[Review of Austrian Economics (1988)]
Free Banking in Britain, del Profesor White ya ha tenido un impacto sustancial en la profesión económica.1 La principal influencia se ha ejercido por uno de los temas principales del libro: los «maravillosos» resultados del sistema de banca libre en Escocia, un sistema que supuestamente prevaleció de 1716 (o 1727) hasta que lo suprimió la Ley Peel en 1845.2 La tesis de la banca libre escocesa de White consiste en dos proposiciones cruciales. La primera es que la banca escocesa, frente a la inglesa, fue libre durante esta época, que mientras el sistema bancario inglés estaba dominado por el Banco de Inglaterra, acumulando piramidalmente sus billetes y depósitos sobre pasivos de ese banco central, el sistema escocés, en claro contraste, estaba libre del Banco de Inglaterra. En palabras de White, Escocia «mantuvo bastante un sistema de “que cada palo aguante su vela”. Cada banco mantenía sus propias reservas en metálico».3
La segunda parte del silogismo es que este sistema libre en cierto modo funcionó mucho mejor que le inglés. De ahí la conclusión triunfal: la banca libre en Escocia fue muy superior a la banca controlada centralmente en Inglaterra. White afirma que los efectos saludables de la banca libre en Escocia se han olvidado desde hace mucho tiempo y plantea la esperanza de que la actual política pública atienda a esta lección.
La influencia de la tesis de White es notable considerando la parquedad de su investigación y la delgadez de su explicación. En un breve libro de menos de 200 páginas, solo 26 se dedican a la cuestión escocesa y White admite que para los hechos de la banca escocesa se basa casi únicamente en unas pocas fuentes secundarias.4 Y aun así, la tesis de White sobre la banca escocesa ha sido aceptada precipitada y acríticamente por muchos intelectuales distintos, incluyendo el presente escritor.5 Esto ha sido particularmente desafortunado porque, como demostraré, ambas partes del silogismo del Profesor White son erróneas. Es decir, los bancos escoceses (1) no fueron libres—de hecho, también acumularon piramidalmente en el Banco de Inglaterra—y (2) lo que no es sorprendente, no funcionaron mejor que los bancos ingleses.
Déjame que me ocupe primero de la segunda parte del silogismo del Profesor White. ¿En qué se basa para la conclusión de que los bancos escoceses funcionaron significativamente mejor que los bancos ingleses? Notablemente, no hay ni una palabra de que fueran significativamente menos inflacionistas; de hecho, no se intenta presentar ningún dato sobre oferta monetaria, extensión del crédito bancario o precios en Inglaterra y Escocia durante este periodo. White sí dice que los bancos escoceses se caracterizaron por una mayor «estabilidad cíclica», pero resulta que no quiere decir que generaran menos inflación en auges o menos contracción durante recesiones. Por estabilidad cíclica White quiere decir solamente que el nivel de quiebras bancarias de bancos escoceses fue menor que en Inglaterra. De hecho, esta es la única evidencia del Profesor White de que la banca escocesa funcionara mejor que la inglesa.
¿Pero por qué debería la falta de quiebras bancarias ser una señal de superioridad? Por el contrario, una escasez de quiebras bancarias debería más bien tratarse con recelos, como atestigua la caída en las quiebras bancarias en Estados Unidos desde la creación del FDIC. Aun así, podría significar que los bancos lo están haciendo mejor, pero a costa de que la sociedad y la economía vayan peor. Las quiebras bancarias son un arma saludable con la que el mercado mantiene bajo control la inflación del crédito bancario: una ausencia de quiebras bien podría significar que ese control funciona mal y que la inflación de dinero y crédito está disparada con más razón. En cualquier caso, un porcentaje más bajo de quiebras bancarias difícilmente puede aceptarse como cualquier tipo de evidencia de la superioridad del sistema bancario.
De hecho, en un libro que el Profesor White reconoce ser la historia definitiva de la banca escocesa, el Profesor Sydney Checkland apunta que los bancos escoceses expandieron y contrajeron el crédito en una larga serie de ciclos de auge y declive, en particular en los años que rodean a las crisis de la década de 1760, 1772, 1778, 1793, 1797, 1802-03, 1809-10,1810-11, 1818-19, 1825-26, 1836-37, 1839 y 1845-47.6 Aparentemente, los bancos escoceses no fueron ajenos a ninguno de los comportamientos desestabilizadores y generadores de ciclo de sus primos ingleses.
Así que, aunque fuera libre, el sistema bancario escocés no funcionó mejor que la banca inglesa dominada por el banco central. Pero me ocuparé ahora de la tesis central del Profesor White sobre la banca escocesa: que está, frente a la banca inglesa, era libre e independiente, con cada banco respaldado por sus propias existencias en metales preciosos. Para que la banca escocesa sea libre, sus bancos tendrían que ser independientes de la banca centralizada, redimiendo cada uno sus billetes y depósitos a la vista con sus propias reservas de oro.
Desde el principio, hay un hecho embarazoso y evidente del que tiene que ocuparse el Profesor White: los bancos «libres» escoceses suspendieron los pagos en metálico cuando lo hizo Inglaterra, en 1797 y, como Inglaterra, mantuvo esta suspensión hasta 1821. Se supone que los bancos libres no son capaces ni quieren suspender los pagos en metálico, violando así los derechos de propiedad de sus depositantes y tenedores de billetes, mientras se les permite continuar operando y obligar al pago a sus deudores.
«Los bancos escoceses no eran libres, no estaban en condiciones de pagar en metálico, y piramidaban el crédito sobre el Banco de Inglaterra».
White reconoce estar confundido antes esta extraña acción de los bancos escoceses. Se pregunta por qué no «permanecieron ligados al metálico y no dejaron que su divisa flotara frente al billete del Banco de Inglaterra». Su confusión se desvanecería si reconociera una respuesta evidente: que los bancos escoceses no fueron libres, que no estaban en disposición de pagar en metálico y que acumulaban piramidalmente crédito sobre el Banco de Inglaterra.7 De hecho, el ansia de los bancos escoceses por la suspensión de sus obligaciones contractuales de pagar en metálico podría relacionarse con el hecho, reconocido por White, de que las reservas en metálico que poseían los bancos escoceses fue de media de un 10% a un 20% en la segunda mitad del siglo XVIII, pero luego cayeron bruscamente a una rango de menos de 1% al 3% en la primera mitad del XIX. En lugar de atribuir esta escandalosa caída de «los menores costes para obtener metálico a corto plazo» o a «menor riesgo de flujos sustanciales de salida de metálico», White podría darse cuenta de que la suspensión significaba que los bancos no tendrían que preocuparse mucho en absoluto acerca del metálico.8
En realidad, el Profesor Checkland presenta una explicación mucho más completa y muy distinta de la crisis de la suspensión. Empezó, no en 1797, con el pánico bancario que golpeó a la llegada de la guerra con Francia. Los representantes de dos importantes bancos escoceses fueron inmediatamente a Londres, reclamando la intervención del gobierno para rescatarlos. El gobierno británico lo hizo de inmediato, emitiendo títulos del Tesoro para bancos «básicamente sólidos», de lo que 400.000£ fueron a Escocia. Este rescate, unido al conocimiento de que el gobierno estaba dispuesto a hacer más, aplacó el pánico bancario.
