Digamos que te vas de compras un sábado, conduce hasta el centro comercial y ve un cartel que dice «¡Todo rebajado un 50%!» es una noticia estupenda, ¿verdad?
O digamos que buscas un nuevo automóvil y el anuncio que contradice tu experiencia es que los coches son más baratos de lo que eran. ¡Asombroso y maravilloso!
O digamos que estás pagando los estudios universitarios de tu hija y descubre que has ahorrado más dinero del necesario porque el precio de la matrícula y los libros es menor de lo que esperaba. ¡Glorioso!
O veámoslo desde el punto de vista de los negocios. Eres un fabricante y tu gasto principal son piezas de acero. Después de muchos años, incluso décadas, de que suban los precios de los rodamientos y otra maquinaria, tus costes disminuyen repentinamente. El coste de reemplazar activos disminuye radicalmente. Esto deja más dinero para inversiones, publicidad, pago a empleados y recompensa a los inversores con dividendos. Es una situación en la que ganan todos.
Hasta aquí, la «deflación» parece algo glorioso. Pero espera, dice la sabiduría popular. Los consumidores y empresas pueden beneficiarse, seguro, pero ¿qué pasa con los vendedores? Siempre quieren el máximo precio posible para sus productos. Si pudiera Dell, cada ordenador costaría 1 millón de dólares y sin duda cobrarían eso si pudieran vender el mismo número de ordenadores a este precio que a mil dólares. Por la misma razón, los consumidores quieren pagar exactamente 0$ por lo que compren. Es la interacción entre estos dos mundos ideales la que genera el precio del mercado.
Si a las empresas se les obligara por medio de la presión competitiva a vender a precios aún menores, ¿cómo podrían ganar dinero? Siendo más eficientes. Quien haya trabajado en una empresa sabe que la eficiencia es algo que hacen las empresas cuando tienen que hacerlo. Un monopolista no afronta ninguna competencia (piensen en una carretera pública de peaje) y así cargar precios altos y mantener terribles ineficiencias año tras año, Una empresa en un entorno competitivo no puede hacerlo.
El sector informático ofrece el mejor ejemplo. Los precios han caído a pesar de que las ventas se han disparado. Los fabricantes y vendedores de informática se han beneficiado bastante. Y no es un caso único. Lo mismo ha pasado con los electrodomésticos, que han bajado de precio radicalmente con los años a pesar de que las ventas han aumentado cada vez más. ¿Por qué? Porque las empresas se han hecho cada vez mejores en hacer lo que lo que hacen y por tanto han sido capaces de obtener beneficios incluso ante continuas bajadas de precios.
Así vemos que no hay una desconexión radical entre el interés de los consumidores (que siempre quieren precios menores) y la salud económica general. Lo que es bueno para los consumidores es bueno para todos. Solo puede maravillarnos los muchos economistas y comentaristas que tratan de convencer a la gente de que la deflación es algo a lo que hay que temer. Al hacerlo, disfrutan del prestigio asociado a generar una conclusión contraintuitiva, pero en este caso, es sencillamente mentira. La primera intuición de que las gangas son algo bueno es precisamente la correcta. Al ocuparnos de la teoría económica, a veces el sentido común resulta ser todo lo que necesitamos.
Y aun así, muchos expertos aún dicen que deberíamos «preocuparnos por las bajadas de precios» porque representan una «fuerza destructiva» (por ejemplo, de acuerdo con Martin Wolk en la MSNBC). Lo explica así: «A medida que los precios siguen bajando, el dinero se hace más valioso (…)». ¡Hasta aquí, bien!
Pero continúa diciendo que esto realmente es malo porque crea «un enorme desincentivo para que consumidores y empresas gasten dinero. La actividad económica se ralentiza, el desempleo aumenta y la demanda continúa bajando». Bueno, pero esto presupone que los consumidores tienen algo que ganar almacenando dólares eternamente y sin comprar nunca nada, lo que es absurdo. Es verdad que la bajada de precios crea incentivos para ahorrar, pero mientras la preferencia de los consumidores sea ahorrar en lugar de gastar, eso solo puede preparar el camino para un futuro de crecimiento económico. Los consumidores ahorran por alguna razón, que es para gastar más tarde.
