Mises Daily

La invasión hermenéutica

[De Review of Austrian Economics 3 (1989): 45-59]

En años recientes, los economistas han invadido otras disciplinas intelectuales y, en el dudoso nombre de la «ciencia», han empleado supuestos asombrosamente supersimplificados para llegar a conclusiones revolucionarias y provocadoras en campos sobre los que saben poco. Es una forma moderna del «imperialismo económico» en el ámbito del intelecto. Casi siempre, la inclinación de este imperialismo económico ha sido cuantitativa e implícitamente benthamita, reduciendo la poesía y el juego de la oca al mismo nivel y justificando ampliamente el dicho de Oscar Wilde sobre los cínicos de que (los economistas) saben el precio de todo  y el valor de nada. Los resultados de este imperialismo económico han sido especialmente ridículos en los campos del sexo, la familia y la educación.

¿Entonces por qué el presente autor, que no es un benthamita, tiene ahora la temeridad de entrar en un campo tan arcano, abstruso, metafísico y aparentemente no relacionado con la economía como es la hermenéutica? Mi alegación aquí es la siempre legítima autodefensa. Disciplina tras disciplina, de la literatura a la teoría política a la filosofía a la historia, han sido invadidas por una arrogante banda de hermeneutas y ahora incluso la economía está bajo ataque. Por tanto este artículo tiene la naturaleza de un contraataque.

Para empezar, la definición de hermenéutica en el diccionario es la antigua disciplina de la interpretación de la Biblia. De hecho, hasta las décadas de los veinte o los treinta, la hermenéutica se limitaba a los teólogos y departamentos de religión. Pero las cosas cambiaron con la llegada de las oscuras doctrinas alemanas de Martin Heidegger, el fundador de la hermenéutica moderna. Con la muerte de Heidegger, el sucesor apostólico a la cabeza de movimiento hermenéutico recayó en su alumno, Hans-Georg Gadamer, que sigue ostentando este cargo.

El mayor éxito del movimiento hermenéutico se ha logrado en décadas recientes, empezando por el movimiento relacionado del «deconstructivismo» en la crítica literaria. Encabezado por los teóricos franceses Michel Foucault, Paul Ricoeur y Jacques Derrida, el deconstructivismo en el hemisferio occidental está liderado por el formidable Departamento de la Universidad de Yale, desde donde se ha extendido para conquistar la mayoría de los departamento de literatura inglesa en Estados Unidos y Canadá. El mensaje esencial del deconstructivismo y la hermenéutica puede resumirse de varias maneras como nihilismo, relativismo y solipsismo. Es decir, no hay verdad objetiva o, si la hay, nunca podemos descubrirla. Con cada persona condicionada por sus propias opiniones, sentimientos, historia y demás características subjetivas, no hay manera de descubrir la verdad objetiva. En literatura, el procedimiento más elemental de la crítica literaria (es decir, tratar de descubrir lo que quiere decir un autor concreto) se convierte en imposible. La comunicación entre escritor y lector es igualmente imposible; además, no solo ningún lector no puede nunca saber lo que quiere decir un autor, sino que el autor no conoce o entiende lo que él mismo quiere decir, tan fragmentado, confuso y condicionado está cada individuo concreto. Así que, como es imposible saber lo que querían decir Shakespeare, Conrad, Platón, Aristóteles o Maquiavelo, ¿qué sentido tiene leer o escribir crítica literaria o filosófica?

Es una pregunta interesante, que los deconstructivistas y otros hermeneutas por supuesto no han sido capaces de responder. Por sus propias declaraciones, es imposible entender textos literarios o, por ejemplo, que Gadamer entienda a Aristóteles, sobre el que sin embargo ha escrito con enorme profusión. Como ha apuntado el filósofo ingles Jonathan Barnes en su brillante y aguda crítica de la hermenéutica, Gadamer, no teniendo nada que decir sobre Aristóteles o sus obras, se reduce a informar sobre sus propias reflexiones subjetivas, una especie de largo relato de «lo que Aristóteles significa para mí».1 Dejando aparte el problema hermenéutico de si Gadamer puede o no saber incluso lo que para él significa Aristóteles, remontemos el problema un grado más. ¿Por qué nadie, salvo Gardamer, tal vez excepto su madre o esposa, estaría interesado en lo más mínimo en lo que Aristóteles significa para él? E incluso en el improbable caso de que estuviéramos interesados en esta cuestión trascendental, en todo caso los principios hermeneutas nos impedirían comprender la respuesta de Gadamer.

La deconstrucción y la hermenéutica son claramente autonegaciones a muchos niveles. Si no podemos entender el significado de ningún texto, ¿por qué nos preocupamos por entender o tomarnos en serio las obras o doctrinas de autores que proclaman agresivamente su propia incomprensibilidad?

Incomprensibilidad

De hecho, un punto crucial acerca de los hermeneutas es que, para ellos, la incomprensibilidad es una profecía autocumplida. Como me decía con remordimiento un colega: «He leído sobre hermenéutica todo lo que ha caído en mis manos y no entiendo más de ella que cuando empecé». Incluso en una profesión (la filosofía) que no es exactamente conocida por su alegría o su claridad, una de las cualidades de los hermeneutas es su estilo horrendo e incomparablemente oscuro. Estalactitas y estalagmitas de palabras en jerga se acumulan unas sobre otras en un verdadero muladar de prosa estupefaciente e incomprensible. Los hermeneutas parecen incapaces de escribir en un inglés claro o siquiera una frase clara en alemán. Los críticos de la hermenéutica (como Jonathan Barnes o David Gordon)2 se inclinan comprensiblemente por la sátira, por decir o citar tratados hermeneutas y luego «traducirlos» a inglés sencillo, donde irremediablemente se revelan como banales o idiotas.