Cuando los bancos escoceses siguieron al Banco de Inglaterra en suspender los pagos en metálico en 1797, White advierte correctamente que la suspensión era ilegal bajo la ley escocesa, añadiendo que era «curioso» que sus acciones no se discutieran en los tribunales. No tan curioso si nos damos cuenta de que la suspensión tenía evidentemente el consentimiento tácito del gobierno británico. Envalentonados por la suspensión y por la legalidad de la emisión bancaria de billetes de menos de 1£ después de 1800, apareció una multitud de nuevos bancos en Escocia y Checkland nos informa de que la circulación de papel bancario en Escocia se dobló de 1793 a 1803.
Antes de que los bancos escoceses suspendieran los pagos, todas las sucursales bancarias escocesas estaban llenas de depositantes reclamando oro y tenedores de billetes pequeños reclamando pagos en plata. Se les trataba con desdén y asco por los banqueros, que los calificaban como las «clases más bajas e ignorantes» de la sociedad, supuestamente por el terrible delito de querer su dinero fuera del tambaleante y realmente quebrado sistema bancario. No solo los banqueros, sino incluso la élite de comerciantes de Edimburgo y toda Escocia se quejaban en 1764 de la «gente oscura» que reclamaba el efectivo a los bancos que entonces tuvieron la desfachatez de enviar a Londres para beneficiarse del tipo de cambio.9 Particularmente interesante, durante más que solo los 24 años de suspensión británica, fue la razón que dieron los bancos escoceses para recurrir a la suspensión de los pagos en metálico. Como resumía Checkland, los bancos escoceses eran los «más gravemente amenazados, pues las inhibiciones contra la demanda de oro, tan cuidadosamente cultivadas en los clientes de los bancos escoceses, se estaban resquebrajando rápidamente».10
Ahora voy al quid de la cuestión: como regla general, y no solo durante el periodo de suspensión oficial, los bancos escoceses redimían en metálico solo nominalmente; que, sustancialmente, los depositantes y poseedores de billetes por lo general no podían redimir en metálico los títulos bancarios. La razón por la que los bancos escoceses podían permitirse ser escandalosamente inflacionistas, es decir, mantener al mínimo sus reservas en metálico, es que, en la práctica, no tenían realmente que pagar.
Así, el Profesor Checkland advierte que, mucho antes de la suspensión oficial, «las solicitudes de metálico [a los bancos escoceses] encontraban desaprobación y casi acusaciones de deslealtad». Y repite:
El sistema escocés era de continua suspensión parcial de pagos en metálico. Nadie esperaba en realidad ser capaz de entrar en un banco escocés (…) con una gran cantidad de billetes y recibir inmediatamente el equivalente en oro o plata. Más bien esperaba una discusión o incluso un desaire. Como mucho conseguiría un poco de metálico y tal vez títulos en Londres. Si tenían problemas serios, se advertiría el asunto y encontrarían la obtención de crédito más difícil en el futuro.11
En cierto momento, durante la década de 1750, se lanzó una guerra bancaria entre un cártel de bancos de Glasgow, que normalmente redimía en títulos en Londres en lugar de en metálico, los bancos en Edimburgo. Los bancos de Edimburgo proporcionaron a un banquero privado de Glasgow, Archibald Trotter, una remesa de billetes en bancos de Glasgow y Trotter reclamó que los bancos de su ciudad los redimieran, como prometían, en metálico. Los bancos de Glasgow se retrasaron y arrastraron los pies, hasta que Trotter se vio obligado a entablar una demanda por daños por «retraso enojoso» en atender sus obligaciones. Finalmente, tras cuatro años en los juzgados, Trotter obtuvo una victoria nominal, pero no pudo hacer que la ley obligara a los bancos de Glasgow a pagar. Por supuesto, a fortiori no se clausuraron los bancos ni se liquidaron sus activos para pagar sus deudas impagadas a propósito.
Como acabamos de ver, la ley escocesa de 1765, que preveía la ejecución sumaria de billetes bancarios no redimidos, era en buena parte letra muerta. El Profesor Checkland concluye que «esta limitación legalmente intolerable de la convertibilidad, aunque nunca mencionada en investigaciones públicas, contribuyó en gran medida al éxito bancario escocés».12 Sin duda. Podemos estar seguros de una cosa: esta condición contribuyó definitivamente a la escasez de quiebras bancarias en Escocia.
«[Los depositantes] fueron tratados con desprecio y aversión por los banqueros, que los denunciaron como las “clases más bajas e ignorantes” de la sociedad, presumiblemente por el alto crimen de querer su dinero fuera del sistema bancario tambaleante e inherentemente en bancarrota».
La muy poco noble tradición de la no redención de los bancos escoceses continuó, poco sorprendentemente, después de que Gran Bretaña reanudara los pagos en metálico en 1821. Como dijo el distinguido historiador económico, Frank A. Fetter, escribiendo sobre Escocia:
Ni siquiera después de la reanudación de pagos en 1821, había circulado moneda pequeña y en buena medida era una tradición, casi con fuerza de ley, que no se debía solicitar a los bancos redimir sus billetes en monedas. La redención en títulos en Londres es la forma habitual de pagar a los tenedores de billetes. Había un poso de verdad en el comentario de un panfletista anónimo [que escribía en 1826]: «Cualquier chalado del sur [del sur de los escoceses—la frontera inglesa] que tuviera la temeridad de pedir un centenar de soberanos podría pensar, si sus nervios le aguantaran durante el examen del mostrador del banco, que era afortunado si se le perseguía solo hasta la frontera».13
Si el oro y la plata eran fuentes poco importantes de reservas o como respaldo para los títulos de los bancos escoceses, ¿qué era importante? Cada banco en Escocia no aguantaba su propia vela, sino que se basaba en la ayuda y el cómodo cariño de sus primos ingleses—el Banco de Inglaterra. Como declara Checkland: «la fuente principal y última de liquidez [de los bancos escoceses] estaba en Londres y, en concreto, en el Banco de Inglaterra».14
Concluyo que los bancos escoceses, en el siglo XVIII y la primera mitad del XIX no eran libres ni superiores y que la tesis en contrario, recientemente reavivada por el Profesor White, no es sino una trampa y un engaño.
