[Left & Right (1966)]
La filosofía ha sido madre de otras ciencias. Es, como sabemos, madre de la física que solía conocerse como filosofía natural. Y nadie ignora el hecho de que la economía fue creada por un moralista cuyo nombre era Adam Smith. Tampoco esto debería ser realmente sorprendente cuando reflexionamos sobre el hecho de que la mayoría de las nociones generales en todas estas ciencias son básicamente filosóficas y de que los métodos de desentrañar sus implicaciones son básicamente filosóficos. Por supuesto, está el problema de determinar si hay algo en realidad que corresponda a las nociones cuyas profundidades intentamos sondear. En general, la respuesta a este problema no nos la dan los métodos filosóficos: nos la da la observación.
¿En qué se diferencia entonces la filosofía de las demás ciencias? No puede trazarse una línea gruesa y rápida entre ellas. Tanto en científico como el filósofo analizan conceptos. Ambos se dedican a la observación. Pero las personas llamadas filósofos normalmente han empezado el análisis de conceptos y han hecho las observaciones más generales. Los demás continúan donde ellos lo dejaron. A estos podemos llamarlos científicos. Prolongan el trabajo que empezó el filósofo, dejándole nuevas áreas abiertas que a su vez se entregarán a futuros científicos para un mayor refinamiento.
Pensemos en la idea del intercambio libre. Podemos analizar esta noción y trabajar todas sus implicaciones lógicas. También podemos preocuparnos por encontrar si existe el intercambio libre en la realidad y hasta qué punto. Preguntémonos ahora si esta noción es propia de la filosofía o de la economía. In vacuo realmente no hay manera de responder a la pregunta. En abstracto, no es más de una que de otra. Podemos apuntar, sin embargo, que el trabajo completo de la idea y su aplicación lo han realizado un grupo de personas conocidas como economistas. Y podríamos por tanto definir a un economista como alguien que ha desarrollado esta y otras ideas más o menos relacionadas.
Hay una enorme cantidad de metafísica en los Principios de Newton, igual que hay una enorme cantidad de ciencia en la Física de Aristóteles. Por tanto es simplista hablar de uno como filósofo y el otro como científico. Es más bien una cuestión de más o menos. Podemos decir que Newton pertenecía a la clase de quienes siguieron cierta línea de investigación hasta un grado extraordinario y que hay bastante gente así como para permitirnos hablar de una clase de físicos.
Así que quizá no deberíamos preguntar si este o aquel habla de filosofía o economía. Todo lo que podemos decir es que ha ido más allá en cierto tipo de cuestiones de lo que la mayoría de la gente llamada filósofos se haya preocupado de ir. Si hace un mal trabajo tendemos a decir que está fuera de su campo, pero sería probablemente mejor decir que está fuera de su profundidad. Pero no deberíamos decir: “Está fuera de su profundidad. Por tanto hizo un mal trabajo”. Más bien deberíamos decir: “Hizo un mal trabajo; por tanto está fuera de su profundidad”.
Si todo esto empieza a parecerse a una disculpa por lo que voy a explicar, será porque lo es. Si no hubiera escrito esta introducción, le lector estaría tentado de preguntarse si yo, un filósofo, iba a hablar de filosofía o de economía. Confío en que esta cuestión parezca ahora menos interesante. Propongo intentar una justificación de la propiedad privada y luego analizar la expresión “propiedad colectiva”. Espero demostrar que esta última expresión no tiene ningún sentido. Por desgracia, se supone a menudo que tiene significado y la existencia como tal en la realidad se da frecuentemente por sentada incluso por supuestos defensores de la propiedad individual. Acabaré apuntando una serie de casos en los que ocurre esto, con gran perjuicio del debate económico.
Autopropiedad y derecho de propiedad
Empezaremos exponiendo nuestra tesis fundamental respecto de la propiedad privada. Todo hombre tiene derecho a adquirir bienes antes sin dueño, mantenerlos y entregarlos a voluntad, usarlos o no usarlos a voluntad. No intentaremos justificar esta proposición.
Para que no haya ninguna confusión, sería bueno definir exactamente la forma en que vamos a emplear el término “derecho”. Cuando decimos que uno tiene derecho a hacer ciertas cosas, queremos decir esto y solo esto, que sería inmoral que otro, solo o en combinación con otros, le impida hacerlo mediante el uso de fuerza física o su amenaza. No queremos decir que cualquier uso que haga un hombre de su propiedad dentro de los límites establecidos sea necesariamente un uso moral. Por tanto no negaremos que uno puede en muchos casos tener una obligación de compartir su propiedad con varios de sus compañeros. De esto no se deduce que una pueda apropiadamente fabricar y vender drogas adictivas a quienquiera que las desee. Sin embargo, lo que está mal es el uso de fuerza física para impedir que ocurran estas cosas.
