La historia de la esclavitud en los Estados Unidos no puede abarcarse en un breve artículo, pero un punto que es importante abordar en el contexto de los debates «antirracistas» contemporáneos es la noción de que la esclavitud fue históricamente apoyada por el Sur y combatida por el Norte. El objetivo de los antirracistas, al promover esa noción, es justificar la destrucción de los monumentos confederados, la proscripción de las banderas confederadas y el cambio de nombre de las bases militares. Por lo tanto, vale la pena reiterar que esta noción simplista de un Sur proesclavista y un Norte antiesclavista es incorrecta y no justifica el revisionismo histórico antirracista contemporáneo.
El antirracismo se define como «un paradigma situado dentro de la teoría crítica que se utiliza para explicar y contrarrestar la persistencia y el impacto del racismo». Uno de los principales objetivos de la reinterpretación antirracista de la historia de EEUU se refiere a la constitucionalidad de la guerra de Lincoln contra el Sur. A partir de la narrativa antirracista predominante, uno podría suponer fácilmente que el principal propósito de Lincoln al librar esta guerra era acabar con la esclavitud. Después de todo, según esta interpretación, el Sur no tenía derecho a mantener esclavos, ya que la Constitución no respaldaba ni legitimaba explícitamente la esclavitud y, por tanto, el Norte luchó para que el Sur cumpliera la Constitución.
Esa narrativa está alimentada en parte por el lenguaje ambiguo de fuentes oficiales como el Congreso de los EEUU, que da la impresión de que la esclavitud era una práctica del Sur a la que se oponía el Norte:
Los conflictos sobre la esclavitud, practicada en las colonias británicas de los Estados del Norte desde hacía más de un siglo, enfrentaban a menudo a los delegados de los estados del sur, que dependían en gran medida de la mano de obra esclava, con los de los Estados del Norte, cuyos habitantes se oponían cada vez más a esta práctica por motivos morales.
Esa fuente también menciona que «el texto original de la Constitución no se refería específicamente a la esclavitud». Estos relatos históricos han llevado a algunos a suponer erróneamente que la esclavitud debía ser ilegal.
Sin embargo, esta lectura de la Constitución sería simplista. Como observa Michael Zuckert, aunque «las palabras ‘esclavo’ y ‘esclavitud’ no aparecían en ninguna parte del texto en el momento de la ratificación, sino que fueron sustituidas por incómodas soluciones provisionales», la ausencia de estas palabras no debe llevarse demasiado lejos a la hora de entender la constitucionalidad de la esclavitud. Señala que, «de hecho, la Constitución prestaba apoyo legal a la esclavitud en los estados; no era, como algunos neolincolnianos pretenden, un documento inequívocamente antiesclavista». En su opinión, «los delegados [de la Convención Constitucional] aceptaron la existencia de la esclavitud, pero no la respaldaron». Una cuestión clave mencionada por Zuckert, que mucha gente pasa por alto hoy en día, es que no habría ninguna razón para esperar que la Constitución prescribiera explícitamente normas sobre la esclavitud en un sentido u otro. Zuckert observa que «el texto ni siquiera contempla un poder federal para ocuparse de la esclavitud en los estados», y añade que «en su lugar, el texto de la Constitución aceptaba la esclavitud como una institución de los estados que decidieran tenerla».
Este debate sobre la constitucionalidad de la esclavitud se ha reavivado por las interpretaciones antirracistas de la guerra de Lincoln como motivada principalmente por el fervor abolicionista. Para apoyar esa opinión, se da la impresión de que el abolicionismo era la ideología predominante en los Estados del Norte y la razón principal por la que apoyaron la guerra de Lincoln. A ese error se llega mezclando cuestiones distintas: se parte de la falsa premisa de que el Sur se separó para defender la esclavitud, se razona erróneamente que, por tanto, el Sur debió de luchar únicamente para defender la esclavitud, y de ahí a concluir que el Norte debió de luchar para acabar con la esclavitud hay un paso corto. Philip Leigh lo explica:
El mito de la causa justa es una consecuencia natural de la falsa insistencia en que el Sur sólo luchó por la esclavitud. Así, si el Sur hizo la guerra sólo para preservar la esclavitud, se deduce lógicamente que los yanquis la hicieron con el único propósito de liberar a los esclavos. Es un punto de vista moralmente cómodo para los historiadores que alcanzaron la mayoría de edad durante y después del movimiento por los derechos civiles del siglo XX. Pero es tan falso e inútil como un bate de fútbol.
Por lo tanto, Philip Leigh tiene razón al señalar que «el extendido mito norteño de que los confederados fueron al campo de batalla para perpetuar la esclavitud es sólo eso, un mito... Los sureños lucharon para defender sus hogares. La pregunta más pertinente es por qué lucharon los norteños».