Revisión de los teóricos de la banca libre
La mayoría de Free Banking in Britain se ocupa, no de una descripción o análisis de la banca escocesa, sino de analizar las polémicas de la banca libre en los famosos debates monetarios de las dos décadas anteriores a la Ley de Peel de 1844. El locus classicus de la discusión entre banca libre y centralizada en Europa es la excelente obra de Vera C. Smith, The Rationale of Central Banking.15 Aunque el Profesor White hace una contribución al ocuparse con cierta más profundidad de los controversialistas de la época, por desgracia da un gigantesco paso atrás respecto de Miss Smith en su interpretación básica del debate. Miss Smith se daba cuenta de que los teóricos de la escuela de la divisa eran partidarios del dinero fuerte que veían los males de la inflación de crédito bancario y trataban de eliminarlo de forma que la oferta monetaria fuera en la medida de lo posible equivalente al patrón metálico, oro o plata, Por otro lado, veía que los teóricos de la escuela bancaria eran inflacionistas que estaban a favor de una expansión del crédito bancario de acuerdo con las «necesidades del comercio». Lo que es más importante, Miss Smith veía que, para ambas escuelas de pensamiento, la banca libre y la banca centralizada eran medios opuestos para llegar a sus distintos objetivos. Como consecuencia, analiza a sus escritores monetarios de acuerdo con una expresiva matriz de 2×2, con la «escuela de la divisa» y la «escuela bancaria» en un lado y la «banca libre» y la «banca centralizada» en el otro.
En Free Banking in Britain, por el contrario, el Profesor White se aleja de esta importante idea, confundiendo y distorsionando todo el análisis al separar a los teóricos y escritores en tres campos distintos: la escuela de la divisa, la escuela bancaria y la escuela de la banca libre. Para hacerlo, agrupa análisis y conclusiones políticas y refunde dos escuelas muy diferentes de banqueros libres: (1) los que querían una banca libre para promover inflación monetaria y crédito barato y (2) los que, por el contrario, querían banca libre para llegar a un dinero en metálico duro, casi al 100%. La escuela de la divisa y la escuela bancaria estaban agrupadas básicamente para White en un grupo: la facción pro-banca centralizada. De las dos, White es especialmente crítico con la escuela de la divisa, en la que supuestamente todos querían bancos centrales para gravar con restricciones «arbitrarias» a los bancos comerciales. Aunque White está en desacuerdo con los aspectos a favor de la banca centralizada de la escuela bancaria, claramente simpatiza con su deseo de inflar el crédito bancario para proporcionar las «necesidades del comercio». De esta manera, White ignora la minoría sustancial de los teóricos de la escuela de la divisa que preferían la banca libre al control de la banca centralizada como una forma de alcanzar un dinero en metálico al 100%. Además, se equivoca en la naturaleza de las luchas internas para encontrar una postura monetaria por parte de los defensores del laissez faire e ignora las diferencias esenciales entre las dos ramas de banqueros libres.
En la escuela de la divisa, es verdad que la mayoría de sus hombres creían en reservas al 100% emitidas o bien por un monopolio de emisión de billetes de un banco central o bien en un monopolio directo de un banco público. Pero, como apuntaba Smith, el objetivo de los hombres de la divisa era llegar a una oferta monetaria equivalente la verdadera moneda del mercado libre de un metálico puro (oro o plata). Y, además, como los hombres de la divisa tendían a ser defensores del laissez faire que desconfiaban de la acción del estado, una minoría sustancial defendía la banca libre como una mejor alternativa política para alcanzar la deseada moneda en 100% oro frente a la confianza en la benevolencia del estado. Como apunta Smith, Ludwig von Mises fue uno de esos creyentes en que la banca libre en la práctica se aproximaría a un dinero 100% oro o plata. Los defensores de la banca libre y el dinero en metálico al 100% en el siglo XIX incluían a Henri Cernuschi y Victor Modeste en Francia y a Otto Hübner en Alemania.16 La postura de Mises era muy similar a la de Otto Hübner, un líder del Partido Alemén del Libre Comercio. En su obra en varios tomos, Die Banken (1854), Hübner indica que su preferencia ideal habría sido un monopolio dirigido por el estado de banca con reserva metálica del 100%, en la línea de los antiguos bancos de Ámsterdam y Hamburgo. Pero no puede confiarse en el estado. Citando la perífrasis de Vera Smith de la postura de Hübner:
«[A]l igual que Mises medio siglo más tarde ... Modeste se dio cuenta de que los depósitos a la vista, al igual que los billetes de banco más allá de las reservas del 100%, son ilícitos, fraudulentos e inflacionarios, además de ser generadores del ciclo económico».
