[Este artículo está adaptado de un discurso realizado en el Círculo Mises de Houston, el 24 de enero de 2015]
Supuestamente todos en esta sala, o prácticamente todos, están aquí hoy porque tienen algún interés sobre el tema de la secesión. Pueden estar interesados en él como un concepto abstracto o como una posibilidad viable de escapar del gobierno federal al que ahora temen los estadounidenses y del que desconfían en cantidades sin precedentes.
Como escribía Mises en 1927:
La situación de tener que pertenecer a un estado al cual no se quiere pertenecer no es menos onerosa si es el resultado de unas elecciones que si se debe soportarla como consecuencia de una conquista militar.
Estoy seguro de que muchos compartís este sentimiento. Mises entendía que la democracia de masas no era un sustitutivo de las sociedad liberal, sino más bien su enemigo. Por supuesto, tenía razón: casi 100 años después, hemos sido conquistados y ocupados por el Estado y su falsa capa de elecciones democráticas. El gobierno federal es ahora el gobernante putativo de casi todos los aspectos de la vida en Estados Unidos.
Por eso estamos hoy aquí considerando la idea audaz de la secesión, una idea que Mises elevó a principio definitorio del liberalismo clásico.
Es tentador, y completamente humano, cerrar los ojos y resistirse al cambio radical… para vivir en el pasado estadounidense.
Por tomar una frase del novelista L.P. Hartley: «El pasado es un país extranjero, allí hacen las cosas de forma distinta». Los Estados Unidos que pensábamos conocer son un espejismo, un recuerdo, un país extranjero.
Y por eso, señoras y señores, es por lo que deberíamos tomarnos en serio la secesión, tanto conceptualmente (como coherente con el libertarismo) como como alternativa real para el futuro.
¿Alguien cree realmente que un Estado del bienestar físicamente enorme, multicultural y socialdemócrata de 330 millones de personas, intereses económicos, sociales y culturales enormemente diversos, puede estar dirigido desde Washington indefinidamente sin conflictos intensos ni enfrentamientos económicos?
¿Alguien cree realmente que podemos unirnos bajo un Estado que nos divide eternamente? ¿Ricos frente a pobres, blancos frente a negros, hispanos frente a anglos, hombres frente a mujeres, viejos frente a jóvenes, secularistas frente a cristianos, gays frente a tradicionalistas, contribuyentes frente receptores de prestaciones, urbanos frente a rurales, estados rojos frente a estados azules y la clase política frente a todos?
Francamente, parece claro que el gobierno federal está empecinado en balcanizar Estados Unidos de cualquier manera. Así que, ¿por qué no buscar formas de independizarse de forma racional y no violenta? ¿Por qué rechazar la secesión, la alternativa pragmática que tenemos delante de las narices?
Como la mayoría de los que estamos en esta sala somos estadounidenses, hoy me centraré en la situación política y cultural aquí, en casa. Pero los mismos principios de autopropiedad, autodeterminación y descentralización son aplicables universalmente, ya estemos considerando la independencia de Texas o de docenas de movimientos separatistas activos en lugares como Venecia, Cataluña, Escocia y Bélgica.
Creo sinceramente que los movimientos independentistas representan la última mejor esperanza para reclamar nuestro derecho de nacimiento: la gran tradición liberal clásica y la civilización que la hizo posible. En un mundo que se ha vuelto loco con el poder del estado, la secesión ofrece la esperanza de que puedan seguir existiendo sociedades verdaderamente liberales, organizadas en torno a la sociedad civil y los mercados, en lugar de los gobiernos centrales.
La secesión como una revolución «de abajo arriba»
«¿Pero cómo podría realmente pasar esto?», probablemente estén pensando.
¿No significaría necesariamente la creación de un movimiento secesionista viable en EEUU convencer a una mayoría de estadounidenses o al menos a una mayoría del electorado a unirse a una campaña política masiva muy similar a una elección presidencial?
Yo digo que no. Crear un movimiento libertario de secesión no implica necesariamente una organización política masiva: de hecho, movimientos nacionales condescendientes con izquierda y derecha bien pueden ser desesperadamente ingenuos y un desperdicio de tiempo y recursos.
Por el contrario, nuestro enfoque debería estar en un resistencia hiper-localizada al gobierno federal en forma de una revolución «de abajo arriba», como la califica Hans-Hermann Hoppe.
