Yo era profesor adjunto en un curso sobre la teoría de los derechos de propiedad durante el último semestre de 2002. Dedicamos bastante tiempo a discutir el control de rentas, diversos casos de control de rentas y los principios legales en los que se basaban las sentencias legales en torno a los casos de controles de rentas.
Uno de estos principios era una aversión a los beneficios «extraordinarios». Los beneficios extraordinarios se producen cuando un empresario disfruta de beneficios por encima de lo esperado, normalmente como resultado de un cambio drástico en las condiciones de mercado.
La gente a menudo apunta a los preliminares en los precios de la gasolina—algunas gasolineras están cobrando más de 3$ por galón—después del ataque del 11 de septiembre como un ejemplo de empresas que disfrutan de beneficios extraordinarios. El precio por galón es más alto que el coste por galón. Esto, se argumenta, es injusto, especialmente cuando un propietario de empresas/negocio disfruta de beneficios por los que no ha «trabajado».
Hemos discutido esto en términos de lo que se ha llamado la ecuación de establecimiento de tipos, en la que el tribunal establece precios de acuerdo con la fórmula:
tipo = coste de operación + retorno razonable
Esto ignora dos cosas. Primero, la definición de «razonable «es arbitraria. Segundo, los precios esperados determinan los costes en los que un empresario está dispuesto a incurrir. Por norma, la gente no incurre en costes y se dedica a actividades productivas arbitrarias independientemente de los beneficios esperados. En resumen, el precio que uno espera recibir por un producto—por ejemplo, un galón de gasolina—determina los precios que está dispuesto a pagar por los factores de producción, cómo fabricará el producto y la cantidad que está dispuesto a ofrecer. Los precios no están determinados por los costes.
Para ilustrar mejor este principio, supongamos que eres un comprador de algodón en la Inglaterra de la década de 1860. Llegan dos barcos cargados de algodón, uno de Estados Unidos y otro de Egipto. Supongamos que el algodón egipcio y el estadounidense son exactamente iguales. Como comerciante, ¿te preocupa a qué coste producen sus materiales tus suministradores? Supongamos que eres el que trata de vender el algodón estadounidense ¿Influyen los costes de producción en el precio al que acuerdas vender el algodón? En este momento, todos tus costes se han perdido. (A los economistas les gusta la frase «los costes perdidos están perdidos», lo que equivale a decir que no hay forma de recuperarlos). Como tal, estos costes no deberían ser un factor en el precio que pongas.
Volvamos a nuestra explicación de los beneficios extraordinarios en lo que se relaciona con los apartamentos de renta controlada. Los ejemplos en la clase se referían a las ordenanzas de control de rentas en Cambridge, MA, y Berkeley, CA, que se consideran buenos agradables para vivir y en los que la demanda de viviendas es más fuerte que en la mayor parte del país. La justificación de los «beneficios extraordinarios» para el control de rentas funciona así: supongamos que has poseído un complejo de apartamentos en Cambridge durante 50 años. Mantener los apartamentos te cuesta 450$ al mes y puedes alquilarlos por 500$ al mes para obtener un beneficio de 50$ cada uno. Supongamos que ahora la demanda de apartamento en Cambridge se dispara y puedes cobrar 1.000$ al mes por exactamente el mismo apartamento. Los controladores de rentas mantienen que no es justo que puedas disfrutar ahora de rentas superiores sin cambiar en realidad el producto que ofreces o «trabajar por ello». Como la gente supuestamente no tiene derecho a aquello por lo que no ha «trabajado», aparecen los controladores de rentas y ponen un máximo de 500$ al mes en precios de alquiler. Todos deberían estar contentos porque sigues ganando un beneficio «razonable» en cada apartamento, los consumidores siguen pudiendo conseguir apartamentos baratos y la existencia de viviendas en Cambridge no ha disminuido.
Henry Hazlitt resume como sigue el argumento habitual a favor del control de rentas:
El control de rentas se impone inicialmente bajo el argumento de que la oferta de viviendas no es «elástica», es decir, que una escasez de vivienda no puede solucionarse inmediatamente, no importa lo mucho que se permita que aumenten las rentas altas. Por tanto, se dice, el gobierno, al prohibir aumentos en las rentas, protege a los arrendatarios de la extorsión y la explotación sin hacer ningún daño real a los dueños de las viviendas y sin desanimar la nueva construcción. (La economía en una lección, p. 111)
Sin embargo, como apunta el gran economista protoaustriaco, Frédéric Bastiat, nunca deberíamos limitarnos a tener en cuenta lo que se ve. Debemos también considerar lo que no se ve—los efectos ocultos de una política como el control de rentas. Y hay mucho que no se ve en el caso del control de rentas.