Si fuera verdad que podría confiarse en el Estado para que siempre emita solo billetes en la cantidad de sus existencias en metálico, una emisión de billetes controlada por el estado sería el mejor sistema, pero tal y como son las cosas, cabría esperarse de los bancos libres una postura mucho más cercana al sistema ideal, ya que por razones de interés propio tratarían de cumplir con sus obligaciones.17
Henri Cernuschi deseaba dinero metálico al 100%. Declaraba que la cuestión importante no era el monopolio de la emisión de billetes frente a la banca libre, sino si deberían emitirse o no en absoluto billetes bancarios. Su respuesta era que ni, ya que «tienen el efecto de despojar a los tenedores de moneda metálica al depreciar su valor». Todos los billetes, todos los medios fiduciarios, deberían eliminarse. Un importante seguidor de Cernuschi en Francia fue Victor Modeste, a quien Vera Smith relega equivocadamente por tener «la misma actitud» que Cernuschi. En realidad, Modeste no llegó a la conclusión de una política de banca libre de su mentor. En primer lugar, Modeste era un libertario convencido, que declaraba francamente que el Estado es «el amo (…) el obstáculo, el enemigo» y su objetivo anunciado era reemplazar todo gobierno por «autogobierno». Como Cernuschi y Mises, Modeste estaba de acuerdo en que una banca libremente competitiva era mucho mejor que el control administrativo o la regulación de los bancos por el estado. Y como Mises medio siglo después (y como la mayoría de los hombres de dinero americanos en ese momento), Modeste se dio cuenta de que los depósitos a la vista, como los billetes de banco más allá de las reservas del 100%, eran ilícitos, fraudulentos e inflacionistas, así como generadores del ciclo económico. Los depósitos a la vista, igual que los billetes de banco, constituyen «dinero falso». Pero la conclusión política de Modeste fue distinta. Su respuesta fue apuntar que los títulos «falsos» que aparentaban convertirse en oro, pero no podían hacerlo son en realidad equivalentes a un fraude y una estafa. Modeste concluye que los falsos títulos y valores, como los falsos derechos a oro bajo la banca de reserva fraccionaria, son en todo momento
equivalentes al robo, que el robo en todas sus formas y en todas partes merece ser sancionado (…) que todo administrador bancario (…) debe ser advertido de que hacer pasar por valioso algo que no tiene valor (…) suscribir un acuerdo que no puede cumplirse (…) son actos criminales que deberían ser sustanciados bajo el derecho penal.18
Así que la respuesta al fraude no es la regulación administrativa, sino la prohibición del daño y el fraude bajo la ley general.19
Para Gran Bretaña, un caso importante de hombres de la divisa no explicado por Smith son los famosos defensores del laissez faire de la Escuela de Manchester. Atrapado por sus categorías artificiales, el Profesor White solo puede reaccionar ante ella con una completa confusión. Así, John Benjamin Smith, el poderoso presidente de la Cámara de Comercio de Manchester, informaba a la cámara en 1840 de que la crisis económica y financiera de 1839 la había causado la contracción del Banco de Inglaterra, que siguió inexorablemente su anterior «expansión indebida de la divisa». Sencillamente porque Smith condenó la política del Banco de Inglaterra, White censura a Marion Daugherty por poner a J.B. Smith entre las filas de la escuela de la divisa en lugar de entre los banqueros libres. Pero luego, solo cuatro páginas después, White lamenta el testimonio parlamentario de ese mismo año de Smith y Richard Coben como revelador de «la tendencia en desarrollo de los seguidores del laissez-faire, que deseaban librar a la divisa de la gestión discrecional, de no buscar la banca libre sino de restringir el derecho de emisión a un banco estatal rígidamente reglamentado como solución». Entonces, ¿qué eran Smith, Cobden y los manchesterianos? ¿Eran banqueros libres (p. 71) o—en el mismo año—hombres de la divisa (p. 75) o qué? ¿Pero cómo podrían haber sido hombres de la divisa, ya que White ha definido a estos últimos como gente que quiere que todo el poder se concentre en el Banco de Inglaterra? White evita esta pregunta sencillamente no incluyendo a Smith y Cobden en su tabla de partidarios de la escuela de banca libre y divisa libre (p. 135).20
White podría haber evitado la confusión si no hubiera dejado aparentemente de consultar, como en el caso de la banca escocesa, Development of British Monetary Orthodoxy, de Frank W. Fetter, aunque el libro esté en realidad incluido en su bibliografía. Fetter apunta que Smith, en su testimonio parlamentario, enuncia claramente el principio de la divisa. Smith, apunta, estaba preocupado por las fluctuaciones de los bancos comerciales, así como del Banco de Inglaterra y declaraba llanamente el objetivo de su propia escuela de la divisa: «es deseable en cualquier cambio de nuestra sistema existente desviar también el plan de todo misterio y hacerlo tan llano y sencillo que pueda ser entendido fácilmente por todos».21 La solución propuesta por Smith fue el plan propuesto por Ricardo de crear un banco nacional para emitir billetes de banco con reserva del 100%.
La misma vía siguió Richard Cobden, el gran líder de movimiento del laissez faire del Manchester, en su testimonio. Atacando al Banco de Inglaterra y a cualquier idea de control discrecional sobre la divisa, ya sea por el Banco o por bancos comerciales privados, Cobden declaraba:
Sostengo la idea de que regular la divisa es algo absurdo; considero absurdas las mismas expresiones de regular y dirigir la divisa; la divisa debe regularse a sí misma. Debe estar regulada por el comercio del mundo; no permitiría ni al Banco de Inglaterra ni a ningún banco privado tener lo que se califica como dirección de la divisa (…) Nunca contemplaría ningún remedio que dejara a la discreción de individuos la regulación de la cantidad de divisa bajo ningún principio o patrón.22
«El objetivo de Mushet era llegar al equivalente de una moneda puramente metálica, pero creía que la banca libre, en lugar de la central, era una mejor manera de lograrlo».
En resumen, el deseo ferviente de Richard Cobden, junto con otros manchesterianos y la mayoría de los demás escritores de la escuela de la divisa, era eliminar completamente la manipulación del dinero por el gobierno o los bancos y dejar su funcionamiento solamente a las fuerzas del libre mercado del oro o la plata. Sea o no la adecuada la solución propuesta por Cobden, nadie puede negar el fervor de sus opiniones de laissez faire o su deseo de aplicarlas al caso difícil y complejo del dinero y la banca.
