Los lazos políticos y económicos que ataban a la Unión Soviética durante unos 70 años no pueden desaparecer en un año o siquiera en una década. Dejan sus marcas indelebles no solo en las instituciones políticas y sociales que acompañan a la vida económica, sino asimismo en la psique y las costumbres de la gente. No puede esperarse que una nación que ha soportado durante siglos los dictados de zares y comisarios omnipotentes encuentre su camino hacia la luz de la democracia en unos pocos años.
Una nación que se ha visto privada durante dos generaciones de la propiedad privada en la producción no puede materialmente desarrollar un orden de mercado en pocos meses. Sin un fundamento educativo e ideológico, sin tradición ni experiencia, no puede sorprender que la gran tarea doble de construir la democracia y el capitalismo sea ardua y difícil.
Pocos economistas habían esperado la desintegración de la Unión Soviética desde que Ludwig von Mises demostrara la «imposibilidad del socialismo», en su obra de 1922, Socialismo. Había apuntado que «en una comunidad socialista falta la posibilidad de cálculo económico: por tanto, es imposible evaluar el coste y resultado de una operación económica».
El sistema soviético era tan caótico que estaba destinado no solo a esclavizar y empobrecer a su pueblo, sino asimismo a degenerar y finalmente desintegrarse. Pero nadie podía prever el momento y forma del desastre. Este escritor preveía una confrontación violenta y una lucha civil entre los distintos nervios del poder soviético: los cuadros comunistas. Los reformistas, las fuerzas armadas y distintos intereses regionales y nacionales.
Realmente—excepto por un golpe del Partido Comunista en agosto de 1991 que fracasó, una revolución en octubre de 1993 que costó unas 200 vidas y algunos grupos étnicos en busca de independencia, especialmente los chechenos—el desmoronamiento de la URSS se produjo de una forma notablemente ordenada en Rusia. En estados que se independizaron, como Moldavia, Armenia, Azerbaiyán, Georgia y Tayikistán, fue bastante destructivo y sangriento.
La desintegración final aparentemente se inició cuando en 1985 el secretario general del Partido Comunista y líder de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, puso en marcha su perestroika, un ambicioso plan para reformar el sistema soviético. Desató poderosas fuerzas reformistas sobre las que el gobierno perdió control gradualmente. Reveló la incomodidad social y étnica y la desorganización de la vida económica. El golpe y su rápido desmoronamiento señalaron la desintegración del imperio soviético. El 25 de diciembre de 1991 Mijaíl Gorbachov dimitió, reconociendo así la disolución de la URSS.
El líder de las fuerzas reformistas y héroe de la victoria fue Boris Yeltsin, quien, en las primeras elecciones populares en junio de 1991, había sido elegido presidente de la República Rusa. Inmediatamente inició ambiciosas reformas que iban a transformar el sistema de mando en un orden de mercado de empresas individuales. Tenían que darse varios pasos. Primero, tenían que liberalizarse los precios de los bienes, de forma que oferta y demanda dirigieran la producción e impidieran todas las escaseces de bienes. Luego estaba la tarea de privatizar todas las empresas estatales, incluyendo los gigantescos monopolios. Tercero estaba la necesidad de privatizar los terrenos agrícolas, acabando con las grandes granjas estatales y colectivas soviéticas. Cuarto estaba la necesidad de privatizar no solo todas las instalaciones de distribución al por menor, sino asimismo todos los tipos de viviendas. Finalmente, para estabilizar la divisa, había que eliminar todos los grandes déficits presupuestarios derivados de subvenciones estatales a empresas ineficientes. Ésas eran las grandes tareas de los reformistas.
Cuando Boris Yeltsin inició su programa de privatización en 500 días, afrontó la firme oposición de las fuerzas antirreformistas en Duma, el parlamento nacional ruso. El poderoso Partido Comunista, que aún tenía un tercio del voto popular, junto con el Partido Agrario y varios grupos nacionalistas, se opusieron a todas las reformas económicas. Entraron en una constante batalla sobre cada medida de la reforma que de todas formas avanzó a trancas y barrancas.
Cuando el Presidente Yeltsin buscó quitar los controles sobre todos los precios el 1 de enero de 1992, la oposición se las arregló para continuar los controles sobre alimentos básicos y productos esenciales derivados del petróleo, lo que agravó sus escaseces mientras que los productos no esenciales llegaron pronto al mercado. Con precios al alza, la tasa de inflación superó el 20% al mes y el rublo cayó de 120 a alrededor de 400 respecto del dólar de EEUU. Los comerciantes e intermediarios obtuvieron ganancias, dando lugar a una nueva clase empresarial, pero pensionistas y trabajadores con ingresos fijos sufrieron enormemente. Naturalmente expresaron su ruidosa oposición a las reformas.
