La inmigración ha suscitado preocupación en algunos sobre el futuro demográfico de América. Algunos proponen que la afluencia de inmigrantes con visiones extranjeras del mundo fracturará la sociedad americana. Este argumento se basa en la constatación de que la diversidad generada por la inmigración disuade de la confianza social.
La confianza es un ingrediente crucial para que las sociedades prosperen mediante el establecimiento de instituciones de colaboración. Las sociedades que confían son más cooperativas e innovadoras porque, cuando las personas confían unas en otras, es más probable que compartan información. La confianza también facilita los negocios al reducir los costes de transacción.
La gente agilizará el proceso empresarial cuando confíe en la integridad de sus interlocutores. Dado que la confianza es un estimulante del progreso social, la preocupación de que la inmigración corroa las relaciones sociales es una preocupación legítima. Sin embargo, los efectos dominó de la inmigración son más complicados que los problemas planteados por una sociedad de baja confianza.
El individualismo ha sido fuente de la fuerza y el ingenio de América. Individuos tolerantes al riesgo e individualistas emigraron a América, donde construyeron la sociedad más exitosa de la historia. A diferencia de otros lugares de la sociedad occidental, el cambio es impulsado por los individuos y no impuesto por agentes extranjeros.
Lawrence Mead explica en su libro Burdens of Freedom que, aunque los inmigrantes prosperan en América, las recientes oleadas de inmigración han sido impulsadas por no europeos que no son tan individualistas como los blancos europeos. Estas personas sí tienen éxito en América. Sin embargo, por término medio, no asumen la libertad como una carga que exige obligaciones.
El inconveniente es que la falta de un ethos generalizado de individualismo entre algunos grupos les impide alcanzar la paridad con la mayoría blanca dominante. A los asiáticos orientales les va bien económicamente en América, pero Mead opina que los académicos lamentan su conformismo y su incapacidad para trazar nuevos terrenos. Mead cree que importar inmigrantes menos individualistas de países no occidentales socavará el dinamismo americano al reducir la propensión al individualismo.
Históricamente, América ha logrado asimilar a los inmigrantes. Sin embargo, con la llegada del multiculturalismo, la asimilación se ha convertido en una mala palabra. En su lugar, los activistas degradan a los padres fundadores y a los filósofos europeos. Rasgos que asociamos con Occidente, como el individualismo y el pensamiento analítico, son degradados como productos de la supremacía blanca.
Por tanto, es poco probable que las futuras generaciones de inmigrantes se asimilen en gran número. Las conclusiones de Mead pueden parecer descabelladas, pero están avaladas por investigaciones que exploran los efectos a largo plazo de la cultura. La personalidad es hereditaria, por lo que los inmigrantes no individualistas tienen más probabilidades de tener hijos no individualistas. El individualismo es un fuerte predictor de la innovación y el crecimiento económico. Por tanto, un aumento de personas menos individualistas puede limitar las tasas de crecimiento económico.
Las pruebas analizadas por Sijie Hu, investigador de la London School of Economics, indican que la reproducción de rasgos de personalidad hostiles a la innovación obstaculiza el crecimiento. Estudiando las tasas de reproducción de la China imperial, Hu muestra que las élites que suscribían las tendencias conformistas del confucianismo eran propensas a reproducirse, y esto afectó negativamente a las tasas de crecimiento económico durante la dinastía Qing. Así pues, Mead no se equivoca al sugerir que unos americanos menos individualistas podrían dar lugar a resultados económicos desfavorables.
Los libertarios desconfían de las propuestas para restringir la inmigración, por razones económicas y filosóficas. Sin embargo, deben abordar los daños que la inmigración supone para el mantenimiento del ingenio americano. No todas las culturas conducen a resultados similares, por lo que los libertarios deben tener en cuenta las consecuencias culturales a la hora de promover la inmigración.