Déjame volver ahora a los queridos escritores de la banca libre del Profesor White, a su desafortunada confusión de los muy distintos bandos del dinero fuerte y débil. La escuela de la divisa y la de los banqueros libres se iniciaron ambas con la llegada de la grave crisis financiera del 1825, que, como es habitual, se vio precedida por un auge alimentado por el crédito bancario. La crisis produjo una percepción generalizada de que la simple vuelta al patrón oro, como se realizó en 1821, no fue suficiente y que había que hacer algo más para eliminar la inestabilidad del sistema bancario.23
El Profesor White ve pocas diferencias entre cuatro defensores principales de la banca libres de la década de 1820 y principios de la de 1830 (Robert Mushet, Sir John Sinclair, Sir Henry Brooke Parnell y George Poulett Scrope). Y sin embargo los separa en dos bandos muy diferentes. Mushet un veterano «bullonista» del patrón oro y funcionario de la Casa Real de la Moneda, plantea un principio de la divisa del tipo de una teoría del ciclo económico en 1826, apuntando que el Banco de Inglaterra había creado un auge inflacionista, que posteriormente tuvo que invertirse en una depresión contractiva. El objetivo de Mushet era llegar al equivalente de una divisa puramente metálica, pero creía que la banca libre, en lugar de la centralizada, era una forma mejor de lograrlo. De nuevo el tratamiento de White enturbia las aguas. Aunque admite que Mushet tomó una aproximación de la escuela de la divisa en busca de un dinero puramente metálico, White sigue prefiriendo criticar a Daugherty por clasificar a Mushet dentro de la escuela de la divisa, ya que adoptó un método de banca libre, en lugar de centralizada para lograr los objetivos de la divisa (p. 62n). El más eminente Parnell era asimismo un escritor bullonista veterano y Miembro del Parlamento, que adoptó una postura muy similar a la de Mushet.24
Sin embargo, Sir John Sinclair y George Poulett Scrope eran caballos de un color muy distinto. White admite que Sinclair no era un hombre puro de banca libre, que típicamente rebaja las fervientes opiniones de toda una vida de Sinclair como preocupadas por «impedir la inflación» y le califica como un «incansable promotor de intereses agrícolas» (p. 60 y 60n). En realidad, Sinclair, noble y agricultor escocés, fue toda su vida un decidido y fanático celote a favor de la inflación monetaria y el gasto público. Tan pronto como se publicó el Informe de Comité del Bullón a favor del patrón oro y en contra del papel fiduciario en 1810, Sir John escribió al Primer Ministro, Spencer Perceval, reclamando al gobierno que reimprimiera su propia obra pro-inflacionista en tres volúmenes, History of the Public Revenues of the British (1785-90) como parte de la tarea esencial de rebatir al Comité del Bullón. «Conoces mis sentimientos respecto de la importancia de la circulación del papel», escribía Sinclair al Primer Ministro, «que es en realidad la base de nuestra prosperidad». De hecho, las Observations On the Report of the Bullion Committee, de Sinclair, publicadas en septiembre de 1810, fueron el primero de los muchos panfletos de ataque al Informe del Bullón, la mayoría de ellos orquestados por el gobierno británico.
Cuando Gran Bretaña volvió al patrón oro en 1819-21, Sinclair, uniéndose a la escuela de Birmingham pro-inflacionista y pro-dinero fiduciario, fue uno de los críticos más enérgicos y ácidos de la reanudación de los pagos en metálico. No sorprende que Frank Fetter describiera así el entusiasmo de Sinclair durante toda su vida: «que más dinero era la respuesta a todos los problemas económicos».25 Tampoco sorprende que Sinclair hubiera admirado el sistema bancario «libre» escocés y se opusiera al principio de la divisa. Pero uno tendría que haber pensado que el Profesor White se sentiría incómodo con Sinclair como su aliado.
Otro de los héroes dudosos del Profesor White es George Poulett Scrope. Aunque Scrope se caracteriza también por no ser un hombre de la banca libre puro o de la corriente principal, su análisis es tomado muy en serio por White: «Como Sinclair, [Scrope] puso una mayor prioridad en combatir la deflación» (p. 82n). De hecho, Scrope no solo batalló contra el retorno al patrón oro en 1819-21, sino que fue también el principal teórico de la afortunadamente pequeña banda de escritores en Gran Bretaña que eran fervientes infraconsumistas y protokeynesianos. En sus Principles of Political Economy (escritos en 1833, el mismo año que su principal tratado a favor de la banca libre), Scrope declaraba que cualquier caída en el consumo a favor de un «aumento general en la propensión a ahorrar», necesaria y «proporcionalmente disminuye la demanda en comparación con la oferta y ocasiona una superabundancia general».
Ocupémonos ahora de la etapa final de la controversia entre escuela de la divisa, la escuela bancaria y la escuela de la banca libre. La crisis financiera de 1838-39 hizo despegar un deseo intenso de reforma del sistema bancario y la controversia culminó con las leyes de Peel de 1844 y 1845.
Tomemos, por ejemplo, a uno de los grandes héroes del Profesor White, James William Gilbart. Cualquier historiador, excepto White, ha incluido a Gilbart entre los miembros de la escuela bancaria. ¿Por qué no lo hace el Profesor White? Por ejemplo, a pesar de la garantía de White de que la escuela de la banca libre era incluso más ferviente que la de la divisa en atribuir la causa del ciclo económico a la inflación monetaria, Gilbert sostenía, como es habitual en la escuela bancaria, que los billetes de banco simplemente se expanden y contraen de acuerdo con las «voluntades del comercio» y que, por tanto, la emisión de dichos billetes, igualándose por la producción de bienes, no podrían aumentar los precios. Además, el flujo causal va del «comercio» a los precios al «requerimiento» de más billetes de banco para que fluyan en la circulación.
«Bailey pasó por alto la verdad ricardiana fundamental de que nunca hay ningún valor social en el aumento de la oferta de dinero, así como la idea de que el crédito bancario implica una emisión fraudulenta de recibos de almacén a bienes inexistentes».
Así habló Gilbart: «Si hay un aumento en el comercio sin un aumento en los precios, considero de harán falta más billetes para circular esa cantidad aumentada de productos; si hay un aumento en los productos y un aumento en los precios, por supuesto, también necesitarás una cantidad mayor de billetes».26 En resumen, ¡aumenten o no los precios, la oferta de dinero debe aumentar siempre! Dejando aparte la pregunta de a quién se supone que se dirige en esta cita, esto sencillamente forma parte del inflacionismo de la variedad de la escuela bancaria. De hecho, por supuesto no «hace falta» ningún aumento de dinero en ambos casos. La verdadera cadena causal es la inversa, de un aumento en los billetes bancarios a un aumento en los precios y también a un valor monetario incrementado de los bienes producidos.
El Profesor White puede no haber percibido esta distinción porque también es un seguidor de la justificación de las «necesidades del comercio» (o «deseos del comercio») para la inflación del crédito bancario. La explicación favorable de la doctrina de las necesidades del comercio (pp. 122-126) deja claro que él mismo es en realidad una variedad de inflacionista de la escuela bancaria. Por desgracia, White parece pensar que todo esto está de acuerdo con la devoción de Hume y Ricardo por una divisa puramente metálica (p. 124). Por ejemplo, White no parece darse cuenta de que David Hume, frente a su amigo de la escuela bancaria, Adam Smith, creía en una banca de reserva metálica al 100%.
