puritanismo moderno: «Rob Reiner parece un asesino del humor. Simplemente quiere matar la diversión de la gente. Apoyó una proposición en California que aumentaba los impuestos a los cigarrillos. Es como, mierda, ¡deja de matar la diversión de todos, Rob Reiner! Hay una desconexión. Es como, tío, no todos viven en el jodido Malibú y no todos tienen un yate. Y a alguna gente le gusta tener un puto cigarrillo, tío. Déjalos. Sé que piensas que estás haciendo el bien, pero relájate».
Habiendo tenido la audacia de defender a Starbucks, en su octava temporada, South Park siguió defendiendo la causa de Wal-Mart, utilizando un nombre aún menos oculto en un episodio llamado «Algo de Wall-Mart se aproxima» (#809). El episodio muestra brillantemente la forma de una mala película de terror. El siniestro poder de un hipermercado similar a Wal-Mart se apodera del pueblo de South Park entre sombras que se alargan, nubes que se oscurecen y terribles relámpagos. Wall Mart ejerce «alguna fuerza mística malvada» sobre la gente del pueblo. Por mucho que lo intentan, no pueden resistir sus ofertas de precios. Igual que en «Gnomos», un comerciante local empieza a quejarse por su incapacidad de competir con una cadena nacional de tiendas. Remedando simpatía, Cartman toca una almibarada música de violín para acompañar esta queja. Cuando Kyle destroza indignado su violín, Cartman responde sencillamente: «Puedo ir y conseguir otro en Wall Mart: solo vale cinco pavos».
Se desarrolla en el pueblo una extendida oposición pública al Wall Mart y se han esfuerzos por boicotear la tienda, prohibirla e incluso quemarla (esto último con la inspiradora presión del «Kumbayá»). Pero como todo monstruo bueno, el malvado Wall Mart sigue volviendo a la vida y la gente del pueblo se ve irresistiblemente atraída por sus repletas estanterías a todas horas («¿Dónde voy a encontrar un taco de servilletas a las 9:30 de la noche?»). Todos estos tópicos de las películas de terror son una forma de reírse de cómo se demoniza a Wal-Mart por parte de los intelectuales en nuestra sociedad. Estos críticos presentan a la cadena nacional como algún tipo de poder externo, independiente de los seres humanos, que de alguna forma se las arregla para imponérseles contra su voluntad: un monstruo corporativo. A veces la gente del pueblo habla como si sencillamente no tuvieran otra alternativa al ir al hipermercado, pero otras revelan lo que realmente les atrae: precios más bajos que les permiten estirar sus rentas y disfrutar más de las cosas buenas de la vida. Para ser justos, el episodio sí destaca en varios momentos lo absurdo de comprar a lo grande para conseguir una rebaja: por ejemplo, acabando con suficientes fideos ramen «para que duren mil inviernos».
En la gran tradición de las películas de terror, los chicos finalmente consiguen llegar al corazón del Wall Mart y destruirlo. Entretanto, el padre de Stan Marsh, Randy, ha empezado a trabajar para el Wall Mart para conseguir el descuento del 10% para empleados, pero sin embargo trata de ayudar a los chicos a llegar a su objetivo. Al irse acercando, Randy nota con creciente horror: «El Wall Mart está rebajando sus precios para tratar de detenernos». Abandona a los chicos cuando ve un destornillador rebajado por debajo de su mejor sueño. Grita: «Esta oferta es demasiado grande para mí» y corre a una caja a comprarlo. Cuando los chicos llegan por fin al corazón del Wall Mart, resulta ser un espejo en el que se ven a sí mismos. En uno de los momentos didácticos típicos del programa, el espíritu del hipermercado dice a los chicos: «Este es el corazón de Wall Mart: vosotros, vosotros los consumidores. Tomo muchas formas (Wal-Mart, K-Mart, Target) pero soy un solo ente: el deseo». De nuevo South Park proclama la soberanía del consumidor en una economía de mercado. Si la gente sigue acudiendo en masa a un hipermercado, debe estar haciendo algo bien y satisfaciendo sus deseos. Randy dice a la gente del pueblo: «El Wall Mart somos nosotros. Si nos gusta más el encanto de nuestro pequeño pueblo que el acoso de las grandes empresas, todos tenemos que estar dispuestos a pagar un poco más». Esta es la solución del mercado libre al problema del hipermercado: ningún gobierno tiene que intervenir. La gente del pueblo por tanto se va a una tienda local llamada Jim’s Drugs y empieza a comprar allí. La tienda tiene tanto éxito que empieza a crecer y acaba convirtiéndose en (lo habéis adivinado) un hipermercado igual que Wall Mart. South Park no tiene ningún problema con las grandes empresas cuando se hacen grandes agradando a sus clientes.
