La reciente inauguración del Instituto Ron Paul para la Paz y la Prosperidad fue un punto de inflexión en la historia estadounidense. Nunca ha habido nada como esto. Ideológicamente diverso, el Instituto Ron Paul llega a todos los estadounidenses y también a gente en todo el mundo, que encuentran que el espectro de la opinión sobre política exterior en Estados Unidos es irrazonablemente estrecho. Hasta Ron Paul y su nuevo instituto no había ninguna una organización de política exterior resueltamente antiintervencionista.
Los neoconservadores no han respondido amablemente al anuncio del nuevo instituto de Ron. Sean cuales sean sus quejas, podemos estar absolutamente seguros de la razón real de su infelicidad: nunca han afrontado antes una oposición sistemática y organizada.
Los Demócratas verían a Lincoln arrojado del templo antes que apoyar la no intervención en el exterior, así que no plantean ningún problema esencial para los neocones. Ron Paul, por el contrario, es una oposición real y puede movilizar un ejército. Los neocones lo saben. ¿Dónde anda estos días Tim Pawlenty? ¿Dónde están sus legiones de jóvenes seguidores con lecturas que buscan llevar a cabo su filosofía? Ya veis de qué hablo.
Por primera vez, la estricta no intervención tendrá una voz permanente en la vida estadounidense. Es otro clavo en el ataúd neocón. Los neocones saben que están perdiendo a los jóvenes. Los chicos listos que creen en la libertad no siguen a Mitt Romney o David Horowitz y, como cualquier con mente crítica y brújula moral, no van a seguir la propaganda bélica del régimen.
En este momento histórico, pienso que podría ser apropiado dar algunas ideas sobre la guerra, un manifiesto por la paz, por decirlo así.
(1) Nuestros gobernantes no son una ley en sí mismos
Nuestros belicistas creen que están exentos de las normas morales normales. Como están en guerra, suspenden toda decencia, todas las normas que rigen la conducta e interacción de los seres humanos en todas las demás circunstancias. Se emplea el término anodino «daño colateral», junto con palabras superficiales y sin significado para lamentarse, cuando se mutila y masacra a civiles inocentes, incluyendo a niños. Un individuo privado que se comportara así sería calificado de sociópata. Dadle un título sonoro y un bonito traje y se convierte en un estadista.
Asumamos la misión subversiva de aplicar a nuestros gobernantes las mismas reglas morales que aplicamos a los demás en casos de robo, secuestro y asesinato.
(2) Humaniza a los demonizados
Debemos respaldar todos los esfuerzos por humanizar las poblaciones de países en el punto de mira de los belicistas. El público en general se ve impulsado a un frenesí bélico sin saber lo mínimo (o escuchando solo propaganda) acerca de la gente que morirá en la guerra. Los medios de comunicación de masas no contarán sus historias, así que nos toca a nosotros utilizar todos los recursos que tenemos como individuos, especialmente en línea, para comunicar la verdad más subversiva de todas: que la gente del otro bando son también seres humanos. Esto hará marginalmente más difícil a los belicistas desarrollar sus dos minutos de odio y puede tener el efecto de convencer a los estadounidenses con simpatías humanas normales para que desconfíen de la propaganda que les rodea.
(3) Si nos oponemos a la agresión, opongámonos a todas las agresiones
Si creemos en la causa de la paz, detener la violencia agresiva entre naciones no basta. No deberíamos querer llevar la paz en el extranjero para que nuestros gobernantes puedan dirigir sus armas hacia individuos pacíficos en el interior. Fuera todas las formas de agresión contra gente pacífica.
(4) No usemos nunca «nosotros» cuando hablemos del gobierno
El pueblo y los belicistas son dos grupos distintos. Nunca debemos decir «nosotros» cuando discutamos la política exterior del gobierno de EEUU. Para empezar, a los belicistas no les importan las opiniones de la mayoría de los estadounidenses. Es tonto y embarazoso para los estadounidenses hablar de «nosotros» cuando discuten la política exterior de su gobierno, como si su aportación fuera necesaria o deseada por lo que hacen la guerra.
Pero también es erróneo, por no decir malo. Cuando la gente se identifica tan íntimamente con su gobierno, considera los ataques a la política exterior de su gobierno como ataques a sí mismos. Entonces se hace mucho más difícil razonar con ellos: ¡Oye, estás insultando mi política exterior!
Igualmente, el uso del «nosotros» alimenta la fiebre bélica. «Nosotros» tenemos que ir a por «ellos». La gente que apoya a sus gobiernos como si fueran un club de fútbol. Y como sabemos que somos decentes y buenos, «ellos» solo pueden ser monstruosos y malos y merecen cualquier justicia rigurosa que «nosotros» les dispensemos.