Al principio, yo pensaba que estos hermeneutas alemanes sencillamente eran traicionados por sus traductores al inglés. Pero mis amigos alemanas me aseguran que Heidegger, Gadamer y los demás son igualmente ininteligibles originalmente. De hecho, en un ensayo recientemente traducido, Eric Voegelin, un filósofo no dotado normalmente de una agudeza brillante, trató de ridiculizar el lenguaje de Heidegger. Refiriéndose a la obra maestra de Heidegger, Sein und Zeit (Ser y Tiempo), Voegelin se refiere a la repetición sin sentido, pero insistente, de un verdadero diccionario filosófico de expresiones como Dingen des Dings (»la cosificación de la cosa»), Nichten des Nichts («la nadedad dela nada») y finalmente zeigenden Zeichen des Zeigzeugs («la señal de prueba de la implantación de prueba»), todo lo cual está pensado, dice Voegelin, para llevar al lector «un estado de delirio lingüístico, alejándole de la realidad».3

Sobre Gadamer y los hermeneutas, Jonathan Barnes escribe:

¿Cuáles son entonces las características propias de la filosofía hermenéutica? Sus enemigos meterán baza con adjetivos como vacía, insulsa, fantasiosa, confusa, retórica. El propio Gadamer cuenta una historia inusual. Al final de un seminario en Cajetan, Heidegger sorprendió a su devota audiencia planteando la pregunta: «¿Qué es el ser?»  «Nos sentamos allí mirando fijamente y sacudiendo nuestras cabezas sobre lo absurdo de la pregunta». También es bastante correcto, dicen los enemigos de la hermenéutica: la pregunta es perfectamente absurda. Pero Gadamer solo tiene una débil sensación del absurdo y sus propios lectores tendrían que reaccionar como él entonces (bueno, solo entonces) reaccionó ante Heidegger.

Barnes continúa diciendo que Gadameradmite «que su pensamiento a veces ha sido menos que diáfano». Luego cita a Gadamer diciendo:

Indudablemente a veces hablo por encima de las cabezas de mis pupilos y pongo demasiadas complicaciones en mi serie de pensamientos. Incluso mis amigos habían inventado antes una nueva medida científica, el «Gad», que designaba la medida establecida de complicaciones innecesarias.

Barnes añade que:

Algunos pueden preferir a este relato autocomplaciente que hace Gadamer de él mismo de joven: «A pesar de mi título de doctor, seguía siendo un chico de 22 años que tenían un pensamiento bastante retorcido y que seguía sin saber realmente qué estaba pasando».

Barnes añade «¿Creció alguna vez el chico?»4

En este punto podemos citar a Sir Karl Popper sobre G.W.F. Hegel, que se encuentra junto a Friedrich Schleiermacher como al menos un bisabuelo de la hermenéutica. Lo que le falta a Popper en dones satíricos lo compensa con la vehemencia en el desdén que acumula contra la legión de sus enemigos filosóficos, reales o imaginarios. Después de denunciar la «palabrería altisonante» y los «adornos imbéciles» de Hegel, Popper cita con evidente deleite el ataque a Hegel de su contemporáneo Schopenhauer como:

Un charlatán cabeza hueca, insípido, nauseabundo y analfabeto, que llegó a la cumbre de la audacia al garabatear, reunir y presentar el más loco sinsentido incomprensible. Este sinsentido ha sido proclamado ruidosamente como sabiduría inmortal por seguidores mercenarios y aceptado gustosamente como tal por todos los idiotas, que así se unieron en un perfecto coro de admiración como nunca se había oído antes.5

¿Por qué esta enorme aclamación e influencia ejercidos por un sinsentido incomprensible? Además de señalar su establecimiento en los intereses del estado prusiano, Popper ofrece la siguiente explicación:

Por alguna razón, los filósofos han mantenido a su alrededor, incluso hoy, algo de la atmósfera de un mago. La filosofía se considera una cosa extraña y abstrusa, ocupándose de misterios delos que se ocupa la religión, pero no en una manera que pueda ser «revelada de los niños» o a la gente común; se considera demasiado profunda para eso y que es la religión y teología de los intelectuales, de los instruidos y sabios.6

Para una cita final sobre la incomprensibilidad de la hermenéutica, acudamos a la aguda y devastadora demolición de Thorstein Veblen, otro protohermenéutico temprano y opositor institucionalista a la idea de la ley económica, por parte de H.L. Mencken. En el curso de un ensayo dedicado a la «traducción» al inglés de la indescifrable prosa de Veblen, Mencken escribía que lo que era verdaderamente notable acerca de las ideas de Veblen:

fue el estilo asombrosamente grandioso y rococó de sus expresiones, el casi increíble tedio y pomposidad de la dotada prosa del maestro, su talento sin precedentes para no decir nada de una forma augusta y heroica. (…)