Trabajando para el hombre
Parker y Stone reconocen que ellos mismos trabajan para una gran empresa, el canal de cable Comedy Central, que es propiedad de un gigante de los medios, Viacom. En la entrevista en Reason, Stone dice: «La gente pregunta: “¿Cómo es trabajar para un gran grupo multinacional?” Digo algo así como “Está bastante bien ¿sabes? Podemos decir lo que queramos. No está mal. Quiero decir, hay cosas peores”». Los intelectuales antiempresa discutirían esa declaración y apuntarían a varias ocasiones en las que Comedy Central eliminó la emisión de South Park o interferido de alguna manera en la serie en respuesta a diversos grupos e presión, incluyendo a la propia Viacom. El más conocido de estos incidentes fue el intento de Parker y Stone de ver si podían presentar una imagen de Mahoma en televisión. Estaban profundamente preocupados por lo que había ocurrido en 2005 en Dinamarca y todo el mundo cuando el periódico Jyllands-Posten publicó caricaturas de Mahoma. Las amenazas y los actos de violencia de los musulmanes convirtieron el acontecimiento en un incidente internacional. Como defensores radicales de la libertad de expresión, Parker y Stone intentaron establecer el principio de que los estadounidenses podían (satirizando) mostrar cualquier imagen que quisieran en televisión. Por desgracia, Comedy Central rechazó emitir las muy inocentes imágenes de Mahoma que habían querido mostrar Parker y Stone, a pesar de que la cadena en otros casos no tuvo ningún problema mostrando imágenes muy satíricas que hicieron sobre otras figuras religiosas, como Jesús, Buda y Joseph Smith. Este incidente probablemente represente el punto más bajo de las relaciones de Parker y Stone con Comedy Central y sin duda les dejó amargos sentimientos acerca de sus jefes.
Pero a pesar de este tipo de interferencia, el hecho es que Comedy Central financiara la producción de South Park desde el inicio y lo hiciera así posible para empezar. Como Tim Burton, Parker habla con gratitud del apoyo financiero que Stone y él han recibido del mundo corporativo, con especial referencia a su película Team America: La policía del mundo (2004): «En definitiva, nos dieron 40 millones de dólares para una película de marionetas». Con los años, Comedy Central han concedido a Parker y Stone una libertad creativa sin precedentes para crear una nueva serie de televisión, no porque los ejecutivos de la empresa sean partidarios de la libertad de expresión y de sátira mordaz, sino porque ha creado un nicho de mercado y ha sido rentable. Actuando en su propio interés, no por espíritu público, estos ejecutivos sin embargo han avanzado en la causa de la televisión innovadora. South Park no solo defiende simplemente el mercado libre en sus episodios, es ella misma una prueba viviente de cómo pueden funcionar los mercados para crear algo de valor artístico y, durante el proceso, beneficiar tanto a productores como a consumidores.
South Park es un maravilloso ejemplo de la vitalidad e impredecibilidad de la cultura popular estadounidense. ¿Quién podría haber imaginado que a una serie como esa se le permitiría salir al aire o se convertiría en tan popular o durar tanto o habría tenido tanto impacto en la cultura popular estadounidense? Hoy veo un episodio como «El campamento muerto de la tolerancia» (#614) y me pregunto cómo se las arregló para aparecer en el mundo de la televisión comercial. La libertad imaginativa de la serie se debe, ante todo, a la creatividad de Parker y Stone. Pero uno debe asimismo atribuirla al sistema comercial que dio lugar a South Park. A pesar de todas las tendencias hacia el conformismo y la mediocridad en la cultura popular estadounidense, la diversidad y competitividad de sus resultados permite a veces que florezca la creatividad, y en los lugares más inesperados.
