[Publicado originalmente en septiembre de 2011]
Hace varios años, la policía entro en el despacho de un joven catedrático de una universidad de prestigio y le arrestó por un delito en línea. Se llevaron al profesor, lo ficharon y luego le ofrecieron un trato: reconoce tu culpabilidad y saldrás fácilmente.
El profesor dijo a las pocas personas con las que se le permitió hablar que esto era absurdo porque era inocente.
Su abogado le advirtió: enfréntate y podría caerte la perpetua, admite tu culpabilidad y obtendrás una suspensión de sentencia. Aceptó el trato. Era un truco. Ahora languidece en la cárcel, con su vida destrozada para todo su futuro previsible.
Esto no pasa en Estados Unidos, ¿verdad? Sí que pasa. No solo eso: es cada vez más normal. Los criados con una dieta constante de programas de tribunales en televisión creen que son fieles a la manera en que se administra justicia. Es una visión completamente ingenua. Los juicios en los casos penales federales son raros. Nueve de cada diez casos se resuelven en acuerdos como el caso anterior. Solo el 3% de los casos van a juicio. Entre los que van a juicio, el acusado gana solo una vez de cada 212.
Esto significa que no hay solución para los acusados. Los fiscales tienen todo el poder. Ni siquiera el juez tiene potestad, porque los legisladores han eliminado casi toda esa liberalidad en nombre de acabar con el delito. Esto ocurrió a lo largo de las décadas de 1980 y 1990 y la dictadura de los fiscales se ha reforzado hasta convertirse en norma desde 2001. Durante los últimos diez años, el Estado policial ha tenido rienda suelta.
No fueron los “progresistas” ni los “conservadores” los que hicieron esto. Fueron ambos partidos actuando con el apoyo masivo del público americano, mientras los tiranos en el sector público salivaban. Fue el resultado de una locura de una mentalidad de seguridad e incluso ahora a casi nadie le importa.
Hoy todo ciudadano individual, no importa lo libre que pueda sentirse en la vida diaria, es en realidad una presa fácil. Puedes desaparecer. Esencialmente, no hay manera de que puedas escapar una vez los federales te meten en su red. No hay justicia. Los estados totalitarios del pasado solían simular tener condenas basadas en juicios. El estado totalitario del presente no tiene siquiera que preocuparse. Sencillamente, te pone un saco en la cabeza y se te lleva.
¿Qué ocurre entonces? Los tuyos lloran. Tratan de acercarse a donde estás encerrado, normalmente varios estados más allá. Se arruinan. ¿Y qué pasa con tus compañeros de trabajo, tus amigos, tu entorno social? Podrían querer ayudar. Podrían sentirse mal por ti. Pero el hecho es que te has declarado culpable y no has tenido ni siquiera la oportunidad de contar tu versión de la historia. Por lo que saben todos, obtuviste exactamente lo que merecías. Así que hacen lo único que pueden hacer: te olvidan.
Y allí languideces hasta que el sistema decide que estás ocupando demasiado espacio. Tal vez sean diez años. Tal vez veinte. En algún momento, las puertas se vuelven a abrir y estás libre. Pero estás arruinado: amargado, sin talento, cambiado emocionalmente, debilitado físicamente y (si eres joven y delgado) violado por las bandas. No tiene sentido contactar a los amigos que te han abandonado. Los miembros de tu familia han seguido adelante: también tienen sus vidas y tienen que vivirlas. En términos de empleo, eres un exconvicto limpio.
Estados Unidos tiene la población reclusa más grande del mundo: 2,3 millones de personas. Casi 1 de cada 100 personas. Es más que la población de Letonia o Eslovenia. Es casi toda la población de Nevada. Es Wyoming, Washington DC, Dakota del Norte y Vermont juntos. Si la población reclusa tuviera representantes en el Congreso, tendría cuatro escaños.
Estas personas son invisibles política, social, cultural y económicamente. ¿Cuántas son realmente culpables? No podemos saberlo. ¿Cuántas podrían ser liberadas hoy para hacer una maravillosa contribución a construir una sociedad productiva? No lo sabemos. ¿Cuántas de ellas son completamente no violentas, ni siquiera culpables bajo ninguna ley normal, sino solo culpables de acuerdo con la letra de la dictadura actual? Probablemente la mayoría. Tal vez una gran mayoría. En el Antiguo Testamento, visitar a los prisioneros equivalía, como buena obra, a visitar a los enfermos. Y no pensamos en los enfermos como culpables.
Aun así, raramente se cuestiona el auge y refuerzo del Estado policial americano. La opinión pública está en general contenta con todo esto. Nunca puede haber demasiado poder para los fiscales, nunca demasiada policía, nunca demasiadas prisiones, nunca condenas demasiado largas. Nadie dice: “No deberíamos ser tan duros”. Todo el comportamiento es el contrario. Una historia extraña como la que apareció recientemente en el New York Times es demasiado poco como para despertar a alguien.
¿Cómo ha podido pasar esto en Estados Unidos? Bueno, mirando atrás, parece que todo deriva de un solo defecto: la creencia en que la institución más esencial en la sociedad es el estado que nos protege frente a la delincuencia y debe mantener un monopolio sobre la justicia. Algunos de los más grandes defensores de la libertad en otros casos han estado encantados de hacer esta concesión al estado. Y esta concesión es ahora el origen de nuestra anulación como un pueblo libre.
Hay reformas que podemos hacer. No más negociaciones en casos federales. Restaurar los derechos humanos básicos. Devolver a jueces y jurados su discreción para evaluar cada caso y permitirles decidir también sobre el valor de la ley, siguiendo la tradición del derecho común. Un impulso a la vuelta a las protecciones constitucionales básicas sería un buen primer paso.
Sin embargo, al final, lo que se necesita realmente es repensar esencialmente la idea de que el estado en lugar de los mercados privados debe monopolizar la provisión de justicia y seguridad. Esta es la fatal arrogancia. Ningún poder concedido al estado deja de experimentar abuso. Este poder, entre todos los posibles, podría ser el más importante de los que haya que despojar al estado.