Aunque el Profesor White, en la cita anterior de Gilbart, cite su testimonio parlamentario en 1841, omite el intercambio crucial entre Gilbart y Sir Robert Peel. En su testimonio, Gilbart no solo declaraba que los billetes bancarios del país aumentan solamente en respuesta a los deseos del comercio y por tanto nunca podían emitirse en exceso. También afirmaba—de acuerdo con las ideas de la escuela bancaria—que ¡ni siquiera el Banco de Inglaterra podría nunca emitir billetes en exceso ya que solo descontaba préstamos comerciales! ¡Caramba con la afirmación del Profesor White de la supuesta devoción de Gilbart por la banca libre! Le siguieron unos coloquios fascinantes y reveladores entre Peel y el supuesto bancario libre (es decir, a favor de la banca libre, del patrón oro) James Gilbart. Peel continuaba agudamente su interrogatorio: «¿Piensa entonces que puede confiarse siempre en las demandas legítimas del comercio, como una prueba segura de la cantidad de circulación bajo todas las circunstancias?» A lo que Gilbart admitía: «Pienso que puede». (Nota: no se dijo nada acerca de excepcionar al Banco de Inglaterra de esta confianza).
Peel le hizo entonces la pregunta esencial. La escuela bancaria (seguida por el Profesor White) afirmaba defender el patrón oro, de forma que la justificación de las «necesidades del comercio» para el crédito bancario no sería aplicable a una divisa fiduciaria no convertible. Pero Peel, sospechando de la devoción al oro de la escuela bancaria, le preguntó: En los días de la restricción bancaria [del dinero fiduciario], «¿cree que las demandas legítimas del comercio constituían una prueba en la que podía confiarse con seguridad?» Gilbart respondió evasivamente: «Es un periodo del que no tengo conocimiento personal»—una respuesta particularmente poco ingeniosa para un hombre que había escrito La historia y principios de la banca (1834). De hecho, Gilbart arrojó la toalla sobre el patrón oro: «Creo que las demandas legítimas del comercio, incluso entonces, serían una guía suficiente a la que atenerse». Cuando Peel presionó más a Gilbart en ese punto, este último empezó a retroceder, cambiando una y otra vez sus opiniones, repitiendo una vez más su falta de experiencia personal durante el periodo.27
Indudablemente Peel tenía razón al sospechar de la devoción de la escuela bancaria por el patrón oro—los fuera a reclasificar o no posteriormente el Profesor White como banqueros libres. Además de las revelaciones de Gilbart, el compañero de este en el London & Westminster Bank, J.W. Bosanquet, siguió reclamando suspensiones bancarias del pago en metálico siempre que las cosas se pusieran difíciles. Y en su popular tratado de 1844, On the Regulation of Currencies, John Fullarton—un banquero en la India para entonces retirado en Inglaterra y líder clave de la escuela bancaria—reveló el juego. Fullarton escribía:
Y por mucho que me temo que me deshonro con la confesión, no tengo reparos en profesar mi propia adhesión a la execrada doctrina de los viejos «Rank Directors» de 1810: «que mientras un banco emita sus billetes solo al descuento de letras buenas, con un vencimiento no superior a sesenta días, no puede ser malo emitir tantos como reciba de ello el público».28
Fullarton se estaba refiriendo, por supuesto, a la antigua postura antibullonista de que mientras cualquier banco, incluso bajo una divisa no convertible, se atenga a billetes reales a corto plazo, no puede causar una inflación o un ciclo económico. No sorprende que Peel sospechara que todos los opositores del principio de la divisa eran hombres ocultos de Birmingham.29
El único economista distinguido que asumió la causa de la banca libre es otro de los favoritos del Profesor White: Samuel Bailey, que realmente había demolido la teoría ricardiana del valor a favor de la utilidad subjetiva durante la década de 1820. Ahora, a finales de la década de 1830 y principios de la de 1840, Bailey entraba en las listas a favor de la banca libre. Por desgracia, Bailey fue uno de peores criminales al insistir en la pasividad de los bancos rurales y sociedades anónimas británicos, así como en atacar la misma idea de que podía haber algo preocupante acerca de cambios en la oferta monetaria. Al asegurar a sus lectores que la banca competitiva siempre proporciona un «buen ajuste de la divisa a los deseos de la gente», Bailey olvidaba la verdad ricardiana fundamental de que nunca hay ningún valor social en aumentar la oferta de dinero, así como la idea de que el crédito bancario conlleva una emisión fraudulenta de recibos de depósito sobre bienes inexistentes.
Finalmente, el Profesor White raramente admite que a la hora de la verdad—las leyes de Peel de 1844 y 1845 estableciendo un monopolio del Banco de Inglaterra de la emisión de billetes y la eliminación del sistema de banca «libre» de Escocia—sus héroes de la banca libre no se encontraban en ningún caso en la oposición. White reconoce que su apoyo a las leyes de Peel se compró con la concesión de cartelizaciones. En resumen, a cambio de un monopolio del Banco de Inglaterra en la emisión de billetes, se «apadrinaba» a los bancos ingleses y escoceses existentes: podían mantener su existente circulación de billetes, aunque a ningún nuevo competidor se le permitiría entrar en el lucrativo negocio de la emisión de billetes. Así, reconoce White:
[Gilbart] estaba aliviado porque la ley [de Peel] no extinguía el derecho de emisión de las sociedades anónimas bancarias y estaba francamente contento con sus disposiciones cartelizadoras: «Nuestros derechos se han reconocido, nuestros privilegios se han extendido, nuestra circulación se ha garantizado y nos ahorramos los conflictos con competidores desleales». (p. 79)
Muy bien. Pero White evita hacerse las preguntas difíciles. Por ejemplo: ¿Qué tipo de movimiento dedicado a la «banca libre» es ese que puede ser comprado tan fácilmente por privilegios de cártel del estado? La respuesta, que White deja de lado al evitar la pregunta, es precisamente el tipo de movimiento que sirve sencillamente como disfraz para los intereses de los banqueros comerciales.
Pues, con la excepción de los hombres más antiguos del dinero fuerte y la banca libre—como Mushet (muerto hacía mucho en 1844) y Parnell (que murió en medio de la controversia en 1842)—prácticamente todos los banqueros libres de White tenían cargos en bancos comerciales privados. Gilbert había sido directivo bancario toda su vida y era desde hacía mucho directivo del London & Westminster Bank. Bailey era presidente de la Sheffield Banking Company. Pensemos, por ejemplo, en la recién fundada Bankers’ Magazine, a la que White alaba como un órgano crucial del principio de la divisa y los asuntos monopolísticos para el Banco de Inglaterra, aun así, aprobaba la Ley de Peel en general por colaborar en los beneficios de los bancos existentes al prohibir todos los nuevos bancos de emisión.
