[Este artículo es un extracto de Economic Thought Before Adam Smith.]
Juan de Mariana (1536-1624)
Uno de los últimos escolásticos españoles fue jesuita pero no un salmantino. Fue el contemporáneo «extremista» de Molina y Suárez, Juan de Mariana (1536-1624). Mariana nació cerca de Toledo, de padres pobres y humildes. Ingresó en la gran Universidad de Alcalá en 1553, destacó como estudiante, y un año después fue recibido en la nueva Compañía de Jesús. Después de completar sus estudios en Alcalá, Mariana fue al Colegio Jesuita de Roma en 1561 para enseñar filosofía y teología, y después de cuatro años se trasladó a Sicilia para establecer el programa de teología en la Universidad jesuita de ese lugar. En 1569, Mariana se trasladó a enseñar teología en la gran Universidad de París, a la notable temprana edad de 33 años. Después de cuatro años, su mala salud le obligó a retirarse a vivir en Toledo; sin embargo, la mala salud, a menudo no significa necesariamente una vida corta, y Mariana vivió hasta la entonces respetable madura edad de 88 años.
Afortunadamente, el «retiro» de Mariana fue activo, y su gran sabiduría y erudición llevó a muchas personas, desde ciudadanos privados hasta autoridades civiles y eclesiásticas a pedir su consejo y orientación. Pudo publicar dos grandes e influyentes libros. Uno fue la historia de España, escrita primero en latín y luego en español, que se convirtió en muchos volúmenes y muchas ediciones en ambas lenguas. La versión en latín se publicó finalmente en 11 volúmenes, y la española en 30. La edición española ha sido considerada durante mucho tiempo como uno de los clásicos del estilo español, y tuvo muchas ediciones hasta mediados del siglo XIX.
La otra obra notable de Mariana, De Rege (Sobre la realeza), fue publicada en 1599, escrita a sugerencia del rey Felipe II de España y dedicada a su sucesor Felipe III. Pero la monarquía no salía bien parada en las manos del duro Mariana. Ferviente opositor de la creciente marea de absolutismo en Europa y de la doctrina de reyes como el Rey Jaime I de Inglaterra, que opinaba que los reyes gobernaban absolutamente por derecho divino, Mariana convirtió la doctrina escolástica de la tiranía de un concepto abstracto a un arma con la que golpear a los monarcas del pasado. Denunció como tiranos a gobernantes tan antiguos como Ciro el Grande, Alejandro Magno y Julio César, que adquirieron su poder mediante la injusticia y el robo. Los escolásticos anteriores, incluyendo a Suárez, creían que el pueblo podía ratificar tal usurpación injusta con su consentimiento después de los hechos, y así hacer su regla legítima. Pero Mariana no se apresuró a conceder el consentimiento del pueblo. A diferencia de otros escolásticos, que pusieron la «propiedad» del poder en el rey, afirmaba que el pueblo tiene derecho a reclamar su poder político siempre que el rey deba abusar de él. De hecho, Mariana sostenía que, al transferir su poder político original de un estado de naturaleza al rey, el pueblo necesariamente se reservaba importantes derechos para sí; además del derecho a reclamar la soberanía, retenía poderes vitales como los impuestos, el derecho de veto las leyes y el derecho a determinar la sucesión si el rey no tenía heredero. Ya debería estar claro que fue Mariana, en lugar de Suárez, quien podría considerarse el antecesor de la teoría del consentimiento popular de John Locke y de la superioridad continua del pueblo sobre el gobierno. Además, Mariana también se anticipó a Locke al sostener que los hombres abandonan el estado de naturaleza para formar gobiernos con el fin de preservar sus derechos sobre la propiedad privada. Mariana también fue mucho más allá que Suárez al postular un estado de naturaleza, una sociedad, anterior a la institución del gobierno.
«Mariana... podría ser llamado el antecesor de la teoría del consentimiento popular de John Locke y la continua superioridad del pueblo sobre el gobierno»
Pero la característica más fascinante del «extremismo» de la teoría política de Mariana fue su innovación creativa en la teoría escolástica del tiranicidio. Que un tirano pueda ser justamente asesinado por el pueblo ha sido por mucho tiempo una doctrina estándar; pero Mariana la amplió enormemente de dos maneras significativas. Primero, amplió la definición de tiranía: un tirano es cualquier gobernante que viola las leyes de la religión, que dictara impuestos sin el consentimiento del pueblo o que impidiera una reunión de un parlamento democrático. Por el contrario, los demás escolásticos habían localizado el único poder para dictar impuestos en el gobernante. Lo que es más llamativo, para Mariana cualquier ciudadano individual podía asesinar justamente a un tirano y podía hacerlo por cualquier medio necesario. El asesinato no requería una decisión colectiva de todo el pueblo. Por supuesto, Mariana no pensaba que un individuo pudiera realizar un asesinato a la ligera. Primero, debería intentar reunir a la gente para tomar esta decisión crucial. Pero si eso fuera imposible, debería al menos consultar a algunos «hombres graves y eruditos», salvo que el clamor del pueblo contra el tirano se manifiesto tan claramente que la consulta sea innecesaria.