Me atrevo a decir que Marx, había dicho buena parte de ello antes que él y que los que Marx había pasado por alto fue dicho una y otra vez por sus herederos y beneficiarios. Pero Marx, en su trabajo, estaba bajo un inconveniente técnico: escribía en alemán, un lenguaje que realmente entendía. El Prof. Veblen  no se sometió a esa desventaja. Aunque nacido, creo, en Estados Unidos, y residente aquí toda su vida, logró el efecto, tal vez sin emplear los medios, de pensar en algún idioma extranjero sobrenatural (digamos swahili, sumerio o búlgaro antiguo) y luego disponer dolorosamente sus pensamientos en un copioso e incierto, pero erudito, inglés. El resultado era un estilo que afectaba a los centros cerebrales superiores, como un paso constante de trenes de metro. La segunda consecuencia era una especie de perplejo embotamiento delos sentidos, como si estuvieran ante alguna maravilla fabulosa y sobrenatural. La tercera consecuencia, si no me equivoco, fue la celebridad del profesor como un Gran Pensador.7

Colectivismo

Marx, de hecho, ha sido alabado por los hermeneutas como uno de los abuelos del movimiento. Por ejemplo, en 1985, en la reunión anual de la Asociación Occidental de Ciencias Políticas en Las vegas, prácticamente todos los trabajos presentados en teoría política eran hermeneutas. Un título paradigmático sería: «La vida política como texto: Hermenéutica e interpretación en Marx, Heidegger, Gadamer y Foucault». (Sustituir libremente con nombres como Ricoeur y Derrida, con alguna mención ocasional a Habermas).

No creo que sea casualidad que Karl Marx sea considerado uno de los grandes hermeneutas. Este siglo ha visto una serie de devastadores reveses para el marxismo, para sus pretensiones de «verdad científica» y sus proposiciones teóricas, así como sus afirmaciones y predicciones empíricas. Si el marxismo ha sido acribillado tanto en la teoría como en la práctica, ¿a qué pueden acudir los adoradores de Marx? Me parece que la hermenéutica se ajusta bastante bien a una época en la que podríamos calificar, siguiendo una maniobra marxista acerca del capitalismo, de «marxismo tardío» o marxismo decadente. El marxismo no es verdad y no es ciencia, pero ¿y qué? Los hermeneutas nos dicen que nada es objetivamente cierto y por tanto que todas las opiniones y proposiciones son subjetivas, relativas respecto de los caprichos y sentimientos de cada individuo.

¿Así que por qué no deberían ser los anhelos marxistas tan válidos como los de cualquier otro? Mediante la hermenéutica, estos anhelos no podrían estar sujetos a refutación. Y como no hay realidad objetiva y como la realidad se crea por las interpretaciones subjetivas de cada hombre, entonces todos los problemas sociales se reducen a gustos personales e irracionales. Así que si los marxistas hermeneutas encuentran feo y desagradable en capitalismo y encuentran bello el socialismo, ¿por qué no deberían intentar poner en marcha sus preferencias estéticas personales? Si creen que el socialismo es bello, ¿qué puede detenerles, especialmente si no hay leyes económicas o verdades de filosofía política que pongan obstáculos en su camino?

No es casual que, con la excepción de un puñado de economistas contemporáneos (delos que nos ocuparemos más adelante), todo hermenéutico, pasado y presente, haya sido un declarado colectivista, ya sea de la variedad de izquierdas o derechas, y a veces pasando de un colectivismo a otro de acuerdo con las realidades del poder. Marx, Veblen, Schmoller y la escuela histórica alemana son bien conocidos. Respecto de los hermeneutas modernos, Heidegger descubrió que era muy fácil convertirse en un nazi entusiasta una vez se estableció el régimen nazi. Y Gadamer no tuvo ninguna dificultad para adaptarse tanto la régimen nazi (donde era conocido por tener solo una «vaga simpatía» por el Tercer Reich) como a la ocupación soviética en Alemania Oriental (donde, en sus propias palabras, consiguió «la estima especial de las autoridades culturales rusas» por «seguir exactamente sus instrucciones, incluso contra mis propias convicciones»).8

 «Apertura» y mantener en marcha la «conversación»

Aquí debemos advertir dos variantes del tema hermenéutico común. Por un lado están los cándidos relativistas y nihilistas, que afirman, con un fervor incoherentemente absolutista, que no hay verdad. Estos sostienen que el notorio dicho del anarquista epistemológico Paul Feyerabend de que «todo vale». Todo, ya sea la astronomía o la astrología, es de igual validez o, más bien, de igual invalidez. La única posible virtud de la doctrina del «todo vale» es que al menos todos pueden abandonar el empeño científico y filosófico e irse a pescar o a emborracharse. Sin embargo esta virtud es rechazada por los hermeneutas ortodoxos, porque pondría fin a su quiera e interminable «conversación».

En pocas palabras, a los hermeneutas ortodoxos no les gusta el «todo vale» porque, en lugar de ser anarquistas epistemológicos son pesados epistemológicos. Insisten en que, aunque sea imposible llegar a una verdad objetiva o incluso entender a otros teóricos o científicos, todos seguimos teniendo una profunda obligación moral de dedicarnos a un diálogo eterno o, como dicen ellos, una «conversación» para llegar a algún tipo de fugaz cuasiverdad. Para el hermenéutico, la verdad son las arenas movedizas del relativismo subjetivo, basado en un efímero «consenso» de las mentes subjetivas dedicadas a una interminable conversación. Pero lo peor es que los hermeneutas afirman que no hay forma objetiva, ya sea por observación empírica o razonamiento lógico, que proporcione algún criterio para dicho consenso.