Hoppe nos aconseja usar defensivamente cualquier pequeño atisbo que nos permita el Estado: igual que la fuerza se justifica solo en defensa propia, el uso de medios democráticos se justifica solo cuando se usa para para alcanzar fines no democráticos, libertarios y a favor de la propiedad privada.
En otras palabras, una revolución de abajo arriba emplea tanto la persuasión como los mecanismos democráticos para independizarse a nivel individual, familiar, comunitario y local, en millones de formas que implican que demos la espalda al gobierno central en lugar de tratar de doblegar su voluntad.
La secesión, entendida correctamente, significa retirar consentimiento y alejarse de Washington, no trata de captarlo políticamente y «convertir al rey».
La secesión no es un movimiento político
¿Por qué no es política la vía de la secesión, al menos a nivel nacional? Francamente, cualquier idea de un apropiación libertaria del aparato político en Washington es una fantasía e incluso si se produjera un cambio político radical, el ejército de 4,3 funcionarios federales simplemente no va a desaparecer.
Convencer a los estadounidenses para que adopten un sistema político libertario (incluso si fuera posible esa paradoja) es un empeño inútil con nuestra cultura actual.
La política es un indicador a posteriori. La cultura lidera, la política le sigue. No puede haber un cambio político radical en estados Unidos hasta que no haya un cambio radical filosófico, educativo y cultural. En los últimos 100 años, los progresistas se han apropiado de la educación, los medios de comunicación, el arte, la literatura y la cultura popular y por consiguiente se han apropiado de la política. No al contrario.
Por eso nuestro movimiento, el movimiento libertario, debe ser una batalla por los corazones y las mentes. Debe ser una revolución intelectual de ideas, porque ahora mismo las malas ideas gobiernan el mundo. No podemos esperar que se produzca un milagro político libertario en una sociedad no libertaria.
Por favor, no me malinterpretéis. La filosofía de la libertad está creciendo en todo el mundo y creo que estamos ganando corazones y mentes. Es tiempo para la valentía, no para el pesimismo.
Aun así, el libertarismo nunca será un movimiento político masivo (en el sentido de mayoritario).
Alguna gente siempre apoyará al Estado y no deberíamos engañarnos acerca de esto. Puede ser por razones genéticas, factores ambientales, influencias familiares, malas escuelas, influencias de medios de comunicación o simplemente por un deseo humano innato de buscar la ilusión de la seguridad.
Pero cometemos un error fatal cuando diluimos nuestro mensaje para buscar la aprobación de gente que aparentemente está programada para oponerse a nosotros. Y desperdiciamos tiempo y energía preciosos.
Lo importante no es convencer a quienes están esencialmente en desacuerdo con nosotros, sino el grado en que podemos sustraernos de su control político.
Por eso en mi opinión la secesión es una aproximación tácticamente superior: es mucho menos desolador convencer a la gente partidaria de la libertad de que se vaya del estado que convencer a los partidarios del estatismo para que cambien.
¿Qué pasa con los federales?
Ya sé lo que estáis pensando y lo mismo hace el antes mencionado Dr. Hoppe:
¿No se limitarían los federales a aplastar cualquier intento (en una secesión focalizada)?
Indudablemente les gustaría, pero que puedan hacerlo o no es una cuestión totalmente diferente (…) basta con darse cuenta de que los miembros del aparato público siempre representan, incluso en condiciones de democracia, una proporción (muy pequeña) de la población total.
Hoppe contempla un creciente número de «territorios implícitamente independizados» que no obedecen a la autoridad federal:
Sin fuerzas policiales locales que apliquen la voluntad del gobierno central, esta no es más que palabrería.
Sería prudente (…) evitar una confrontación directa con el gobierno central y no denunciar abiertamente su autoridad (…)
Por el contrario, parece recomendable realizar una política de resistencia pasiva y no cooperación. Simplemente se deja de ayudar a la aplicación de todas y cada una de las leyes federales.
Finalmente, concluye como solo puede hacerlo Hoppe (recordad que estamos en la década de los noventa):
Waco, un grupo diminuto de fanáticos, es una cosa. Pero ocupar o eliminar un grupo significativamente grande de ciudadanos normales, de una pieza y respetables es algo muy distinto y algo mucho más complicado.
