El neoconservadurismo nació de antiguos trotskistas que se volvieron anticomunistas al final de la Segunda Guerra Mundial. Tras las protestas en los campus y los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta y principios de los setenta, su repulsa ante el ondear de los Libritos Rojos y las protestas en las escuelas de la Ivy League hizo que estos demócratas del New Deal Truman se pasaran al Partido Republicano. Allí, los primeros neoconservadores como Irving Kristol y Norman Podhoretz convirtieron a los «neoliberales» en «neoconservadores». Pero mucho antes de los que se convirtieron en el cuerpo de los neoconservadores hubo otro conservador trotskista convertido en anticomunista: James Burnham. Y, a diferencia de los otros neoconservadores, muchos de sus escritos pueden ser útiles hoy en día.
La mayor parte de los escritos populares de Burnham en National Review se centraban en reprender al liberalismo y lo que él consideraba su falta de voluntad para enfrentarse al comunismo internacional. Burnham era un halcón, —un antiguo trotskista— por lo que a menudo se le considera, junto con Sidney Hook, uno de los abuelos del neoconservadurismo. Pero Burnham irrumpió en la esfera pública, no inicialmente con su política exterior de halcón, sino con un análisis sistemático de lo que ocurría en el mundo: The Managerial Revolution. Este texto, especialmente a la luz de la obra de Ludwig von Mises, puede ser una útil herramienta de análisis.
No es de extrañar que este texto haya sido revisitado últimamente por muchos conservadores. Eso no quiere decir que el análisis de Burnham sea hermético. Se pueden detectar fuertes rezagos del pasado marxista de Burnham en su discusión de la inevitablemente esta «revolución gerencial». Burnham parece articular, al menos en 1941, una idea no poco similar a la del propio Marx sobre las etapas de la historia que se avecinan inevitablemente y no pueden revertirse. También parece creer que el «capitalismo» como sistema no siempre ha sido inherente a la naturaleza humana. Aunque el sistema sociopolítico del capitalismo no siempre ha existido tal y como lo conocemos, el hombre actuante, la producción y el intercambio siempre han existido.
Dejando de lado estas pequeñas áreas, gran parte de su teoría es útil y perspicaz. La teoría de Burnham sostiene que el capitalismo está siendo sustituido de forma lenta pero segura por una clase empresarial que se asegura un mayor control de la economía y el Estado. Burnham culpa de la transición a los fracasos del capitalismo, críticas no muy diferentes de las del propio Marx. Burnham afirma que las necesidades tecnológicas de la producción moderna requieren gestores que supervisen la producción. Burnham afirma que estos gestores adquieren cada vez más control sobre la producción, mucho más que los capitalistas.
El acólito más moderno de Burnham, Sam Francis, continuó su análisis ampliando mucho más el papel del «Estado administrativo» en esta revolución. Burnham consideraba que la fusión del Estado y los gestores era precisamente el estado final de la Revolución Administrativa. Escribiendo en 1941, la Unión Soviética, a sus ojos, apenas era comunista y era mucho más gerencial por naturaleza. Lenin no había dado a los trabajadores el control de la industria, sino que había puesto a los directivos a cargo de la producción. En Alemania, los nacionalsocialistas pusieron toda la industria bajo el mando del Reich, aunque preservaron la ilusión de la propiedad privada. Cada uno de ellos era un Estado gerencial, dirigido por gerentes, impulsado por ideologías gerenciales.
Podemos reforzar la narrativa de Burnham sobre el siglo XX identificando con mayor precisión la entrada de la clase directiva en la libre empresa. Aquí es donde el libro de Ludwig von Mises de 1944 Burocracia puede tanto reforzar como explicar los orígenes de la revolución gerencial de Burnham. La clase administrativa no es lo mismo que la gestión en general. La gestión ha existido desde que existe el capitalismo moderno, y también antes. Mises alaba la capacidad de los gestores de para buscar lucros bajo la dirección de los propietarios de cualquier empresa. La capacidad de elegir a los directivos y obtener beneficios es prueba suficiente de control.
Cada vez más, entonces y hoy, vemos una clase directiva que arrebata el control de la obtención de beneficios a actividades no rentables. Los directivos y empleados que hacen esto reciben cada vez más protecciones. No se trata de un fenómeno puramente tecnológico. Lo que surgió fue la burocracia. La burocracia en el gobierno se filtra en la libre empresa. Mises es quien mejor aclara este proceso.
La burocracia gubernamental fracasa precisamente porque proporciona bienes y servicios apartándose del sistema de pérdidas y ganancias. La asignación de recursos, desde la mano de obra a la tierra, se hace de forma arbitraria y no se puede discernir de forma significativa la eficiencia porque no hay señales de precios. La burocracia es el modus operandi de cualquier función de gobierno, que opera a partir de códigos y legislación en lugar de precios de mercado. Sin embargo, la ineficiencia no es el tema que preocupa a Burnham. Está mucho más centrado en la expansión de la clase directiva y su boda con el aparato estatal.
