En el amplio movimiento por la libertad, dentro de sus subcomunidades especializadas, es casi inevitable encontrarse con luchas internas, especialmente cuando surgen debates sobre el uso de medios políticos para alcanzar la libertad. Estas discusiones suelen estallar en Internet durante la temporada electoral, cuando el tema del voto adquiere mayor relevancia en el discurso público. Por lo general, en estos debates surgen dos bandos: lo que podríamos llamar el bando «purista» y el bando «práctico». Al destacar los matices que a menudo se pasan por alto dentro de estos argumentos, podemos dar un paso atrás y ver el panorama más amplio, —entendiendo cómo las personas preocupadas por la libertad pueden tomar decisiones de voto informadas que se alineen con sus principios.
Los «puristas»
Empecemos por examinar el bando purista. Cuando surge el tema del voto o del compromiso político, a menudo se reúnen en torno a afirmaciones como: «Un hombre no es menos esclavo porque se le permita elegir un nuevo amo una vez cada varios años», «Apoyar el menor de dos males sigue siendo apoyar el mal» o “Si votar cambiara algo, lo harían ilegal». Estas expresiones reflejan un principio central de la filosofía libertaria, —que la acción política es inherentemente coercitiva. Utilizar medios políticos para promover la libertad se considera contradictorio, ya que viola el principio de no agresión. Para el bando purista, consentir esta violación central es inaceptable. En lugar de dedicarse a la política, centran sus esfuerzos en «despertar» al público de la naturaleza coercitiva del Estado y destacar el potencial de un mercado verdaderamente libre. Como señala Hans-Hermann Hoppe señala:
Sin la errónea percepción pública y el juicio del Estado como justo y necesario, y sin la cooperación voluntaria del público, incluso el gobierno más poderoso implosionaría, y su poder se evaporaría.
Las prácticas
El bando práctico responde con sentimientos familiares como: «Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada», «Que no te intereses por la política no significa que la política no se interese por ti» o «El precio que pagan los hombres buenos por su indiferencia ante los asuntos públicos es ser gobernados por hombres malos». Estas citas reflejan un enfoque pragmático de nuestra realidad: que estamos sometidos a la autoridad del Estado. Como tal, hay que esforzarse por navegar y mitigar esta circunstancia inevitable, aunque ello requiera la participación política. Sin embargo, es crucial aclarar que participación no equivale a consentimiento. Más bien, debe considerarse una forma de autodefensa, que no viola el principio de no agresión. Lysander Spooner capta este sentimiento de forma elocuente:
En realidad, en el caso de los individuos, su voto real no debe considerarse como prueba de consentimiento, ni siquiera por el momento. Por el contrario, hay que considerar que, sin que se le haya pedido siquiera su consentimiento, un hombre se encuentra rodeado por un gobierno al que no puede resistirse; un gobierno que le obliga a pagar dinero, a prestar servicios y a renunciar al ejercicio de muchos de sus derechos naturales, so pena de graves castigos. También ve que otros hombres practican esta tiranía sobre él mediante el uso del voto. Ve además que, si él mismo usa el voto, tiene alguna posibilidad de aliviarse de la tiranía de otros, sometiéndolos a la suya. En resumen, se encuentra, sin su consentimiento, tan situado que, si usa la papeleta, puede convertirse en amo; si no la usa, debe convertirse en esclavo. Y no tiene otra alternativa que estas dos.
«Las elecciones más importantes»
¿Cómo podemos determinar el mejor curso de acción a medida que nos acercamos a las «elecciones más importantes de nuestras vidas»? El bando práctico ofrece un argumento convincente: recurrir a medios políticos no implica consentimiento, sino que puede considerarse una forma de autodefensa y preservación. Sin embargo, el campo purista presenta un contrapunto válido: confiar en los procesos políticos nunca logrará la verdadera libertad en nuestra vida. En mi opinión, la clave para identificar un camino mejor reside en reconocer que hay formas alternativas de votar por la libertad fuera del ámbito de la política. Como señala Mises con perspicacia:
El mercado es una democracia en la que cada céntimo da derecho a voto. Es cierto que los distintos individuos no tienen el mismo poder de voto. El más rico vota más que el más pobre. Pero ser rico y obtener mayores ingresos es, en la economía de mercado, ya el resultado de la elección anterior. El único medio de adquirir riqueza y de conservarla, en una economía de mercado no adulterada por privilegios y restricciones impuestas por el gobierno, es servir a los consumidores de la manera mejor y más barata. Los capitalistas y terratenientes que fracasan en este sentido sufren pérdidas. Si no cambian de procedimiento, pierden su riqueza y se convierten en pobres. Son los consumidores los que hacen ricos a los pobres y pobres a los ricos.
