En nuestra oficina de trading tenemos la costumbre de que suene Bob Dylan siempre que los mercados empiezan a liquidarse. Estos días Dylan suena poco. Aunque considero al premio Nobel une especie de icono liberal clásico personal, no recuerdo exactamente cómo empezó esta tradición en la oficina. Pero la relación es apropiada, un reconocimiento a un genio enigmático que escribió himnos a la libertad, contra el poder y la coacción y, lo que es más relevante, sobre el cambio: el cambio irreprimible, revolucionario y a veces catastrófico.
El cambio es la característica definitoria de nuestra época moderna, de la ciencia a la empresa y la política, tanto por su velocidad extraordinaria como por su magnitud. Pero no se puede saberlo observando el panorama de los mercados financieros actuales. También estamos viviendo la época de represión financiera ordenada por el gobierno, que ha creado una estabilidad financiera forzosa y falsa. Todo esto existe como dos universos contradictorios y paralelos.
Gracias a casi una década de intervenciones sin precedentes en los mercados por los bancos centrales globales (que han adquirido colectivamente activos por un total de más de 20 billones de dólares), dondequiera que se mire hay represión de réditos, represión de la volatilidad del mercado y sus efectos colaterales de explosión de las valoraciones de activos (hasta alturas no vistas desde poco antes de crashes históricos pasados), deuda en ingeniería financiera, apalancamiento, recompras de acciones, locura por las criptodivisas, “volatilidad a corto” y todo tipo de planes absurdos de inversión en busca de réditos. Es una época de desequilibrios económicos y riesgos sistémicos artificiales masivos.
Intervenciones tan poderosas dañan a los más débiles y benefician a los más fuertes (los poseedores de activos) al crear distorsiones insostenibles y destructivas que acaban llevando a la catástrofe. Es un tema histórico universal, no relatado tal vez mejor por nadie que por Bob Dylan a principios de la década de 1960. Un tema subyacente de Dylan ha sido un mensaje profético, uno que habla increíblemente del clima de mercado incoherentemente inamovible sin riesgo de la actualidad: El cambio es irreprimible, los aceptemos o (especialmente) no, “los tiempos están cambiando”. Es fundamental para la vida: “no está ocupado naciendo, está ocupado muriendo”. Y es a menudo revolucionario, incluso parece apocalíptico: “caerá una fuerte lluvia”. Estos ejemplos podrían seguir indefinidamente, ya que el mensaje es profundo a lo largo de su obra.
Este ha sido igualmente un mensaje esencial para los grandes economistas de libre mercado de la Escuela Austriaca, siendo el más notable Ludwig von Mises (otro icono liberal clásico personal), que en su obra maestra La acción humana afirmaba:
La acción humana origina cambio. Mientras haya acción humana, no habrá estabilidad, sino una alteración incesante. El proceso histórico es una secuencia de cambios. Está fuera del alcance del hombre detenerlo y dar a paso a una época de estabilidad en la que toda la historia se paralizaría.
El mercado es un proceso de cambio y descubrimiento, innovación y adaptación, destrucción de lo viejo y crecimiento de lo nuevo, al convertirse los ganadores en perdedores, una y otra vez. Y se ve completamente facilitado por la información que conllevan siempre los cambios en los precios. Son la sangre de los mercados, trasladando capital de los jugadores menos eficientes a los más eficientes, impulsando el progreso continuo de la civilización. Todo esto no es sino el mismo significado de los cambios en los precios, de la volatilidad del mercado.
Si se reprime el cambio, se reprime todo lo que significa. Reprimirlo es una completa arrogancia y, en palabras de Dylan, esta “más allá de nuestro dominio”. Solo puedes retrasarlo, no detenerlo. (Yuxtapongamos este punto de vista con la afirmación ambiciosa de la presidenta de la Reserva Federal de EEUU, Janet Yellen de que no habrá otra crisis financiera “en nuestra vida”). Cuando tratamos de aplicar estabilidad por decreto, siempre le sigue un ajuste de cuentas. Un auge insostenible lleva de cabeza a un declive inevitable. Cae una fuerte lluvia.
En lugar de temerlo, deberíamos “decirlo y pensarlo y hablarlo y respirarlo”. Esa es la solución de Dylan. Algo realmente grande está llegando. Dejemos que los banqueros centrales se coloquen en su camino, pero como inversores tenemos que reconocer y aceptar su consecuencia lógica de una vuelta al significado de volatilidad. Cambio y volatilidad son buenos. “No hay nada perpetuo, salvo el cambio”, según Mises a quien sin duda Dylan le habría gustado tanto como a mí.
Dylan evidentemente no estaba escribiendo sobre intervencionismo del banco central o los desplomes del mercado (al menos no específicamente). Pero es un tema suficientemente universal para que tenga razón, lo sepa o no. En mi opinión, es otra medalla que puede colgarse, esta vez como augur económico.
Así que pensad en el mensaje profético de Dylan la próxima vez que los mercados empiecen a caer, ya sea en días o en años. Nos recuerda que los tiempos cambian, los precios cambian y el progreso, aunque a veces duro y catastrófico, es irreprimible.