[Reimpreso de Libertarian Review, 1979.]
«Izquierda», «derecha» y «centro» se hacen cada vez categorías con menos sentido. Los libertarios saben que su credo puede atraer y atrae a gente de todas partes del viejo y obsoleto espectro ideológico. Como defensores coherentes de la libertad individual en todos los aspectos de la vida, podemos atraer liberales por nuestra devoción por la libertad civil y una política exterior no intervencionista y a conservadores por nuestra defensa de los derechos de propiedad y el libre mercado.
Desde hace tiempo, ha estado claro que estatistas, de izquierda, derecha y centro han estado creciendo de forma cada vez más similar y que su devoción común por el Estado ha trascendido sus diferencias de estilo menores. En la última década, todos ellos se han venido coagulando en el centro, hasta que las diferencias entre conservadores «responsables», socialdemócratas de derecha, neoconservadores e incluso socialistas democráticos como John Kenneth Galbraith y Robert Heilbroner, se han hecho cada vez más difíciles de discernir.
El credo común central de todas estas agrupaciones es el apoyo y el engrandecimiento del Estado americano, interior y exteriormente. Exteriormente, significa apoyo a presupuestos militares aún mayores, al terrorismo del FBI y la CIA, a una política exterior de intervención global y a un apoyo absoluto al Estado de Israel. Interiormente hay variaciones, pero un acuerdo general sostiene que el gobierno no debería asumir más de lo que puede lograr: en pocas palabras, un continuo Estado benefactor pero racionalizado más eficazmente. Todo esto se refuerza con una política antilibertaria respecto de la libertad personal, aportando la idea, por razones religiosas o seculares, de que el Estado es el vehículo apropiado para imponer coactivamente los principios morales que esta gente cree que son los correctos.
Esta coalición de estatistas se ha estando fraguando durante varios años, pero recientemente un estallido de candor ha hecho que salgan muchos gatos de la conocida bolsa. Todo empezó en el número de verano de 1978 de la revista socialista Dissent, editada por el extrotskista Irving Howe. Un artículo destacado del economista superventas Robert Heilbroner dice claramente que los socialistas ya no deberían tratar de vender la idea de que la planificación central en el mundo socialista del futuro iría unida a la libertad personal, con libertades civiles y de expresión.
No, dice Heilbroner, los socialistas deben asumir el hecho de que el socialismo tendrá que ser autoritario con el fin de implantar los dictados de la planificación central y tendrá que basarse en una «moralidad colectiva» impuesta a la opinión pública. En resumen, no podemos, en palabras de Heilbroner tener «un pastel socialista con un refresco burgués», es decir, con la preservación de la libertad personal.
Una intrigante reacción al artículo de Heilbroner proviene de la derecha. Durante años, una controversia que en un tiempo circulaba entre los círculos intelectuales de derecha entre los «tradicionalistas», que no pretendían tener ningún interés en la libertad o los derechos individuales; los libertarios, que hace mucho abandonaron la derecha y los «fusionistas», liderados por el fallecido Frank Meyer, que trataba de fusionar las dos posturas en una amalgama unificada. Tanto los «trads» como los libertarios se dieron cuenta pronto de que las dos posturas no sólo eran incompatibles sino diametralmente opuestas.
En años recientes, los trads se han venido imponiendo a los fusionistas en el campo conservador, al irse acercando más ansiosamente al poder. Ahora Dale Vree, un columnista habitual de National Review, aprovecha la oportunidad para alabar el artículo de Heilbroner y pedir una poderosa coalición de derecha e izquierda a favor del estatismo («Against Socialist Fusionism», National Review, 8 de diciembre de 1978, p. 1547). También fustiga a los fusionistas apuntando que los «fusionistas socialistas», quienes tratan de fusionar el colectivismo económico con el individualismo cultural, sufren necesariamente las mismas inconsistencias que sus equivalentes de derecha, que han tratado de unir individualismo económico y colectivismo cultural.
Vree escribe:
Heilbroner también dice que muchos colaboradores de NR han dicho durante el último cuarto de siglo: no puedes tener a la vez libertad y virtud. Tomen nota, tradicionalistas. A pesar de esta terminología disonante, a Heilbroner le interesa lo mismo que a ustedes: la virtud.
Pero el entusiasmo de Vree por el socialismo autoritario no termina aquí. También le intriga la opinión de Heilbroner de que una cultura socialista debe «favorecer la primacía de la colectividad» en lugar de la «primacía del individuo». Además, está contento de aplaudir la alabanza de Heilbroner del supuesto enfoque «moral» y «espiritual» del socialismo frente al «materialismo burgués». Vree cita a Heilbroner: «La cultura burguesa se centra en el logro material del individuo. La cultura socialista debe centrarse en su logro moral o espiritual». Luego Vree añade: «Hay un sonido tradicional en esa frase». ¡Y tanto!
Luego aplaude la descalificación del capitalismo de Heilbroner, porque «no tiene sentido de ‘lo bueno’» y permite a los «adultos que consienten» hacer lo que les plazca. Reaccionado con horror ante esta visión de la libertad y la diversidad, escribe Vree: «Pero, dice atractivamente Heilbroner, como una sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo bueno’, no todo estará permitido».
Para Vree, es imposible «tener colectivismo económico junto con individualismo cultural» o viceversa y por tanto está encantado, como su contraparte de izquierda Heilbroner, de optar por el colectivismo en todas partes. Concluye advirtiendo la fusión de libertarismo de «derecha» e «izquierda» y luego pide una contrafusión a favor del estatismo:
Muchos disidentes han estado ocupados fusionando el libertarismo de derecha con el de izquierda (anarquismo). Si los escritos de socialistas tan distintos como Robert Heilbroner, Christopher Lasch, Morris Janowitz, Midge Deeter y Daniel Bell son indicativos de una tendencia, podemos ver la aparición de un fusionismo tradicionalista socialista. Uno se pregunta si América contiene algún «socialista tory» en el lado derecho de su nave que vaya a unirse a ellos.
El magnífico error en ese párrafo es que uno no tiene que preguntárselo ni un instante.
Los Buckley, los Burnham y los de su calaña han estado buscando un acuerdo así durante mucho tiempo, al menos en la práctica. Lo que falta es la admisión abierta y confiada de que esto ha estado sucediendo.
Una nueva polarización, un nuevo espectro ideológico está tomando forma rápidamente. Gran gobierno, coacción, estatismo —o derechos individuales, libertad y voluntarismo de forma generalizada, en todas las facetas de la vida americana.
Las líneas se están dibujando con creciente claridad. Estatismo vs. libertad. Nosotros o ellos.
Este artículo fue publicado primero como «La línea de plomada: estatismo de izquierda, derecha y centro,» Libertarian Review, enero 1979, pp. 14–15.