Notes
My epigraph is from Mark Twain, “
1601” and “Is Shakespeare Dead?”(New York: Oxford University Press, 1996), iv.
[1]Symposium, 221E–222A, in Plato: Lysis, Symposium, Gorgias, trans. W. R. M. Lamb, Loeb Classical Library (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1925), 239.
[2]For more on the relation between South Park and Plato, see William W. Young III, “Flatulence and Philosophy: A Lot of Hot Air, or the Corruption of Youth?” and William J. Devlin, “The Philosophical Passion of the Jew: Kyle the Philosopher,” in South Park and Philosophy: You Know, I Learned Something Today, ed. Robert Arp (Oxford, UK: Blackwell, 2007), 5–7, 88–89.
[3]The Clouds, lines 392–394, in The Clouds, trans. William Arrowsmith (New York: New American Library, 1962), 45.
[4]For some of the same reference points, see Toni Johnson-Woods, Blame Canada! South Park and Contemporary Culture (New York: Continuum, 2007), 91.
[5]In a book in which I repeatedly stress the viability of multiple authorship as a mode of production in popular culture, I will simply note that everybody seems to accept Parker and Stone as the co-auteurs of South Park without worrying how they work together and how their contributions to the show might be distinguished. I wonder if many viewers of the show could even tell them apart. In the terms of English Renaissance drama, they are the Beaumont and Fletcher of contemporary cartoons.
[6]See M. M. Bakhtin, Rabelais and His World, trans. Hélène Iswolsky (Bloomington: Indiana University Press, 1984); and The Dialogic Imagination: Four Essays, trans. Caryl Emerson and Michael Holquist (Austin: University of Texas Press, 1981). On the relevance of Bakhtin, Rabelais, and the carnivalesque to South Park, see Johnson-Woods, Blame Canada!, xii–xvi, 75–76; and Alison Halsall, “Bigger Longer & Uncut”: South Park and the Carnivalesque,” in Taking South Park Seriously, ed. Jeffrey Andrew Weinstock (Albany: State University of New York Press, 2008), 23–37.
[7]For anyone unfamiliar with the characters of South Park, I will state briefly that the four main characters are children named Eric Cartman, Kyle Broflovski, Stan Marsh, and Kenny McCormick (Parker and Stone voice all four, as well as other characters in the show). For a detailed discussion of the four boys, as well as the other main characters in South Park, see Johnson-Woods, Blame Canada!, 163–186. For the variant spellings of Broflovski, see ibid., 185n5.
[8]Like Shakespeare’s Falstaff, Cartman is ultimately derived from a stock character of Roman comedy: the braggart captain (miles gloriosus ). Besides his love of boasting and lying, Cartman shares with Falstaff a tendency to cowardice; both characters like to act tough in front of their friends, but quickly back down when challenged.
[9]François Rabelais, Gargantua and Pantagruel, trans. J. M. Cohen (New York: Viking Penguin, 1955), 63.
[10]Ibid., 67–68. Rabelais reveals his debt to Plato’s Symposium in the author’s prologue to book 1 of Gargantua and Pantagruel, where he refers to the same Silenus passage I quote at the beginning of this chapter.
[11]The profanity in Deadwood serves a similar purpose.
[12]Jonathan Swift makes use of the same satiric technique in Gulliver’s Travels, especially with his diminutive Lilliputians and gigantic Brobdingnagians. For the way “the theme of gigantic dimensions serves Rabelais for perspectivistic effects of contrast, which upset the reader’s balance,” see Erich Auerbach, Mimesis: The Representation of Reality in Western Literature, trans. Willard R. Trask (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2003), 272–276.