Mencionamos esto para apuntar el hecho de que no damos una aprobación automática a lo que ocurra en el libre mercado. No solo esto, sino que el propio mercado proporciona castigos apropiados a lo que podemos considerar como formas indeseables de conducta. Por ejemplo, mencionemos la “Liga de la virtud”. A principios de la década de los 30 había una extendida desaprobación de muchas de las películas de Hollywood. La Legión era extremadamente activa a la hora de organizar boicots a esas películas. Aprobemos o no estas actividades, deberíamos advertir que no se basaba en fuerza física y que era efectiva en un grado considerable. Se basaba en la actividad voluntaria y confiaba completamente en el derecho a la libertad de expresión. Está asimismo el viejo remedio de alzar las cejas. A la mayoría no nos gusta ser conocidos como tacaños; por el contrario, nos gusta que se nos conozca como grandes benefactores de la humanidad y algunos incluso queremos ser así. Factores indudables como estos tuvieron una influencia considerable en mucha de la filantropía durante este siglo y el anterior. Podemos decir que el derecho de un hombre a la propiedad no nos dice mucho de lo que puede hacer apropiadamente, sino más bien lo que otros no pueden hacerle apropiadamente. Es fundamentalmente un derecho a no verse interferido.
Podemos ahora preguntarnos en qué se basa este derecho. Deriva, diríamos, del derecho previo de autopropiedad. Cada uno se posee a sí mismo y a sus actividades. Esto significa que no podemos iniciar violencia contra otros. Decimos “iniciar” porque sin duda podemos empelar violencia contra quienes la hayan iniciado contra nosotros. En otras palabras, podemos repeler la violencia. Supongamos que de varias formas realizo mi actividad sobre bienes materiales no humanos que no tienen previamente propietario. ¿Con qué derecho me detiene alguien? No hay más que dos posible justificaciones: o bien tiene derecho a dirigir mis actividades usando violencia (en otras palabras, me posee) o bien posee los bienes materiales en cuestión. Pero esto contradice las suposiciones que ya hemos llevado a cabo: que todo ser humano se autoposee y que los bienes materiales en cuestión no tienen previamente propietario. Este hombre afirma poseerme a mí o a la propiedad que creo haber adquirido. El único factor abierto a discusión es si el otro hombre había adquirido pacíficamente el terreno antes que yo. Pero plantear esta pregunta es conceder el derecho de propiedad privada, que es lo que tratamos de establecer. Ahora, si ningún hombre tiene derecho a hacer esto, de ello se deduce que no puede hacerlo ningún número superior de hombres, pues la misma pregunta hecha sobre A puede hacerse respecto de C y lo mismo de todos los demás. Sin duda si esto es verdad para cualquiera de ellos tomados individualmente, no hay razón para suponer que puedan adecuadamente hacerlo si se agrupan.
Hay por tanto un derecho ilimitado de adquisición. Pero se aplica solo a lo que otros no hayan adquirido ya. Esto parece evidente, pero aparentemente no lo es para muchos. Uno escucha frecuentemente la reclamación de que debería haber una redistribución de la propiedad basándose en que la división actual no permite a todos tener tierras o en que todos tienen derecho a tener propiedades. El equívoco debería aclararse: cada uno tiene el derecho a apropiarse de lo que nadie más se haya apropiado. El derecho de apropiación no tiene contenido salvo que quien lo emplee puede mantener lo que tomó. Y si uno puede mantener lo que tomó, de ello se deduce que nadie tiene autoridad para quitárselo.
El derecho de autopropiedad implica el derecho a entregar propiedad, ya sea gratis o a cambio de otra cosa. ¿Por qué derecho podría uno obligar a un individuo a retener su propiedad? Igualmente, si un individuo puede entregar su propiedad, entonces por la misma razón puede recibirla una persona. Uno es el corolario del otro. Todas las objeciones a la riqueza heredada son ataques al derecho de un hombre a entregar su propiedad. ¿De dónde derivamos la autoridad para obligar a un hombre a dar su propiedad a los individuos que nosotros designemos? Sin duda su ingreso es justo, aunque no lo haya ganado, por ser a quien el propietario original desea legar sus bienes.
