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Enseñemos comunismo

[Extraído de One Is a Crowd (1952)]

Esta es una defensa de nuestras universidades. Al abrir sus puertas a otro año de trabajo, enseñan bajo una extendida sospecha de enseñar comunismo. La sospecha no está apoyada por los hechos: es para brujería. Hay razones para sospechar que algunas de las facultades defienden el comunismo, pero nadie lo enseña. La distinción es importante. Para ilustrar esto, en el campo de la religión hay muchos que son intelectualmente incapaces de entender el cristianismo y por tanto de enseñarlo, pero son bastante adeptos a defenderlo (predicarlo). Lo mismo pasa con el comunismo: es un patrón de ideas deducidas a partir de supuestos básicos y, salvo que se haya hecho un examen crítico de supuestos es imposible evaluar las ideas superpuestas. Nuestras universidades impiden examinar los supuestos básicos del comunismo, porque, como intentaré demostrar, estos supuestos básicos son parte integral de lo que se llama capitalismo, el orden actual y es difícil poner de manifiesto este hecho.

Si la tarea de la universidad es exponer ideas a los alumnos, no están realizando adecuadamente su trabajo si olvidan incluir en el programa un curso de comunismo, sencillamente porque sistema de pensamiento, como filosofía, el comunismo está ascendiendo estos días. Un graduado tendría que plenamente acostumbrado a las ideas con las que tiene que convivir, tendría que entender los postulados básicos de su entorno ideológico. Podría ser difícil encontrar profesores para desbrozar las frases seductoras del comunismo para llegar a sus raíces, viendo cómo la materia se ofusca con histeria belicista y la conveniencia podría ir en contra de presentar ese curso de estudio. Es lamentable. Pues al faltar la posibilidad de investigar el comunismo, los alumnos terminan su formación con la noción popular de que es autóctono para una nación “enemiga” o un pueblo “inferior”. Para ilustrar el modo de pensar que tengo en mente (esta no es una solicitud de empleo: ¡Dios nos libre!), muestro aquí unos pocos ejemplos de teoría comunista que son igualmente el meollo del “verdadero estadounidense”. Al azar, empezaremos por la concepción de los salarios.

Es un axioma del comunismo que los salarios son una fracción de la producción entregada a los trabajadores por quienes poseen los medios de producción. Reducida a lo esencial, esta idea puede expresarse en cinco palabras: el capital paga los salarios. ¿Pero es así de verdad? Si definimos el capital como las herramientas de producción, esta concepción de los salarios resulta tonta, pues un objeto inanimado es incapaz de pagar nada. Si, como hacen los comunistas, incluimos en la definición a los dueños de capital, nos enfrentamos a otra reducción al absurdo: la competencia entre estos dueños de máquinas por los usuarios de los servicios de máquinas fija automáticamente el nivel de los salarios; los capitalistas no tienen los medios afectar a los altibajos de ese nivel.

Por supuesto, el capitalista habla de los salarios que “paga”. Pero se apresura a señalar que los salarios no vienen de su capital, sino que derivan de la venta de sus productos: si el mercado no absorbe la producción de su planta, deja de ser un “pagador” de salarios. Esto significa que los sobres que entrega a sus empleados los llenan los consumidores y estos son, en buena medida, los propios trabajadores. Así que el que emplea el trabajo es trabajador y el ganador del salario es el pagador del salario. De esto se deduce que el nivel general de los salarios está determinado por el nivel general de la producción (dejando aparte, de momento, cualquier hurto) y ni el capital ni los capitalistas tienen ninguna intervención en su fijación.

De esto se deduce que el poder político no puede producir de ninguna manera un aumento en los salarios, ni tampoco puede hacerlo el capital. Los salarios solo pueden subir como resultado de una mayor producción, a un aumento en la población o a una mejora en las habilidades e industriosidad de la población actual. Ese hecho elemental será admitido incluso por profesores de economía y es posible que algunos legisladores lo entiendan. Pero si miramos algún libro estándar de texto de economía o examinamos la legislación laboral de nuestro país, encontraremos ideas que derivan de la noción comunista de que el capital paga los salarios y que el terco capitalista los mantiene bajos. Por ejemplo, una ley de salarios mínimos se basa en esa noción: debe obligarse a los capitalistas a desembuchar. Lo que es una tontería, porque el aumento legalmente obligado se traslada sencillamente al consumidor, salvo que pueda absorberse por una mayor producción derivada de mejoras tecnológicas. Aun así, en el curso que sugiero, tendría que señalarse que las leyes de salario mínimo (que toda la legislación que se ocupa de las relaciones trabajador-empresario) son concesiones a la concepción comunista de los salarios.

Nuestras leyes de restricción a la inmigración son tributarias de esta idea, pues estas leyes, traducidas a la economía, sencillamente dicen que hay tantos empleos que los capitalistas tienen a su disposición que cualquier aumento en la población trabajadora rebajará el nivel salarial por simple división: la idea de que el inmigrante crea sus propios salarios se rechaza de plano. Igualmente se defiende el control de natalidad como medio para aumentar el nivel de los salarios y el maltusianismo toma toda su economía del comunismo. Y si vamos al fondo de nuestro entusiasmo por el “bienestar social”, descubriremos la noción de culpa del capital.

El espacio no permite un examen de todas las facetas del pensamiento actual remontables a esta pizca básica de comunismo, pero es evidente que el curso propuesto podría trabajar sobre ello.