[13]Rabelais, Gargantua, 181.
[14]I cite South Park episodes by the standard numbers given in the Warner Home Video DVD sets.
[15]Nick Gillespie divines the connection when he says that South Park will “prove every bit as long-lived in the American subconscious as Mark Twain’s Hannibal, Missouri.” Gillespie, “South Park Libertarians,” Reason 38, no. 7 (December 2006): 60. A Google search for “Twain and South Park” did not yield meaningful results, except for an attempt by Brown University students to organize a course on “South Park, Mark Twain, and Finding an American Culture” posted on March 16, 2011.
[16]For many seasons of South Park, the boys’ closest confidante was the African American cook at their school, known as Chef (voiced by Isaac Hayes). This might be regarded as a recreation of the Huck-Jim pairing. The boys learn many lessons about life from Chef that nobody else at their school is willing to teach them, and he repeatedly proves to be a liberating influence on them.
[17]Mark Twain, Adventures of Huckleberry Finn (Oxford, UK: Oxford University Press, 1999), 127 (chapter 21), 130 (chapter 21), and 189 (chapter 31). These and like passages elsewhere in Huckleberry Finn and other works by Twain shed light on David Milch’s use of profanity in Deadwood. Twain is unable to use the kind of language Milch wrote into his show, but he indicates that such language was readily spoken in nineteenth-century America, especially on the frontier.
[18]Twain, 1601, ix. As if to suggest the pedigree of his work, Twain has Queen Elizabeth mention that she met Rabelais when she was fifteen years old.
[19]Twain, 1601, v (italics in the original). It is possible that 1601 gives us a glimpse of what Twain’s prose might have looked like if he had published in a more liberal climate of opinion. On this point, see Erica Jong’s introduction to this edition of 1601 “[Twain] could not fill Huckleberry Finn with farts, pricks, and cunts, but he could play in 1601 and prepare his imagination for the antisocial adventures he would give his antihero in the other book” (xxxviii). And more generally, in words relevant to South Park, Jong writes: “in Mark Twain’s case, pornography was an essential part of his oeuvre because it primed the pump for other sorts of freedom of expression” (xxxiii).
[20]See Lawrence W. Levine, Highbrow/Lowbrow: The Emergence of Cultural Hierarchy in America (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1988), 212.
[21]Huckleberry Finn is a particularly interesting case because it is often still banned in libraries and school districts because of its racist language.
[22]See Aristotle, Poetics, 1448a and 1449a in the standard numbering (sections 2 and 5 of Book I).
[23]On this point, see Johnson-Woods, Blame Canada!, 82–84. The people who wish to see South Park taken off television would probably have tried to get Mark Twain’s books banned if they had lived in the nineteenth century. Some of them might still want to see Twain’s books banned today.
[24]On South Park finding “the most potent taboos in American society and thus the most sacred of cows to satirize,” see Matt Becker, “‘I Hate Hippies’: South Park and the Politics of Generation X,” in Weinstock, Taking South Park Seriously, 150.
[25]As several commentators have pointed out, this fight sequence closely mimics one in John Carpenter’s movie They Live (1988). See Johnson-Woods, Blame Canada!, 223; and Brian L. Ott, “The Pleasures of South Park (An Experiment in Media Erotics),” in Weinstock, Taking South Park Seriously, 44.
[26]For a good analysis of this episode, see Becker, “‘I Hate Hippies,’” 155–156.
[27]For a politically correct critique of South Park, see Robert Samuels, “Freud Goes to South Park: Teaching against Postmodern Prejudices and Equal Opportunity Hatred,” in Weinstock, Taking South Park Seriously, 99–111. Reading this essay gives a good sense of the ideological positions Parker and Stone are combating. As his title indicates, Samuels takes as his pedagogical goal inoculating his students against the harmful influence of South Park.
