[Publicado originalmente como ”The Trouble with Keynes”, en The Freeman, Octubre de 1993]
La economía de John Maynard Keynes, tal y como se ha enseñado a los alumnos universitarios durante las últimas décadas está ahora mismo muerta en la teoría, pero no en la práctica. El libro de Keynes de 1936, la Teoría general del empleo, el interés y el crédito, retrataba al mercado como esencialmente inestable y designaba al gobierno como estabilizador. La estabilidad que supuestamente queda fuera del alcance del mercado iba a ser proporcionada por los cargos macroeconómicos del gobierno federal: el presidente (con la ayuda de su Consejo de Asesores Económicos), el Congreso y la Reserva Federal.
La aceptación de la profesión económica del keynesianismo fundamentalista llegó a su máximo en la década de 1960. En décadas recientes, el entusiasmo por Keynes se ha ido desvaneciendo al tratar sus defensores de obtener nuevas ideas a partir de la Teoría General o introducir en ella las suyas propias. Y aunque el gobierno federal se ha convertido desde hace mucho tiempo en un suministrador neto de inestabilidad macroeconómica, las instituciones y herramientas políticas que se crearon para conformar la visión keynesiana se han convertido en parte integral de nuestro entorno económico y político.
Un sistema contable de renta nacional, creado con un ojo en la teoría keynesiana, permitía a los estadísticos poner en gráficos los cambios en la macroeconomía. Pensando en términos de un total o agregado de toda la economía, los consejeros políticos seguían la producción de bienes y servicios comprados por consumidores, inversores y gobierno. Las autoridades fiscales y monetarias estaban listas para actuar siempre que la producción total real o medida de la economía, que se suponía que reflejaba el lado de la demanda de los mercados, quedara por debajo de su producción potencial, que se estimaba a partir de la base del lado de la oferta. Rebajar impuestos permitiría a consumidores e inversores gastar más; el gasto público se añadiría directamente al total; imprimir o pedir prestado dinero facilitaría los movimientos opuestos en los ingresos públicos y en sus gastos.
Una insuficiencia crónica de demanda agregada, que implica que precios y salarios están en cierto modo atascados por encima de sus niveles de liquidación del mercado, se creía que era el estado normal de cosas. ¿Por qué podría haber esos problemas de precio en una escala que abarca toda la economía? ¿Qué legislación e instituciones públicas podrían interponerse en el camino de los necesarios ajustes del mercado? Estas preguntas se veían eclipsadas por la cuestión más acuciante políticamente de cómo aumentar la demanda para liquidar los mercados a los precios existentes. La Nueva Economía de Keynes desviaba el foco de atención del mercado al gobierno, de los cambios económicamente justificados en los precios del mercado a los cambios políticamente justificados en el gasto público.
Los políticos siguen apelando a nociones keynesianas básicas para justificar sus planes intervencionistas. El uso continuo de políticas de gestión de la demanda dirigidas a estimular la actividad económica (gastando dinero recién impreso o tomado prestado durante las recesiones y antes de las elecciones) requiere que entendamos en qué consiste la economía keynesiana y cuáles son sus defectos. También identificar los defectos a nivel del estudiante universitario ayuda a este a evaluar en sus cursos de grado y de nivel superior esas modificaciones modernas como post, neo o nuevo keynesianismo, así como algunas ramas del monetarismo.
El nivel extremo de agregación en la economía keynesiana deja irremediablemente a un lado todo el rango de decisiones y acciones de compradores y vendedores individuales. La economía keynesiana simplemente no trata la oferta y la demanda en el sentido convencional de estos términos. Por el contrario, todo el sector privado se analiza en términos de solo dos categorías de bienes: bienes de consumo y bienes de inversión. Los patrones de precios dentro de estas dos gigantescas categorías sencillamente desaparecen de la imagen. Para empeorar las cosas, el único precio relativo que se mantiene en esta formulación (el valor relativo de los bienes de consumo frente a los bienes de inversión, expresado por el tipo de interés) se supone que, o no funciona en absoluto, o funciona perversamente.