Parece haber un prejuicio extremadamente poderoso contra la riqueza no ganada. Pero es tan selectivo como poderoso. Los “liberales” objetan cuando los receptores son ricos y lo favorecen cuando son pobres. Algunos “conservadores” van en la dirección contraria. Estos últimos protestarán por la renta anual garantizada basándose en que no ha sido ganado por el receptor y elimina su estímulo para producir. Ninguna de estas razones es válida. El mero hecho de que no se haya ganado una renta es totalmente irrelevante y aunque el hecho de que una persona no sea productiva es malo para el resto de nosotros, no tenemos autoridad para obligarle a ser productiva. La verdadera respuesta a los defensores de esos subsidios es que implican robar a los legítimos propietarios. Esto no tiene nada que ver con si estamos a favor de la “ética protestante”. Usando este tipo de argumentos, los “conservadores” can en manos de sus oponentes, que hacen su agosto al plantear todo tipo de dificultades contra esa ética. La renta no ganada por los ricos se justifica porque a ellos les pertenece, mientras que del hombre del auxilio público no lo está porque se ha robado a su propietario legítimo. Es indudablemente apropiado apuntar a aquellos que están a favor de esas medidas que la mayoría de la gente cuyo tipo de renta motivaría no producir acabaría siendo más pobre de lo que ya es, pues son inconscientes de los esfuerzos económicos a largo plazo. Pero el asunto primario sigue siendo ético. Supongamos que incluso con pagos sociales las preferencias de la mayoría de la gente aumentaran enormemente. Todos seríamos entonces más pobres debido a su falta de producción. Pero este hecho no justificaría que les obligáramos a producir. La única alternativa legítima sería que nos mudáramos a otro lugar.
El hombre tiene asimismo el derecho a usar su propiedad como le parezca. Por uso queremos decir cualquier alteración en la constitución física de la cosa poseída. Una vez se ha apropiado la misma, el propietario puede o bien dejarla como está o bien alterarla de cualquier manera. Muchos protestan contra la propiedad continua de terrenos “no mejorados”, basándose en que el propietario no ha hecho nada para aumentar su valor. Si lo vendiera posteriormente estaría obteniendo algo sin ningún esfuerzo por su parte. Aquí está de nuevo implícita la falacia de que la ganancia solo se justifica en la medida en que sea resultado de una miseria previa, una doctrina que Marx y otros heredaron de los escolásticos. Pero más básicamente, se basa en una suposición totalmente falsa: de que transformando un objeto podemos aumentar su valor. No existe el valor en un objeto. Los objetos los valora la gente: lo que valora la gente es la realidad física. ¡La gente no valora valores! La única manera de aumentar la valoración de lo que tengo por otro es mediante hipnotismo.
Es verdad que podemos así cambiar la constitución física de objetos que correspondan a los valores futuros de la gente. Pero advirtamos que no hay una certidumbre absoluta de cuáles serán sus valores. Bien puede ser que lo que valore la gente en el futuro sea el objeto en su forma original. Si ocurre esto, entonces todos mis esfuerzos habrán sido en vano. Así que se beneficiarán y me beneficiaré mucho más no haciendo nada. En otras palabras, el dueño de la propiedad realiza una función emprendedora. Debe predecir las valoraciones futuras que harán él y otros y actuar o no de acuerdo con ello. Es “recompensado” principalmente, no por su trabajo, sino por su buen juicio.
Es una lección sencilla cuyo aprendizaje habría librado al mundo de una tremenda cantidad de miseria. Por desgracia, el mundo parece tan lejos de aceptarla como siempre. La opinión e que uno debería ser recompensado por sus esfuerzos es parte de una sabiduría convencional y uno la encuentra tanto en boca del liberal como del conservador. Una de las razones por las que el marxismo siempre encuentra alguien que le oiga es el hecho de que antes de escucharlo la gente ya sostiene su teoría básica del valor. Y es muy sencillo para los marxistas mostrar a esa persona que la forma en que se pagan los salarios se ajusta malamente con las ideas de justicia comúnmente aceptadas. Lejos de retrasar la aceptación de las ideas socialista, sus convicciones religiosas tenderán a acelerar el proceso. Fijémonos en la cantidad de clérigos que se han visto atrapados en esta trampa.
Justicia y propiedad en la tierra
Hasta aquí, por tanto, los principios básicos relacionados con la idea de propiedad privada. La triste realidad de Inglaterra a finales del siglo XVIII y principios del XIX era bastante diferente de la situación ideal. Indudablemente en grado de miseria que prevalecía tras la introducción de economías más o menos libres se ha exagerado enormemente. De hecho habría habido aún más miseria si no se hubiera introducido este sistema. Esto nos lleva a creer que había algo radicalmente erróneo antes del cambio a lo que nunca se ha prestado la atención apropiada. Aunque se eliminaron todas las espantosas restricciones a la acción económica, las enormes propiedades feudales quedaron sin tocar en nombre del respeto a la propiedad privada.