[28]For a critique of the “equal opportunity offensiveness of South Park,” see Stephen Groening, “Cynicism and Other Postideological Half Measures in South Park,” in Weinstock, Taking South Park Seriously, 113–129. Like Samuels and several of the other authors in the Weinstock volume, Groening tries to deflect or dilute the critique of liberal and left-wing causes in South Park by falling back on the claim that the show criticizes everything. He then accuses the show of breeding political apathy: “Viewers may see themselves as participants in a society rife with injustice but with no immediately viable solutions and prefer the uncommitted cynical irony of South Park ’s parodic satire” (124). The same point is made in another essay in the volume: Lindsay Coleman, “Shopping at J-Mart with the Williams: Race, Ethnicity, and Belonging in South Park,” 131–141. Coleman concludes, “Although Parker and Stone satirize the powerful, the hypocritical, and the stridently bigoted, they do not provide solutions to society’s problems or provide the keys to social harmony” (141). With criticism such as this, I can only wonder whether it is asking too much of a TV cartoon to expect it to “provide solutions to society’s problems or provide the keys to social harmony.” I applaud the title of the volume these essays appear in, but this may be a case of taking South Park too seriously. Ultimately, the authors in the Weinstock collection complain not that South Park does not offer solutions to social problems, but that it does not offer their own liberal or left-wing solutions. As “Cripple Fight” demonstrates, South Park does not simply jump back and forth randomly between conservative and liberal positions. Rather, it offers its own solutions to problems by appealing consistently to libertarian principles.
[29]For example, in an interview, Matt Stone said, “We’re libertarians. Which is basically: Leave me alone—and I’m okay with drugs and gays.” Mickey Rapkin, “They Killed Kenny . . . and Revolutionized Comedy,” GQ, February 2006, 146. Many commentators have noted the libertarianism of South Park; for a well-balanced account of the show’s politics, see Johnson-Woods, Blame Canada!, 203–215.
[30]As quoted in Brian C. Anderson, South Park Conservatives: The Revolt against Liberal Media Bias (Washington, D.C.: Regnery, 2005), 178.
[31]Quoted in Gillespie, “South Park Libertarians,” 66.
[32]For an analysis of why such groups turn against capitalism, see Ludwig von Mises, The Anti-Capitalistic Mentality (Princeton, NJ: D. Van Nostrand, 1956), especially 30–33 for the turn against capitalism in Hollywood.
[33]See especially chapter 5, note 4.
[34]As quoted in Anderson, South Park Conservatives, 82. On the treatment of celebrities in South Park, see Johnson-Woods, Blame Canada!, 187–199, 210–211; and Damion Sturm, “Omigod, It’s Russell Crowe!”: South Park’s Assault on Celebrity,” in Weinstock, Taking South Park Seriously, 209–215, especially 215, where he analyzes in the case of George Clooney the way the show “dismantles star power.”
[35]Mises, Anti-Capitalistic Mentality, 2.
[36]George Bernard Shaw offers this interpretation of Alberich; see his The Perfect Wagnerite (1898) in George Bernard Shaw, Major Critical Essays (Harmondsworth, UK: Penguin, 1986), 198, 205.
[37]For the way H. G. Wells uses invisibility as a symbol of capitalism, see my essay “The Invisible Man and the Invisible Hand: H. G. Wells’s Critique of Capitalism,” in Literature and the Economics of Liberty: Spontaneous Order in Culture, ed. Paul A. Cantor and Stephen Cox (Auburn, AL: Ludwig von Mises Institute, 2009), 293–305.
[38]F. A. Hayek, The Fatal Conceit: The Errors of Socialism (Chicago: University of Chicago Press, 1988), 90, 91, 93.
[39]Several e-mail responses to an earlier version of this chapter argued that the gnomes’ diagram is making fun of the sketchy business plans that flooded the initial public offering (IPO) market in the heyday of the dot-com boom in the 1990s. Having helped write a few such documents myself, I know what these correspondents are referring to, but I still think that my interpretation of this scene fits the context better. If the gnomes’ business plan is simply satirizing dot-com IPOs, then it has no relation to the rest of the episode. I seem, however, to be fighting a losing battle over this interpretation. The “sketchy business plan” interpretation is going viral. See, for example, Art Carden, “‘Underpants Gnomes’ Political Economy,” http://blogs.forbes.com/artcarden/2011/07/14/underpants-gnomes-political-economy (consulted August 9, 2011).
