El actual clima económico hace que mucha gente hable acerca de la Gran Depresión. En particular gente de diversas opiniones políticas (George Will y Paul Krugman, por ejemplo) han dicho que la Segunda Guerra Mundial acabó con la pesadilla económica de toda una década. Merece la pena examinar esta afirmación porque tiene implicaciones respecto de si la intervención pública generalmente (y en conexión con la guerra concretamente) es buena para la economía. Además, este examen nos ayudará a entender cómo los cambios políticos alteran los incentivos. Finalmente, iluminará características de la era del New Deal con ominosos paralelismos con lo que está ocurriendo hoy.
En Depression, War, and Cold War, Robert Higgs divide a la Gran Depresión en tres fases. La Gran Contracción se produjo durante los años de Hoover y fue de 1929 a 1933. Durante este periodo la inversión privada cayó en torno al 84%. Esto preparó la etapa de la Gran Duración, 1933-1945. Como demuestra Higgs, el PIB y la inversión aumentaron durante los primeros años del New Deal, pero a medida que pasaba la década de 1930, el presidente Franklin Roosevelt se hacía cada vez más descarado acerca de socavar los derechos de propiedad. Esto retrasó la completa recuperación. Finalmente, estuvo la Gran Escapada, que ocurrió después y a pesar de la Segunda Guerra Mundial, no a causa de ella. Higgs argumenta que la Gran Escapada se produjo como resultado de un desmantelamiento parcial de la infraestructura regulatoria que había crecido durante la Depresión y la guerra; en la práctica, fue un redescubrimiento del mercado y un renacimiento de la libertad para empresarios y trabajadores.
Al explicar la Gran Duración, Higgs introduce el término «incertidumbre de régimen» para argumentar que las intervenciones agresivas de la administración Roosevelt produjeron una incertidumbre considerable en el entorno empresarial. Los inversores no sabían si podrían disfrutar de los frutos de sus inversiones. Uno de mis mentores en la universidad, un keynesiano, apuntaba una vez que las empresas no producirán lo que no esperan vender. Yo generalizaría esto para decir que no invertirán en lo que no esperan controlar. La posibilidad de incurrir en los costes de una inversión sin disfrutar de ninguno de los beneficios hace a la inversión privada mucho menos atractiva.
¿Cómo sabemos que esa incertidumbre del régimen fue responsable de la falta de recuperación? Higgs proporciona varios tipos de evidencia para ocuparse del asunto. Primero, los líderes empresariales encuestados expresaban incertidumbre respecto del clima empresarial. Segundo, y más convincentemente, Higgs muestra que las primas de riesgo en los bonos corporativos a largo plazo eran sustanciales, sugiriendo un temor a la expropiación. Una empresa que quisiera pedir prestado a largo plazo tendría que pagar tipos de interés mucho más altos que las empresas que quisieran pedir prestado a corto plazo. Esta diferencia aumento notablemente durante los años de Roosevelt.
La gran depresión hizo algo más que enfriar el clima inversor. En Crisis and Leviathan, Higgs argumenta que durante una crisis un «efecto trinquete» produce aumentos netos en la discrecionalidad del gobierno que no se anulan totalmente después de dicha crisis. Pasan dos cosas cuando interviene el gobierno. Primero, la burocracia tiende a expandirse más allá de sus objetivos indicados (extensión de misión). Segundo, la intervención altera los incentivos, es decir, la creación de una burocracia para ocuparse de algún problema también engendra un grupo de presión en busca de rentas con intereses que impedirán la vuelta al status quo previo.
Los asesores de Roosevelt veían en su programa no solo una vía de recuperación sino una oportunidad para rehacer la sociedad. En FDR’s Folly, Jim Powell, haciéndose eco de una idea adelantada por Milton Friedman, sugiere que «parece que nunca consideraron la posibilidad de que más poder magnificaría el daño hecho producido por error humano o corrupción».
Su postura intelectual era comparar «el capitalismo real con el gobierno ideal», juzgando la intervención, no basándose en sus efectos, sino en sus intenciones. Además, el programa intelectual del New Deal era incoherente y a menudo contradictorio. Powell explica que entonces prevalecían el pragmatismo y la eficacia política:
No le preocupaba [a Roosevelt] que las políticas del New Deal se contradijeran entre sí. Cuando un asesor dio a FDR dos borradores distintos de un discurso, uno defendiendo aranceles altos y otro pidiendo aranceles bajos, FDR dijo al asesor: “Mezcla ambos”. La Ley de Ajuste Agrícola aplicaba precios de los alimentos por encima de los niveles de mercado en un esfuerzo por ayudar a los granjeros, pero los precios de los alimentos más caros dañaban a todos los que no eran granjeros. La Administración de Recuperación Nacional forzó al alza los precios de los bienes manufacturados, dañando a los granjeros que tenían que comprar herramientas y equipos agrícolas. Las políticas de parcelación agraria disminuyeron el terreno cultivado, mientras que la Oficina de Reclamaciones aumentaba el terreno cultivado. El subsidio del paro ayudaba a los desempleados, mientras que los impuestos a las rentas empresariales, a los beneficios no distribuidos, la Seguridad Social, las leyes de salario mínimo y el sindicalismo obligatorio llevaban a mayores índices de desempleo. El gasto del New Deal se suponía que estimulaba la economía, pero los impuestos del New Deal deprimían la economía.