El proceso de privatización de empresas manufactureras mediante la venta de acciones fue complejo y lento. En muchos casos se emitieron cheques de privatización a todo hombre, mujer y niño, lo que les permitió aspirar a empresas estatales y que las propiedades se pusieran a la venta en subastas públicas. Pero una empresa ineficiente y con pérdidas que dependiera de continuas subvenciones estatales puede no tener valor alguno en el mercado si se impide a los nuevos propietarios por ley y regulaciones mejorar su operativa y eliminar las pérdidas. De hecho, una sola ley laboral que prohíba el empleo eficiente de mano de obra y el despido de mano de obra improductiva puede privar a una empresa de valor de mercado, incluso en caso de liquidación.
Sin embargo, si las acciones corporativas de una empresa así se venden a una multitud de compradores desinformados, probablemente la pierdan ante los acreedores a la espera, es decir, bancos, suministradores o incluso funcionarios públicos. La propiedad puede en definitiva caer en manos de los propios liquidadores o sus parientes o jefes del Partido o intermediarios familiarizados con los modos políticos.
Los reformistas también encontraron una resuelta oposición en todos los niveles laborales en que los hábitos socialistas permanecían atrincherados: los directores y trabajadores preferían confiar en las subvenciones del gobierno en lugar de en su capacidad para proporcionar servicios valiosos a los consumidores. Siempre podían contar con el apoyo de los muchos reguladores públicos, que con papeleo y costosos retrasos hacían todos los esfuerzos privatizadores bastante ineficientes y pesados.
La privatización de la tierra resultó ser aún más difícil. La venta de una gran granja estatal o cooperativa que se extendía por muchos kilómetros cuadrados requería un mercado de capitales viable. Es verdad que el terreno podía asignarse a a la multitud de trabajadores agrícolas que sufrían la escasez y la pobreza. Podía dárseles el título legal sobre la tierra en la que habían trabajado feudal y comunalmente desde tiempo inmemorial. Pero un título legal no ofrece el capital productivo necesario para trabajar la tierra, ni tampoco prevalece sobre las incontables leyes y regulaciones que limitan el uso de la tierra. No sorprende que con los años la oposición la Duma mantuviera una constante batalla contra todos los esfuerzos de privatización.
La venta de locales para la venta al por menor sin duda fue el mayor progreso. Gestores con conocimientos que usaban para proveer al mercado negro del sistema soviético pudieron convertirse fácilmente en empresarios privados que servían apropiadamente a sus clientes. Los requisitos de capital podían ser mínimos y las regulaciones restrictivas podían evitarse tan sencillamente como en el régimen anterior. Incluso las conexiones con las fuentes de suministro eran tan útiles en el orden de mercado como en el orden anterior.
Finalmente, la estabilización de la divisa resultó ser la más difícil de todas las reformas. Después de todo, las divisas son monopolios de emisión por parte de gobiernos o sus agencias dirigidas o manipuladas por los políticos en el poder. Todos los gobiernos democráticos son gobiernos de partido a los que les encanta comprar popularidad y poder con liberalidad en el gasto.
Prácticamente todos los gobiernos alrededor del globo se dedican al gasto en déficit y a inflar y depreciar sus monedas a distintos ritmos. Incapaz de obtener suficientes ingresos fiscales, el gobierno de Yeltsin recurrió sin vacilar al gasto en déficit y la expansión monetaria. La tasa de inflación aumentó al 900% en 1993 y luego declinó gradualmente al 300% en 1994, el 100% en 1995 y sólo un 22% en 1996.
En 1996, sólo cinco años después del inicio de las reformas de mercado, el rublo había caído hasta unos 5.500 por dólar de EEUU. El presidente Yeltsin seguía enredado en continuos conflictos con los grupos antirreformistas en la Duma. Aun así en las elecciones democráticas de julio fue reelegido con los habitantes de Moscú, San Petersburgo y otras grandes ciudades proporcionando la mayoría de su apoyo. Los comunistas mantuvieron en torno a un tercio del voto popular, que habían obtenido desde 1991.