Como no hay ningún criterio racional para el acuerdo, cualquier consenso es necesariamente arbitrario, basado en Dios sabe qué capricho personal, carisma de uno o más de los conversadores o quizá abiertamente en el poder y la intimidación. Como no hay criterio, el consenso está sujeto a cambio instantáneo y rápido, dependiendo de la mente arbitraria de los participantes o, por supuesto, de un cambio en la gente que participa en la eterna conversación.

Un nuevo grupo de economistas hermeneutas, ansiosos por encontrar algún criterio para el consenso, se han aferrado a una frase casi gestaltiana del economista Fritz Machlup al final de su vida, tal vez tomando su nombre muy en vano. Llaman a este criterio el «principio ajá», lo que significa que la verdad de una proposición se basa en la exclamación «ajá» que puede producir dicha proposición en el pecho de alguien. Como dicen Don Lavoie y Jack High: «Conocemos una buena explicación cuando la vemos y cuando no induce a decir ajá».9 Por alguna razón, no encuentro muy convincentes este criterio de verdad, ni siquiera de consenso. Por ejemplo, muchos encontraríamos la perspectiva de afrontar la opción de dedicarnos a un conversación eterna y necesariamente infructuosa con gente incapaz de escribir una frase clara o expresar un pensamiento claro algo equivalente al A puerta cerrada de Sartre.

Además, tengo la impresión de que si alguien viene con la proposición: «Sería fantástico dar a estos tipos con una dosis de realidad objetiva en la cabeza» o como mínimo cerrar la puerta a su conversación, esto produciría muchos más fervientes «ajás» que las oscuras proposiciones de los propios hermeneutas.

La primera tarea moral proclamada por los hermeneutas es que debemos en todo momento mantener la conversación. Como esta tarea es implícita, nunca se defiende abiertamente, así que no se nos informa de por qué es nuestra obligación moral mantener un proceso que genera unos resultados tan exiguos y efímeros. Al mantener esta supuesta virtud, los hermeneutas se oponen ferviente y dogmáticamente al «dogmatismo» y proclaman la importancia suprema mantenerse eternamente «abiertos» a todos en el diálogo. Gadamer ha proclamado que el máximo principio de la filosofía hermenéutica es «mantenerse abierto en una conversación», lo que significa reconocer «por adelantado, la posible corrección, incluso la superioridad de la postura de la otra parte en la conversación». Pero, como apunta Barnes, una cosa es ser modestamente escéptico sobre la posición propia, pero otra muy distinta es renunciar a rechazar cualquier otra posición como falsa o maliciosa. Barnes apunta que el escéptico modesto:

reconoce que él mismo puede estar siempre equivocado. El filósofo «abierto» de Gadamer permite que su oponente siempre pueda tener razón. Un escéptico modesto puede (…), en realidad, en su forma modesta, considerar la historia de la filosofía como una campaña incesante, marcada por derrotas frecuentes y triunfos ocasionales, frente a las siempre poderosas fuerzas de la mentira y la falsedad. (…) con algunos oponentes no estará «abierto»: estará bastante seguro de que se equivocan.10

El filósofo hermeneuta más importante en Estados Unidos es Richard Rorty, quien, en su celebrado libro, La filosofía y el espejo de la naturaleza, dedica  un espacio considerable a la gran importancia de «mantener en marcha la conversación». En su brillante crítica de Rorty, Henry Veatch  apunta que, a la pregunta crucial de cómo podemos los conversacionistas saber qué ideales o «posturas culturales» (en leguaje de Rorty) son mejores que otros, «Rorty solo podría responder que, por supuesto no puede existir un conocimiento respecto de asuntos como estos». Así que, si no hay conocimiento y, por tanto, no hay conocimientos objetivos para llegar a posturas, debemos concluir, en palabras de Veatch, que «aunque puede ser que Aristóteles haya enseñado que ‘la filosofía empieza con el asombro’, (…) la filosofía actual solo puede acabar  en una total permisividad conceptual o intelectual».11 En resumen, acabamos con el «todo vale» de Feyerabend o, por usar la expresión admirativa de Arthur Danto en su resumen de Nietzsche, que «todo es posible».12 O, en una palabra, «apertura» total.

Pero si todo está abierto y no hay criterios que guíen a los conversacionistas a ninguna conclusión, ¿cómo se llegaría a esas conclusiones? Me parece, siguiendo a Veatch, que estas decisiones se tomarían con la voluntad superior de poder. Y por tanto no sería coincidencia que los principales hermeneutas se hayan encontrado flexibles y «abiertos» en respuesta a las rígidas demandas del poder estatal. Después de todo, si Stalin, Hitler o Pol Pot entran en el círculo «conversacional», no pueden rechazarse de plano, pues ellos también pueden ofrecer una vía superior al consenso. Si nada es malo y todo está abierto, ¿qué más podemos esperar? Y, quién sabe, incluso estos gobernantes pueden decidir, en un estallido sardónico de «tolerancia represiva» marcuseana, mantener algún tipo de «conversación» orwelliana en medio de un gulag universal.

Toda esta cháchara sobre la apertura me recuerda una conferencia llevada a cabo por la profesora Marjorie Hope Nicholson en la Universidad de Columbia en 1942. En una crítica al concepto de mente abierta, advertía: «No dejéis que vuestra mente esté tan abierta que se venga abajo todo lo que entre en ella».