Además, Mariana añadió —en frases que anticipan la justificación de Locke y de la Declaración de Independencia del derecho a la rebelión— que no tenemos que preocuparnos de que el orden público se vea muy perturbado por el hecho de que demasiadas personas se dediquen a la práctica del tiranicidio. Porque es una empresa peligrosa, señaló Mariana con sensatez, y muy pocos están dispuestos a arriesgar sus vidas de esa manera. Por el contrario, la mayoría de los tiranos no han tenido una muerte violenta, y los tiranicidas casi siempre han sido recibidos por el pueblo como héroes. En contraste con las objeciones comunes al tiranicidio, concluyó, sería saludable que los gobernantes temieran al pueblo y se dieran cuenta de que un deslizamiento hacia la tiranía podría hacer que el pueblo lo llamara a rendir cuentas por sus crímenes.
Mariana nos ha dado una elocuente descripción del típico tirano en su mortal trabajo:
«Se apropia de los bienes de los individuos y los despilfarra, impulsado como está por los vicios de la lujuria, la avaricia, la crueldad y el fraude (...) Los tiranos, en efecto, tratan de herir y arruinar a todos, pero dirigen su ataque especialmente contra los hombres ricos y rectos de todo el reino. Consideran más sospechoso el bien que el mal; y la virtud que a ellos mismos les falta es formidable (...) Expulsan a los mejores hombres de la mancomunidad sobre el principio de que todo lo que se exalta en el reino debe ser rebajado (...) Exprimen a todos los demás para que no puedan unirse demandándoles nuevos tributos diariamente, prmoviendo las disputas entre los ciudadanos y uniendo guerra a otra. Construyen grandes obras a costa y por el sufrimiento de los ciudadanos. Así nacieron las pirámides de Egipto (...) El tirano necesariamente teme que aquellos a quienes aterroriza y tiene como esclavos intenten derrocarlo (...) Así pues, prohíbe a los ciudadanos reunirse, reunirse en asambleas y discutir la mancomunidad en conjunto, quitándoles por métodos de la policía secreta la oportunidad de hablar libremente y escuchar libremente, de modo que ni siquiera se les permite quejarse libremente».
Este «hombre grave y erudito», Juan de Mariana, no dejó duda alguna de lo que pensaba del más reciente y famoso tiranicidio: el del rey francés Enrique III. En 1588, Enrique III se había preparado para nombrar como su sucesor a Enrique de Navarra, un calvinista que gobernaría sobre una nación ferozmente católica. Enfrentando una rebelión de los nobles católicos, encabezada por el duc de Guise, y respaldada por los devotos ciudadanos católicos de París, Enrique III llamó al duque y a su hermano el cardenal a un parlamento de paz en su campamento, y luego hizo que los dos fueran asesinados. Al año siguiente, a punto de conquistar la ciudad de París, Enrique III fue asesinado a su vez, por un joven fraile dominico y miembro de la Liga Católica, Jacques Clement. Para Mariana, de esta manera «la sangre fue expiada con sangre» y el duc de Guise fue «vengado con sangre real». «Así pereció Clemente», concluyó Mariana, «un eterno adorno de Francia» El asesinato había sido igualmente aclamado por el Papa Sixto V, y por los fieros sacerdotes católicos de París.
«En contraste con las objeciones comunes al tiranicidio, concluyó, sería saludable que los gobernantes temieran al pueblo y se dieran cuenta de que un deslizamiento hacia la tiranía podría hacer que el pueblo lo llamara a rendir cuentas por sus crímenes».
Las autoridades francesas estaban comprensiblemente inquietas por las teorías de Mariana y por su libro De Rege. Finalmente, en 1610, Enrique IV (antes Enrique de Navarra, que se había convertido del calvinismo a la fe católica para convertirse en rey de Francia), fue asesinado por el resistente católico Ravaillac, que despreciaba el centrismo religioso y el absolutismo estatal impuesto por el rey. En ese momento, Francia estalló en una oleada de indignación contra Mariana, y el parlement de París hizo que De Rege fuera quemado públicamente por el verdugo. Antes de ejecutar a Ravaillac, se le preguntó al asesino si la lectura de Mariana lo había llevado a asesinar, pero él negó haber oído hablar de él. Mientras que el rey de España se negó a atender las súplicas francesas para suprimir esta obra subversiva, el general de la Orden de los Jesuitas emitió un decreto a su sociedad, prohibiéndoles enseñar que es lícito matar a los tiranos. Sin embargo, este tintineo no impidió el éxito de una campaña de desprestigio en Francia contra la Orden Jesuita, así como su pérdida de influencia política y teológica.