Y aun así, el Profesor White resiste enterarse de que todo su querido movimiento de la banca libre—al menos en su posterior manifestación inflacionista de la «necesidad del comercio»—era sencillamente una súplica especial a favor de las actividades inflacionistas de los bancos comerciales. Eliminada la fusión de White de los primeros teóricos del dinero fuerte y la banca libre con los posteriores inflacionistas, su apreciado movimiento de la banca libre resulta ser solamente suplicantes especiales de componendas bancarias e inflación del crédito bancario.
Este artículo apareció originalmente como «”Free Banking” in Scotland» en The Review of Austrian Economics, Vol. 2 (1988), pp. 229-245 y se ha vuelto a publicar en Economic Controversies.
- 1Reseña de Lawrence H. White, Free Banking in Britain: Theory, Experience, and Debate, 1800-1845 (Cambridge University Press, 1984).
- 2Sobre los «maravillosos» resultados, ver White, Free Banking, p. xiii.
- 3Ibíd., p. 43.
- 4En realidad, la mayoría del libro de White se dedican completamente a otra cuestión—una explicación y análisis de los teóricos de la banca libre en Gran Bretaña durante la primera mitad del siglo XIX. Me ocuparé posteriormente de esta parte de su libro.
- 5Murray N. Rothbard, The Mystery of Banking (Nueva York: Richardson & Snyder, 1983), pp. 185-187. Ver también el reportaje sobre un artículo venidero en el Journal of Monetary Economics, por parte de Milton Friedman y Anna Jacobson Schwartz en Fortune (31 de marzo de 1986), p. 163. Sí tuve serias dudas preliminares acerca de su tesis escocesa en un comentario inédito sobre el escrito del Profesor White en 1981, pero, por desgracia, estas dudas no se abrieron paso en The Mystery of Banking.
- 6Sydney C. Checkland, Scottish Banking: A History, 1695-1973 (Glasgow: Collins, 1975).
- 7En una nota a pie de página, el Profesor White apunta esto a regañadientes, aunque no parece darse cuenta de las graves implicaciones de los hechos para su propia visión ilusa de la banca escocesa. Advertimos pues las implicaciones no reconocidas de este indicio de que Londres era el «centro financiero de Gran Bretaña», de que los bancos escoceses dependían de fondos de sus bancos corresponsales y de las ventas de títulos en Londres y de que Gran Bretaña era un «área monetaria óptima». White, Free Banking, p. 46 n. 12.
- 8White, Free Banking, pp. 43-44, n. 9.
- 9Ver Charles A. Malcolm, The Bank of Scotland, 1695-1945 (Edimburgo: R. & R. Clark, sf.).
- 10Checkland, Scottish Banking, p. 221.
- 11Checkland, Scottish Banking, pp. 184-185.
- 12 Ibíd., p. 186.
- 13Frank W. Fetter, Development of British Monetary Orthodoxy, 1797-1875 (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1965), p. 122. El panfleto anónimo era A Letter to the Right Hon. George Canning (Londres, 1826), p. 45. Ver también Charles W. Munn, The Scottish Provincial Banking Companies, 1747-1864 (Edimburgo: John Donald Pubs., 1981), pp. 140 y ss.
Una práctica similar prevaleció también en el sistema de «banca libre» en Estados Unidos. Después de la «reanudación» de 1817, obstáculos e intimidación eran a menudo el sino de quienes trataban de pedir metálico por sus billetes. En 1821m el comerciante, economista y senador estatal de Philadelphia, Condy Raguet, escribía con agudeza a David Ricardo:
Incas en tu carta que encuentras difícil comprender por qué personas que tienen derecho a reclamar moneda a los bancos como pago por sus billetes se abstienen tanto de ejercitarlo. Esto sin duda resulta paradójico para quien reside en un país en que fue necesaria una ley del parlamento para proteger a un banco, pero la dificultad se aclara fácilmente. Toda la población está compuesta o por accionistas de bancos o por deudores de estos. No les interesa a los primeros presionar a los bancos y el resto tiene miedo. Ese es todo el secreto. Un hombre independiente, que no sea un accionista o un deudor, que se aventurara a requerir a los bancos que se haga justicia, habría sido acusado como enemigo de la sociedad. (Citado en Murray N. Rothbard, The Panic of 1819: Reactions and Policies, Nueva York: Columbia University Press, 1962, pp. 10-11).
Por desgracia, no queda registro del lado de Ricardo en la correspondencia. - 14Checkland, Scottish Banking, p. 432. Ver también S.G. Checkland, «Adam Smith and the Bankers», en A. Skinner y T. Wilson, eds., Essays on Adam Smith (Oxford, Inglaterra: Clarendon Press, 1975), pp. 504-523.
- 15Vera C. Smith, The Rationale of Central Banking (Londres: P.S. King & Sons, 1936). Este libro era una tesis doctoral bajo la dirección de F.A. Hayek en la London School of Economics, para la que Miss Smith hizo uso de las notas de Hayek sobre la materia. Ver Pedro Schwartz, «Central Bank Monopoly in the History of Economic Thought: a Century of Myopia in England», en P. Salin, ed., Currency Competition and Monetary Union (La Haya: Martinus Nijhoff, 1984), pp. 124-125.
- 16Después de citar favorablemente la famosa frase de Thomas Tooke de que «el libre comercio en la banca es el libre comercio en la estafa», Mises añade:
Sin embargo, la libertad en la emisión de billetes bancarios habría estrechado el uso de estos considerablemente si no lo hubiese suprimido. Fue esta idea la que avanzó Cernuschi en las audiencias de la Investigación Bancaria Francesa el 24 de octubre de 1865: «Creo que lo que se califica como libertad de banca ocasionaría una supresión total de los billetes de banco en Francia. Quiero dar a todos el derecho a emitir billetes de bancos de forma que nadie acepte billetes de banco en el futuro». (Ludwig von Mises, Human Action: A Treatise on Economics, 3ª ed. rev., Chicago: Henry Regnery, 1966, p. 446) [La acción humana]. - 17Smith, Rationale, p. 101. Mises, después de apoyar la idea de reservas de 100% en oro para billetes de banco y depósitos a la vista (estos últimos desgraciadamente olvidados por la escuela de la divisa en Gran Bretaña), decide oponerse a causa de los «inconvenientes propios de todo tipo de interferencia pública en la banca». Y repite: La interferencia pública en el estado presente de los asuntos bancarios podría justificarse si el objetivo fuera liquidar las condiciones insatisfactorias al impedir o al menos restringir seriamente cualquier expansión adicional del crédito. En realidad, el objetivo principal de la actual interferencia pública es intensificar la expansión adicional del crédito. (Mises, Human Action, p. 443, 448).