Primero, están los problemas habituales asociados con mantener los precios por debajo del precio de liquidación del mercado, todos los cuales se indican en un libro de texto cualquier sobre «Principios de microeconomía». Aparecen las colas (gente esperando en fila para conseguir el bien, en este caso, los apartamentos) y la competencia sin precios. La gente tratará de obtener apartamentos con sobornos u otros pagos adicionales. Los dueños de los pisos pueden dejar que se deterioren sus propiedades. Los propietarios de las viviendas pueden salir del mercado de las viviendas y convertir sus apartamentos en oficinas. Etcétera.
Pero esto es solo la punta del iceberg. Consideremos primero el asunto normativo. En esta situación, los controladores de renta protestan por los beneficios extraordinarios del dueño de la vivienda. ¿Pero qué pasa con el arrendatario que tiene la fortuna de conseguir por 500$ un apartamento por el que cualquier pagaría encantado 1.000$? Es un beneficio tan extraordinario como el de los demás. Además, el consejo de control de rentas o incluye al segundo arrendatario en alas de la suerte—con toda seguridad, estará eliminado de una lista de espera—o le elimina completamente el mercado porque su voluntad de pagar no se permite manifestarse dentro del proceso del mercado.
Además, el control de rentas distorsiona la estructura de producción al anular el valioso papel indicativo de los beneficios. Los altos beneficios inducen a otros a entrar en un mercado. En este caso, los altos precios indican que hay bastante dinero a conseguir en el mercado inmobiliario de Cambridge. Uno de los preceptos esenciales de la economía es que la gente responde a incentivos: algo tiene que inducir a la gente a dedicarse a una actividad productiva (ofertar apartamentos, en este caso). No lo hacen porque sí. Puede ser que la gente esté dispuesta a absorber grandes pérdidas para ofertar apartamentos baratos de alta calidad debido a su compasión por la dura vida de los alumnos y profesores de Harvard, el MIT y Berkeley que están tratando de ganarse arduamente la vida en el despiadado mundo que es la universidad.
Por supuesto, lo que motiva a la mayoría de la gente es la perspectiva de ser capaz de hacer más cosas que le gustan, ya sea consumir Coca-Cola, aliviar la pobreza del tercer mundo o leer artículos de economía. En todo caso, la riqueza ayuda. Por tanto, la perspectiva de aumentar tu riqueza es bastante a menudo la fuerza motriz que motiva el comportamiento.
Veamos quién gana y quién pierde. El consejo del control de rentas indudablemente gana: aprobar medidas adicionales de control de rentas normalmente refuerza su puesto de trabajo. Los arrendatarios afectados y los que tengan la suerte de conseguir un apartamento barato ganan porque obtienen un buen precio por debajo del que se impondría en el mercado. La gente que impulsa el control de rentas «gana» en el sentido de que se sienten bien al conseguir un golpe de justicia.
Veamos lo que Henry Hazlitt tenía que decir acerca de los intentos de mantener los precios por debajo su nivel de liquidación en el mercado en su clásico La economía en una lección:
Ahora bien, no podemos mantener el precio de cualquier producto por debajo de su nivel de mercado son producir al tiempo dos consecuencias. La primera es aumentar la demanda de ese producto. Como el producto es más barato, la gente está al tiempo tentada por comprar y puede permitirse comprar más de dicho producto. La segunda consecuencia es reducir la oferta de ese producto. Como la gente compra más, la oferta acumulada se toma más rápidamente de las estanterías de los comerciantes. Pero además de esto, se desanima su producción. Los márgenes de beneficio se reducen o desaparecen. Los productores marginales quedan fuera del mercado. Incluso los productores más eficientes pueden acabar teniendo pérdidas.