Juan de Mariana poseía una de las personalidades más fascinantes de la historia del pensamiento político y económico. Honesta, valiente e intrépida, Mariana estuvo en agua caliente casi toda su larga vida, incluso para sus escritos económicos. Volviendo su atención a la teoría y la práctica monetaria, Mariana, en su breve tratado De Monetae Mutatione (De la alteración de la moneda, 1609) denunciaba a su soberano, Felipe III, por robar al pueblo y paralizar el comercio mediante la degradación de las monedas de cobre. Señaló que esta depredación también se sumó a la inflación crónica de precios de España al aumentar la cantidad de dinero en el país. Felipe había eliminado su deuda pública al degradar sus monedas de cobre en dos tercios, triplicando así el suministro de dinero del cobre.
Mariana señaló que la degradación y la manipulación del valor de mercado del dinero por parte del gobierno sólo podría causar graves problemas económicos:
Sólo un loco trataría de separar estos valores de tal manera que el precio legal difiera del natural. No es la locura, sino la maldad del gobernante la que ordena que una cosa que el común de la gente valora, supongamos a cinco, deba venderse por diez. Los hombres se ven guiados en esta materia por la estimación común basada en consideraciones de la calidad de las cosas y de su abundancia o escasez. Sería vano para un príncipe buscar socavar estos principios del comercio. Es mejor dejarlos intactos en lugar de asaltarlos por la fuerza en detrimento del público.
Mariana comienza De Monetae con una encantadora y cándida apología de la escritura del libro que recuerda al gran economista sueco Knut Wicksell más de dos siglos y medio después: sabe que su crítica al rey cortejó una gran impopularidad, pero todo el mundo se queja ahora de las penurias resultantes de la degradación y, sin embargo, nadie ha tenido el valor de criticar públicamente la acción del rey. Por lo tanto, la justicia requiere que al menos un hombre —Mariana— se mueva para expresar públicamente el reclamo común. Cuando una combinación de miedo y soborno conspira para silenciar a los críticos, debería haber al menos un hombre en el país que conozca la verdad y tenga el valor de señalarla a todos y cada uno.
Mariana procede entonces a demostrar que el envilecimiento es un impuesto oculto muy pesado sobre la propiedad privada de sus súbditos, y que, según su teoría política, ningún rey tiene derecho a imponer impuestos sin el consentimiento del pueblo. Dado que el poder político se originó en el pueblo, el rey no tiene derechos sobre la propiedad privada de sus súbditos, ni puede apropiarse de sus riquezas por su capricho y voluntad. Mariana hace notar la bula papal Coena Domini, que había decretado la excomunión de cualquier gobernante que impusiera nuevos impuestos. Mariana razona que cualquier rey que practique el envilecimiento debe incurrir en el mismo castigo, así como cualquier monopolio legal impuesto por el Estado sin el consentimiento del pueblo. Bajo tales monopolios, el propio Estado, o su concesionario, puede vender un producto al público a un precio superior a su valor de mercado, y esto no es, sin duda, más que un impuesto.1
Mariana también expuso una historia de degradación y sus desafortunados efectos; y señaló que esperaba que los gobiernos deben mantener todos los estándares de peso y medida, no sólo de dinero, y que su historial de adulteración de esos estándares es de lo más lamentable. Castilla, por ejemplo, había cambiado sus medidas de aceite y vino, con el fin de recaudar un impuesto oculto, lo que provocó una gran confusión y descontento popular.
El libro de Mariana que atacaba la degradación de la moneda por parte del rey llevó al monarca a meter al anciano erudito (73 años) en la cárcel, acusándolo del alto delito de lesa majestad. Los jueces condenaron a Mariana por este crimen contra el rey, pero el Papa se negó a castigarlo, y Mariana fue finalmente liberado de la prisión después de cuatro meses, bajo la condición de que cortara los pasajes ofensivos de su obra, y que tuviera más cuidado en el futuro.
«Un individualista sin miedo a pensar por sí mismo, Mariana claramente no le dio mucha importancia al ideal jesuita de la sociedad como un cuerpo militar muy disciplinado».
