Se considera políticamente incorrecto criticar la cultura en estos tiempos, pero ya sea usando euros o dracmas, dentro o fuera de la Unión Europea, Grecia tiene que poner en orden de alguna manera su disfunción cultural. No hablo de sus costumbres, tradiciones, arquitectura o música y definitivamente no estoy hablando acerca de su comida. Estoy hablando de su anticapitalismo cultural. Las negociaciones, tratos, contraofertas, referéndums, manifestaciones y todo lo que hay entre medias significan muy poco si lo griegos, en general, no abandonan su espíritu estatista y redescubren el excepcionalismo capitalista griego.
Un ejemplo perfecto es Argentina. Un impago y una crisis soberana se supone que escarmientan a una nación en dirección sensata orientada el mercado mientras que la locura del socialismo de amigotes adictos a la deuda del gran Estado queda completamente desacreditada. Es una buena teoría. Pero Argentina, trece años después de su impago de 2002 y después de años de inflación galopante, escasez de dólares y males económicos se aferra a sus señores socialistas completamente desorientados e hiperintervencionistas, que continúan echando la economía por los suelos. La razón es que el núcleo de su cultura nunca cambió. Cuando tu cultura es tóxica, arriba es abajo, negro es blanco, fracaso socialista es fracaso capitalista.
En La mentalidad anticapitalista, Ludwig von Mises describía este anticapitalismo cultural:
Tal y como lo ve el ciudadano normal, todas estas nuevas industrias que le están proporcionando comodidades desconocidas para sus padres se crean por medio de algún agente mítico llamado progreso. La acumulación de capital, el emprendimiento y el ingenio tecnológico no contribuyen en nada a la generación espontánea de prosperidad. Si hay que atribuir a algún hombre lo que el ciudadano normal considera como aumento en la productividad del trabajo, ese hombre está en la línea de ensamblaje. (…)
Los autores de esta descripción de la industria capitalista son alabados en universidades como los mayores filósofos y benefactores de la humanidad y sus enseñanzas se aceptan con temor reverencial por los millones cuyas casas, además de otros electrodomésticos, están equipadas con radios y televisores.
El mayor riesgo para Grecia no es la austeridad o la falsa austeridad o el impago o el euro o el dracma. E indudablemente no es el fantasma de ver congelado su acceso a los mercados soberanos de crédito —es que la cultura griega siga siendo antagonista de los mercados libres y no intervenidos y sea crónicamente dependiente del Estado.
Tomemos otro país latinoamericano: Venezuela. Después de sufrir tasas desbocadas de inflación a lo largo de las décadas de 1980 y 1990, el electorado fue en 1998 a votar a otro inflacionista planificador central como Hugo Chávez. Le reeligió en 2000, 2006 y 2012 y a su sucesor Nicolás Maduro en 2013, aunque el país estaba en una mortal espiral hiperinflacionista y dirigiéndose directamente hacia el colapso económico. El problema de Venezuela no es en último término de mala gestión fiscal —es una cultura anticapitalista.
Y lo mismo pasa con Grecia. Después de conseguir ya el alivio de la deuda y que se le permitiera impagar reestructurando sus deudas a lo largo de los próximos cincuenta años con tipos de interés subvencionados (y después de conseguir crecimiento económico real en 2014 rebajando impuestos y recortando el tamaño de gobierno esclerotizado e hinchado) esta cultura tóxica griega prevaleció una vez más y eligió a un equipo de socialistas radicales para arrastrarla de nuevo a la ciénaga. Por supuesto, no ayuda que el otro bando en la mesa negociadora se otra banda de planificadores centrales en la UE, el FMI y el BCE. Sin embargo, Grecia se ve emparedado entre los partes planificadoras centrales en la negociación porque su pueblo ha estado demasiado ocupado reclamando cosas en lugar de libertad.
La mayoría de los países se meten en problemas —pero algunos rebotan mejor que otros
Cualquier nación soberana puede gastar en exceso y meterse en problemas financieros y la mayoría lo ha hecho. No hace tanto tiempo que Gran Bretaña tuvo que ir con la gorra en la mano al FMI en 1976 y ceder su soberanía fiscal a esa institución. A finales de la segunda mitad de la década de 1970, Gran Bretaña era un embrollo total. Estados Unidos incumplió silenciosamente sus obligaciones internacionales en 1971 y sufrió una crisis económica inflacionista arrolladora durante el resto de la década. Ambos países rebotaron. Igual que Chile, Uruguay y Filipinas después de sus problemas fiscales y financieros de los 1970 y 1980.
Pero algunos no rebotan y creo que esto ocurre cuando la cultura nacional es o se ha convertido en fundamentalmente anticapitalista y se resigna patéticamente a la dependencia estatal de la cuna a la tumba. Además de Argentina y Venezuela, hemos visto dificultades económicas y financieras prolongadas tras crisis dolorosas en países como Zimbabue, Ghana, Bolivia, Nigeria, Rusia, Turquía y ahora el sur del Europa.
Pero en realidad la lección está clara. Una crisis económica puede sacudir una nación fundamentalmente (o mayoritariamente) procapitalista que haya perdido su camino de vuelta a lo recto y estricto. Pero no hay garantía de recuperación cuando la cultura ha descendido a un infantil anticapitalismo, un estatismo disfuncional y un antagonismo ante el dinamismo empresarial y la confianza en uno mismo. Pues estas crisis pueden no anunciar recuperación sino en su lugar un declive nacional más largo y profundo. Solo un cambio cultural derivado de la extensión de ideas sensatas puede hacer de Grecia (y otros países) un terreno fértil para aceptar soluciones reales. La necesidad de divulgar la buena nueva de la libertad y los mercados libres es claramente tan urgente como siempre.