En Argentina, Javier Milei ganó recientemente las elecciones presidenciales con el 56% de los votos, un margen extraordinariamente amplio en cualquier país que celebre elecciones presidenciales razonablemente libres. Milei, economista, se adhiere a la escuela austriaca de pensamiento. Se identifica como libertario e incluso anarcocapitalista. En algunas apariciones, se presenta como Capitán ANCAP.
A diferencia de muchos libertarios que aspiran a cargos políticos, Milei no ha suavizado su lenguaje ni ha adaptado su mensaje a oídos sensibles. En las entrevistas en las que los periodistas se escandalizan porque califica a los izquierdistas de malvados, no se echa atrás ni suaviza las cosas, sino que aclara por qué cree que esa descripción es exacta. En una ocasión, demuestra su intención de cerrar departamentos innecesarios, como los de transporte y educación, arrancándolos uno a uno de un gráfico y gritando ¡AFUERA!. Concluye el segmento declarando el fin de la era de los políticos ladrones, y con un grito a favor de la «maldita libertad».
Entre algunos libertarios, Milei es criticado por no ser suficientemente libertario. Ondea la bandera israelí y parece creer que ni los políticos americanos ni los ucranianos son culpables de que Ucrania esté en guerra. Incluso ha visitado el Foro Económico Mundial, un lugar aparentemente vedado para quienes desean divulgar la economía austriaca. Otros libertarios abogan por el pragmatismo, señalando la oportunidad ahora abierta para difundir ideas libertarias y conocimientos económicos.
Independientemente de la postura de cada uno sobre esta cuestión, podemos reconocer que el mundo nunca ha sido testigo de cómo un libertario ganaba unas elecciones presidenciales o se acercaba a ello. También es evidente que el camino hacia la presidencia de Milei no incluyó métodos probados por muchos otros defensores de la libertad.
En términos generales, vemos principalmente dos estrategias para hacer que la sociedad sea más libertaria:
- Insinuar con cautela que una u otra prohibición podría no ser apropiada o eficaz, con la esperanza de que de esta manera, un voto parlamentario ocasional podría inclinarse «a nuestro favor». La razón para elegir las palabras con cuidado es que la gente puede no aceptar propuestas que desafíen el statu quo con demasiada dureza.
- Afirmar rotundamente que el Estado es malo, que los impuestos son un robo y que la política es el juego más vil jamás inventado. La propuesta es cerrar el Estado y no sustituirlo por nada. El reto consiste en conseguir que un número suficiente de personas se den cuenta de que merece la pena intentarlo.
Los que hemos adoptado la estrategia más radical tenemos hasta ahora poco que demostrar en cuanto a resultados. En el mejor de los casos, contamos entre nuestros logros a aquellos de nuestro círculo inmediato a los que creemos haber influido. La mayoría de nosotros entiende que mientras la gente esté razonablemente bien, una parte significativa de ella no dedicará mucho tiempo a reflexionar sobre si el Estado es moralmente defendible. Una crisis grave, que dificulte a la gente llevar comida a la mesa, podría ser necesaria. En este sentido, el capitalismo va en contra de nuestra causa. Al menos por ahora. Los políticos trabajan por nuestra causa. Con fervor.
Por otro lado, la estrategia más cauta tampoco ha demostrado ningún éxito real. Los políticos son increíblemente hábiles y eficaces a la hora de crear crisis y utilizarlas para socavar y recortar nuestras libertades. Nos dirigimos rápidamente hacia una tiranía cada vez más total.
Pero acaba de ocurrir algo en Argentina que sugiere que un enfoque más radical podría ser más razonable y eficaz para cambiar una sociedad en una dirección libertaria. Alguien que explica abiertamente y sin ambigüedades la maldad del Estado ha dado un paso al frente y ha tomado el púlpito. Desgraciadamente, probablemente haya sido necesario que la sociedad argentina sufriera una profunda miseria durante mucho tiempo, pero el hecho es que es posible llegar a la gente con un mensaje muy radical, sin diluirlo.
¿Tuvo éxito a pesar de insistir en llamar a las cosas por su nombre? No, su éxito se debe a su claridad y franqueza.
La gente no es tonta. Lo más probable es que sea la pureza y la franqueza del mensaje lo que allane el camino para que llegue al público al que va dirigido. Si Milei se hubiera echado atrás con demasiada frecuencia y hubiera enviado mensajes cada vez más adaptados, se habría sospechado, y con razón, que no era más que otro político con sus propios intereses en el corazón. (Todavía puede resultar que eso es precisamente lo que es, pero de momento, es una incógnita).
Ahora bien. Si Milei ha demostrado que el camino está en la claridad y que es razonable suponer que las personas son individuos pensantes capaces de entender incluso argumentos radicalmente desconocidos. ¿Qué significa esto para nosotros, aparte de que debemos seguir por el camino que hemos elegido, seguir tamborileando las canciones de la libertad y el sentido económico en nuestros versos más sentidos?
Quizá signifique que no necesitamos esperar a que nuestra sociedad se ponga completamente de rodillas para que la gente se muestre receptiva de esa manera. Tenemos una oportunidad de oro para tomar prestado el megáfono de Milei, siempre que encontremos la forma de amplificar la señal.