La economía rusa siguió oscilando entre lo viejo y los nuevo, el orden de mando, el orden de mercado y el orden del mercado negro. Los niveles de vida variaban muchísimo entre la nueva clase empresarial y la gente que tenía empleos y soporte públicos. La deuda de la empresa pública estaba creciendo exponencialmente a medida que las empresas estatales dejaban de pagar unas a otras por bienes y servicios. Los salarios dejaron de pagarse durante largos periodos de tiempo, lo que generaba mucha preocupación laboral y llevaba a muchas huelgas de mineros, maestros y otros empleados públicos.
Por el contrario, la industria de servicios estaba floreciendo. Para entonces, la mitad de la población estaba empleada privadamente. Más del 70% de las empresas industriales estaban en manos privadas, así como alrededor del 90% de la industria del combustible y prácticamente todas las empresas de metales ferrosos. Solo un tercio de las viviendas habían sido privatizadas, ya que los compradores estaban hartos de controles de rentas, altos impuestos y muchas facturas de reparación. Incluso unos pocos miles de granjas habían sido privatizadas, produciendo alrededor del 2% de la oferta de alimentos necesaria. La gente en Moscú, San Petersburgo y otras ciudades continuaba dependiendo principalmente de los alimentos importados.
En 1997, un equipo de jóvenes reformistas, nombrados por el Presidente Yeltsin, continuó con la privatización y liberalización de la economía rusa. Con el fin de privatizar más vivienda urbana, continuaron subvencionando todas las instalaciones incluso en las viviendas privatizadas. E igual que los anteriores equipos reformistas, se basaron muy fuertemente en la financiación por parte del banco central que, en el verano de 1998, llevó a una gran crisis financiera. Obligó al gobierno a realizar una reforma monetaria, emitiendo nuevos rublos a cambio de los viejos en una relación de uno nuevo por cada 1000 viejos. Aun así, el nuevo rublo pronto sufrió una devaluación masiva de alrededor de 6 por dólar de EEUU en agosto a más de 20 en diciembre.
Los precios de los bienes subieron. Para entonces, los reformistas de mercado y sus ideas capitalistas estaban ampliamente desacreditados y muchos rusos deseaban volver al orden anterior. Incluso muchos amigos y defensores del capitalismo, tanto en Rusia como en el extranjero, concluyeron que la transición rusa al orden de mercado podía tomar más que unos pocos años: podía tomar varias generaciones.
En el último día de 1999, el Presidente Boris Yeltsin dimitió repentinamente de su cargo presidencial, dando paso a su primer ministro, Vladimir Putin, un antiguo cargo del KGB.
Putin presentó enseguida un programa de reforma que estaba claramente orientado al mercado. Introdujo un impuesto de la renta de tipo fijo al 13% que estaba pensado no solo para permitir una rápida formación de capital y desarrollo económico, sino asimismo para reducir los enormes mercados negros rusos, estimados en un 25% de la economía nacional. El programa de Putin prometía asimismo un entorno amigable para las empresas con regulación pública y otras barreras reducidas e incluso abolidas.
A medida que los ingresos fiscales aumentaban y los déficits presupuestarios disminuían e incluso se convertían en superávits, el banco central pudo detener su emisión de nuevos billetes que redujo la tasa anual de inflación de precios a solo un 16% en 200 y un 18% en 2001. Al mismo tiempo, la Presidente Putin buscaba someter a los gobiernos provinciales y regionales, un total de 89, que estaban realizando sus propias políticas económicas, regulando las empresas y subvencionando cosas improductivas. Algunos incluso promovían atrasos en el pago a otras regiones; algunos emitieron sucedáneos de rublos o incluso defendieron un sistema de trueque evitando el uso de rublos.
La popularidad del Presidente Putin en el pueblo ruso se ha mantenido alta desde que llegó al poder. Esto le permitió promover importantes reformas económicas en la Duma que acogió favorablemente todas sus propuestas, aunque con reservas en asuntos de tierras y reforma bancaria. Permitió la venta de terrenos comerciales en pueblos y ciudades, alrededor de un 2% del total, dejando el asunto crucial de la propiedad agraria a la discreción de los gobiernos regionales. La producción industrial rusa mostró signos de vida a causa de la inversión interior y exterior. Los beneficios de la empresa privada mejoraron significativamente, lo que asimismo potenció los ingresos del gobierno. Por primera vez, los ingresos fiscales fueron suficientes para cumplir con los requisitos del pago de deudas. Las reformas del libre mercado aparentemente estaban ofreciendo el nervio económico requerido para la expansión económica y mejores condiciones de vida.
