[Reimpreso de Free Market Economics: A Basic Reader, recopilado por Bettina G. Greaves]
La división del trabajo es un tema que ha fascinado a los científicos sociales durante milenios. Antes de la llegada de los tiempos modernos, filósofos y teólogos se preocuparon por las implicaciones de la idea. Platón consideraba la forma definitiva de una sociedad una comunidad de la que las funciones sociales estarían rígidamente separadas y mantenidas; la sociedad se dividiría en grupos funcionales definidos: guerreros, artesanos, trabajadores no cualificados, dirigentes. San Pablo, en su primera epístola a los corintios llegaba describir la Iglesia universal como un cuerpo: hay manos, pies, ojos y todos están bajo la cabeza, Cristo. Cualquiera que intente tratar seriamente el estudio de la sociedad debe enfrentarse a la cuestión de la división del trabajo. Karl Marx no fue una excepción.
Marx era más que un mero economista, era un científico social en el sentido completo de la expresión. El núcleo de su sistema se basaba en la idea de la producción humana. La humanidad, afirmaba Marx, es una especie totalmente autónoma y, como tal, el hombre es el único creador del mundo en el que se encuentra. Un hombre no puede definirse sin su trabajo: “Como expresen las personas su vida, así son. Por tanto, lo que son coincide con su producción, tanto con qué producen como con cómo lo producen”.1 El mismo hecho de que el hombre organice racionalmente la producción es lo que de distingue del reino animal, según Marx. El concepto de producción era una especie de “punto de apoyo de Arquímedes” para Marx. Todas las esferas de la vida humana deben interpretarse en términos de esta única idea: “Religión, familia, estado, derecho, ciencia, arte, etc., son solo modos particulares de producción y caen bajo su ley general”.2 Dada su total confianza en el concepto del trabajo humano, es bastante comprensible entender por qué la división del trabajo desempeñaba un papel tan importante en el marco marxista general.
Propiedad y trabajo
Marx tenía una visión de una sociedad humana perfecta. En este sentido, Martin Buber tenía toda la razón al incluir un capítulo sobre Marx en su Caminos de utopía. Marx creía en la existencia en una sociedad que precedía a la historia humana registrada. En este mundo, los hombres no experimentaban ninguna sensación de alienación porque no había producción alienada. De alguna manera (y aquí Marx nunca fue muy claro) los hombres cayeron en patrones de producción alienada y, a partir de esto, apareció la propiedad privada.3 Los hombres empezaron a apropiarse de los productos del trabajo de otros hombres para sus propios fines. De esta manera, los mismos productos de las manos de un hombre iban a ser usados como medios para esclavizar a otro. Este tema, que Marx enunciaba ya en 1844, es básico para todos sus posteriores escritos económicos.
Bajo este sistema de trabajo alienado, argumentaba Marx, se le roban al hombre sus propias fuerzas vitales. El origen de la dificultad inmediata del hombre es, desde este punto de vista, la división del trabajo. La división del trabajo era para Marx la misma esencia de lo que está mal en el mundo. Es contraria a la esencia real del hombre. La división del trabajo enfrenta al hombre con su congénere; crea diferencias de clase; destruye la unidad de la raza humana. Marx tenía una preocupación casi teológica por la unidad de la humanidad y su hostilidad a la división del trabajo era por tanto total (incluso totalitaria).