Hay otro aspecto ventajista para las demandas hermenéuticas de apertura universal. Pues si nada (ninguna postura, ninguna doctrina) puede rechazarse de plano como falso o malvado o como un absoluto sinsentido, tampoco a nuestros hermeneutas debe atribuirse ese rudo rechazo. Mantener la conversación en marcha toda costa significa que esta gente debe estar incluida eternamente. Y probablemente eso sea lo más desagradable de todo.

Además, si se lee a los hermeneutas, queda muy claro que normalmente ninguna frase se deduce de cualquier otra frase. En otras palabras, no solo el estilo es abominable, sino que no hay razonamiento que apoye las conclusiones. Como la lógica y el razonamiento no son considerados válidos por los hermeneutas, este procedimiento no es sorprendente. Por el contrario, para razonar los hermeneutas acuden a docenas o veintenas de libros que se citan, muy ampliamente, en prácticamente cada párrafo. Para apoyar sus afirmaciones, los hermeneutas listarán repetidamente todo libro relacionado posible o remotamente con el tema. En resumen, su único argumento es el de autoridad, una antigua falacia filosófica, que parecen haber resucitado triunfalmente. Pues en realidad, si no hay verdad en la realidad, si debemos sustituir lógica y experiencia por un fugaz consenso de caprichos subjetivos, sentimientos o juegos de poder de los diversos conversacionistas, ¿qué queda sino exhibir tantos conversacionistas como sea posible como tus supuestas autoridades?13

Armados con su método especial, los hermeneutas son por tanto capaces de rechazar todos los ataques contra ellos, sin que importe lo perspicaces o agudos que sean, como «no eruditos». Este noble rechazo deriva de su definición única de la erudición, que para ellos significa verborrea agotadora y oscurantista, rodeada por matorrales de citas generales a libros y artículos en general irrelevantes.

¿Entonces por qué los críticos importantes de la hermenéutica no jugaron en el campo de sus oponentes y vagaron entre montañas y océanos de sandeces, pacientemente, para citar y refutar a los hermeneutas punto por punto y artículo por artículo? Hacer esa pregunta es prácticamente responderla.

De hecho, hemos hecho esta pregunta a algunos de los críticos y han respondido de inmediato francamente que no se proponen dedicar el resto de sus vidas a vagar por esa miasma de bobadas. Además, hacerlo, jugar con las reglas hermeneutas, sería concederles mucho honor. Implicaría erróneamente que son realmente participantes en nuestra conversación. Lo que merecen en su lugar es desdén y rechazo. Por desgracia, no reciben a menudo ese trato en un mundo en el que demasiados intelectuales parecen haber perdido su capacidad innata de detectar disparates pretenciosos.14

Economía hermenéutica

A los economistas les gusta pensar en su disciplina como la «más dura» de las ciencias sociales, así que no sorprende que la hermenéutica (aunque haya conquistado el campo de la literatura y hechos importantes avances en filosofía, pensamiento político e historia) haya hecho aún poca mella en la economía. Pero la disciplina económica ha estado en un estado de confusión metodológica durante más de una década y en esta situación de crisis metodologías minoritarias, ahora incluyendo a la hermenéutica, han empezado a ofrecer sus mercancías a la profesión médica; por supuesto, los practicantes en las trincheras solo reflexionaron vagamente o realmente han tenido escaso interés en la pequeña cantidad de reflexiones metodológicas en los niveles más altos de la torre de marfil.

Pero estas cavilaciones filosóficas aparentemente remotas sí tienen una importante influencia a largo plazo en las teorías directoras y direcciones de la disciplina. Durante aproximadamente dos décadas, el justamente famoso libro de Lionel Robbins The Nature and Significance of Economic Science fue la obre metodológica guía de la profesión, presentando un versión rebajada del método praxeológico de Ludwig von Mises. Robbins había estudiado en el famoso privatseminar de Mises en Viena y su primera edición (1932) destacaba la economía como una disciplina deductiva basada en las implicaciones lógicas de los hechos universales de la acción humana (por ejemplo, que los seres humanos tratan de alcanzar objetivos utilizando medios necesariamente escasos). En la mucho más conocida segunda edición (1935) de Robbins, la influencia misesiana se rebajaba un poco más, unida a insinuaciones no mayores que la mano de un hombre de formalismo neoclásico que impactaría en la profesión en el tiempo de la Segunda Guerra Mundial.15 Después de la guerra, la economía más antigua fue anegada por una emergente síntesis formalista y neoclásica de ecuaciones walrasianas ocupándose de la microeconomía y de geometría keynesiana ocupándose de la macroeconomía.

Ayudando e incitando a la conquista de la economía por la nueva síntesis neoclásica estuvo el famoso artículo de Milton Friedman en 1953, «The Methodology of Positive Economics», que rápidamente arrasó con todo, enviando sin contemplaciones el Nature and Significance de Robbins al vertedero de la historia.16 Durante tres décadas, seguro e indiscutido, el artículo de Friedman permaneció prácticamente como el único retrato escrito de la metodología oficial para la economía moderna.