La distancia del comunismo a la libertad democrática y el orden de mercado es mucho mayor que la de la más pobre economía de mercado al país más productivo y poderoso. Ambos sistemas son mundos aparte en pensamiento, ética y organización. Bajo el valiente liderazgo de Boris Yeltsin, Rusia cubrió esta distancia durante la década de los noventa. Como presidente recién elegido, siguió el ejemplo de EEUU, actuando como su propio primer ministro, señalando el camino y emitiendo numerosos decretos y regulaciones de reforma: Muchos rusos le ven como el padre de la Rusia democrática.
La transición rusa de un sistema duro de orden a un orden de empresa individual fue indudablemente ardua y dolorosa para millones de personas acostumbradas a los viejos tiempos. Introdujo un orden que no entendían. Pero muchas personas inteligentes en posiciones de liderazgo del Estado y el Partido vieron la transición como una oportunidad personal de la que beneficiarse.
Con experiencia en las viejas formas de «tejemanejes» en las relaciones políticas, se las arreglaron para adquirir grandes empresas por medios cuestionables. Tenían influencia política, pero poco o ningún conocimiento económico y ningún interés en competir en el mercado y servir a los consumidores. Se convirtieron en oligarcas, una pequeña facción de individuos conectados políticamente que ejercía el dominio sobre la economía rusa.
Cuando la era Yeltsin tocaba a su fin, estaba emergiendo un puñado de asociaciones empresariales de banqueros y empresarios de éxito y comprando industrias enteras a los oligarcas. Buscaban traer orden y estabilidad a varias industrias, como el acero, el carbón, la fabricación de coches, el aluminio e incluso la madera.
De acuerdo con la filial basada en Moscú de la UBS Warburg, un banco de inversiones suizo, ahora solo ocho asociaciones controlan las 64 mayores empresas privadas de Rusia. Están trabajando e invirtiendo para mejorar sus negocios y pagar impuestos. Están reparando y reconstruyendo la economía rusa siguiendo las líneas de un orden de mercado, trayendo nuevas esperanzas y coraje a millones de personas.
Una cuestión clave para las condiciones económicas futuras de Rusia (como para todos los países) será cómo decida tratar el gobierno a los empresarios y asociaciones de empresas. La mayoría de los políticos y funcionarios desconfían sinceramente de éxito empresarial: nada agudiza más su vista que la envidia. Además, en una economía en transición como la rusa, es bastante difícil distinguir entre distintos tipos de nuevos ricos. Hay algunos empresarios de éxito que sirven honrada y capazmente a sus clientes, cumpliendo laboriosamente toda norma y regulación.
Hay asimismo numerosos empresarios que sirven honradamente a sus clientes, pero violan a su albedrío algunas leyes y regulaciones dañinas. Y finalmente están los oligarcas que adquirieron su riqueza mediante la política, que, en esas situaciones, básicamente convierten la propiedad pública en riqueza privada. El futuro económico de Rusia depende evidentemente de la forma en que los políticos en el poder traten a los empresarios y su riqueza.
Desde tiempo inmemorial, Rusia ha disfrutado de todos los prerrequisitos para el crecimiento y la prosperidad económicos. La población de unos 140 millones es muy industriosa y altamente formada. Hay más de 500 instituciones de educación superior, con unos 28 millones de estudiantes. Más del 40% de la población ha completado la educación secundaria y un 22% una formación de grado.
Los recursos naturales en Rusia indudablemente son los más ricos del mundo, con yacimientos de carbón, petróleo, gas, mena de hierro, bauxita, manganeso, mena de aluminio, oro y diamantes industriales, desperdigados por la gran extensión de Rusia. Casi la mitad del país está cubierta de bosques: sólo el 7% está cultivado y se usa para cosechas. Aun así, a pesar de su gran riqueza en recursos naturales y gran mano de obra, Rusia está entre los países más pobres del mundo, con un producto nacional bruto per cápita de unos 2.250$, en comparación con los más de 35.000$ en Estados Unidos o los 25.000$ en Alemania.
No podemos ver el futuro de Rusia por su pasado. La mayoría de la vida humana se ve dirigida por una tenue comprensión del pensamiento político, social y económico que cambia lentamente. Modela costumbres, predisposiciones y actitudes y forja políticas públicas. La vida económica es lo que hace de ella el pensamiento económico, también en Rusia.
El pueblo ruso tiene una larga experiencia en sufrir la pobreza y las privaciones. Lleno de esperanza, aún puede encontrar su camino al confort y la comodidad: el camino de la libertad.