Lucha de clases
El análisis de Marx de la división del trabajo es notablemente similar al de Rousseau.4 Ambos argumentaban que el deseo de propiedad privada llevaba la división del trabajo y esto a su vez daba lugar a la existencia de clases sociales distintas, basadas en diferencias económicas. El análisis marxista de la política se basa en su totalidad en la validez de este supuesto. Sin clases económicas, no habría necesidad de un Estado, ya que un Estado es, por definición, nada más que un instrumento de control social utilizado por los miembros una clase para reprimir a los miembros de otra.5 Así que, cuando llega la revolución del proletariado, la clase proletaria debe usar el Estado para destruir los restos del capitalismo burgués y la ideología del capitalismo. La oposición debe ser eliminada: este es el significado de los famosos “diez pasos” indicados en el Manifiesto comunista. Una vez la oposición sea totalmente erradicada, no habrá más necesidad de un estado, ya que solo existirá una clase, el proletariado. “En lugar de la vieja sociedad burguesa, con sus clases y antagonismos de clase, tendremos una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición para el desarrollo de todos”.6
Marx creía realmente que, en la sociedad comunista posterior a la Revolución, la división del trabajo sería completamente destruida. Desaparecería toda especialización. Esto significa que, para los fines de la producción económica y la planificación económica racional, todos los hombres (y todas las áreas geográficas) son creados iguales. Es precisamente esto lo que cristianos, conservadores y libertarios han negado siempre. Marx escribía en The German Ideology (1845-46): “en una sociedad comunista, en la que nadie tenga una esfera exclusiva de actividad sino que cada uno pueda formarse en cualquier sector que desee, la sociedad regula la producción general y por tanto me hace posible hacer hoy una cosa y mañana otra, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado al atardecer, criticar después de cenar, como me apetezca, sin convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico”.7
Un ideal utópico
No puede encontrarse un ideal más utópico en la literatura económica seria. Aunque algunos comentaristas piensan que Marx abandonó posteriormente esta visión radical, las evidencias que apoyan esa conclusión son pocas. Marx nunca la rechazó explícitamente (aunque lo hiciera el más sincero Engels, en todos los sentidos). Incluso si Marx hubiera abandonado la opinión, seguirían permaneciendo los problemas básicos. ¿Cómo podría una sociedad comunista abandonar la especialización del trabajo que ha hecho posible la riqueza de la sociedad industrializada moderna y al mismo tiempo mantener los métodos modernos de producción en masa? ¿Cómo podría el paraíso comunista evitar que la humanidad volviera a las técnicas de producción primitivas, altamente improductivas, sin capacitación y de baja intensidad de capital que ha mantenido a la mayoría de los hombres en condiciones de hambre a lo largo de la mayor parte de la historia humana?
Toda la cuestión de la producción económica “después de la revolución” era una grave piedra en el zapato para Marx. Admitía que habría muchos problemas de producción y especialmente distribución durante el periodo de la llamada “dictadura del proletariado”. Este periodo es únicamente la “primera fase de la sociedad comunista, ya que se produce cuando acaba de aparecer después de los estertores de un parto prolongado a partir de la sociedad capitalista”.8 Marx nunca esperó grandes cosas de esta sociedad. Sin embargo, en la “fase superior de la sociedad comunista”, la regla de la justicia económica se convertiría en realidad: “De cada uno de acuerdo con su capacidad, para cada uno de acuerdo con sus necesidades”.9 Esto sería fácil de lograr, ya que se liberarían de las cadenas y restricciones de las técnicas productivas capitalistas enormes cantidades de riqueza que estarían esperando a desatarse. Como ha señalado Mises: “Subyaciendo tácitamente la teoría marxista está la nebulosa idea de que los factores naturales de producción son tantos que no tienen que economizarse”.10 Maurice Cornforth, el filósofo marxista, confirma la sospecha de Mises de que los marxistas ven toda escasez como producto de defectos institucionales en lugar de un hecho básico para el orden del mundo en el que vivimos:
La abolición eventual y final de las escaseces constituye la condición económica para entrar en una sociedad comunista. Cuando haya una producción socializada cuyos productos estén apropiados socialmente, cuando la ciencia y la planificación científica generen la producción de abundancia absoluta y cuando el trabajo sea tan ilustrado y organizado que todos puedan sin sacrificio de sus inclinaciones personales contribuir con sus capacidades laborales al fondo común, todos recibirán una porción de acuerdo con sus necesidades.11
¿Quién planificará?
