El Fondo Monetario Internacional ha publicado sus perspectivas de abril para la economía mundial. La mayoría de los comentaristas lo han aplaudido por la fuerte mejora de la recuperación del PIB. El informe afirma que «el crecimiento mundial se proyecta en un 6% en 2021, moderándose al 4,4% en 2022. La revisión al alza refleja el apoyo fiscal adicional en algunas grandes economías, la recuperación prevista impulsada por las vacunas en la segunda mitad de 2021, y la continua adaptación de la actividad económica a una movilidad moderada».
Sin embargo, hay importantes señales de advertencia que deben tenerse en cuenta, ya que los titulares han sido predominantemente eufóricos sobre esta actualización óptica.
Hay dos factores que afectan a la calidad de la recuperación que deberían preocuparnos: la mejora procede sobre todo del aumento del gasto público y de la deuda, y la recuperación del empleo es mucho más lenta que en ciclos anteriores.
La tasa de desempleo en la zona del euro se mantendrá muy por encima de los niveles de 2019 incluso en 2022 (pasando del 7,9% en 2020 al 8,3% en 2022). Sólo Alemania muestra unas perspectivas de empleo positivas que hacen que su tasa de paro descienda hasta el 3,7 por ciento. España, en el lado opuesto, acabará, según las estimaciones del FMI, con un desempleo del 15,8 por ciento en 2022 desde el 15,5 por ciento de 2020. Esto convertiría a España en la economía de la eurozona con la mayor tasa de desempleo incluso en 2022 y una de las más altas del mundo.
Se estima que Estados Unidos terminará el año 2022 con una tasa de desempleo del 4,2 por ciento, lo que supone un rápido descenso con respecto al 6 por ciento actual, pero todavía por encima de los niveles prepandémicos. Se espera que el desempleo en China siga siendo bajo, con un 3,6 por ciento, y es probable que la Asia avanzada sea la que mejor mejore el desempleo, alcanzando mínimos casi históricos en 2022.
Incluso con estas optimistas estimaciones de recuperación, el FMI demuestra que la crisis de Covid-19 va a dejar atrás a millones de trabajadores, y que será especialmente negativa en una zona que se enorgullece de sus políticas sociales y su elevado gasto público, la zona euro.
Esta crisis ha demostrado que ser rico y tener un gasto público muy elevado no ha ayudado a gestionar mejor la crisis sanitaria y económica.
El mayor perdedor de esta crisis ha sido la clase media. Según Bloomberg, se estima que 150 millones de personas bajaron de categoría económica en 2020, el primer retroceso en casi tres décadas. Las inyecciones masivas de liquidez y los grandes programas de gasto gubernamental no han ayudado a la clase media, y podríamos argumentar que han creado un efecto negativo. ¿Por qué? La clase media ha sido la más afectada por la pérdida de empleo, mientras que sus ahorros y salarios reales se han visto erosionados por la inflación, ya que los bancos centrales inyectaron billones en la deuda pública, creando una espiral perversa de aumento de los precios cuando la renta real disponible cayó drásticamente.
Podríamos argumentar que habría sido peor sin la intervención de los bancos centrales y el gasto público, pero no hay absolutamente ninguna prueba que demuestre que debería haber sido tan masiva e indiscriminada como lo fue en 2020. Se nos ha dicho que ignoremos el tamaño del estímulo o su eficacia y que simplemente aceptemos estos programas de recompra y gasto masivo como esenciales. Nadie parece preguntarse cuánto es demasiado y mucho menos cuando los resultados son una recuperación del PIB hinchada por la deuda y el gasto público con un pobre ratio de recuperación del empleo. Con el paso del tiempo, nos hemos acostumbrado a oír hablar de «estímulos de un billón de dólares» y a pensar que no son suficientes.
Este escaso rendimiento del capital empleado de los programas del gobierno y de los bancos centrales provocaría el despido de los directivos de cualquier empresa. No estamos hablando de los rendimientos decrecientes de la política monetaria y fiscal, sino de los efectos directamente negativos si añadimos las burbujas de activos y el alto apalancamiento.
Cualquier analista serio se horrorizaría ante las cifras de desempleo y crecimiento mostradas por el FMI tras gastar cerca de 20 billones de euros en estímulos encadenados. Además, cualquier analista serio estaría advirtiendo seriamente sobre las consecuencias negativas de convertir a los bancos centrales y al gobierno en el prestamista de primera instancia, no en el de última. ¿Cuál es el mayor riesgo? Que las estimaciones de 2022 resulten ser demasiado optimistas, de nuevo, y los gobiernos y los bancos centrales empujen a un nivel de intervencionismo aún mayor.
La destrucción del libre mercado, de la competencia y de la innovación puede parecer ahora atractiva para algunos, pero el resultado probable de escaso empleo, crecimiento negativo de los salarios reales y estancamiento debería ser un verdadero motivo de preocupación.