A todos los presidentes les preocupa su popularidad. Tratan de mejorarla con una oratoria apasionada, cosas gratis para los bloques de votantes influyentes, nuevos programas que cuestan miles de millones, fotografías impactantes y por supuesto guerras para unir al país detrás de su valiente líder. En la mayoría de los casos, eligen medios de ganar popularidad a expensas de la libertad.
¿Pero qué pasa si un presidente sigue una dirección distinta y busca la popularidad expandiendo en lugar de reduciendo la libertad? He aquí un modelo podrían seguir pero no es nadie en el que se les ocurriría pensar.
Es Franklin D. Roosevelt. En sus 30 primeros días, hizo más por proporcionar libertad a los americanos que cualquier presidente desde que Thomas Jefferson derogó las Leyes de Extranjería y Sedición.
Roosevelt tomó posesión el 4 de marzo de 1933. Después de ocuparse de la crisis bancaria y el presupuesto durante su primera semana en el cargo, el 13 de marzo pidió al Congreso que aboliera la Prohibición. El 23 de marzo aprobó la Ley Cullen-Harrison, que legalizaba en Estados Unidos la venta de cerveza con un contenido en alcohol del 3,2%.
No perdió el tiempo: la firmó un día después de que el Congreso la aprobara. Dijo con mucho impulso: «Creo que es un buen momento para una cerveza».
Solo después, el 16 de marzo, empezó FDR a trabajar en su programa del New Deal. Luego tuvo el viento de popa. Fue un espectacular inicio del final de una de las grandes calamidades de la historia americana: la odiosa Prohibición que encarnaba la 18ª Enmienda, que había estado en vigor durante 13 violentos años.
Ese mismo año, con apoyo total de la presidencia, una nueva enmienda a la Constitución derogaba a la antigua. El 5 de diciembre de 1933 fue el día de la liberación final, tras nueve meses de frenesí y excitación. FDR reclamó con éxito el mérito de ésta, alcanzando una reputación como gran liberador. Su popularidad llegó a extremos asombrosos. El brillo nunca desapareció.
No importaba que fuera el presidente de Estados Unidos durante la mayoría de la Gran Depresión y luego nos metiera en la Segunda Guerra Mundial en la que murieron miles de soldados americanos. El consumo personal per cápita real no mejoró en Estados Unidos hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Todo se le perdonó, de la misma forma que los votantes perdonaron el gasto de Reagan y el incumplimiento de sus promesas tras sus espectaculares recortes de impuestos.
A la mayoría de los historiadores les gusta atribuir su popularidad al New Deal sin considerar lo maravilloso que fue haber abolido la Prohibición. Asumió el cargo en lo más bajo de la depresión, cuando el desempleo estaba en su punto más alto y cuando los bancos en todo el país estaban cerrando sus puertas. Las cosas sí mejoraron un poco bajo FDR, pero la economía se mantuvo atascada en la depresión a lo largo de su presidencia.
Su enorme aumento en el tamaño del gobierno consistió en mantener y expandir mucho de lo que creó Hoover, así como muchos programas como la Seguridad Social, que cambiaron muy poco la economía de la década de 1930. Además, muchos componentes del New Deal no funcionaron o fueron contraproducentes para la recuperación de la economía, igual que vemos hoy con rescates, estímulos, déficits, etc.
Muchos americanos se opusieron fuertemente a los programas del New Deal.
Por alguna razón, los historiadores no han atribuido su popularidad a una de las grandes restauraciones de la libertad en la historia americana. La mayoría de los americanos eran bebedores y la industria del alcohol representaba en torno al 5% de la economía total. La Prohibición hacía el alcohol mucho más caro, más difícil de encontrar y en general de mucha menor calidad.
De hecho, como el licor fuerte es más fácil de ocultar, la Prohibición había hecho que los americanos pasaran de la cerveza al whisky podrido, que como su nombre indica era de baja calidad y a menudo era dañino para la salud. Aunque el consumo total de alcohol se mantuvo casi igual durante la Prohibición, la porción de mercado del whisky aumentó del 40% hasta un máximo del 90%.
FDR había sido un candidato «seco», pero al presentar su campaña a la presidencia en 1932, aceptó convertirse en «mojado» para recibir la nominación del Partido Demócrata en la Convención de Chicago. Hizo una promesa en campaña de eliminar la 18ª Enmienda y legalizar la bebida. Hizo exactamente lo que prometió. Los resultados para la libertad y la economía fueron inmediatos. FDR indudablemente ganó un «aliado» en Budweiser.
El economista y prohibicionista Irving Fisher encontró que la Prohibición había elevado el precio de toda clase de bebidas alcohólicas en varios centenares por ciento. Con la derogación, el precio de las bebidas alcohólicas se desplomó en lo que fue, en la práctica, un gigantesco recorte fiscal para la clase bebedora americana. Los bares clandestinos fueron reemplazados por bares, tabernas y cafeterías.
Se reabrieron destilerías, cerveceras y bodegas y volvieron a sus negocios tradicionales. Los fabricantes de botellas y barriles, las compañías de transporte y los cultivadores de lúpulo y cereal y muchos otros negocios empezaron a contratar y expandir sus operaciones. Se esperaba crear hasta medio millón de empleos legales, incluso si se perdían la mayoría de los puestos de trabajo en la economía del mercado negro. Solo en Milwaukee se emitió una licencia que incluía todo y abarcaba más de 4.200 tabernas.
