Friday Philosophy

¿Abraham Lincoln preservó o destruyó la Unión?

[¿Fue Lee un traidor? por Walter D. Kennedy. Shotwell Publishing LLC, 2024; 72 págs.].

El extraordinario nuevo libro de Walter Kennedy es mucho más que una defensa de Robert E. Lee de la acusación de traición, aunque ciertamente lo es. Kennedy nos ofrece un cuidadoso análisis de la naturaleza de la unión de estados establecida por la Constitución, en el curso del cual argumenta que Abraham Lincoln —lejos de ser el salvador de la Unión frente a los esfuerzos de los estados confederados por rebelarse contra ella— fue, de hecho, el destructor de la Unión tal y como se entendía originalmente.

Antes de abordar el argumento de Kennedy, sin embargo, es necesario plantear una pregunta. ¿Por qué la naturaleza de la Guerra entre los Estados —y los papeles de Lincoln y Lee dentro de esa guerra— es relevante para nosotros hoy, más de lo que, digamos, la cuestión de si Alcibíades fue un traidor a Atenas es relevante para nosotros?

La respuesta de Kennedy a esta pregunta, en parte, es que necesitamos comprender la naturaleza de la Unión para combatir eficazmente la tiranía «woke» que ahora nos amenaza. Los defensores de esta ideología marxista cultural exigen que destruyamos los monumentos construidos para honrar a quienes ellos consideran «racistas», entre ellos conocidos generales del ejército confederado. Los conservadores como Sean Hannity se oponen a esto —reconociendo que los wokeistas desean borrar el pasado para reemplazarlo con su propia invención orwelliana— pero carecen de los recursos históricos necesarios para presentar un caso convincente para mantener los monumentos intactos. Si Robert E. Lee fue realmente un traidor, ¿por qué debería ser honrado?

El argumento de Kennedy de que Lee no era un traidor es simple y directo. La Unión era un pacto entre los estados soberanos que se habían independizado de Gran Bretaña, en el que ciertos aspectos de esa soberanía —como la dirección de las relaciones exteriores— se delegaban en el gobierno federal. Un estado no podía, por ejemplo, enviar a su propio embajador a un país extranjero ni firmar un tratado con él. Si un estado deseaba «ir por libre», era libre de separarse de la unión. Es cierto que la Constitución no menciona explícitamente el derecho de secesión, pero está implícito en la naturaleza de la Unión.

El derecho a la secesión fue reconocido por un gran número de figuras destacadas del periodo revolucionario y posrevolucionario, como Thomas Jefferson y John Quincy Adams. Algunas personas mantenían una visión más fuertemente nacionalista de la naturaleza de la Unión, pero la ridícula opinión de Lincoln de que la Unión creó los estados definitivamente no puede sostenerse, y sólo unas pocas personas han tenido la temeridad de defenderla. Ciertamente, la Constitución no concede al gobierno federal el derecho a invadir un estado, como reconoció James Buchanan, el presidente en el momento de la secesión de los estados iniciales de la Confederación, aunque los neoconservadores que desean someternos a un control global se burlen de él por su debilidad.

Hay otro principio relevante, a mi juicio decisivo, destacado por el eminente jurista St. George Tucker. El principio es que una unión no puede tener éxito a menos que se base en un consentimiento libremente otorgado y en unas relaciones amistosas continuadas. Un estado no puede ser forzado a permanecer en una unión en contra de su voluntad, y las nefastas consecuencias de la Guerra entre los Estados —en la que 800.000 militares perdieron la vida, como nos recuerda Kennedy, y los horrores subsiguientes de la Reconstrucción de posguerra— muestran claramente lo que sucede si se ignora este principio.

Al lector se le podría ocurrir una objeción, pero Kennedy la ha anticipado y tiene amplios recursos para contrarrestarla. La objeción es que los estados confederados se separaron para preservar la esclavitud. Cualesquiera sean los inmensos costos de la guerra y el cambio en el equilibrio constitucional entre el gobierno federal y los estados, fueron el precio justificable para extirpar la esclavitud.

Como señala Kennedy, esta objeción fracasa por varios motivos. Primero, la guerra no extirpó la esclavitud, sino que la dejó en los estados fronterizos, que no se habían separado de la Unión. En segundo lugar, la esclavitud estaba en vías de ser mejorada y finalmente eliminada mediante la emancipación en el Sur, habiendo sido reconocida como un mal nada menos que por Jefferson Davis, el presidente de los Estados Confederados de América, y el General Robert E. Lee. En tercer lugar, la mayoría de los sureños no poseían esclavos y, entre los que sí los tenían, muy pocos poseían grandes plantaciones. Aunque no se puede negar la existencia de la esclavitud como causa de la guerra en , sólo fue una de otras causas y en ningún caso la más importante.

Hay otro punto que es necesario señalar, aunque probablemente sea el más controvertido. Aunque Lincoln hubiera pretendido emancipar a los esclavos, hacerlo no merecía la pena por los enormes costes de la guerra, ya que las condiciones de los esclavos en el Sur eran mucho mejores que las de los negros libres en el Norte.

Y, volviendo a un terreno menos controvertido, Lincoln no pretendía liberar a los esclavos. Dijo expresamente que si podía salvar la Unión manteniendo intacta la esclavitud, lo haría. Consideraba a los negros inferiores a los blancos y estaba a favor de su expulsión de los Estados Unidos. De hecho, la despiadada guerra que libró contra el Sur retrasó el fin de la esclavitud, que probablemente se habría logrado de forma pacífica, de no haber mediado la interferencia de Lincoln. Como señaló el gran teórico jurídico libertario Lysander Spooner, la guerra —lejos de disminuir el número de esclavos— los aumentó al convertir a todos en esclavos del gobierno federal. Desde luego, Spooner no puede ser considerado un apologista de la esclavitud; ayudó a financiar las incursiones de John Brown.

En el curso de su exposición de las causas de la guerra, Kennedy avanza un argumento filosóficamente interesante. Dice que los que señalan a la esclavitud como la principal, si no la única, causa de la guerra están realizando un análisis «univariante». Una vez que han encontrado un factor causal, se detienen y no consideran el lugar subordinado de la esclavitud dentro de la red causal.

Una vez que el estado natal de Lee, Virginia, se separó de la Unión, la conditio sine qua non de su lealtad a la Unión caducó y, por tanto, no se le puede considerar un traidor. El verdadero traidor fue Lincoln, que puso unilateralmente patas arriba el equilibrio de poder entre los estados y el gobierno federal que establecía la Constitución; y fue esta traición la que ha permitido la tiranía «woke» de hoy.

El brevísimo libro de Kennedy es un buen ejemplo del adagio multum in parvo, e insto a todos aquellos que deseen restaurar nuestra libertad a que lo lean.

image/svg+xml
Image Source: Adobe Stock
Note: The views expressed on Mises.org are not necessarily those of the Mises Institute.
What is the Mises Institute?

The Mises Institute is a non-profit organization that exists to promote teaching and research in the Austrian School of economics, individual freedom, honest history, and international peace, in the tradition of Ludwig von Mises and Murray N. Rothbard. 

Non-political, non-partisan, and non-PC, we advocate a radical shift in the intellectual climate, away from statism and toward a private property order. We believe that our foundational ideas are of permanent value, and oppose all efforts at compromise, sellout, and amalgamation of these ideas with fashionable political, cultural, and social doctrines inimical to their spirit.

Become a Member
Mises Institute