Un problema crítico para el marxista es toda la cuestión de la planificación comunista: ¿cómo se dirigiría la producción? ¿Bajo qué patrones debería la sociedad asignar recursos escasos? Fueran cuales fueran los sueños personales de Marx con respecto a la abolición de la escasez, los recursos no tienen un suministro infinito. Es por esto por lo que la sociedad debe planificar la producción. Marx veía esta actividad como básica para la definición del hombre, pero esta misma actividad implica la existencia de escasez, una paradoja peculiar del marxismo, pues persiste el hecho de que los automóviles no crecen en los árboles. Alguien debe decidir cuántos automóviles deberían fabricarse en comparación con el número de neveras. La planificación es propia de toda producción económica y Marx se daba cuenta de esto: “Por tanto las interrelaciones universales modernas solo pueden ser controladas por personas cuando estén controladas por todos”.12 Pero ¿cómo pueden “todos” registrar sus preferencias? Si no hay propiedad privada (y, por tanto, no hay economía de libre mercado) y si no hay planificación estatal (no hay planificación política) entonces ¿quién decide qué bienes hay que producir y cuáles no? Murray Rothbard ha enunciado este dilema muy apropiadamente:
Rechazando la propiedad privada, especialmente el capital, los socialistas de izquierda se veían entonces atrapados en una contradicción interna: si el estado va a desaparecer después de la Revolución (inmediatamente para Bakunin, “desvaneciéndose” gradualmente para Marx), ¿cómo va a dirigir el “colectivo” su propiedad sin convertirse él mismo en un enorme Estado de hecho, aunque no de nombre? Esta era la contradicción que ni los marxistas ni los seguidores de Bakunin fueron nunca capaces de resolver.13
El problema de la escasez
La necesidad de coordinar la producción implica la existencia de escaseces que la producción pretende aliviar. Si todos tuvieran todo lo que desearan en el momento en que lo quisieran, la producción sería innecesaria. Las materias primas deben transformarse en bienes o indirectamente en servicios y estos bienes tienen que enviarse de un lugar a otro. Esas acciones requieren tiempo (interés sobre la inversión de bienes de capital), planificación (beneficio por el éxito y perdida por el fracaso) y trabajo (salarios). En resumen, la producción requiere planificación. Ninguna sociedad se enfrenta nunca al problema de “planear o no planear”. El problema al que se enfrenta la sociedad es la cuestión de usar el plan de quién. Karl Marx negaba la validez de la planificación del mercado libre, ya que el mercado libre se basa en la propiedad privada de los medios de producción, incluyendo el uso del dinero. El dinero, para Marx, es la esencia cristalizada de la producción alienada: es el núcleo del dinamismo del capitalismo. Su esperanza ferviente era abolir el uso del dinero para siempre.14 Al mismo tiempo, negaba la validez de la planificación centralizada por el Estado. ¿Cómo podía mantener su “asociación” al convertirse en un estado? El escritor fabiano G. D. H. Cole ha visto claramente qué necesita la demanda para una sociedad sin clases: “Pero una sociedad sin clases significa, en el mundo moderno, una sociedad en la que la distribución de rentas está controlada colectivamente, como una función política de la propia sociedad. Significa además que esta distribución controlada de rentas debe hacerse de tal manera que no deje ningún espacio para el crecimiento de las diferencias de clase”.15 En otras palabras, dada la necesidad de una función política en un mundo supuestamente sin estado, cómo pueden los marxistas escapar a la advertencia dada una vez por Leon Trotsky: “En un país en el que el único empresario es el Estado, oponerse significa morirse lentamente de hambre. El viejo principio: quien no trabaje no comerá, ha sido reemplazado por uno nuevo: El que no obedezca no comerá”.16
En último término, la aceptación de la existencia de escasez debe ser parte de cualquier análisis social sensato. En contraste con esta opinión rousseauniana-marxista de la división del trabajo se encuentran tanto la visión cristiana tradicional como la visión libertaria de profesor Mises. Los hombres tienen una propensión natural a consumir. Si no se controla, esta tendencia podría generar saqueo, destrucción e incluso muerte.
La necesidad de producir
El deseo de consumir debe atemperarse por una voluntad de producir y de intercambiar los frutos de la producción sobre una base de valor por valor recibido. Así que toda persona solo consume lo que se ha ganado, al tiempo que extiende el mismo derecho a otros. Uno los principales controles sobre las acciones de los hombres es el hecho de la escasez económica. Para extraer de una tierra resistente la riqueza que desean los hombres, estos se ven obligados a cooperar. Su cooperación puede ser voluntaria, en un mercado libre, o puede ser forzada desde arriba por alguna entidad política.
La escasez hace necesaria una división económica del trabajo. Aquellos con ciertos talentos puede servir mejor a sus propios intereses y a los intereses de la sociedad concentrando sus actividades en las áreas de producción en las que son más eficientes. Hace falta esa especialización si se quiere aumentar la productividad. Si los hombres desean tener más bienes materiales y más servicios personales, deben elegir empleos en los que puedan convertirse en productores eficaces. Quienes están a favor de una disposición de libre mercado argumentan que cada hombre está mejor preparado que cualquier consejo remoto de supervisores para disponer sus propios asuntos y elegir su destino de acuerdo con sus deseos, talentos y sueños. Pero, aunque el estado dirija la producción o la demanda de un mercado libre, la especialización al trabajo es obligatoria. Esta especialización promueve la armonía social; la división del trabajo obliga a los hombres a evitar acciones hostiles entre ellos si quieren tener una cooperación económica eficaz y productiva.