Como sabemos, estas propiedades fueron principalmente la consecuencia o bien de la conquista o de las concesión de tierras del estado. Es muy dudoso que estas propiedades pudieran haber alcanzado su tamaño en el mercado libre. La justicia habría dictado la división de estos terrenos entre trabajadores agrícolas. Por desgracia, no se hizo. La consecuencia fue que unos pocos individuos tenían votos en el mercado más allá de lo debido y eran por tanto capaces de determinar el curso de los acontecimientos. Fueron responsables de la cantidad espectacular de inversión y consiguiente crecimiento económico de la zona. No hay duda de que tenemos ahora más bienes a nuestra disposición debido a lo que ocurrió entonces.
Supongamos que el territorio se hubiera dividido. Probablemente la agricultura habría sido un sector mucho más importante en Inglaterra. Es asimismo probable que la tasa de consumo hubiera sido mayor. Esto hubiera significado menos inversión, menos “crecimiento”. No estaríamos donde estamos hoy. Suponiendo que todo esto sea cierto ¿qué supone? La cuestión principal es la de la justicia. ¿De dónde obtiene un hombre la autoridad para obligar a otro a usar su propiedad de la forma en que el extraño juzga que sea más económica? Es su propiedad y tiene el derecho a usarla de la forma que le satisfaga, Si no quiere “crecer”, es su problema.
El hecho de que una generación futura pueda mejorar debido a una tasa de crecimiento forzada durante las generaciones anteriores no sirve de excusa. Sería equivalente a permitir a generaciones futuras fijar impuestos a sus antecesores. La abstinencia forzosa del consumo se está justificando constantemente basándose en que “estaremos mejor dentro de cien años”. ¿Quiénes “estaremos”? En cien años estaremos todos muertos. Aunque no fuera así, supongamos que queremos estar mejor ahora. ¿No debería permitirse a los individuos funcionar de acuerdo con sus propias preferencias temporales?
La falta de voluntad de algunos de remediar una distribución injusta de las pertenencias basándose en que hacerlo sería antieconómico es sin duda escandalosa. Después de todo, si no se remedia esa inicua distribución en nombre de la economía, ¿no sería asimismo legítimo crear un sistema injusto por la misma razón? ¿Por qué no apropiarse de las pequeñas propiedades y dárselas a aquellos hombres que elijan ahorrar en lugar de consumir? Pero esto sería injusto. Es verdad, pero lo mismo pasa si se permite a al gente retener propiedades que realmente no le pertenecen.
Sin embargo, podemos ir más allá y desafiar la tesis de que el sistema de pertenencias que se consiguió en el momento en que se instituyó el libre mercado era el más económico. ¿Quién lo sabe? Sobre la suposición de que se obtuvo desde el principio un mercado libre, podemos decir que la distribución de riqueza es la más económica. El tamaño de las pertenencias de todos tenderá a reflejar el grado en que satisfizo los deseos de aquellos con los que realizó negocios. Como, ex hypothesi, nunca hubo coacción, todos se beneficiaron de los intercambios. Sin duda no pueden hacerse esas afirmaciones a favor de un sistema que prexistió al mercado no intervenido. Todo lo que podemos decir que si las pertenencias se mantienen incólumes y se introduce el libre intercambio, acabará desarrollándose un sistema satisfactorio. Sin embargo, en este caso, el largo plazo puede ser de verdad largo y ¿qué pasa entretanto con los derechos del pueblo? Preferirá consumir el pastel menor que es suyo por derecho. El que la gente que posea lo que es suyo por derecho se dedique a crear un pastel mayor que pueda ser consumido solo por tus descendientes es sin duda un triste consuelo.
Estas consideraciones sin duda plantean numerosas preguntas acerca de las situaciones en las zonas subdesarrolladas del mundo. Evidentemente uno de los grandes problemas es qué hacer con las grandes pertenencias de territorios. Hay pocas dudas de que no fueron adquiridas por medios legítimos. Por su existencia, gran cantidad de individuos están condenados a una vida de miseria incluso bajo sus propios patrones. Uno puede simpatizar con la preocupación errónea del reformista marxista. Por otro lado, debemos deplorar esta aproximación bífida al problema de la propaganda, Es curioso que apele al campesino en sus propuestas para dividir el terreno (una apelación eficaz porque, por instinto, el campesino cree firmemente en la propiedad privada y siente que se le ha hurtado). Sin embargo, para los obreros de las fábricas, tiene una historia completamente distinta. Les hace comprender que la mentalidad capitalista del campesino es su enemigo real y promete que el estado se apropiará de la tierra, de forma que los kulaks no serán capaces de cobrar precios exorbitantes a los trabajadores en la ciudad.