[40]Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, 2 vols. (1776; rpt. Indianapolis, IN: Liberty Classics, 1981), 1: 456.
[41]Thus, I am not about to get drawn into disputes over the quality of Starbucks’ products. In fact, this chapter is about Harbucks, that is, the fictional form in which South Park represents Starbucks, not the actual retail chain. As with Howard Hughes in chapter 5, I am analyzing a fictional representation of a historical reality, not the reality itself. For a defense of the real Starbucks, see Jackson Kuhl, “Tempest in a Coffeepot: Starbucks Invades the World,” Reason, January 2003, 55–57.
[42]This attitude is epitomized by a very peculiar passage in the works of Marxist thinker Theodor Adorno, in which he laments the fact that the modern market economy has made cheap reproductions of all sorts of cultural artifacts readily available to large numbers of people. He complains that young radicals fill their dwellings with works of elite culture: “On the walls the deceptively faithful colour reproductions of famous Van Goghs like the ‘Sunflowers’ or the ‘Café at Arles.’ . . . Added to this the Random House edition of Proust—Scott Moncrieff’s translation deserved a better fate, cut-price exclusivity even in its appearance. . . . All cultural products, even non-conformist ones, have been incorporated into the distribution-mechanisms of large-scale capital. . . . Even Kafka is becoming a fixture in the sub-let studio.” Adorno, Minima Moralia: Reflections from Damaged Life, trans. E. F. N. Jephcott (London: Verso, 1978), 207. Perhaps Adorno could afford original Van Goghs and first editions of Proust (and high-rent apartments), but one wonders why he begrudges poor students their access to elite culture, even in cheap reproductions. I discuss Adorno’s snobbery further in chapter 8.
[43]This line of argument is characteristic of the Frankfurt School of Marxism; I analyze it further in chapter 8.
[44]Rapkin, “They Killed Kenny,” 146.
[45]As with Harbucks/Starbucks, I am mainly interested in Wall Mart rather than Wal-Mart. That is, my analysis once again deals with the representation of Wal-Mart in South Park, not with the actual retail chain. For a defense of the real corporation and its practices, see Paul Kirklin, “The Ultimate pro-WalMart Article,” Mises Daily Article, June 28, 2006, http://mises.org/daily/2219 (consulted August 4, 2011).
[46]Several commentators fail to understand the media sophistication of South Park and miss the humor in moments like this. See, for example, Johnson-Woods, Blame Canada!, 153–154, 205. She thinks that the horror elements are the show’s way of characterizing Wal-Mart, not its way of characterizing the common misperception of Wal-Mart. Parker and Stone evidently have their personal doubts about Wal-Mart, but they are mainly concerned with the absurd extent to which its critics go in demonizing it. On this episode, see also Becker, “‘I Hate Hippies,’” 157.
[47]Quoted in Gillespie, “South Park Libertarians,” 63.
[48]The episodes in question were pulled only from the repeat rotation; they were allowed to air originally, and they are now once again available in the DVD sets of the series.
[49]This incident has been widely discussed. See, for example, Jeffrey Andrew Weinstock, “Simpsons Did It!”: South Park as Differential Signifier,” in Weinstock, Taking South Park Seriously, 91–93; Kevin J. Murtagh, “Blasphemous Humor in South Park,” in Arp, South Park and Philosophy, 29–39, especially 33; and David R. Koepsell, “They Satirized My Prophet . . . Those Bastards!: South Park and Blasphemy,” in Arp, South Park and Philosophy, 131–140, especially 138.
[50]In this case, the images of Mohammed were not made available on the DVD version of the episodes. For discussion of another South Park episode dealing with Muslim themes, “Osama bin Laden Has Farty Pants” (#509), see chapter 9, on The X-Files and 9/11.
[51]Quoted in Gillespie, “South Park Libertarians,” 64.
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