En nuestra cultura política moderna, muchas personas afirman que los lucros son el resultado de la explotación de unos individuos por otros. Por lo tanto, cualquiera que intente obtener lucros es considerado un enemigo de la sociedad y debe ser detenido antes de causar daños. Según Henry Hazlitt, «La indignación que muestra hoy mucha gente ante la sola mención de la palabra lucros indica lo poco que se comprende la función vital que desempeñan los lucros en nuestra economía.»
Además, Hazlitt sostuvo,
En una economía libre, en la que los salarios, los costes y los precios se dejan al libre juego del mercado competitivo, la perspectiva de lucros decide qué artículos se fabricarán y en qué cantidades, y qué artículos no se fabricarán en absoluto. Si no hay lucros en la fabricación de un artículo, es señal de que el trabajo y el capital dedicados a su producción están mal orientados: el valor de los recursos que deben emplearse en la fabricación del artículo es mayor que el valor del propio artículo. En resumen, una de las funciones de los lucros es orientar y canalizar los factores para distribuir la producción relativa de miles de mercancías diferentes de acuerdo con la demanda.
El lucro, por tanto, no tiene nada que ver con la explotación; se trata del uso más eficiente de los medios de los individuos. Por el contrario, el lucro debe considerarse un indicador de si los medios se emplean de la mejor manera posible.
Si el empleo de medios da lugar a la expansión de la riqueza, en igualdad de condiciones, esto demuestra que el empleo se hizo de forma lucrativa. Por el contrario, una disminución de la riqueza es indicativa de una pérdida, lo que demuestra un despilfarro de los medios.
En lugar de ser condenadas, las personas que contribuyen a aumentar la riqueza, que se manifiesta en los lucros, deberían ser elogiadas. Estas personas contribuyen a elevar el nivel de vida del conjunto de la población.
El lucro sólo puede obtenerse en una economía de mercado en la que puedan establecerse los precios de las mercancías y los factores de producción. Huelga decir que la existencia de dinero determina los precios de las mercancías y los factores de producción. El tipo de cambio de los bienes y los factores de producción se expresa en términos de dinero (es decir, la cantidad de dinero por unidad de bien o unidad de factor).
El lucro surge cuando un empresario descubre que los precios de algunos factores están infravalorados en relación con el valor potencial de los productos que estos factores, una vez empleados, podrían producir. Al reconocer la discrepancia y actuar en consecuencia, un empresario elimina la discrepancia, eliminando así también el potencial de obtener más lucros.
Según Murray Rothbard, todo empresario invierte en un proceso porque espera obtener lucros y cree que el mercado ha infravalorado e infracapitalizado los factores en relación con sus rentas futuras. Para que un empresario obtenga lucros, debe planificar y anticipar las preferencias futuras de los consumidores. Por lo tanto, los empresarios que destaquen en la previsión de las preferencias futuras de los consumidores obtendrán lucros, en igualdad de condiciones.
Con el fin de estar preparadas para las futuras exigencias de los consumidores, las empresas destinan en la actualidad diversos medios a generar la infraestructura que les permita satisfacer las futuras demandas de los consumidores. Sin embargo, la planificación y la investigación nunca pueden garantizar la obtención de lucros, ya que diversos imprevistos pueden desbaratar las previsiones empresariales. Los errores, que provocan pérdidas en la economía de mercado, son una parte esencial de las herramientas de navegación que dirigen el proceso de asignación de medios en un entorno incierto de acuerdo con lo que dictan los consumidores.
Algunos comentaristas consideran que el lucro es una recompensa por asumir riesgos. Sin embargo, en palabras de Ludwig von Mises,
Una falacia popular considera que el lucro empresarial es una recompensa por asumir riesgos. Considera al empresario como un jugador que invierte en una lotería tras haber sopesado las posibilidades favorables de ganar un premio frente a las desfavorables de perder su apuesta. Esta opinión se manifiesta más claramente en la descripción de las transacciones bursátiles como una especie de juego.
Mises sugiere entonces,
Cada palabra de este razonamiento es falsa. El propietario del capital no elige entre inversiones más arriesgadas, menos arriesgadas y seguras. Se ve obligado, por el propio funcionamiento de la economía de mercado, a invertir sus fondos de tal manera que satisfagan lo mejor posible las necesidades más urgentes de los consumidores.
Mises añade a continuación: «Un capitalista nunca elige aquella inversión en la que, según su comprensión del futuro, el peligro de perder su aportación es menor. Elige aquella inversión en la que espera obtener los mayores lucros posibles».
Además, un inversor que se preocupa por el riesgo en lugar de identificar oportunidades de lucro es probable que se perjudique a sí mismo. Sobre esto Mises escribió,
No existe ninguna inversión segura. Si los capitalistas se comportaran como describe la fábula del riesgo y se esforzaran por conseguir lo que consideran la inversión más segura, su conducta convertiría esta línea de inversión en insegura y perderían sin duda su aportación.
Por lo tanto, el rendimiento de la inversión de un empresario no viene determinado por cuánto riesgo asume, sino por si cumple los deseos de los consumidores. Una vez más, para un empresario, el criterio último para invertir su capital es emplearlo en aquellas actividades que producirán bienes y servicios que figuren en la lista de prioridades más altas de los consumidores. Este esfuerzo por satisfacer las necesidades más urgentes de los consumidores es lo que produce lucros.
En un sistema de mercado, los consumidores trasladan las actividades de producción a las manos de quienes están en mejores condiciones para servirles. Por lo tanto, las políticas que restringen o confiscan los lucros perjudican esta función. En un entorno de injerencia del gobierno y del banco central, la distorsión de los precios hace más difícil determinar si las empresas obtienen lucros. En consecuencia, se hace difícil discernir las actividades generadoras de riqueza de las que no lo son.
Los lucros no son el resultado de la explotación, sino que surgen cuando los empresarios se adaptan a los deseos de los consumidores de la mejor manera posible. Para que un empresario obtenga lucros, debe anticiparse a las preferencias de los consumidores. Por consiguiente, los empresarios que destacan en su previsión de las preferencias futuras de los consumidores tienen más probabilidades de ser rentables.