[Mitos progresistas. Por Michael Huemer. Autoeditado, 2024]
Michael Huemer es un distinguido filósofo que enseña en la Universidad de Colorado, Boulder. Ha publicado destacados trabajos sobre ética, metafísica, epistemología y filosofía política, y muchos libertarios conocerán su libro The Problem of Political Authority, (El problema de la autoridad política) que recomiendo encarecidamente. Además, no tiene miedo de espetar a la izquierda con mordacidad. Después de dar las gracias a varias personas en sus agradecimientos, escribe: «Ninguna de estas valientes almas es responsable de ninguno de los errores u ofensas cancelables contenidos en este libro. Cualquiera de esas fechorías se debe a mi naturaleza intrínsecamente malvada de hombre blanco cis-hetero».
Nuestra primera pregunta debe ser, por supuesto, qué entiende Huemer por «progresismo», y no nos deja ninguna duda sobre la respuesta. Un progresista del tipo al que él se opone «ve a América como una sociedad profundamente injusta, llena de prejuicios y sistemáticamente diseñada para dañar y oprimir». Lo que le interesa a Huemer es que, aunque esta afirmación sobre América contiene términos fuertemente evaluativos, a saber, «prejuicio», «daño» y «oprimir», también es una afirmación empírica que puede ser evaluada en cuanto a su verdad. Huemer se esfuerza por demostrar que la afirmación es manifiestamente falsa y, para ello, cuenta no sólo con la habilidad para analizar argumentos que cabría esperar de un filósofo analítico, sino también con su asiduidad a la hora de acumular pruebas sobre muchos temas diferentes.
Hay, lamento decirlo, algunos problemas con el libro. Murray Rothbard y sus compañeros rothbardianos han escrito sobre varios de los mitos progresistas que Huemer discute con mayor penetración, pero no los cita. Rothbard fundamenta plenamente su filosofía política en una ética del derecho natural, basada en la autopropiedad y los derechos de propiedad; Huemer, en cambio, parte de intuiciones sin fundamento. Y también hay otras lagunas en su lectura: Richard Epstein y Thomas Sowell están ausentes de su bibliografía. Pero no insistiré en los problemas. Vengo a alabar a Huemer, no a enterrarlo.
A continuación, analizaré algunos de los mitos progresistas que Huemer denuncia como falsos. Uno de ellos es la afirmación de que las mujeres no cobran lo mismo que los hombres por el mismo trabajo. «En los EEUU y el RU ha habido un movimiento para conseguir ‘igual salario por igual trabajo’, que muchos creen que no tenemos» y, mientras escribo esto, este movimiento es noticia en Gran Bretaña.
Para combatir este mito, Huemer señala que la demanda de «igual salario por igual trabajo» no significa «el mismo salario por el mismo trabajo realizado por hombres y mujeres», sino más bien el mismo salario por un trabajo diferente que el proponente considera de igual valor. Huemer nos dice que «las estadísticas sobre diferencias salariales entre hombres y mujeres no controlan la ocupación ni otros factores relevantes». En otras palabras, no se refieren, de hecho, al mismo trabajo. Si se controlan los factores relevantes, resulta que las mujeres ganan ligeramente más que los hombres.
Los progresistas tienden a enfadarse mucho por los supuestos efectos malignos del «calentamiento global» provocado por el hombre, argumentando que las vidas de los pobres que viven en las naciones «menos desarrolladas» están especialmente en peligro por culpa de los codiciosos plutócratas americanos, que queman combustibles fósiles para su propio beneficio. Huemer responde de forma excelente. Dice, en efecto, «supongamos que los progresistas tienen razón. No se deduce que debamos dedicar recursos a ayudar a los pobres, dados otros problemas a los que se enfrentan los pobres y las limitaciones de nuestros recursos». Como dice Huemer:
Los problemas que he mencionado antes —malnutrición, malaria, tuberculosis y lombrices intestinales— son enormes. Millones de personas mueren cada año por estas causas y muchas más sufren una calidad de vida muy mermada. Existen excelentes intervenciones para cada uno de estos problemas, intervenciones que pueden suponer una gran diferencia con un coste relativamente bajo.
Otro punto que Huemer señala a este respecto es que los supuestos efectos negativos del calentamiento global se esperan, en su mayor parte, para dentro de cincuenta años, pero los problemas sobre los que Huemer ha llamado nuestra atención imponen costes que la sociedad debe asumir ahora. Es muy probable que nuestra economía haya crecido hasta tal punto dentro de cincuenta años que los costes de hacer frente a los efectos del calentamiento global sean más fáciles de asumir de lo que serían si se abordaran ahora.
Debo subrayar que el propio Huemer no acepta las estimaciones de los daños causados por el calentamiento global provocado por el hombre, sino que ha asumido lo peor a efectos de argumentación. (Me inclino a pensar que Huemer ha cedido demasiado al admitir que existe un problema de calentamiento global, pero me temo que respondería acusándome de haberme dejado engañar por un mito conservador).
Mi sección favorita del libro vuelve a la cita que aduje para mostrar el sentido del humor del autor. Los izquierdistas despiertos, dice, odian a los hombres blancos. «Si hablas con una persona woke, sin duda negará que sea antiblanco o antimacho». Huemer propone un brillante experimento mental para demostrar la falsedad de su negación:
Imagina que tienes un profesor cuyas clases siempre parecen tener algo que ver con los males cometidos por los judíos. Los acontecimientos históricos que le interesan siempre parecen ser momentos en los que los judíos han explotado u oprimido a los gentiles. Su visión de cualquier tema contemporáneo siempre parece relacionarlo de algún modo con males cometidos por los judíos. Jura, con la mano en el corazón, que está muy comprometido con la protección de los derechos de los gentiles. ¿Qué pensaría usted de él?... Si la negación del antisemita no le engaña, tampoco debería dejarse engañar por la ideología woke. Obviamente son intolerantes antiblancos, antimachos, antiamericanos, etc. Todo en su ideología lo telegrafía constantemente, y todo el mundo menos ellos pueden verlo.
Espero que los lectores me sigan la corriente leyendo a Huemer.