Debería señalarse que, igual que en el triunfo de la revolución keynesiana y muchas otras conquistas de varias escuelas de economía, el artículo de Friedman no se ganó los corazones y mentes de los economistas siguiendo el patrón de lo que podríamos llamar la teoría whig de la historia de la ciencia: mediante paciente refutación de doctrinas en competencia o prevalecientes. Como en el caso de la teoría del ciclo económico de Mises-Hayek, dominante antes de la Teoría general de Keynes, el libro de Robbins no fue refutado: simplemente murió y fue olvidado. Aquí es apropiada la teoría de los paradigmas sucesivos de Thomas Kuhn sobre la sociología o proceso del pensamiento económico, por muy deplorable que pueda ser como prescripción para el desarrollo de una ciencia. Demasiado a menudo, en filosofía o ciencias sociales, las escuelas de pensamiento se han ido sucediendo por capricho o moda, como si fueran los largos de la ropa de las mujeres.  Por supuesto, en economía, como en otras ciencias de la acción humana, fuerzas más siniestras, como la política o la búsqueda de poder, distorsionan los caprichos de la moda en su propio beneficio, a menudo deliberadamente.

Lo que hizo Milton Friedman fue importar a la economía la doctrina que había dominado la filosofía por más de una década, que era el positivismo lógico. Irónicamente, Friedman importaba el positivismo lógico justo en el momento en que su férreo control sobre los filósofos en Estados Unidos ya había sobrepasado su máximo. Durante tres décadas, hemos tenido que soportar la petulante insistencia en la importancia vital de las pruebas empíricas de deducciones de hipótesis como justificación de la prevalencia de modelos y previsiones econométricos, así como como excusa universal para una teoría basada en hipótesis ciertamente falsas y completamente irreales. Pues la teoría económica neoclásica se basa en supuestos absurdamente irreales, como el conocimiento perfecto, la existencia continua de un equilibrio general sin beneficios ni pérdidas ni incertidumbre y la acción humana se acompasa por el uso de cálculo que supone diminutos cambios infinitesimales en nuestras percepciones y decisiones.

En pocas palabras, este formidable aparato de teoría económica neoclásica y modelos econométricos, se basa todo, desde el punto de vista misesiano, en las traicioneras arenas movedizas de supuestos falso e incluso absurdos. Esta acusación austriaca de falsedad e irrealidad, si se advertía, fue rechazada altivamente durante décadas, apuntando el artículo de Friedman y afirmando que no importaba la falsedad de supuestos y premisas, mientras la teoría «prediga» adecuadamente. En sus años de fundación, la Sociedad Econométrica engalanaba su escudo con el lema «Ciencia es predicción» y esta era la esencia de la defensa de la teoría neoclásica derivada de Friedman. Austriacos como Mises y Hayek replicaban que las disciplinas de la acción humana no son como las ciencias físicas. En asuntos humanos no hay laboratorios en los que puedan controlarse las variables y ponerse aprueba las teorías, mientras que (al contrario que las ciencias físicas) no hay constantes cuantitativas en un mundo en el que hay conciencia, libertad de voluntad y libertad de adoptar valores y objetivos y de cambiarlos posteriormente. Estas respuestas austriacas eran rechazadas por los neoclásicos como algo que simplemente plantea un mayor grado de dificultad para llegar a las ciencias humanas, pero sin ofrecer un tipo de diferencia problemática.

Sin embargo, la síntesis neoclásica, empezó a perder su poder a principios de la década de los setenta, tato para entender como para predecir lo que pasaba en la economía. La recesión inflacionista que apareció primero de forma dramática en 1973-74 puso fin a un periodo de arrogante e incuestionada hegemonía de la rama keynesiana de la síntesis neoclásica. Pues la teoría y política keynesianas se basaban en el supuesto esencial de que simplemente no pueden producirse recesiones inflacionistas. En ese momento el monetarismo friedmanita pasó al frente, pero el monetarismo se ha estrellado después de una rápida serie de predicciones desastrosamente erróneas desde el principio de Reagan hasta hoy. Pero quien vive de la predicción  está destinado a morir de la predicción.

Además de estos fracasos del keynesianismo y el monetarismo, los fallos y errores de la predicción econométrica han sido  demasiado notables como para ignorarse y una profesión rica y supremamente arrogante, utilizando modelos informatizados de cada vez mayor velocidad, parece disfrutar de cada vez menos capacidad de predicción incluso en el futuro inmediato. Incluso los gobiernos, a pesar de la asidua atención y ayuda de grandes economistas y analistas neoclásicos, parecen tener grandes dificultades en prever su propio gasto, mucho menos sus propios ingresos, y no digamos las rentas o gastos de cualquier otro.

Con estos fracasos se ha ido limando en formalismo neoclásico de la microeconomía walrasiana, a veces por líderes desilusionados operando dentro de este paradigma gobernante.

Como consecuencia de estos problemas y fracasos, los últimos 10 o 15 años han visto el desarrollo de una clásica «situación de crisis» al estilo de Kuhn en el campo de la economía. Mientras la ortodoxia neoclásica positivista empieza a tambalearse, han aparecido paradigmas en competencia. Provocada también por la recepción del premio Nobel por Hayek en 1974, la economía austriaca o misesiana  ha disfrutado de un renacimiento desde entonces, con numerosos austriacos enseñando en universidades en Estados Unidos y Gran Bretaña. Recientemente han aparecido cinco o seis programas de grado o centros austriacos en Estados Unidos.