Quien entienda el funcionamiento del libre mercado puede ver que las políticas defendidas por colectivistas están condenadas al fracaso. Sin embargo, para la mayoría, los que defienden de boquilla al mercado muestran pocos deseos de cuestionar las disposiciones de la propiedad en estas áreas. Por eso tienen poco que decir que interese a los pobres y oprimidos en estos países. Por tanto, esta gente ha llegado a asociar al sistema de libre mercado con la aprobación del status quo. No ayudará mucho el hecho de que a partir de ahora sus opresores sean capaces de intercambiar entre sí sin interferencias. Todo esto significa que para el futuro previsible, podrían caer algunas migajas más de las mesas de aquellos que se benefician del intercambio facilitado.
Aquí funciona de nuevo el espíritu del crecimiento. “Estos países nunca se industrializarán sin que se permita que continúen las enormes propiedades y el terreno se empleará bien si se divide”. ¿Podría un marxista criticar más al libre mercado que esta gente? ¿No es un derecho de los propietarios reales decidir en qué grado se industrializará su zona?
También operan ciertos intereses especiales que quieren justicia aquí, pero no en el extranjero. Algunos de ellos han comprado tierras de gente que para empezar no tenían derecho a ellas; otros han recibido tierras de gobiernos que las han expropiado previamente. Esto les hace parte de la injusticia. Evidentemente, muchas de las quejas justificadas en estas áreas están mal dirigidas. Igual que estas empresas extranjeras protestarán por cualquier expropiación apelando a la santidad de la propiedad, los nativos echarán la culpa de sus problemas al propio sistema de propiedad privada o atacarán las inversiones extranjeras como algo malo en sí mismo. Como en muchos otros casos, la gente es incapaz de ubicar el verdadero enemigo. Indudablemente, si esta gente sí echa la culpa de sus problemas a la libre empresa, los defensores de este sistema son parcialmente responsables de su error.
Hemos hecho un análisis general de lo que implica la idea de la propiedad privada individual. Hemos intentado mostrar que este sistema está justificado por el derecho más básico de autopropiedad. Luego hemos apuntado que la única razón por la que otros pueden impedir a una persona adquirir propiedad es una afirmación implícita de propiedad previa de otro. Pero conceder que algún otro poseía la propiedad es admitir que existe el derecho de propiedad. Luego establecimos que nadie tiene la autoridad para interferir con el uso no agresivo de esa propiedad. Finalmente es importante darse cuenta de que los bienes que hayan sido adquiridos ilegítimamente no se convierten en propiedad legítima en virtud del mero paso del tiempo.
“Sociedad” y propiedad colectiva
Hemos dejado de lado hasta ahora la evaluación una última noción: la de que los bienes de la tierra no pertenecen a los individuos, sino que pertenecen a una entidad llamada “sociedad”. De alguna manera, esta entidad es un todo del que cada uno es una parte. Se concibe con derechos y también con obligaciones. Las acciones de las partes solo pueden permitirse en la medida en que ayuden al todo. El órgano a través del cual se expresa la sociedad puede ser un rey, un parlamento o simplemente la mayoría de sus miembros. Supuestamente, “queremos” lo que quieran estos órganos. Aún siendo convincente, esta teoría es bastante de formular y por una buena razón. Se usa a menudo como justificación final del gobierno.
Lo que deberíamos preguntarnos no es tanto si la sociedad tiene los derechos a ella atribuidos como si esa entidad puede decirse sensatamente que exista en absoluto. Sin embargo, cuando preguntas qué tipo de entidad podría ser se utilizan varias analogías. Igual que estamos hechos de células, la sociedad esta hecha de individuos. “Si afirmas que la nación de ‘sociedad’ en ininteligible, debes asimismo afirma que la noción de todo no tiene sentido”. Es verdad que es difícil admitir que pueda existir uno y no la otra. Por tanto, si la noción de “sociedad” deriva su factibilidad de estas analogías, podría merecernos la pena investigarlas un poco. ¿Hay realmente en algún lugar entidades que estén compuestas por entidades o somos víctimas de un truco lingüístico? Si no se encuentran esas entidades en ningún lugar, entonces automáticamente esa noción de “sociedad” caería por tierra.