La Depresión y la Guerra
¿Qué pasa con la Segunda Guerra Mundial? ¿Acabó con la Gran Depresión? Más en general, ¿es la guerra buena para la economía? Respondo a ambas cosas negativamente y citó aquí a Ludwig von Mises: «La prosperidad de la guerra es como la prosperidad que trae un terremoto o una plaga».
Como apunta Higgs, a causa de la batería de intervenciones en la economía en tiempo de guerra, el material de guerra se valoró incorrectamente y por tanto el PIB sobrevaloraba las condiciones económicas. Además, el reclutamiento obligatorio y la producción de armas generaban un retrato equivocado del empleo. Por el contrario, argumenta Higgs, la guerra fue un periodo de consumo de capital en lugar de acumulación de capital. Los tanques, bombas y helicópteros tienen usos limitados fuera de sus aplicaciones militares. La mano de obra utilizada para producirlos no estaba disponible para producir bienes y servicios de consumo; de hecho la gente no tenía bienes de consumo. Los barcos de guerra en el fondo de los océanos del mundo representaron oportunidades perdidas de consumo y prosperidad reales. El conflicto es a veces necesario, pero deberíamos reconocer lo que representan los gastos en tiempo de guerra: destrucción de vidas y recursos. Si una depresión constituye una contracción extendida de los niveles de vida, entonces la Gran Depresión no pudo haber terminado durante la guerra.
La ilusión de prosperidad en tiempo de guerra se ha basado en parte en cómo se calculaba la renta nacional y en parte en cómo se recogían las estadísticas. El Producto Interior Bruto, una medida de la producción de un país, se define como la suma de los gastos de consumo, gastos de inversión, gasto público y exportaciones netas. Aparece un serio problema con el gasto público: ¿cómo podemos evaluar algo no intercambiado en los mercados? Podemos valorar mi ordenador, mi camisa y mi bolígrafo porque los he cambiado por dinero. ¿Cómo evaluamos las compras del gobierno? En la contabilidad de la renta nacional se valoran por su coste, pero en el mejor de los casos esto sólo nos dice cuánto podrían haber generado esos recursos en líneas alternativas de producción. Los costes no indican el valor de lo que el gobierno ha producido.
Este problema se complica por los controles de precios durante la Segunda Guerra Mundial (los precios oficiales sencillamente no reflejaban el coste real de la guerra). Si vamos a tener un cálculo económico con sentido, necesitamos precios reales de mercado. Los controles de precio e intervenciones similares introducen arbitrariedad e incertidumbre. Conseguir precios por debajo del mercado es una forma de enmascarar los costes de cualquier empresa. Pensemos en el reclutamiento obligatorio, que obliga a la gente a hacer el servicio militar con salarios por debajo de los que habrían recibido en un mercado no intervenido. La cantidad gastada en salarios y manutención de los reclutas es una estimación a la baja del coste real de mantener la fuerza.
Los economistas cada vez reconocen más que las instituciones (las reglas, normas y mecanismos de aplicación que constituyen la estructura de incentivos de una sociedad) son determinantes importantes de los resultados económicos. Cambiar las reglas cambia los incentivos de la gente y algunos de los efectos a largo plazo del New Deal y la Segunda Guerra Mundial han animado a la gente a utilizar medios políticos (expropiación y redistribución) en lugar de medios económicos (producción e intercambio) para obtener riqueza.
Como economista interesado en las instituciones, pienso que la relación entre las intervenciones del New Deal y los incentivos políticos sigue siendo poco estudiada. Higgs apuntaba que parte del legado ideológico e institucional del New Deal se aprecia en los poderes extendidos ejercitados por la administración Bush. Preveo una mayor expansión bajo la administración Obama. El proteccionismo e intervencionismo de los últimos años han creado incentivos para buscar riqueza desarrollando relaciones cómodas con cargos públicos en lugar de hacerlo desarrollando productos que la gente quiera comprar a precios atractivos.
La experiencia de los últimos siglos y de la economía americana durante la Gran Depresión y en tiempo de guerra sugiere que el tipo de planes que defiende la gente durante las crisis requiere un conocimiento que no está simplemente fuera del entendimiento de los líderes políticos, sino que sólo puede revelarse por el proceso de competencia del mercado. A medida que nos adentramos en el siglo XXI, sólo puedo esperar que tomemos muy en serio esas lecciones.
Este artículo apareció originalmente en el número de junio de 2009 de Freeman con el título “La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial”. Se basa en una charla presentada en una reunión de Libertarians for Peace y la Libertarian Liberty League en Monterey, California, el 6 de enero de 2009. El autor agradece a los asistentes, en particular a David Henderson, sus comentarios.