Sin embargo, el Rey Felipe y sus acólitos, no dejaron el destino del libro a un eventual cambio de opinión por parte de Mariana. En su lugar, el rey ordenó a sus oficiales que compraran todos los ejemplares publicados de De Monetae Mutatione que pudieran tener en sus manos y los destruyeran. No sólo eso; después de la muerte de Mariana, la Inquisición Española expurgaba las copias restantes, borraba muchas frases y untaba páginas enteras con tinta. Todos los ejemplares no expurgados se incluyeron en el Índice Español, y éstos a su vez fueron expurgados durante el siglo XVII. Como resultado de esta salvaje campaña de censura, la existencia del texto latino de este importante folleto permaneció desconocida durante 250 años, y sólo fue redescubierta porque el texto español fue incorporado a una colección de ensayos clásicos españoles del siglo XIX. Por lo tanto, pocas copias completas del folleto sobreviven, de las cuales la única en los Estados Unidos está en la Biblioteca Pública de Boston.
El venerable Mariana aparentemente no estaba en suficientes problemas; después de que fue encarcelado por el rey, las autoridades incautaron sus notas y papeles, y encontraron allí un manuscrito que atacaba los poderes de gobierno existentes en la Compañía de Jesús. Un individualista sin miedo a pensar por sí mismo, Mariana claramente tomó poco en cuenta el ideal jesuita de la sociedad como un cuerpo militar muy disciplinado. En este folleto, Discurso de las Enfermedades de la Compañía, Molina golpeó a la Orden Jesuita a lo largo y a lo ancho, su administración y su formación de novicios, y juzgó a sus superiores en la Orden Jesuita no aptos para gobernar. Sobre todo, Mariana criticó la jerarquía militar; el general, concluyó, tiene demasiado poder, y los provinciales y otros jesuitas demasiado poco. Los jesuitas, afirmó, deberían al menos tener voz en la selección de sus superiores inmediatos.
Cuando el general de los jesuitas, Claudio Aquaviva, descubrió que copias de la obra de Mariana circulaban en una especie de samizdat oculto tanto dentro como fuera de la orden, ordenó a Mariana que se disculpara por el escándalo. Sin embargo, la combativa y de principios Mariana se negó a hacerlo, y Aquaviva no presionó el tema. Tan pronto como Mariana murió, la legión de enemigos de la Orden Jesuita publicó el Discurso simultáneamente en francés, latín e italiano. Como en el caso de todas las organizaciones burocráticas, los jesuitas de entonces y de ahora estaban más preocupados por el escándalo y por no lavar la ropa sucia en público que por fomentar la libertad de investigación, la autocrítica o por corregir cualquier mal que Mariana pudiera haber descubierto.
La Orden Jesuita nunca expulsó a su miembro eminente ni tampoco lo abandonó. Sin embargo, toda su vida se le consideró un luchador alborotador, y no estaba dispuesto a ceder a las órdenes o a la presión de los compañeros. El Padre Antonio Astrain, en su historia de la Orden de los Jesuitas, señala que «sobre todo debemos tener en cuenta que su carácter [de Mariana] era muy áspero y no estaba mortificado».2
En lo personal, de manera similar a los santos franciscanos italianos San Bernardino y San Antonino del siglo XV, Mariana era ascético y austero. Nunca asistió al teatro y sostenía que los sacerdotes y monjes nunca debían degradar su carácter sagrado escuchando a los actores. También denunció el popular deporte español de las corridas de toros, que tampoco estaba calculado para aumentar su popularidad. De manera sombría, Mariana a menudo recalcaba que la vida era corta, precaria y llena de vejaciones. Sin embargo, a pesar de su austeridad, el Padre Juan de Mariana poseía un ingenio chispeante, casi menckenésico. Por eso su frase sobre el matrimonio: «Alguien dijo astutamente que el primer y el último día de matrimonio son deseables, pero que el resto son terribles».
Pero probablemente su comentario más ingenioso se refería a las corridas de toros. Su ataque a ese deporte encontró la objeción de que algunos teólogos habían defendido la validez de las corridas de toros. Denunciando a los teólogos que paliaban los crímenes inventando explicaciones para complacer a las masas, Mariana pronunció una línea anticipando de cerca un comentario favorito de Ludwig von Mises sobre los economistas más de tres siglos y medio después: «no hay nada en absoluto absurdo que no sea defendido por algún teólogo».
Este artículo es un extracto de Economic Thought Before Adam Smith.
- 1La fórmula de la degradación de Felipe, como señaló Mariana, fue ya sea duplicar el valor nominal del cobre reacuñado manteniendo el mismo peso, de modo que el valor incrementado iba como ganancia para el tesoro real; o para mantener el valor nominal de las monedas de plata y cobre, eliminar la plata y reducir el peso del cobre, lo que le dio al tesoro una ganancia de dos tercios.
- 2Citado por John Laures, S.J., The Political Economy of Juan de Mariana (Nueva York: Fordham University Press, 1928), p. 18.