Tal vez la mejor aproximación al asunto sería mediante un examen de lo que se quiere decir con un sustantivo colectivo. Por ejemplo, tomemos “equipo de béisbol”. Usamos este término para designar muchas cosas que están unidas en un aspecto concreto. En este caso, cada hombre actúa en conjunción con otros para producir ciertas actividades. ¿Tenemos literalmente un nuevo ser que no existía antes de que es de que esta gente aunara fuerzas? Es indudable que no. Sin embargo hablamos como si fuera ahora una entidad única, usamos la palabra “equipo” como sujeto de una oración, remplazamos la palabra “equipo” por “él”. Pero somos conscientes de que al hacerlo sencillamente estamos usando una forma cómoda de hablar pensada para ahorrar tiempo. La prueba de esto es que podríamos sencillamente eliminar la palabra “equipo” de nuestro lenguaje y sustituirla por un lenguaje más prolijo que se refiriera a “esos hombres que están unidos con el fin de jugar al béisbol”. Es una fórmula bastante complicada y es bueno que hayamos descubierto formas más cómodas de expresarnos. Tampoco esto causa ningún problema mientras no demos cuenta de qué estamos haciendo exactamente.
Advirtamos que en el ejemplo dado, no hay ningún “ego” por encima del de los individuos que han unido sus actividades. Ni, hablando estrictamente, hay una actividad colectiva: solo hay actividades individuales dirigidas por personas individuales en busca de un fin mutuamente acordado. El “todo” no son sino los jugadores individuales siempre que cooperen. Las únicas entidades reales son los individuos o las “partes”. Esto sugiere que podríamos en principio eliminar oraciones de “todo” de nuestro idioma y reemplazarlas con frases más complicadas, cuyo sujeto sean “partes” o “individuos”.
¿En qué sentido podemos hablar de estas organizaciones o sociedades como dueñas de propiedades? Estos grupos varían considerablemente de unos a otros, pero hay unas pocas notas generales que deberían aplicarse a todos. Lo primero a tener en cuenta es que no importa qué otra cosa pueda ser cierta en las disposiciones, estos grupos poseen lo que poseen debido a la libre elección de los individuos que han entrado en este tipo de cooperación. De hecho, la misma existencia de la organización presupone la voluntad de los individuos de reunirse y su continuidad requiere nuevas decisiones por parte de los dispuestos a colaborar con los miembros ya existentes. Lo cierto es que la sociedad no puede haber precedido a sus primeros miembros. Las disposiciones financieras serán las decididas por los miembros originales, pero incluso si se hacen cambios posteriormente, el procedimiento para introducirlos habrá sido establecido por los fundadores. Así que, de principio a fin, la propiedad societaria es en definitiva la de sus miembros individuales.
Volvamos ahora a la polémica de que el dueño original de la propiedad no es el individuo sino la “sociedad”. Hemos visto que las únicas entidades reales son los individuos, así que nada puede ser verdad de una sociedad que no sea verdad de los individuos que la constituyen. Consideremos primero la propiedad de los individuos. Al hacerlo, supondremos una sociedad compuesta por dos individuos. A y B. Solo hay dos posibilidades: A posee a A, B posee a B o A posee a B o B posee a A. No hay ninguna tercera entidad que pueda poseer a ambos. Pero debe haber un tercero si ambos tienen que ser poseídos; es decir, para que ellos pertenezcan en sentido literal a la sociedad. Si suponemos que A posee a B o lo contrario, seguimos sin tener propiedad de la sociedad, sino propiedad individual. Como la apropiación de bienes no humanos solo puede tener lugar mediante las actividades de la gente, se deduce que aquello de lo que se apropian los individuos pertenecerá a los propietarios de los individuos. Como es imposible que la sociedad posea a los individuos, no pueda poseer aquello de lo que se apropian.
Es verdad que los dos miembros de nuestra pequeña sociedad pueden acordar conjuntamente apropiarse de terrenos de los cuales serían copropietarios. Pero en este caso la decisión inicial es completamente voluntaria y cada uno es un dueño individual de una parte de esa propiedad y puede abandonar su porción de propiedad a voluntad.
Así vemos que la tesis de que la sociedad es la propietaria original de la tierra no soporta su análisis. No es sencillamente una cuestión de hechos históricos. En la misma naturaleza del caso, el individuo precede a la sociedad y esto incluye la propiedad del individuo. Todo el resto debe ser resultado de relaciones contractuales, dependientes ellas mismas de las libres decisiones de los individuos.
Aunque el concepto de que haya bienes que pertenezcan a la sociedad es inaceptable, hay muchas ocasiones en las que se da por sentado que la sociedad es una entidad por sí misma y automáticamente posee cosas. Esto constituye la premisa principal no expresada de muchas propuestas políticas. Nos gustaría examinar brevemente algunos casos en los que esto se da por supuesto.