En este pasaje, Mises examina la votación económica dentro de un mercado libre, en el que los consumidores emiten «votos» a través de su gasto, actuando cada unidad monetaria como una papeleta. Este sistema refleja un proceso democrático que determina los resultados económicos en función de las preferencias individuales. Mises destaca una desigualdad inherente: los individuos más ricos poseen más poder de voto en el mercado, resultado de interacciones pasadas en las que han satisfecho con éxito las necesidades de los consumidores. Sostiene que, en un mercado verdaderamente libre, desprovisto de interferencias gubernamentales o amiguismo, la acumulación de riqueza está directamente vinculada a la capacidad de satisfacer las demandas de los consumidores. Así, el flujo de riqueza está sujeto a los votos de los consumidores, recompensando a los que sobresalen en la satisfacción de las necesidades sociales y penalizando a los que no lo hacen. En última instancia, Mises describe el mercado como autorregulado, en el que las preferencias de los consumidores redistribuyen continuamente la riqueza.
Ampliando la observación de Mises, debemos reconocer que nuestra influencia en el mercado va más allá de las transacciones monetarias. La forma en que asignamos nuestro tiempo puede entenderse como una profunda forma de voto, en la que cada elección refleja nuestros valores y prioridades, ejerciendo un poder significativo en la configuración de nuestras comunidades y de la sociedad en general. Cuando dedicamos conscientemente nuestro tiempo a iniciativas locales, no sólo reforzamos las redes sociales, sino que también fomentamos un sentido de pertenencia y propósito. Este compromiso nos permite promover la libertad y el autogobierno al tiempo que creamos alternativas a los sistemas controlados por el Estado. Participando en actividades de construcción de la comunidad o como voluntarios en causas en las que creemos, emitimos votos por una sociedad más vibrante y resistente. En este marco, nuestro tiempo se convierte en una papeleta de voto, señal de nuestro compromiso con el mundo que queremos cultivar. Cada hora invertida en actividades significativas contribuye a un movimiento colectivo que desafía el statu quo y fomenta la innovación. Al elegir invertir nuestro tiempo sabiamente, sentamos las bases de un futuro en el que prosperen la libertad, la autodeterminación y el respeto a los derechos de propiedad. Si consideramos nuestro tiempo como una forma de voto, aprovechamos su potencial transformador, impulsamos el cambio positivo y nos empoderamos a nosotros mismos y a nuestras comunidades.
Al cerrar el círculo, queda claro que la lucha por la libertad se libra en muchos frentes. Como libertarios, debemos honrar nuestro compromiso con la división del trabajo y la especialización permitiendo que los individuos determinen dónde pueden ser más eficaces sus contribuciones únicas. La acción política puede servir como medida defensiva, ayudando a preservar la libertad al frenar o frustrar las intrusiones del Estado. Por otra parte, los esfuerzos basados en el mercado, mediante el uso estratégico de nuestro dinero y tiempo, ofrecen un enfoque ofensivo, fomentando el desarrollo de sistemas y redes paralelos que hacen que los servicios controlados por el Estado sean cada vez más irrelevantes.
Las elecciones políticas más importantes de nuestra vida se acercan rápidamente, pero independientemente de quién gane, el Estado continuará su implacable usurpación de nuestras libertades de una forma u otra. Nuestra respuesta no puede limitarse al voto defensivo en las urnas, —también debemos tomar la ofensiva aprovechando nuestros recursos para construir redes de libertad voluntarias y descentralizadas. Cada pequeño acto en nuestra vida cotidiana contribuye al desmantelamiento del poder centralizado y a la creación de un futuro libre y más brillante.
Para terminar, me gustaría parafrasear una cita a menudo atribuida erróneamente a uno de mis anarquistas favoritos, J.R.R. Tolkien, pero que sin duda está en el espíritu de éste:
Algunos creen que sólo el poder [estatal] puede mantener el mal a raya, pero no es eso lo que yo he descubierto. Son las pequeñas acciones cotidianas de la gente corriente las que mantienen a raya a la oscuridad. Pequeños actos de bondad y amor.