La ignorancia de la escasez de Keynes
La economía prekeynesiana, como la de John Stuart Mill, así como la mayoría de la teoría contemporánea, como la de Ludwig von Mises y F. A. Hayek, destacan la noción de escasez, que implica un equilibrio esencial entre la producción de bienes de consumo y la producción de bienes de inversión. Podemos tener más de unos, pero solo a costa de los otros. La construcción de plantas y equipos adicionales debe facilitarse por un mayor ahorro, es decir, por una disminución en el consumo actual. Por supuesto, esa inversión hace posible que aumente el consumo futuro. Identificar los mecanismos de mercado que asignan recursos a lo largo de tiempo es esencial para nuestra comprensión del proceso de mercado en su capacidad de ajustar las decisiones de producción a las preferencias de consumo. Pero, como Hayek advirtió enseguida, el agregado keynesiano sirve para ocultar estos mismos mecanismos tan esenciales para la asignación intertemporal de recursos y por tanto la estabilidad macroeconómica.
En la teoría keynesiana, la idea resuelta desde hace mucho de un equilibrio de consumo e inversión sencillamente queda apartada. Coherentemente con la supuesta perversidad del mecanismo de precios, los niveles de las actividades de consumo inversión se cree que siempre se mueven en la misma dirección. Más inversión genera más renta, lo que financia más consumo; más consumo estimula más inversión. Esta característica de la teoría keynesiana implica una inestabilidad propia de las economías de mercado. Así que la teoría no es posible que pueda explicar cómo funciona una economía sana de mercado, cómo el proceso el mercado permite que un tipo de actividad se compense frente a la otra.
La teoría del “multiplicador-acelerador”
La inestabilidad propia hace su aparición en los libros de texto como la interacción entre el “multiplicador”, a través del cual la inversión afecta al consumo, y el “acelerador”, a través del cual el consumo afecta la inversión. El efecto multiplicador se deduce del sencillo hecho de que el gasto de una persona se convierte en las ganancias de otra, lo que, a su vez, permite mayor gasto. Así que cualquier aumento en el gasto, ya se origine en el sector privado o en el público, se multiplica través de rondas sucesivas de ganancias de renta y gasto de consumo.
El mecanismo acelerador es una consecuencia de la durabilidad de los bienes de capital, como plantas y equipos. Por ejemplo, una existencia de diez máquinas, cada una de las cuales dura diez años, puede mantenerse comprando una nueva máquina cada año. Un aumento ligero pero permanente en la demanda de consumo en de la producción de las máquinas de, digamos, un 10% justificaría mantener una existencia de capital de once máquinas. Así que el resultado inmediato sería una aceleración de la demanda actual de nuevas máquinas de una a dos, un aumento del 100%.
La teoría del multiplicador-acelerador explica por qué está aumentando el consumo, dado que está aumentando la inversión, y por qué está aumentando la inversión, dado que está aumentando el consumo. Pero es incapaz de explicar qué determina los niveles actuales de consumo e inversión (salvo en términos de uno con respecto al otro), por qué debería estar aumentando a disminuyendo o cómo pueden aumentar ambos al mismo tiempo. A los alumnos se les dejar con la idea general de que las dos magnitudes, inversión y consumo, pueden alimentarse entre sí, en cuyo caso la economía experimenta una expansión económica, o pueden hacerse pasar hambre entre sí, en cuyo caso la economía experimenta una contracción económica. Es decir, la teoría keynesiana explica cómo el mecanismo multiplicador acelerador hace mejor una situación buena o peor una situación mala, pero nunca explica por qué la situación debería ser buena o mala en primer lugar.
Solo en los dos extremos en el nivel de actividad económica es seguro que se produce un cambio en la dirección tanto del consumo como de la inversión. Después de una larga contracción, el desempleo prevalece y la depreciación del capital llega a niveles críticos. Cuando la producción esencial para el reemplazo de capital estimula aún más la vida económica, la macroeconomía empieza una espiral al alza. Después de una larga expansión, la economía llega a sus límites. Se produce un empacho en los mercados, tanto con bienes de consumo como de producción. Los inventarios no vendidos disparan recortes en la producción y despidos de trabajadores, la macroeconomía empieza una espiral a la baja. Keynes sostenía que la economía normalmente fluctúa entre estos dos extremos experimentando una insuficiencia general (y una supersuficiencia ocasional) de la demanda agregada.
El libro de texto del keynesianismo
En las formulaciones simplistas de los libros de texto de macroeconomía, la inversión está sencillamente “dada”; según la fórmula del propio Keynes, la inclinación a invertir de la comunidad empresarial está dirigida por factores psicológicos que se resumen en la sonora expresión “espíritus animales”. Keynes apreciaba que hay algunos “factores externos” en funcionamiento, como los asuntos exteriores, el crecimiento de la población y los descubrimientos tecnológicos. En la práctica, el mercado se considera como una especie de amplificador económico que convierte cambios relativamente pequeños en estos factores externos en grandes cambios en el empleo y la producción. Esta es la visión keynesiana básica.
