La Constitución «no es un pacto de suicidio», dijo el juez Arthur Goldberg en la opinión del tribunal en el caso Kennedy v. Mendoza-Martínez, de la Corte Suprema, en 1963. Su afirmación pone de relieve una verdad fundamental: en tiempos de crisis, los gobiernos suelen sentirse obligados a tomar medidas extraordinarias para proteger a sus ciudadanos y mantener el orden.
Sin embargo, este deseo de actuar con rapidez y decisión puede conducir a un camino peligroso en el que la expansión del poder gubernamental se convierta en un proceso aparentemente irreversible. Bienvenidos al mundo del efecto trinquete.
¿Qué es el efecto trinquete?
Este fenómeno recibe su nombre del dispositivo mecánico llamado trinquete, que permite el movimiento en una sola dirección. Al igual que un trinquete impide el movimiento hacia atrás, el efecto trinquete garantiza que el poder gubernamental avance inexorablemente, sin retroceder nunca a los niveles anteriores.
La teoría del efecto trinquete, popularizada por Robert Higgs en su libro Crisis y Leviatán, se refiere a la tendencia de los gobiernos a responder a las crisis aplicando nuevas políticas, normativas y leyes que aumentan significativamente sus poderes. Estas medidas suelen presentarse como soluciones temporales para abordar problemas concretos. Sin embargo, a lo largo de la historia, estas medidas a menudo perduran más allá de su propósito y se convierten en parte permanente del paisaje jurídico.
El efecto trinquete en acción
La Ley USA PATRIOT, promulgada en respuesta a los atentados del 9/11, ejemplifica esta tendencia. Destinada a mejorar la seguridad nacional, otorgó nuevos y amplios poderes a las agencias de inteligencia, incluida la autorización de registros «a hurtadillas» en virtud del artículo 213. Este tipo de registros permitía retrasar la notificación de las órdenes de registro, lo que permitía a las fuerzas del orden entrar en secreto en locales privados sin informar inmediatamente al propietario, lo que suscitaba problemas relacionados con la Cuarta Enmienda.
La ley también amplió considerablemente la definición de «terrorismo doméstico» para incluir actividades que parezcan destinadas a influir en la política gubernamental mediante la intimidación o la coacción, sin exigir pruebas de violencia real. Esta definición ampliada dio a las fuerzas de seguridad un mayor margen de maniobra para investigar a grupos activistas dedicados a actividades de defensa y protesta no violentas.
Sin embargo, a pesar de que han transcurrido dos décadas desde el 9/11, estas disposiciones persisten, normalizando intrusiones extraordinarias en la intimidad. Esto ilustra cómo las medidas de emergencia pueden afianzarse mediante el efecto trinquete, ya que el miedo constante al terrorismo fosiliza las excepciones a las libertades civiles y las convierte en práctica habitual mucho después de que haya pasado la crisis inicial.
Del mismo modo, la crisis financiera mundial de 2008 impulsó a los gobiernos de todo el mundo a imponer rigurosos marcos reguladores a las instituciones financieras. Aunque concebidas como medidas provisionales, estas restricciones han demostrado ser notablemente duraderas, limitando el crecimiento económico y la innovación. El espectro de otro desplome devastador sigue justificando la existencia de estas restricciones, sin tener en cuenta los efectos adversos sobre el emprendimiento y la autonomía personal.
Más recientemente, la pandemia del virus Covid-19 ha vuelto a poner de relieve el efecto trinquete. Los gobiernos han instituido una serie de controles para contener el virus, desde cierres y restricciones de viaje hasta obligaciones de enmascaramiento y vacunación. Aunque algunas de estas medidas —se podría argumentar— pueden haber sido apropiadas a corto plazo, su aplicación prolongada suscita preocupación por el autoritarismo progresivo. Como el miedo y la incertidumbre persisten, existe un riesgo creciente de que estas medidas temporales se conviertan en características permanentes de nuestras vidas, disminuyendo aún más las libertades individuales.
Es esencial reconocer la naturaleza sutil pero perniciosa del efecto trinquete. Cada crisis sucesiva crea oportunidades para que los gobiernos consoliden sus poderes, a menudo bajo el pretexto de proteger a sus ciudadanos. Sin embargo, esta acumulación de autoridad tiene un profundo coste: la renuncia gradual a los derechos y libertades fundamentales.
Crisis potenciales en ciernes: IA y cambio climático
Mientras reflexionamos sobre la progresión histórica del poder gubernamental en tiempos de crisis, también debemos prestar atención a las amenazas potenciales en el horizonte que podrían amplificar aún más el control estatal. Dos preocupaciones acuciantes que merecen una cuidadosa consideración son el rápido avance de la inteligencia artificial (IA) y la intensificación de los llamamientos a la acción contra el cambio climático.