Lo que nos lleva a la acusación del comunismo contra la propiedad privada. El poder inherente del capital para fijar el nivel de salarios será usado por sus dueños para defraudar a los trabajadores. Así que verán que los trabajadores reciben solo lo suficiente para mantenerse vivos y trabajando, manteniendo para sí mismos todo lo que quede por encima de ese nivel. Aquí el comunismo presenta la doctrina de los derechos naturales, aunque posteriormente la niegue con vehemencia; dice que los trabajadores tienen un derecho absoluto a todo lo que se produce, en virtud del trabajo empleado en la producción: el trabajo es una posesión privada. Si es así, entonces lo que el capitalista se queda para sí mismo equivale a un robo. La palabra que se usa habitualmente es explotación. Esta disposición inicua produce diversas consecuencias sociales perjudiciales y por tanto debería detenerse. ¿Cómo? Prohibiendo el capital privado. Todo lo que se produzca debe pertenecer a la comunidad en su conjunto (lo que, por cierto, es una negación de plano del derecho original del trabajador a su producto) y el estado, actuando en nombre de la comunidad, debe ser el único dueño y operador de todo el capital. El estado, especialmente cuando está poblado por comunistas, no tendrá ningún interés por la explotación y pagará los salarios completos.

Los defectos de la acusación son muchos y graves y puedo dejar que los señale nuestro profesor de comunismo. Sería así también de su incumbencia señalar que el capitalismo, en la práctica, acepta la acusación a grandes rasgos. Bajo el capitalismo han crecido varias instituciones que son evidentemente concesiones a la acusación recibida del comunismo. La absorción por el estado de buena parte del negocio de la energía eléctrica se vio facilitado por la pomposidad moral acerca del “poder de los trusts”, mientras que la participación política en banca, vivienda, seguros y varios otros negocios se justifica en las impropiedades, si no maldades, del capital privado. Así que, mientras que el capitalismo continúa con su batalla verbal con el comunismo, da a su adversario el gran cumplido de aceptar su doctrina en la práctica.

Nuestro profesor de comunismo podría y debería destacar este punto mediante un análisis de los impuestos, especialmente los directos. Los impuestos a la renta niegan inequívocamente el principio de propiedad privada. Dentro de estos gravámenes está el postulado de que el estado tiene derecho prioritario sobre toda la producción de sus súbditos: lo que no toma es meramente una concesión, no un derecho, y se reserva la prerrogativa de alterar los tipos y las desgravaciones de acuerdo con sus requisitos. Es un tema fiduciario, no un contrato. Si eso no es un principio comunista, ¿qué es? El profesor tendría que señalar eso. Y debería, con total consciencia, mostrar que la considerable cantidad de capital ahora poseída y operada por el estado “capitalista” fue extraída de los bolsillos de los productores por medio de los impuestos.

Pero aquí el profesor se encontraría en medio de problemas. En el otro extremo del aula el profesor de fiscalidad y el profesor de ciencias políticas estarían diciendo a sus alumnos que el derecho de propiedad es condicional, no absoluto, que el dueño es en realidad un fideicomisario responsable ante la sociedad en su conjunto. Negarían que esto fuera una concesión a un principio comunista, pero lo es. El profesor de filosofía aportaría un rechazo completo de la teoría de los derechos naturales, afirmando que lo que llamamos derechos no son sino privilegios concedidos a sus súbditos por el soberano. La junta directiva también participaría: la universidad y sus patronos tienen muchos bonos públicos que dependen de la capacidad de gravar y difícilmente cuestionarían la propiedad de su poder. Y si el profesor suponía que señalar que el comunismo es bastante coherente al defender los impuestos como medio para destruir el capital privado, tendría a toda la respetable cámara fuera de sus cabales.

Unos pocos asuntos más que debería tratar nuestro curso sobre comunismo fundamental… y luego podemos cerrar el tenderete.

Volviendo al concepto derechos naturales (básico en el pensamiento capitalista) encontramos que su raíz esencial es la voluntad de vivir. A partir de este deseo primordial existencia viene la idea de que ningún hombre puede reclamar la vida de otro. ¿Cómo se ajusta esta idea al servicio militar? No lo hace, y la única manera en la que se puede defender lógicamente el servicio militar es invocando el principio comunista de que el derecho a la vida está condicionado por las necesidades del estado.

Tomemos el tema de monopolio. El comunismo habla mucho de él, aunque con un extraño giro de la lógica ven el monopolio estatal todas las virtudes que le faltan al monopolio privado. El capitalismo, al menos en teoría, condena igualmente el monopolio, sobre la base de que cualquier restricción a la competencia rebaja el nivel general de producción y obstaculiza las aspiraciones humanas. Un examen de la anatomía del monopolio revela que su órgano vital es el poder para restringir la producción y la fuente de este poder es al estado. Sin ninguna ley favorable a su propósito, todos los monopolios se desintegrarían. De ahí el hecho de que monopolios bajo un régimen de capitalismo (a veces llamado de “libre empresa”) dan apoyo a la afirmación comunista de que el estado es un comité que gestiona asuntos en beneficio de los monopolistas.

Al explicar los monopolios, la clase casi con seguridad se topará con el tema de la explotación, es decir, de cualquier medio legal para obtener algo a cambio de nada. Al haber descartado la propuesta insostenible de que la propiedad de capital es en sí misma un medio de explotación, el profesor, siendo un hombre con integridad intelectual, se vería obligado a admitir que el tema del monopolio es la explotación y que el estado, al establecer los privilegios especiales que engendran monopolios, es el culpable. Podría llegar a declarar al estado (incluso a la “dictadura del proletariado”) el único factor explotador en cualquier economía.

Bajo esas circunstancias, ninguna universidad albergaría la idea de introducir en su programa un curso sobre comunismo y la acusación de que están enseñando la asignatura no tiene fundamento. Es verdad que hacen concesiones a la teoría comunista en muchos de sus cursos, pero ese es un requisito que se les impone por el capitalismo en el estado actual. Y podría añadir que no temería que cualquier presidente universitario me pidiera ofrecer el curso propuesto.

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