Además, el crimen se hundió ya que los crímenes contra la Prohibición se desvanecieron y el crimen relacionado a la Prohibición cayó considerablemente. La corrupción de políticos y oficiales aplicadores de la ley cayó considerablemente, pero no desapareció porque la prostitución y el juego siguieron prohibidos y el alcohol seguiría estando prohibido en varios estados del sur y el oeste por leyes estaduales. La estadística más significativa fue la tasa de asesinatos, que cayó de casi 10 por 100.000 personas a 5 por 100.000, nivel al que había estado antes del tiempo de guerra y la Prohibición nacional.
Aunque la abolición significaba un gran recorte de impuestos a los bebedores y un gran impulso a la economía y el empleo, tuvo el inconveniente de proporcionar un gran aumento en los ingresos fiscales del gobierno. En buena parte del siglo XIX, los impuestos al alcohol proporcionaron hasta el 20% de los ingresos federales. Los gobiernos estaduales también recaudaban impuestos y tasas de la industria del alcohol, igual que los gobiernos de los condados y ciudades. De hecho, nunca hubiera sido aprobada una prohibición nacional al alcohol sin que se aprobara la enmienda del impuesto de la renta en 1916 y proporcionara una fuente de ingresos alternativa.
David Beito ha demostrado brillantemente en su libro Taxpayers in Revolt que los americanos se levantaron contra los impuestos en los primeros años de la Gran Depresión. La gente no podía pagar sus impuestos y los gobiernos locales no podían pagar servicios tradicionales. La gente se levantó en todo el país en acciones de grupo para detener la recaudación del impuesto a las propiedades.
Así que además de agradar a la clase bebedora, FDR también abrió la espita de los ingresos de la aduana a tu bar y tienda locales. Los presupuestos de las escuelas públicas volvieron a equilibrarse y los bomberos fueron recontratados. Era un impuesto que a la gente no le importaba pagar porque el coste de una bebida legal con impuestos era aún así mucho más barato que durante la Prohibición sin impuestos. Por esta razón las revueltas impositivas se detuvieron bruscamente.
La abolición era una propuesta ganar-ganar. Imaginen vivir durante la Prohibición, cuando tomar una pocas copas podía poner el dificultades el presupuesto familiar, cuando políticos y la aplicación de la ley estaban completamente en deuda con el crimen organizado, cuando los tiroteos en las calles eran acontecimientos comunes (o puedes simplemente pasear por el centro de Detroit). Imaginen luego que, casi de la noche a la mañana, los precios caen, se contrata a empleados, se tambalean políticos y crimen organizado, y el crimen cae radicalmente. Podemos lamentar el fin de esas revueltas impositivas, pero la gente debe haber disfrutado con la restauración de la ley y el orden y el giro hacia la normalidad.
En la cultura política americana, lo que hace un presidente en sus primeros 100 días define las actitudes políticas hacia él durante muchos años. Los primeros 100 días de FDR son legendarios por su legislación bancaria, sus locos programas, la Agricultural Adjustment Action, el NIRA, la TVA, el CCC, la regulación de los mercados bursátiles, la confiscación del oro, su discurso del «miedo mismo» y muchos otros programas, todos los cuales se relatan como una letanía religiosa en todos los libros de texto.
Tendemos a suponer que ésta es la razón por la que la gente le quería. El final de la Prohibición apenas se menciona, a pesar de que fue la acción que tuvo un efecto directo y de mejora vital en todos los americanos. Fue lo que trajo la libertad y unió a la población en gritos colectivos de «¡hurra!»
Los días felices están de vuelta fue el tema musical de campaña de FDR y ahora es el del Partido Demócrata, pero pocos recuerdan que fue escrita para una película que celebraba la inminente derogación de la Prohibición. No trata de programas del gobierno. ¡Trata de libertad!
La abolición de la Prohibición fue por tanto la razón real de la popularidad de FDR. El éxito de la derogación le dio una tremenda cantidad de capital político que ayudó a defender todos los programas estúpidos y disfuncionales del New Deal. La verdad es que la libertad funciona para el pueblo y es muy popular cuando se intenta. Igualmente, las políticas de gran gobierno de las administraciones de Bush y Obama no son populares y de nuevo la gente se levanta protestando.
Tenemos que recordar lo que hizo FDR respecto de la Prohibición se vio una vez como algo imposible políticamente. John T. Flynn, en As We Go Marching, escribe:
Antes de la última guerra, cuando se propuso la prohibición por medio de una enmienda constitucional, parecía la cosa más fantástica del mundo. Pero un pequeño toque de crisis —una crisis bélica— y la cosa se hizo con una desconcertante prontitud. Luego los hombres dijeron que la abolición era imposible. Nunca se conseguiría obtener la aprobación de treinta y dos estados. Clarence Darrow, el más osado anti-prohibicionista, dijo que la esperanza era completamente ilusoria. La Prohibición, dijo, morirá por la vía de la letra muerta. Luego vino otra crisis —la depresión— y la Decimoctava Enmienda se desvaneció casi tan prontamente como llegó. Las crisis tienen una forma de disolver muchas cosas —a menudo cosas muy viejas y a veces cosas muy preciosas.
Robert Higgs tiene razón en que las crisis normalmente llevan a la expansión del Estado. No tiene que ser así. Algún día, los políticos descubrirán la lógica de la libertad y darán paso a una nueva era de acciones de fomento de la libertad. Mientras políticos e historiadores sigan confundidos acerca del origen real de la popularidad de FDR, continuarán ofuscados sobre por qué no les agradecemos por su socialismo. Los queremos cuando quitan al gobierno de nuestras espaldas.