Los avances en la tecnología de la IA presentan tanto posibilidades extraordinarias como retos de enormes proporciones. A medida que la IA se integra más profundamente en diversos sectores de la sociedad, los gobiernos podrían sentirse presionados a ejercer una mayor autoridad para garantizar la seguridad pública, la privacidad de los datos y la estabilidad económica. Los temores en torno al desplazamiento de puestos de trabajo y a predicamentos morales impredecibles podrían servir de justificación para una mayor supervisión. No obstante, estas intervenciones corren el riesgo de reforzar el efecto trinquete, culminando en una acumulación de normativas centradas en la IA que estanquen la innovación y obstaculicen el progreso económico.
La crisis del cambio climático sigue acaparando los titulares, con una presión cada vez mayor sobre los líderes mundiales para que tomen medidas drásticas para reducir las emisiones y la transición hacia fuentes de energía renovables. Los gobiernos ya están respondiendo a esta crisis con políticas radicales destinadas a mitigar la amenaza percibida. Sin embargo, existe el peligro de que las medidas de emergencia se conviertan en elementos permanentes de la normativa. Los grupos oportunistas de intereses especiales pueden aprovechar la situación para promover sus agendas, contribuyendo a una ampliación de la influencia gubernamental que trascienda la respuesta inicial a los imperativos medioambientales.
La búsqueda de la libertad y sus implicaciones económicas
Cuando sobrevienen las crisis, el instintivo recurso a la intervención gubernamental puede proporcionar un consuelo fugaz, pero a menudo ignora las consecuencias a largo plazo de empoderar al Estado a expensas de la autonomía personal. A medida que desciende la pesada mano de la regulación, se asfixia el espíritu emprendedor, se estrangula la innovación y se mina la vitalidad de mercados antaño prósperos. ¿Cuál es el resultado? Una economía aletargada, asfixiada bajo el peso de la burocracia, y una ciudadanía cada vez más en deuda con un gobierno todopoderoso.
Al adoptar soluciones impulsadas por el mercado, podemos aprovechar el potencial ilimitado del ingenio humano creando nuevas oportunidades, productos y servicios que impulsen el crecimiento y mejoren la vida. Desde tecnologías punteras hasta modelos empresariales innovadores, el libre mercado siempre ha sido el motor del progreso, sacando a miles de millones de personas de la pobreza y conectando a personas de todo el mundo.
Además, la búsqueda de la libertad individual y los derechos de propiedad no es sólo un imperativo moral, sino también un motor clave del éxito económico. Cuando los individuos son libres de perseguir sus pasiones e ideas sin interferencias indebidas, crean un valor que beneficia a todos. Por el contrario, cuando los gobiernos se extralimitan, ahogan la innovación, suprimen el emprendimiento y, en última instancia, empobrecen a la sociedad.
Por tanto, mantengámonos firmes en nuestro compromiso con los principios del liberalismo clásico, rechazando las falsas promesas de las ideologías colectivistas y abrazando el orden espontáneo del libre mercado. Confiando en la mano invisible, podemos construir un futuro mejor en el que florezcan la libertad, la innovación y la prosperidad.
Conclusión
El avance inexorable del efecto trinquete supone una amenaza constante para la libertad individual y la prosperidad económica. La historia nos enseña que las medidas de emergencia, por bienintencionadas que sean, tienden a convertirse en metástasis de restricciones permanentes a nuestra libertad. Mientras capeamos las tempestades de las crisis, debemos permanecer vigilantes en defensa de nuestros derechos fundamentales y de los motores del crecimiento económico.
Para tener éxito en este empeño, debemos cultivar una profunda comprensión del efecto trinquete y su insidioso funcionamiento. Debemos reconocer cómo medidas aparentemente inocuas, aprobadas en el calor del momento, pueden acumularse gradualmente y convertirse en sistemas opresivos. También debemos apreciar el papel que desempeñan la iniciativa individual y el espíritu emprendedor en el fomento de la resiliencia y la prosperidad.
Con este conocimiento, podemos trazar un rumbo que preserve el delicado equilibrio entre la seguridad pública y la autonomía personal. Podemos diseñar respuestas a las crisis que sean quirúrgicas en su precisión, minimizando el impacto en nuestras libertades al tiempo que maximizan su eficacia a la hora de abordar el reto en cuestión. Podemos crear marcos normativos que permitan el florecimiento de la innovación en lugar de sofocarla bajo un manto de trámites burocráticos.
En última instancia, nuestro éxito dependerá de nuestra capacidad para mantenernos fieles a nuestros valores fundamentales de protección de los derechos de propiedad y preservación de las libertades individuales y económicas. Manteniéndonos vigilantes y comprometidos con estos principios, podemos construir sociedades resistentes a la crisis y prósperas a largo plazo. Puede que el efecto trinquete siga ejerciendo su influencia, pero podemos asegurarnos de que su agarre permanezca suelto y de que nuestros espíritus permanezcan inquebrantables.