Pueden estar en desacuerdo con el Dr. Hoppe con respecto al grado en que el gobierno federal ordenaría activamente violencia militar para aplastar cualquier foco secesionista, pero lo importante es indiscutible: el régimen es en buena medida una ilusión y el que se consienta su autoridad es se debe casi completamente al miedo, no al respeto. Eliminen la ilusión de benevolencia y omnipotencia y el consentimiento rápidamente se tambalea.
¡Imaginen lo que podría lograr en Estados Unidos una base libertaria comprometida y coordinada! El 10% de la población de EEUU, aproximadamente treintaidós millones de personas, sería una fuerza imparable de separación no violenta del leviatán federal.
Como plantea Hoppe, no es fácil para el estado arrestar o atacar grandes grupos locales de ciudadanos. Y como enseña la historia estadounidense, la mayoría del pueblo en cualquier conflicto es probable que resulten ser «gente que mira desde la barrera», en lugar de antagonistas.
Izquierda y derecha son hipócritas respecto de la secesión
Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo es que tanto la izquierda como la derecha políticas se quejan amargamente de la otra, pero rechazan tercamente considerar, de nuevo, la solución evidente que tenemos a la vista.
Uno podría pensar que los progresistas defenderían al Décima Enmienda y los derechos de los estados, porque les liberaría de los derechistas neandertales que se interponen en el camino hacia su utopía progresista. Imaginen California o Massachusetts teniendo todas las políticas progresistas firmemente implantadas, sin ninguna legislación federal limitante ni tribunales federales en su camino y sin tener que compartir ingresos fiscales federales con los odiados estados rojos.
Imaginen un experimento en el que los residentes del área de la Bahía de San Francisco fueran libres de vivir bajo el régimen política o social que les guste, mientras que los residentes en Salt Lake City fueran libres de hacer lo mismo.
¡Indudablemente ambas comunidades serían mucho más felices con este acuerdo de sentido común que con el actual por el que ambas tienen que diferir a Washington!
Pero en realidad los progresistas se oponen frontalmente al federalismo y a los derechos de los estados, ¡y mucho más a la secesión! La razón, por supuesto, es que los progresistas piensan que están ganado y no pretenden ni por un minuto dejar que cualquiera huya de lo que tienen planeado para nosotros.
La democracia es la gran ortodoxia política de nuestro tiempo, pero sus supuestos defensores en la izquierda no pueden soportar una democracia de verdad localizada, que es de hecho el objetivo declarado de los movimientos secesionistas.
Les interesa la democracia solo cuando el voto va a su favor y entonces solo al nivel federal más atenuado o, preferiblemente para los progresistas, a nivel internacional. ¡Lo último que quieren es control local sobre algo! Son los grandes centralizadores y consolidadores de la autoridad estatal.
El «vive y deja vivir», simplemente no está en su ADN.
Nuestros amigos en la derecha no son mejores en este aspecto.
Muchos conservadores están desgraciadamente identificados con el mito de Lincoln y siguen esclavos del estado centralizado del bienestar, no importa a costa de qué.
Como ejemplo, considerad el referéndum para la independencia escocesa que tuvo lugar en septiembre de 2014.
Algunos conservadores, e incluso unos pocos libertarios, afirmaron que deberíamos oponernos al referéndum debido a que crearía un nuevo gobierno y por tanto existirían dos Estados en lugar de uno. Pero reducir el tamaño y ámbito de cualquier dominio estatal es sano para la libertad, porque nos acerca al objetivo final de la autodeterminación a nivel individual, a concedernos a cada uno soberanía sobre nuestras vidas.
Citando de nuevo a Mises:
Si hubiera alguna forma posible de conceder este derecho de autodeterminación a toda persona individual, debería hacerse. (cursivas añadidas)
Además, algunos conservadores argumentan que no deberíamos apoyar movimientos de secesión en los que el movimiento independentista es probable que cree un gobierno más «liberal» que el que reemplaza. Este fue el caso de Escocia, donde los escoceses más jóvenes que apoyaron el referéndum de independencia en gran número esperaban crear lazos fuertes con el parlamento de la UE en Bruselas y crear un estado de bienestar al estilo escandinavo dirigido desde Holyrood (¡no importa que los tories en Londres estuvieran encantados ante la perspectiva de deshacerse de un enorme número de partidarios del laborismo!)