Desde esta perspectiva, la división del trabajo promueve la unidad social sin requerir uniformidad colectiva. Reconoce la existencia de diferencias humanas, diferencias geográficas y escasez; al hacerlo, se enfrenta al mundo de una manera realista, tratando de encontrar la mejor solución posible a la vista de una condición esencial e inevitable del hombre. En resumen, la causa de la escasez económica no son las “instituciones sociales deformadas” como afirman los socialistas y marxistas: es algo básico en la condición humana. Aunque esto no significa una especialización total, ya que el hombre no es una máquina, sí reclama que los hombres reconozcan la existencia de esta realidad. Sí reclama que la división del trabajo sea aceptada por los teóricos sociales como un beneficio social positivo.17
Una premisa defectuosa
Quien quiera entender por qué el sistema marxista estaba tan completamente en desacuerdo con el mundo del siglo XIX y por qué es tan completamente inoperativo en la práctica, haría bien en examinar la actitud de Marx hacia la división del trabajo. Esta hace evidente por qué siempre rechazó crear “planos para el paraíso comunista” y se concentró en atacar el marco capitalista: su visión de futuro era utópica. Esperaba que el hombre se regenerada por la violencia de la Revolución. El mundo posterior sería esencialmente distinto: no habría escasez, ni lucha, ni mal, en definitiva. Las leyes de la comunidad no serían las leyes que funcionan bajo el capitalismo burgués. Así que, en general, Marx permanecía en silencio acerca del paraíso por venir. Tenía que hacerlo. No había manera posible de reconciliar sus esperanzas en el futuro con la realidad del mundo. Marx era un escapista: quería eludir el tiempo, la escasez y las limitaciones terrenales. Su análisis económico estaba dirigido hacia este mundo y por tanto era totalmente crítico: sus esperanzas para el futuro eran utópicas, irreales y, en definitiva, religiosas. Su plan era una religión: una religión de la revolución.
- 1The German Ideology (Londres: Lawrence & Wishart, 1965), p. 32.
- 2“Private Property and Communism”, The Economic and Philosophic Manuscripts of 1844, editado por Dirk J. Struik (Nueva York: International Publishers, 1964), p. 136.
- 3“Estranged Labor”, ibíd., pp. 116-117.
- 4J.J. Rousseau, Discourse on the Origin of Inequality, en G.D.H. Cole (ed.), The Social Contract and Discourses (Londres: Dent, 1966), esp. pp. 195-208. Cf. Robert A. Nesbet, “Rousseau and Totalitarianism”, Journal of Politics, V (1943), pp. 93-114. [Discurso sobre el origen de la desigualdad]
- 5German Ideology, pp. 44-45.
- 6The Communist Manifesto (1848), in Marx-Engels Selected Works (Moscú: Foreign Languagues Publishing House, 1962), I, p. 54. [El manifiesto comunista]. Para una crítica de esta visión del estado, ver mi estudio Marx’s Religion of Revolution (Nutley, New Jersey: Craig Press, 1968), p. 112.
- 7German Ideology, pp. 44-45.
- 8Critique of the Gotha Program (1875), en Marx-Engels Selected Works, II, p. 24. [Crítica del programa de Gotha]. Este es uno de los pocos sitios en los que Marx ofrecía alguna imagen del mundo posrevolucionario.
- 9Ibíd.
- 10Ludwig von Mises, Socialism (New Haven: Yale, [1922] 1951; Londres: Jonathan Cape, 1969), p. 164. [Socialismo]
- 11Maurice Cornforth, Marxism and the Linguistic Philosophy (Nueva York: International Publishers, 1965), p. 237.
- 12German Ideology, p. 84.
- 13Murray N. Rothbard, “Left and Right: The Prospects for Liberty”, Left and Right, 1 (1965), p. 8.
- 14“On the Jewish Question,” (1843-44), en T.B. Bottomore, Karl Marx: Early Writings (Nueva York: McGraw-Hill, 1964), pp. 34-40.
- 15G. D. H. Cole, The Meaning of Marxism (Ann Arbor: University of Michigan Press, [1948] 1964), p. 249.
- 16Leon Trotsky, The Revolution Betrayed (1936), citado por F. A. Hayek, The Road to Serfdom (University of Chicago Press, 1944), p. 119. [Camino de servidumbre]
- 17Mises, Socialism, pp. 60-62. [Socialismo]