Trabajo no libre en el Norte
El argumento de que el Norte luchó porque se oponía a la esclavitud ignora el hecho de que los Estados del Norte, especialmente Rhode Island, desempeñaron un papel destacado en el comercio de esclavos. Los estados de Nueva Inglaterra hicieron más tarde un esfuerzo concertado para distanciarse de la esclavitud, y los «Justos Causantes» sostienen que el Norte pronto evolucionó hasta un punto en el que estaba preparado para luchar por acabar con la esclavitud. En su artículo «’The Whole North Is Not Abolitionized’: Slavery’s Slow Death in New Jersey, 1830-1860», James J. Gigantino II observa que «los habitantes de Nueva Inglaterra esperaban renegar de su pasado esclavista y crear un Norte imaginado libre de esclavitud en contraste con un Sur esclavizado». Sin embargo, la idea de que en 1860 el Norte haría la guerra al Sur, impulsado por la fuerza de su oposición a la esclavitud, se ve socavada por la medida en que la esclavitud continuaba en el Norte incluso en vísperas de la guerra.
Nueva Jersey es un caso ilustrativo. Gigantino sostiene que, con la abolición gradual de la esclavitud en Nueva Jersey y otros estados del Norte, muchos nacidos en la esclavitud siguieron siendo «esclavos por un plazo» Aunque se podría argumentar que se trataba de servidumbre y no de esclavitud mobiliaria, ya que se limitaba a un plazo de hasta veinticinco años, eran tratados por sus amos de la misma manera que los esclavos: «Sin pretender repudiar sino más bien prolongar la esclavitud, los amos de Jersey veían pocas diferencias entre estos niños y sus padres durante su periodo de servidumbre».
Gigantino subraya que la ambigüedad e informalidad del lenguaje de la esclavitud durante este periodo a menudo está en desacuerdo con los registros oficiales y muchos fueron registrados formalmente como libres a pesar de ser, en la práctica, esclavos: «Por ejemplo, una mujer negra llamada Catherine figuraba en los censos de 1840 y 1850 como libre, pero su amo la vendió como ‘esclava de por vida’ en 1856». Eso fue sólo cuatro años antes —como los antirracistas nos invitan a creer— de que el mismo amo que vendió a Catherine, y el comprador al que fue vendida, declararan la guerra al Sur para liberar a los esclavos.
Tampoco se trataba de un caso excepcional, como demuestra Gigantino. Ni tampoco fueron casos peculiares de Nueva Jersey: «este subregistro de la no-libertad no sólo ocurrió en Nueva Jersey; la esclavitud sobrevivió en otras partes del Norte, especialmente en Pensilvania». Según Gigantino, «se calcula que una cuarta parte de la población negra de Nueva Jersey de 1830 seguía realizando algún tipo de trabajo no libre». De hecho, muchos de ellos seguían siendo esclavos (o siervos mantenidos a la manera de esclavos) cuando Lincoln invadió el Sur. Gigantino señala que «en Nueva Jersey, la abolición gradual progresó aún más lentamente que en Nueva Inglaterra y no fue completa hasta después de la Guerra Civil. Por lo tanto, los esclavistas de Jersey seguían considerando importantes la esclavitud y el trabajo forzado mientras se desarrollaba la crisis seccional.»
Además, lejos de la impresión que suelen dar hoy los antirracistas, los abolicionistas no tuvieron tanta influencia en el Norte como cabría suponer. Gigantino observa que en Nueva Jersey, «a pesar de sus mejores esfuerzos, los abolicionistas nunca convencieron al público en general para que apoyara la libertad inmediata de los negros de Jersey ni promovieron protecciones sólidas para los esclavos fugitivos como en otros estados del norte». Gigantino rastrea el cambio de la terminología de esclavitud a «servidumbre» y «aprendices de por vida». Su análisis «rebate la afirmación de que un Norte ‘libre’ monolítico se oponía a un Sur ‘esclavista’ y demuestra que los norteños entendían la esclavitud y la libertad en un continuo mucho más complicado, y no como polos opuestos».
La relevancia de esto para los debates contemporáneos no estriba en cómo describir o clasificar los distintos tipos de trabajo no libre tanto en el Norte como en el Sur. La cuestión es que echa por tierra la teoría antirracista de que la esclavitud o el «racismo» eran una característica peculiar del Sur, y que la invasión del Norte en el Sur estuvo motivada por la oposición de los norteños a la esclavitud y su deseo de liberar a los esclavos del Sur de una vida de esclavitud y racismo.
En los debates abolicionistas del Norte no se recurrió a la noción de que la esclavitud fuera en algún sentido inconstitucional. En cambio, el debate se refería a cuestiones prácticas como hasta qué punto la mano de obra negra era libre o no, y qué debía hacerse con los esclavos fugitivos que escapaban a estados fronterizos como Nueva Jersey (que en aquella época, como señala Gigantino, se consideraba un estado fronterizo: «La posición geográfica de Nueva Jersey en la frontera norte del Sur le obligó a ocuparse de un número creciente de esclavos fugitivos en las décadas de 1830 y 1840»). Por lo tanto, carecen de fundamento la idea de que en aquella época hubiera alguna duda sobre la constitucionalidad de la esclavitud y la teoría de que el Norte invadiría el Sur porque consideraba que éste actuaba inconstitucionalmente al mantener esclavos. Siendo así, la justificación de la destrucción de monumentos históricos confederados como forma de exhibir el «antirracismo» tampoco tiene fundamento.