Pero si el principio de autodeterminación tiene que tener algún significado, debe permitir a los demás tomar decisiones con las que estemos en desacuerdo. La competencia política solo puede beneficiarnos a todos. Lo que no entienden ni progresistas ni conservadores (o, lo que es peor, sí entienden) es que la secesión ofrece un mecanismo para la diversidad real, un mundo en el que no estamos todos unidos al mismo yugo. Ofrece una forma para la gente con opiniones e intereses ampliamente divergentes de vivir pacíficamente como vecinos en lugar de sufrir bajo un gobierno central que dé órdenes que lancen a unos contra otros.
La secesión empieza contigo
En último término, lo buen de la secesión empieza y termina con el individuo. Las malas ideas rigen el mundo, pero ¿deben regir tu mundo?
La pregunta que tenemos que hacernos todos es: ¿con qué seriedad nos tomamos el derecho de autodeterminación y qué estamos dispuestos a hacer en nuestras vidas personales para afirmarlo?
La secesión en realidad empieza en casa, con las acciones que realizamos en nuestra vidas cotidianas para distanciarnos y eliminar la autoridad estatal, silenciosamente, sin violencia e inexorablemente.
El Estado se tambalea a nuestro alrededor, bajo el peso de sus propias contradicciones. Su propio lío fiscal y su propio sistema monetario. No necesitamos conseguir el control de Washington.
Lo que tenemos que hacer, como gente que busca más libertad y una vida mejor para generaciones futuras, es alejarnos de Washington y asegurarnos de que no nos hundimos con él.
Cómo independizarse ahora mismo
Para terminar, dejadme hacer unas pocas humildes sugerencias para empezar un viaje hacia la secesión personal. No todas ellas pueden aplicarse a vuestras circunstancias personales, solo vosotros podéis decidir qué es lo mejor para ustedes y sus familias. Pero todos podemos desempeñar un papel en una revolución de abajo arriba haciendo todo lo que podamos para eliminar nuestro consentimiento del Estado:
- Independizarse del aislamiento intelectual. Hablar con amigos con ideas similares, familia y vecinos (física o virtualmente) para extender la libertad y cultivar relaciones y alianzas. El estado prefiere tenernos atomizados, sin una estructura familiar o red social fuertes.
- Independizarse de la dependencia. Convertirse en tan autosuficiente como sea posible con respecto a comida, agua, combustible, dinero, armas de fuego y seguridad física en casa. Resistirse a estar supeditado al gobierno en caso de desastre natural, crisis bancaria o similar.
- Independizarse de los medios de comunicación de masas, que promueven el Estado de un millón de formas. Abandonar el cable, abandonar la CNN, abandonar los grandes periódicos y encontrar vuestras propias fuentes de información en esta época de Internet. Aprovechar un lujo que no disfrutaban las generaciones pasadas.
- Independizarse del control estatal de sus hijos educándolos ustedes mismos o sacándolos de la escuela.
- Independizarse de la universidad rechazando la academia ortodoxa y su trampa del crédito para los estudiantes. Educarte tú mismo utilizando plataformas de aprendizaje en línea, obteniendo credenciales técnicas o simplemente leyendo todo lo que puedas.
- Independizarse del dólar de EEUU poseyendo materiales preciosos físicos, poseyendo activos en divisas extranjeras y poseyendo activos en el extranjero.
- Independizarse de los regímenes fiscales y regulatorios federales organizando tus negocios y asuntos personales para que sean tan eficientes fiscalmente y discretos como se pueda.
- Independizarse del sistema legal, protegiendo legalmente tus activos frente a demandas rapaces y juzgados testamentarios tanto como sea posible.
- Independizarse de la estafa de la atención sanitaria estatal tomando el control de tu salud y cuestionando la ortodoxia médica.
- Independizarse de tu estado mudándote a otros con mejor entorno fiscal y regulatorio, mejores leyes de educación en casa, mejores leyes de armas o simplemente a uno con más gente amante de la libertad.
- Independizarse de la incertidumbre política en EEUU obteniendo el segundo pasaporte o independizarse completamente de EEUU expatriándote.
- Sobre todo, independizarse de la idea de que el gobierno es todopoderoso y un oponente demasiado formidable como para vencerlo. El Estado no es más que la gran ficción de Bastiat o la banda de ladrones con mayúsculas de Murray. No le demos el poder para hacernos tristes o pesimistas.
Todos nosotros, independientemente de la inclinación ideológica o de si lo sabemos o no, estamos casados con un despilfarrador muy violento y abusivo. Es hora, señoras y señores, de divorciarse de Washington.