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¿Los multimillonarios deberían existir?

Un mantra popularizado por Bernie Sanders y progresistas afines declara «los multimillonarios no deben existir».

La declaración sirve tanto como una declaración de la «inmoralidad» de la desigualdad de la riqueza como una justificación para los impuestos confiscatorios sobre la riqueza favorecidos por personas como Sanders y Elizabeth Warren.

Durante la campaña del año pasado, Sanders dijo: «No creo que los multimillonarios deban existir», añadiendo que su propuesta de impuestos «no elimina a los multimillonarios, pero elimina mucha de la riqueza que tienen los multimillonarios, y creo que eso es exactamente lo que deberíamos hacer».

El objetivo, según Sanders, es «reducir el indignante y grotesco e inmoral nivel de desigualdad de ingresos y riqueza».

La reducción de la desigualdad comienza con el estado gravando la riqueza de aquellos que poseen una cantidad inaceptable, seguido por la redistribución a los hogares de menor riqueza. Los ricos tendrán menos, pero el resto tendrá más, según la teoría. Reducción de la desigualdad.

Pero como Ludwig von Mises señaló en La acción humana, los impuestos confiscatorios sobre los ricos pueden causar que los multimillonarios estén un poco peor, pero el resto de nosotros saldremos perjudicados más gravemente.

«Una ley que prohíbe a cualquier individuo acumular más de diez millones o ganar más de un millón al año restringe las actividades de precisamente aquellos empresarios que tienen más éxito en satisfacer los deseos de los consumidores», escribió.

En virtud de esa fiscalidad confiscatoria, continuó Mises, «muchos de los multimillonarios de hoy en día vivirían en circunstancias más modestas. Pero todas esas nuevas ramas de la industria que suministran a las masas artículos desconocidos hasta ahora funcionarían, si acaso, a una escala mucho menor, y sus productos estarían fuera del alcance del hombre común».

¿Por qué sería este el caso? Según Mises, «La mayor parte de la porción de los ingresos más altos que se gravan habría sido utilizada para la acumulación de capital adicional».

La mayor productividad sólo es posible mediante una mayor inversión de capital per cápita, por lo que cuando la acumulación de capital se ve frenada por los impuestos confiscatorios, la cantidad de bienes y servicios que se llevan al mercado es menor de lo que podría ser de otro modo. A medida que los bienes se hacen más escasos, quedan fuera del alcance de los hogares de ingresos medios y bajos.

Los artículos domésticos comunes que damos por sentado, como el aire acondicionado, la conexión a Internet, las computadoras y los teléfonos inteligentes seguirían siendo bienes de lujo accesibles sólo para los ya ricos.

Y planes como el de Sanders no sólo no mejorarían el nivel de vida del hombre común, advirtió Mises, sino que además alejarían el poder de los ciudadanos y lo pondrían en manos del gobierno.

«Una vez más, la cuestión es quién debe ser el supremo, los consumidores o el gobierno. En el mercado libre, el comportamiento de los consumidores, su compra o abstención de comprar, determina en última instancia los ingresos y la riqueza de cada individuo. ¿Debería uno conferir al gobierno el poder de anular las elecciones de los consumidores?» preguntó Mises.

Tal intervención en el funcionamiento de la economía de mercado, añadió Mises, haría menos eficiente la asignación de recursos de la sociedad. «Quien mejor sirve al público, obtiene los mayores beneficios. En la lucha contra los beneficios los gobiernos sabotean deliberadamente el funcionamiento de la economía de mercado», escribió.

Una asignación menos eficiente de recursos nos hace a todos peores, un resultado desproporcionadamente dañino para los pobres que Sanders y compañía dicen estar defendiendo.

Por último, Mises señala que la fiscalidad confiscatoria sobre la riqueza sirve para proteger de la competencia a los empresarios ya ricos.

«Es cierto», admite Mises, «que el impuesto sobre la renta les impide también a ellos [los ya ricos] acumular nuevo capital. Pero lo que es más importante para ellos es que evita que el peligroso recién llegado acumule cualquier capital».

En este sentido, los altos impuestos sobre el patrimonio protegen a las empresas de la competencia, lo que obstaculiza el aspecto dinámico de la economía de mercado. «En este sentido, la fiscalidad progresiva frena el progreso económico y aporta rigidez», concluyó Mises. «Mientras que en el capitalismo sin trabas la propiedad del capital es un pasivo que obliga al propietario a servir a los consumidores, los métodos modernos de imposición lo transforman en un privilegio».

El deseo de algunos de imponer impuestos confiscatorios a los ricos está impulsado en gran medida por una envidia que les ciega el hecho de que tales impuestos acabarían perjudicando al hombre común mucho más que a los multimillonarios. Además, los impuestos podrían servir para proteger a los ya ricos de la competencia y obstaculizar el progreso económico.

Puede ser emocionalmente satisfactorio para muchos favorecer el que se les pegue a los multimillonarios, pero la razón nos informa que al hacerlo son los pobres los que terminarían pagando el precio más alto.

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Image Source: Getty
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