Por supuesto, en una situación de crisis lo malo atropella a lo bueno en la nueva atmósfera de diversidad epistemológica y sustantiva. Nadie garantizó nunca que si debían florecer cien flores, todas serían bellas. En la izquierda, la no teoría del institucionalismo ha tenido un ligero retorno, seguida por los «post-keynesianos» (inspirados por Joan Robinson) y los neomarxistas «humanistas», que han sustituido con una vaga adhesión por la «descentralización» y la protección de toda vida animal y vegetal a los rigores de la teoría del valor trabajo. Lo que nos lleva de vuelta a la hermenéutica.

Pues en este tipo de atmósfera, incluso el mundo subterráneo de la hermenéutica pugnara por sus días al sol. Probablemente el economista hermeneuta más importante en Estados Unidos sea Donald McCloskey, que califica de «retórico» su punto de vista y cuyo ataque a la verdad se produce en nombre de la retórica y de la eterna conversación hermeneuta.17 Por desgracia, McCloskey sigue el camino moderno de la retórica emporcado y alejado de un firme anclaje a la realidad, olvidando la tradición aristotélica de «noble retórica» como la forma más eficaz de convencer a la gente de proposiciones correctas y verdaderas. Para los aristotélicos, solo la retórico «básica» está alejada de los principios de la verdad.18 Ahora McCloskey está organizando un centro de estudios retóricos en la Universidad de Iowa, que preparará libros de retórica sobre varias disciplinas diferentes.

Por mucho que yo deplore la hermenéutica, tengo cierta simpatía por McCloskey, un historiador económico que soportó años como instructor militar y jefe de cuadros en las filas positivistas de la Escuela de Chicago de Friedman-Stigler. McCloskey está reaccionando contra décadas de arrogante hegemonía positivista, de una supuesta puesta  prueba de la teoría económica que nunca tiene lugar realmente y de declaraciones idealistas de positivistas que «no entiendo qué quieres decir», cuando saben muy bien lo quieres decir para están en desacuerdo con ello y usan sus estrechos criterios de significado para rechazar tus argumentos. De esta manera, los positivistas han sido durante mucho tiempo capaces de dejar de enjuiciar prácticamente todas las cuestiones filosóficas importantes y consignarlas a los despreciados departamentos de religión y bellas artes. En cierto sentido, el auge de la hermenéutica es la revancha de estos departamentos, respondiendo a los positivistas que si la «ciencia» es solo los cuantitativo y lo «demostrable», entonces os inundaremos con algo que realmente no tenga sentido.

Es más difícil excusar el camino seguido por el gran grupo de hermeneutas en economía, un grupo de renegados austriacos y exmisesianos reunido en el Centro para los Procesos de Mercado en la Universidad George Mason. La cabeza espiritual de este grupúsculo, Don Lavoie, ha llegado a la cumbre de tener imprimida su fotografía en su revista Market Process hablando con el gran Gadamer.19 Lavoie ha organizado una Sociedad para una Economía Interpretativa (la interpretación es una palabra código para los hermeneutas) para extender el nuevo evangelio y ha tenido el atrevimiento de escribir un trabajo titulado «Mises y Gadamer, sobre teoría e historia», que, como ha sugerido un colega mío, es el equivalente moral a que yo escribiera un trabajo titulado «Lavoie y Hitler, sobre la naturaleza de la libertad».

Debe señalarse que el nihilismo se había filtrado en el pensamiento austriaco actual antes de que Lavoie y sus colegas del Centro para los Procesos de Mercado lo adoptaran con tanto entusiasmo. Empezó cuando Ludwig M. Lachmann, que había sido alumno de Hayek en la década de 1930 y que había escrito una competente obra austriaca titulada El capital y su estructura en la década de los cincuenta, se convirtió repentinamente a la metodología del economista inglés George Shackle durante la década de los sesenta.20 Desde mediados de la década de los setenta, Lachmann enseñando parte del año en la Universidad de Nueva York, se ha dedicado a una campaña para traer las bondades del azar y el abandono de la teoría de la economía austriaca. Cuando Lavoie y sus colegas descubrieron a Heidegger y Gadamer, Lachmann se convirtió a la nueva religión en la primera conferencia anual (y si tenemos suerte, la última) de la Sociedad para una Economía Interpretativa en la Universidad George Mason. Sin embargo el genuino credo misesiano sigue floreciendo en el Instituo Mises de la Univesidad de Auburn y en sus publicaciones: The Free Market, Austrian Economics Newsletter y Review of Austrian Economics, en cuyo primer número se incluía una crítica de un libro casi hermeneuta de dos exmisesianos que afirman haber descubierto la clave de la economía en las obras de Henri Bergson.21

Una de las principales motivaciones de los hermeneutas exmisesianos es que su horror a las matemáticas, alas que reaccionan como sui fueran la cabeza de la Medusa, les lleva a adoptar prácticamente cualquier aliado en su lucha contra el positivismo y el formalismo neoclásico. Y así descubren que, mira por dónde, institucionalistas, marxistas y hermeneutas también usan muy poco las matemáticas. Pero antes de adoptar totalmente el credo desesperado de que el enemigo de mi enemigo es necesariamente mi amigo, nuestros hermeneutas del Proceso de Mercado deberían advertir que puede haber cosas peores en este mundo que las matemáticas o incluso el positivismo. Y segundo, además del nazismo o el marxismo, una de estas cosas puede ser la hermenéutica.