Se supone que los salarios y los precios, o bien son inflexibles, o bien cambian en proporción directa entre sí. En todo caso, el salario real (S/P) es siempre constante. El nivel real de salarios y precios se cree que está determinado (también) por factores externos, esta vez, sindicatos y grandes empresas. Si el salario real es demasiado alto, habrá desempleo en toda la economía. Habrá trabajo ocioso y recursos ociosos de todo tipo. El coste de oportunidad de volver a poner en marcha estos recursos no es sino ocio perdido, que no es ningún coste en absoluto. La supuesta normalidad del ocio masivo de los recursos asegura que nunca entra en juego el eterno problema de la escasez. William H. Hutt y F. A. Hayek tenían razones para referirse a la economía keynesiana como la “teoría de los recursos ociosos” y la “economía de la abundancia”.
El keynesianismo de libro de texto tiene una cierta coherencia interna o integridad económica. Dada la suposición de que precios y salarios no se ajustan adecuadamente a las condiciones de mercado (es decir, la suposición de que el sistema de precios no funciona), entran en juego las relaciones keynesianas entre los agregados macroeconómicos. Incluso las recetas políticas parecen estar justificadas: si salarios y precios no se ajustan a las condiciones existentes del mercado, entonces las condiciones del mercado deben ser ajustadas (por las autoridades fiscales y monetarias) a los precios y salarios determinados externamente.
Sin embargo, en el análisis final, la teoría keynesiana es una serie de presupuestos que se refuerzan mutuamente pero que son injustificables en su conjunto con respecto a cómo se relacionan entre sí ciertos agregados macroeconómicos. La política keynesiana es una serie de recetas políticas que se justifican a sí mismas. Por ejemplo, si el gobierno está convencido de que los salarios no van a caer y está dispuesto a contratar a los desempleados, entonces los trabajadores desempleados no estarán dispuestos a aceptar un salario por debajo del mercado, garantizando que los salarios no caerán en la práctica. Así que, aunque la intención de la política keynesiana sea estabilizar la economía, el efecto real es “keynesianizar” la economía. Hace que la economía se comporte exactamente de la misma manera perversa que implican las suposiciones keynesianas. Esta enrevesada interrelación entre teoría y política ha ocultado durante mucho tiempo los defectos esenciales de la propia teoría.
Los estudiantes a menudo hacen la pregunta evidente: ¿Por qué la política del gobierno se basa en una teoría tan defectuosa? Desde un punto de vista político, defender e implantar una política keynesiana es la vía segura a la elección y la reelección. Las ganancias de imprimir y gastar dinero son inmediatas, muy visibles y pueden concentrarse en personas que constituyen poderosos grupos de votantes. Los costes de esta política se pagan en una fecha posterior y pueden extenderse con poco impacto sobre toda la población, haciendo la relación entre política y consecuencias a largo plazo difíciles de percibir por los votantes.
El desvanecimiento en años recientes del keynesianismo antiguo en los círculos académicos proporciona poco consuelo. Aunque el número de gestores de la demanda continúa disminuyendo, es a este grupo de economistas en disminución al que los cargos públicos acuden en busca de consejo y acuerdo. Y las oportunidades de asesorar a los círculos del poder en lugar de las aulas de enseñanza son algo de cambia las mentes de algunos economistas acerca de la aconsejabilidad (política si no económica) de gestionar la demanda agregada. Imprimir y gastar dinero en búsqueda de un estímulo a corto plazo, en lugar una estabilidad a largo plazo, sigue estando a la orden del día.
Así que hay buenas razones para estudiar teoría keynesiana: Nos ayuda a entender qué es probable que hagan los cargos públicos en cualquier circunstancia. Pero para entender los efectos reales de sus políticas de gestión de la demanda largo plazo igual que al corto, necesitamos una teoría más ilustradora: una que aprecie lo que las fuerzas del mercado pueden hacer por sí mismas para mantener la estabilidad macroeconómica y como esas fuerzas se ven obstaculizadas por la estabilización proporcionada por el gobierno.
Publicado originalmente como ”The Trouble with Keynes”, en The Freeman, Octubre de 1993.