“Es necesario conservar los recursos valioso de la sociedad”. Es el famoso problema del desperdicio. Como ya hemos visto, estos recursos o bien no tienen dueño o su propiedad se distribuye entre diversos individuos. No hay una tercera alternativa. La primera alternativa presenta pocas dificultades. ¿Por qué nadie posee estos recursos? Indudablemente, si interesaran a la economía varias personas se apropiarían de esos recursos. ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué no les interesa adquirirlos? La razón fundamental parece ser el hecho de que esos bienes no son lo suficientemente escasos como para justificar el coste (y lo hay) de apropiárselos. En otras palabras, el mismo hecho de que haya bienes que nadie vea apropiado adquirir para su uso exclusivo es en sí mismo una señal de que no hay problemas relativos a su conservación. Indudablemente si los hubiera, algunos emprendedores lo advertirían y harían algo. Sin duda es sospechoso cuando es el gobierno el único que puede ver que valga la pena adquirir recursos.
La otra posibilidad es que los recursos ya estén distribuidos entre propietarios individuales. En cuyo caso lo únicos que tienen derecho a hablar del desperdicio de “nuestros” recursos son los propios propietarios. Cada propietario hará uso de sus recursos como le parezca. Puede decirse que ha desperdiciado sus recursos solo cuando hace predicciones equivocadas y cuantos más recursos tenga la capacidad de adquirir, menos probable es que sea el tipo de persona que hace predicciones erróneas. Lo mismo puede decirse respecto de quienes hacen un uso excéntrico de sus recursos, por ejemplo, quemando sus pozos de petróleo para producir espectáculos. No podemos decir en este caso que el hombre esté desperdiciando nada. Puede resultar que obtenga mayor satisfacción por hacer esto que por otros usos que pudiera dar a su propiedad. Todo lo que podemos decir es que una sociedad libre la gente de este tipo es incapaz de adquirir una cantidad considerable de propiedad, salvo que alguien se la regale. En un mercado no intervenido, la tendencia total es a que uno pueda crear riqueza solo sirviendo en gran medida el interés de sus conciudadanos. Si se da riqueza a alguien de esta naturaleza, repito, no sería capaz de mantener su posición durante mucho tiempo. Así que podemos decir que la libertad completa de realizar acciones no agresivas tiende a evitar cualquier uso a gran escala de recursos que no sea mutuamente beneficioso. No solo no tiene sentido hablar de recursos de la sociedad: ni siquiera es útil.
“Nuestro país importa demasiado”. He aquí otra declaración que, en una sociedad libre, no tiene sentido. Los países no importan. Solo lo hace la gente. ¿Cómo puede un individuo importar demasiado, salvo fracasando en predecir apropiadamente sus deseos futuros? Si es tan malo como previsor, no durará mucho y cuanto menos rico sea, más rápidamente dejará de importar. En cualquier área, alguna gente importará mucho, otra mucho menos, pero nadie puede continuar importando demasiado durante mucho tiempo. Pero tal vez algunos importen demasiado para bien de otros en el sentido de que no ayudan a los demás. Debemos apuntar, antes que nada, que el que importe una persona no es la razón por la que no se ayuda a quienes le rodean. ¿Están mejor si deja de importar? Podemos añadir que en la medida en que el importador tenga amplias relaciones con los que le rodean, sus importaciones de otro lugar les beneficiarán positivamente porque estas relaciones extensas pueden continuar solo porque lo que importa les produce un mayor beneficio. Evidentemente, cuantos menores lazos económicos tenga con sus vecinos, menos serán ayudados estos por sus importaciones. Pero entonces quejarse de esto es reclamar que sencillamente porque X vive en un cierto radio de Y, debería estar obligado a ayudar a Y.
Una de las quejas comunes contra una divisa sin gestionar es que la gente es incapaz de controlar su dinero. La ambigüedad reside en el expresión “el dinero de la gente”. ¿Significa esto que hay una propiedad colectiva del medio de intercambio? Si es así, la expresión e ininteligible. En la economía libre cada individuo posee el dinero que sea capaz de adquirir. Lo valora como le parezca, lo controla como le parezca y lo gestiona como le parezca. La gente controla su dinero de la misma manera en que controla sus televisores. Por supuesto, lo último que quieren los defensores de la planificación pública es que la gente controle su dinero. Lo que quieren es que lo controle el gobierno. Lo que quieren decir con “incontrolado” es precisamente que está controlado, pero no por aquellos que les gustaría que lo controlaran. Uno de los grandes problemas del mundo es el hecho de que el dinero no está controlado por sus verdaderos propietarios.