E igual que la historia del profesor McCloskey puede servir como disculpa parcial de su adopción de la hermenéutica, podemos remontarnos más y disculpar los pecados de los positivistas lógicos. Pues, después de todo, los positivistas, por muy reticentes que puedan ser a admitirlo, tampoco desciende ante nosotros desde el Monte Olimpo. Crecieron en la antigua Viena y se encontraron en un mundo germánico dominado por credos protohermeneutas como el hegelianismo, así como por el joven Heidegger, que ya estaba entonces dejando su huella. Después de leer y oír sobre dialéctica y protohermenéutica día sí y día también, después de verse inmersos durante años en la jerigonza que se les decía que era la filosofía, ¿sorprende que (incluyendo a estos efectos a Popper, así como a Carnap, Reichenbach, Schlick y otros) finalmente se desataran y exclamaran que nada tenía sentido o que deberían reclamar precisión y claridad en el lenguaje? ¿Sorprende también que los emergentes positivistas, como McCloskey medio siglo más tarde fueran demasiado lejos y tiraran el niño filosófico con el agua sucia neo-hegeliana?

  • 1Jonathan Barnes, «A Kind of Integrity: Review of Hans-Georg Gadamer, Philosophical Apprenticeships (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1985), y Gadamer, The Idea of the Good in Platonic-Aristotelian Philosophy (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1986),» London Review of Books (November 6, 1986), pp. 12-13.
  • 2Barnes, «A Kind of Integrity» y David Gordon, «Hermeneutics versus Austrian Economics» (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, 1986).
  • 3Eric Voegelin, «The German University and the Order of German Society: A Reconsideration of the Nazi Era», Intercollegiate Review 20 (Primavera/Verano de 1985): 11.
  • 4Barnes, «A Kind of Integrity», p. 13.
  • 5Karl R. Popper, The Open Society and its Enemies, 4º ed. (Nueva York: Harper & Row, 1962), 2, p. 33. [Publicado en España como La sociedad abierta y sus enemigos (Barcelona: Paidós, 2010)]
  • 6Ibíd., p. 30.
  • 7H.L. Mencken, «Professor Veblen», A Mencken Chrestomathy (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1949), p. 270.
  • 8Barnes, «A Kind of Integrity», p. 12.
  • 9Don Lavoie y Jack High, «Interpretation and the Costs of Formalism» (inédito), p. 14.
  • 10Barnes, «A Kind of Integrity», p. 13. Para una crítica del triunfo del ideal de «aperture», ver Allan Bloom, The Closing of the American Mind (Nueva York: Simon and Schuster, 1987).
  • 11Henry Veatch, «Deconstruction in Philosophy: Has Rorty Made It the Dennouement of Contemporary Analytical Philosophy?» Review of Metaphysics 39 (Diciembre de 1985): 313-314, 316.
  • 12Arthur C. Danto, Nietzsche as Philosopher (Nueva York: Columbia University Press, 1980), p. 12; citado en Veatch, «Deconstruction,» p. 312.
  • 13Estoy en deuda por esto con Sheldon Richman, del Instituto de Estudios Humanos en la Universidad George Mason.
  • 14En un artículo agudo y perspicaz, el distinguido filósofo de Yale, Harry Frankfurt, llama a este fenómeno «sandeces», que afirma que son el mayor enemigo de la verdad que una abierta mentira, ya que un mentiroso reconoce que está violando la verdad, mientras que un sandio no. Frankfurt escribe:
    La proliferación contemporánea de sandeces también tiene fuentes más profundas, en diversas formas de escepticismo que niegan que podamos tener ningún acceso fiable a una realidad objetiva y que por tanto rechaza la posibilidad de conocer cómo son realmente las cosas. Estas doctrinas «antirrealistas» socavan la confianza en el valor de los esfuerzos desinteresados por determinar lo que es verdad y lo que es mentira, e incluso la inteligibilidad de la idea de investigación objetiva.
    Ver Harry Frankfurt, «On Bullshit», Raritan 6 (Otoño de 1986): 99-100.
  • 15Milton Friedman, «The Methodology of Positive Economics», en Friedman, Essays in Positive Economics (Chicago: University of Chicago Press, 1953).
  • 16Lionel Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science (Londres: Macmillan, [1932] 1935).
  • 17Donald N. McCloskey, The Rhetoric of Economics (Madison: University of Wisconsin Press, 1985). Para una crítica misesiana completa de la obra de McCloskey, ver el ensayo crítico del libro por Hans-Hermann Hoppe, «In Defense of Extreme Rationalism: Thoughts on Donald McCloskey’s The Rhetoric of Economics», Review of Austrian Economics 3 (1989): 179-214.
  • 18Cf. Richard M. Weaver, The Ethics of Rhetoric (Chicago: University of Chicago Press) y Larry Arnhart, Aristotle on Political Reasoning: A Commentary on «The Rhetoric» (DeKalb: Northern Illinois University Press, 1981).
  • 19Market Process 4 (Otoño de 1986): 16.
  • 20Ludwig M. Lachmann, Capital and Its Structure (Londres: London School of Economics, 1956).El posterior Lachmann post-shackeliano o nihilista puede encontarse en su «From Mises to Shackle: An Essay on Austrian Economics and the Kaleidic Society», Journal of Economic Literature 54 (1976).
  • 21Así, ver Charles W. Baird, «The Economics of Time and Ignorance: A Review», Review of Austrian Economics 1 (1987): 189-223.
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