Lo que Mises describe es la imposición burocrática a la libre empresa. Tras describir varias políticas intervencionistas que se inmiscuyen en la empresa privada para castigar el afán de lucro, escribe:
Lo que es común a todos estos casos es el hecho de que la empresa ya no está interesada en aumentar sus lucros. Pierde el incentivo para reducir costes y hacer su trabajo de la forma más eficaz y barata posible... Con la creciente interferencia del gobierno en los negocios se hizo necesario nombrar ejecutivos cuyo principal deber era allanar las dificultades con las autoridades. Primero fue sólo un vicepresidente encargado de «los asuntos referentes a la administración gubernamental». Más tarde el requisito para el presidente y para todos los vicepresidentes fue estar en buena relación con el gobierno y los partidos políticos.
El cumplimiento, más que el lucro, se convierte en una necesidad. Los «directivos» de Burnham son contratados para ayudar a dirigir la empresa obedeciendo la normativa y el código. Se les da el control para que se alejen de los lucros. Estos nuevos gestores burocráticos encuentran toda su justificación para el empleo, —todo su papel en la sociedad—, en el edicto arbitrario del gobierno. Buscarán continuamente, como parte del aparato estatal, ampliar su participación en cualquier empresa. Se promueven nuevos códigos y normas bajo cualquier ideología que sea popular en ese momento con el fin de ampliar el trabajo del burócrata. Es un ciclo que se autoperpetúa. El gobierno crea un parásito en la libre empresa que rápidamente hace metástasis y se expande. Los burócratas en el gobierno interfieren con los negocios e insertan un papel improductivo que sólo crea más oportunidades para la ineficiencia.
Las leyes laborales exigen un cumplimiento interno y la presentación de informes al gobierno. Esto significa nuevos gestores improductivos. Estos gestores pronto se convierten en «Recursos Humanos» cuya función es informar y garantizar el cumplimiento de los edictos estatales y, como hemos visto en los últimos años, crear nuevas justificaciones para su propia existencia y recursos. Estos gestores están respaldados por leyes, por lo que no se les puede destituir sin más. Podrían ser desplazados, pero es necesario cubrir sus funciones. Se apoderan de un mayor control de los procesos cotidianos, de modo que la dirección capitalista ya no puede buscar el beneficio, como es su función propia. Burnham no supo explicar el mecanismo de entrada de la élite directiva, pero Mises vino a completar el análisis.
Mises coincide además con Burnham en su opinión de que tanto el nazismo como el comunismo son una gestión gerencial o burocrática. Mises dedica mucho tiempo a discutir lo que podrían considerarse variedades rusa y alemana que sólo difieren en la estética, y expone las similitudes en sus libros Gobierno omnipotente y Caos planificado.
Mises nos presenta un frío análisis mecánico, mientras que Burnham aplica la teoría al mundo. Cada expansión de la interferencia gubernamental en los mercados puede verse como una expansión más de la clase administrativa burocrática que se aprovecha de la producción capitalista. La revolución administrativa que describe Burnham la inician los gobiernos, y a menudo con la ayuda de empresarios que intentan sacar ventaja unos de otros, y crece rápidamente.
Las iniciativas de DEI, por ejemplo, son otro medio por el que la clase directiva se justifica y se expande aún más. Los recursos se apartan de lo que es rentable, valioso y popular y se destinan a cualquier ideología inventada que les dé más poder. Puede que haya auténticos creyentes en la ideología que se ha creado, pero eso es secundario frente a la toma de poder que se buscaba al crearla.
Así pues, la fusión de Estado y economía, —a medida que el Estado va sustrayendo lentamente cada vez más recursos de la economía productiva y los canaliza hacia burócratas automotivados. Nada describe mejor gran parte de nuestro dilema moderno que las narrativas de Burnham y Mises. Los fallos de eficiencia, el coleccionismo de ideólogos incompetentes en las empresas, la burocracia en expansión, todo ello está entrelazado en un intervencionismo en espiral interesado.
Puede que Burnham fuera un arquitecto de la Guerra Fría, pero merece la pena leer The Managerial Revolution. Gran parte de su análisis es corroborado por su contemporáneo: nuestro Ludwig von Mises, que no hace sino reforzar la narrativa que Burnham describe. Para revertir esta revolución, que Burnham quizás no previó, hay que tener una visión adecuada del enemigo. Ese enemigo es la clase gerencial administrativa-burocrática. Debe ser derrocada para restaurar los mercados, y la eficiencia, en América.