La izquierda antibelicista cae en este error igual de a menudo. Apelan a los estadounidenses con un catálogo de delitos espantosos que «nosotros» hemos cometido. Pero nosotros no hemos cometido esos delitos. Los mismos sociópatas que victimizan a los propios estadounidenses cada día y sobre los que no tenemos control real, cometieron esos delitos.
(5) La guerra no es «buena para la economía»
Un compromiso con la paz es algo maravilloso y digno de alabanza, pero tiene que unirse a una comprensión de la economía. Un conocido senador de EEUU deploraba recientemente los recortes en el gasto militar porque «cuando recortas el gasto militar, pierdes empleos». No hay línea de salvación económica para la guerra o la preparación para la guerra.
Quienes nos digan que la guerra trae prosperidad están enormemente equivocados, incluso en el celebrado caso de la Segunda Guerra Mundial. El estímulo concreto que da la guerra a ciertos sectores de la economía se produce a costa de las necesidades civiles y aleja a los recursos de la mejora del nivel de vida del hombre común.
Ludwig von Mises escribió que la «prosperidad de la guerra es como la prosperidad que produce un terremoto o una epidemia». El terremoto significa negocio para los trabajadores de la construcción y el cólera mejora el negocio de médicos, farmacéuticos y funerarias, pero nadie ha tratado hasta ahora de celebrar por eso los terremotos y el cólera como estimulantes de las fuerzas productivas en el interés general».
En otro lugar, Mises describía la esencia de la llamada prosperidad bélica: «enriquece a algunos con lo que toma de otros. No es un aumento de la riqueza sino un traslado de riqueza y renta».
(6) ¿Apoyas el libre mercado? entonces te opones a la guerra
Ron Paul ha restaurado al asociación apropiada de capitalismo con paz y no intervención. Leninistas y otros izquierdistas, con la carga de una falsa comprensión de la economía y el sistema de mercado, solían afirmar que el capitalismo necesitaba la guerra, que la supuesta «sobreproducción» de bienes obligaba a las sociedades de mercado a ir al extranjero (y a menudo a la guerra) en busca de mercados externos para sus bienes en exceso.
Esto siempre ha sido una tontería económica. También era una tontería política: el libre mercado no necesita ninguna institución parasitaria para engrasar las ruedas del comercio internacional y la misma filosofía que pide la no agresión entre seres humanos individuales reclama la no agresión entre áreas geográficas.
Mises siempre insistía, frente a los leninistas, de que guerra y capitalismo no podían coexistir mucho tiempo. «Por supuesto, a largo plazo la guerra y la conservación de la economía de mercado son incompatibles. El capitalismo es esencialmente un programa para naciones pacíficas (…) La aparición de la división internacional del trabajo requiere una abolición completa de la guerra (…) La economía de mercado implica cooperación pacífica. Estalla en mil pedazos cuando los ciudadanos se convierten en guerreros y, en lugar de intercambiar productos y servicios, luchan entre sí».
«La economía de mercado», decía sencillamente Mises, «significa cooperación pacífica e intercambio pacífico de bienes y servicios. No puede persistir cuando las matanzas están a la orden del día».
Quienes crean en la economía de mercado libre y sin intervención deberían ser especialmente escépticos con la guerra y la acción militar. La guerra, después de todo, es el programa último del gobierno. La guerra lo tiene todo: propaganda, censura, espionaje, contractos entre compinches, impresión de dinero, gasto disparatado, creación de deuda, planificación centralizada, arrogancia, todo lo que asociamos con las peores intervenciones en la economía.
«La guerra», observaba Mises, «es dañina, no solo para los conquistados, sino también para el conquistador. La sociedad ha nacido de las obras de la pz, la esencia de la sociedad es la pacificación. La paz y no la guerra es la madre de todas las cosas. Solo la acción económica ha creado la riqueza que nos rodea: el trabajo, no la profesión de las armas, trae la felicidad. La paz construye, la guerra destruye».
Mira a través de la propaganda. Deja de dar poderes y enriquecer al Estado alabando sus guerras. Deja aparte las charlas en televisión. Mira de nuevo al mundo, sin los prejuicios del pasado y sin favorecer la versión de las cosas de tu propio gobierno.
Se decentes. Se humanos. Que no te engañen los Joe Biden, los John McCain, los Barack Obama y las Hillary Clinton. Rechaza el mayor programa de gobierno de todos ellos.
La paz construye. La guerra destruye.