Continúa:
Por tanto, si no hiciéramos nada más, la consecuencia de fijar un precio máximo por aun producto concreto sería producir una escasez de ese producto. Pero eso es precisamente lo contrario de lo que querían originalmente los reguladores públicos. Pues son los mismos productos seleccionados para fijar precios máximos los que los reguladores más quieren que mantengan una oferta abundante. Pero cuando limitan los salarios y los beneficios de quienes fabrican estos productos (…) desaniman la producción de las necesidades con precios controlados mientras estimulan relativamente la producción de bienes menos esenciales.
Y esta es la consecuencia de que el Estado intente controlar el precio de cualquier bien. Se objeta a menudo que «productos básicos» como el alimento, la vivienda, la educación y la atención sanitaria son demasiado importantes como para dejarlos a las tretas y caprichos del mercado.
El lector puede haber visto pegatinas en coches diciendo: «la atención sanitaria es un derecho, no un privilegio». Esto sin duda vale como retórica política, pero cuando vamos más allá de los titulares de los periódicos, vemos que estamos hablando de asuntos de una complejidad abrumadora.
Los principios por los que las fuerzas del mercado asignan recursos no son particularmente difíciles de entender. La gente acuerda intercambiar porque espera mejorar con el resultado y quienes están dispuestos a pagar obtienen por lo general su cantidad deseada del bien en cuestión. Así que los mecanismos del mercado para asignar recursos no son tan misteriosos.
Tenemos problemas cuando empezamos a hablar acerca de que las cosas son un «derecho» que debería proporcionar alguien (supuestamente el Estado) independientemente de las fuerzas del mercado o la capacidad de pago de uno. Los problemas más evidentes aparecen cuando empezamos a considerar exactamente qué conlleva el concepto de un «bien».
Los bienes son coas extremadamente concretas. Tienen características físicas, espaciales y temporal definidas—en otras palabras, nos preocupan el «qué, dónde y cuándo» de un bien. Por ejemplo, supongamos que tomo un helado tras la comida. El bien «helado» se caracteriza por ciertas propiedades físicas (es una sustancia fría y cremosa con una composición química concreta), ciertas propiedades espaciales (con toda probabilidad, está en una tienda local) y ciertas propiedades temporales (tras la comida).
Mientras que no es difícil adaptar nuestras mentes al carácter de bien de un helado, aparecen serias dificultades cuando empezamos a pensar en clases de bienes más abstractas como la «atención sanitaria» o la «vivienda». Primero, «atención sanitaria» y «vivienda» son descripciones utilizadas para clasificar amplios grupos de bienes y servicios que son muy difíciles de medir y pueden no ser intercambiables. Si volvemos por un momento al helado, vemos que un cucurucho de vainilla es normalmente un sustitutivo perfecto de otro. Además, es fácil sustituir a la vainilla por el chocolate, el helado por el «gelato» y los gofres por los cucuruchos. No es fácil sustituir los servicios de un urólogo por los de un ginecólogo (por ejemplo).
¿Así que de qué estamos hablando cuando hablamos de la «atención sanitaria»? ¿Queremos decir neurocirugía? ¿Queremos decir servicios médicos básicos? ¿Queremos decir aspirinas?
Igualmente, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de «vivienda»? El alojamiento básico puede consistir en un cobertizo o una cabaña de barro. ¿Hablamos de áticos en medio de Manhattan? La mayoría de los llamados progresistas dirían que la «crisis de la vivienda» se caracteriza por una escasez de viviendas «adecuadas», pero ¿quién decide qué es «adecuado»? Mi esposa y yo tenemos una casa con tres dormitorios. En algunos aspectos, esto es más que adecuado. Sin embargo, en otros casos, es inadecuado. Me gustaría tener una mesa de trabajo más grande, pero el cuarto de invitados en demasiado pequeño. No tenemos espacio para otro sofá en el salón, pero estaría bien. ¿Tenemos derecho a todo esto a costa de otro?
Los precios de mercado convierten relaciones incomprensiblemente complejas en unas muy sencillas. La política del gobierno hace lo contrario. Convierte a lo sencillo en extraordinariamente complejo y, como Ludwig von Mises ha argumentado en diversos lugares, la intervención del gobierno en un aspecto de la economía desplazará recursos, cambiará precios y probablemente lleven a solicitudes de intervención del gobierno en otras áreas de la economía. Establecer los límites y definiciones de lo que constituyen resultados «justos» e «injustos» presenta una serie de problemas y medir los atributos valiosos de los bienes y servicios que se van a regular o subvencionar presenta otra. Como