- 18Victor Modeste, «Le Billet des banques d’emission est-il fausse monnaie?» [¿Son los billetes de banco dinero falso?] Journal des economistas 4 (Octubre de 1866), pp. 77-78. Ver también Henri Cernuschi, Contre le billet de banque (1866).
- 19Esta conclusión política es completamente coherente con el objetivo de Mises: «Lo que hace falta para impedir cualquier mayor expansión del crédito es poner al negocio bancario bajo las normas generales del derecho mercantil y civil que obligan a toda persona y empresa a cumplir con todas las obligaciones de acuerdo con todos los términos del contrato». Mises, Human Action, p. 443.
Para más sobre banca de reserva fraccionaria como estafa, ver Rothbard, Mystery of Banking, pp. 91-95. - 20White, Free Banking, pp. 71, 75, 135. Ver también Marion R. Daugherty, «The Currency-Banking Controversy, Part I», Southern Economic Journal 9 (Octubre de 1942), p. 147.
- 21Citado en Fetter, Development, p. 176.
- 2222. Ibíd.
- 23Una medida de la reforma parcial llevada a cabo por el gobierno británico fue la prohibición, en 1826, de los billetes de banco en denominaciones pequeñas (por debajo de 5£, un edito acatado por el Banco de Inglaterra durante más de un siglo), que al menos aseguraba que la persona media estuviera realizando la mayoría de las transacciones en monedas de oro o plata. Incluso Adam Smith, principal apologista de la banca «libre» escocesa, había defendido esa medida. Pero es instructivo advertir, a la vista de la admiración del Profesor White por la banca escocesa, que la presión política por parte de los tories escoceses consiguió para los bancos escoceses una excepción a esta medida. La campaña tory estuvo encabezada por el eminente novelista, Sir Walter Scott. Jaleando la campaña, el portavoz de los altos tories, el Blackwood’s Edinburgh Magazine, publicó dos artículos sobre «Los bancos del país y el Banco de Inglaterra» en 1827-28, en el que entremezclaba dos grandes problemas del archinflacionismo: salir del patrón oro y alabar a los bancos centrales. El Blackwood’s también atacaba al Banco de Inglaterra por ser excesivamente restriccionista (!), ayudando así a crear la leyenda de que el problema del banco era que era demasiado restrictivo en lugar de ser el gran motor de la inflación monetaria. Por el contrario, la Westminster Review, portavoz de los radicales filosóficos de James Mill, se burlaba de los escoceses por amenazar con «una guerra civil en defensa del privilegio de ser saqueados» por el sistema bancario. Ver Fetter, Development, pp. 123-124.
- 24El Profesor White ha prestado un valioso servicio al rescatar la obra de Parnell de la oscuridad. El tratado de Parnell de 1827 fue atacado desde una postura más coherente de dinero fuerte por el fiero radical populista, William Cobbett. Cobbett afirmaba que «desde que entendí ese infernal compuesto del papel moneda, he deseado la destrucción de esa cosa execrable: He aplaudido toda medida que tendiera a producir su destrucción y censurado toda medida que tuviera una tendencia a conservarlo». Atacaba al panfleto de Parnell por defender las acciones de los bancos del país y alabar el sistema escocés. En su respuesta, Cobbett denunciaba a los «monopolistas escoceses» y proclamaba que «esos voraces cuervos de Escocia (…) han sido una pestilencia para Inglaterra durante más de doscientos años».
- 25Fetter, Development, p. 22. Entre sus otros pecados, Sinclair, un infatigable recopilador de estadísticas, publicó en la década de 1790 los veintiún tomos de A Statistical Account of Scotland e introdujo las palabras estadística y estadístico en el idioma inglés.
- 26Citado en White, Free Banking, p. 124.
- 27El intercambio entre Peel y Gilbart puede encontrarse en el importante artículo de Boyd Hilton, «Peel: A Reappraisal», Historical Journal 22 (Septiembre de 1979), pp. 593-594. Hilton demuestra que Peel (lejos de ser el oportunista sin principios que se ha retratado normalmente por parte de los historiadores) era un hombre de crecientes principios liberales clásicos fijados, devoto de los presupuestos mínimos, el libre comercio y la moneda fuerte.
Sin embargo, al no entender de economía, Hilton como es habitual califica al cuestionario de Gilbart por Peel como «inepto» y desdeña a Peel por burlarse de la evidente disculpa de Gilbart de falta de «conocimiento personal».
Además, al no ser un liberal clásico, Hilton ridiculiza el supuesto dogmatismo inflexible de Sir Robert Peel a favor del laissez faire. Es más lamentable que White, en su deseo de censurar el ataque de Peel sobre crédito bancario inflacionista, alabe a Hilton por su «brillante relato del poco conocido dogmatismo de Peel en asuntos de política monetaria» (p. 77 n). ¿También White está de acuerdo con la denuncia del «dogmatismo» de Peel sobre libre comercio par parte de Hilton? - 28Citado en Fetter, Development, p. 193.
- 29Todo refuerza el ejemplo de James Wilson. Wilson, editor fundador de la nueva revista, The Economist, defendía el laissez faire y el patrón oro. Entró en el debate monetario bastante tarde, en la primavera de 1845, convirtiéndose en uno de los principales líderes de la escuela bancaria. Aunque de toda la escuela bancaria Wilson fue uno de los más amistosos con la banca libre y el sistema escocés, también afirmaba que el Banco de Inglaterra nunca podría emitir billetes en exceso en un sistema monetario convertible. Y aunque defendía personalmente el patrón oro, Wilson hizo incluso la misma dañina concesión que Gilbart, aunque mucho más clara y cándidamente. Pues, de todos los grandes líderes de la escuela bancaria, Wilson fue el único que dijo lisa y llanamente que ningún banco podía nunca emitir billetes en exceso si estaba respaldado por letras reales a corto plazo autoliquidables, ni siquiera bajo un patrón fiduciario inconvertible. Ver Lloyd Mints, A History of Banking Theory in Great Britain and the United States (Chicago: University of Chicago Press, 1945), p. 90.