Luego está el viejo cuento de que nuestro país está perdiendo oro. Supongamos que cada individuo posea el oro que sea, es evidentemente imposible que un país pierda oro. Para empezar, no lo tiene. Solo los individuos que tienen el oro pueden perderlo, una contingencia no muy probable. Normalmente, la gente no pierde oro. Lo intercambia por cosas que prefiere tener. Estaríamos algo atónitos al escuchar a alguien mantener con toda seriedad que “perdió” dos dólares por ir al cine. La verdad tras esas afirmaciones es que al gobierno que expropió el oro de la gente le están reclamando otros gobiernos que redima su divisa. Pero esto no habría ocurrido si el gobierno no se hubiera dedicado a una política inflacionista.
Acabaré con un ejemplo particularmente extravagante de The Making of Economic Society, de Robert Heilbroner, pp. 96-97:
Aun así, Inglaterra experimentó bastantes dificultades para realizar la Gran Transformación. Como podemos ver ahora, muchas de estas dificultades fueron consecuencia directa de los problemas que no ha destacado nuestro modelo. La proceso de industrialización de los siglos XVIII y XIX necesitaba realmente una gran cantidad de ahorro (es decir, de dejar de consumir) y muchas de las durezas sociales del momento pueden atribuirse a este origen.
¿Pero quién hizo ese ahorro? ¿Quién se obtuvo de consumir? Los propios fabricantes (con toda su ostentación) estuvieron entre los que reinvirtieron una parte sustancial de sus beneficios en más inversión. Pero los ahorradores reales no fueron tanto los fabricantes como otra clase: los trabajadores industriales. Aquí, en el bajo nivel de los salarios industriales, se hizo el gran sacrificio (no voluntariamente, en modo algo, pero es lo mismo). De los recursos que podían haber consumido se construyeron los fundamentos industriales para el futuro.
Ya nos hemos referido a las que creo que fueron las grandes injusticias del periodo de la “Gran Transformación”. Si hubiera habido una distribución más equilibrada de la propiedad, los individuos habrían consumido más de lo que producían, simplemente porque cada uno de ellos ha estado produciendo una cantidad menor y por tanto una menos tendencia al ahorro. Como el razonamiento de Heilbroner no depende de cualquier distribución anterior de la propiedad, supongamos la justicia de la situación y veamos si su análisis tiene sentido.
Es verdad que el no consumo es una condición necesaria para el ahorro. Pero el no consumo en cuestión afecta a los recursos propios, no a los de otra gente. Difícilmente puede decirse que yo ahorre para ti cuando dejo de consumir tus recursos. No es este el lugar para explicar el problema de los salarios. Baste con decir que si hubiera producido menos los salarios reales no habrían sido tan altos como eran en cualquier momento. El aumento en la producción era mutuamente beneficioso para propietarios y trabajadores. El hecho de que los propietarios ahorraran en lugar de consumir hizo que la condición de los trabajadores fuera mucho mejor que en caso contrario. Quizá hayan sido víctimas del hecho de que los productores tenían el dinero que les pertenecía por derecho. Pero no por el hecho de que se ahorrara el dinero. Es absolutamente ridículo afirmar que los trabajadores realizaron en realidad el ahorro pues no tenían los recursos para ahorrar. Incluso si alguien toma mi dinero y lo ahorra, difícilmente me resultará esclarecedor afirmar que soy yo el que está ahorrando. Solo permitiéndose este tipo de pensamiento colectivo es capaz Heilbroner de escribir esta tontería. Su factibilidad solo puede basarse en la analogía de una familia en la que algunos miembros, deseosos de aumentar la riqueza total, se abstienen deliberadamente de consumir sus ganancias para contribuir con ellas a las inversiones de los individuos más productivos del grupo.
En el siguiente párrafo se nos dice que “Inglaterra tuvo que mantener bajo el consumo de la clase trabajadora para liberar su esfuerzo productivo para la acumulación de bienes de capital”. ¿Cuál diablos es la entidad que tomó esa decisión? En la práctica, las únicas entidades que tomaban decisiones en la Inglaterra del siglo XIX eran las que poseían recursos. Hubo muchas decisiones por parte de mucha gente, pero ninguna de Inglaterra. Y estoy bastante seguro de que nadie se pensó capaz de “mantener bajo el consumo de la clase trabajadora” o deseara hacerlo “para liberar su esfuerzo productivo para la acumulación de bienes de capital”. Decisiones de este tipo se toman hoy, sin embargo. Pero no las toman los dueños de propiedades, sino los dictadores.
Si hay una lección a aprender de este escrito es que la única forma esclarecedora de analizar los problemas económicos y de propiedad es volviendo siempre al individuo que es lo único real. A la gente se la atiende mal con la creación de entidades espurias.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.