El siguiente punto de Wolk se refiere a las implicaciones de la deflación para la deuda. La deflación hace «mucho más difícil de pagar los préstamos existentes». Es verdad que los préstamos se pagan en dólares que son más valiosos que los prestados. Pero ésa es la parte del riesgo que uno toma cuando decide dar prestado. Si todos pudiéramos prever el futuro perfectamente, nuestro comportamiento cambiaría sustancialmente. Pero esa no es razón para apretar el botón de pausa en asuntos económicos. Lo que hace la deflación es ofrecer un desincentivo para pedir prestado y un incentivo para utilizar los ahorros actuales para invertirlos. Significa una recompensa para las compañías e individuos bien capitalizados—algo bueno en todo caso.
Ahora llegamos al asunto crucial: la Gran Depresión. La suposición de que la bajada de precios hizo de alguna forma que la economía se tambaleara. De hecho, fueron los efectos posteriores del auge combinados con la intervención pública masiva los que causaron la depresión. Lo único positivo de todo el periodo de la década de los treinta fue precisamente la caída de precios que hizo que el dólar valiera más. Los precios más bajos (una caída en el coste de la vida) fueron lo que Murray Rothbard ha descrito como la «gran ventaja» de las recesiones. Se pueden imaginar la Gran Depresión sin bajadas de precios, habrán hecho aparecer una imagen mucho peor que la realidad.
Pregúntate si durante las crisis económicas querrían que el dinero aumentara o disminuyera su valor. Si su seguridad futura en el trabajo está en duda, ¿quiere pagar más o menos por los bienes? Si sus ahorros son pocos, ¿quiere que tengan más o menos poder adquisitivo en el futuro? Si responde racionalmente a estas preguntas, pude ver que la deflación es maravillosa para todos y lo que salva a un periodo de contracción económica. A lo largo del siglo XIX, los precios cayeron en periodos de crecimiento económico, que es precisamente lo que cabría esperar. Todo esto está bien.
Como ha dicho Rothbard, «en lugar de un problema a temer y combatir, la bajada de precios por un aumento en la producción es una maravillosa tendencia a largo plazo del capitalismo libre. La tendencia de la Revolución Industrial en Occidente fueron las bajadas de precios, que extendieron un mayor nivel de vida para todas las personas; la bajada de costes, que mantuvieron la rentabilidad general de los negocios y los niveles salariales monetariamente estables—todo lo cual reflejaba constantemente los crecientes salarios reales en términos de poder adquisitivo. Es un proceso que debe alabarse y darle la bienvenida en lugar de sofocarse».
Si debemos tener recesiones, hagámoslas recesiones deflacionistas. Lo que es mucho peor es el fenómeno de la recesión inflacionista que los keynesianos siempre tratan de encasquetarnos. Por la misma razón que la deflación es algo bueno, el aumento de precios durante una recesión es la peor cosa posible, porque ofrece un desincentivo para ahorrar e invertir para el futuro. Animan al consumo presente y por tanto se comen la base de capital necesaria para el crecimiento futuro. Prolongan el sufrimiento de todas las maneras posibles.
Así podemos ver que la ampliamente aprobada prescripción de evitar la deflación, es decir, la inflación, es el peor camino posible. Pero eso es precisamente lo que ha apoyado la Reserva Federal como política. Apenas sorprende que los planificadores centrales que gestionan nuestras vidas adoptaran la misma política que nos dejará peor a todos.
Afortunadamente, el libre mercado contiene mecanismos que pueden eludir los intentos de inflar de la Reserva Federal. Podría ser que a los bancos les costara encajar nuevo dinero a la gente y en su lugar trataran de proteger sus balances. También las empresas, afectadas por la contracción económica, podrían evitar endeudarse más, sin que importara lo barato que pudieran pedir prestado. En este caso, los precios podrían caer lo quiera la Reserva Federal o no.
En economía, una buena regla es que lo que es bueno para individuos y familias también lo es para la economía. Todo el mundo quiere una ganga, lo que equivale a un precio bajo. Tristemente, en nuestra presente época de inflación, los precios bajos afectan principalmente a productos y sectores concretos. Dejemos que el placer que nos dan las bajadas de precios en electrónica se extiendan a todo lo que compramos. Dejemos que los comentaristas se inquieten y preocupen por lo que les dicen sus mentirosos modelos macroeconómicos. El resto podemos sentarnos y ver subir y subir nuestro nivel de vida.
Tristemente, dudo que veamos ninguna deflación. Incluso basándonos en los datos de los últimos diez años, los aumentos generales de precios siguen siendo la norma.
De hecho, desde 1913 y la fundación de la Reserva Federal, el dólar ha perdido un 95% de su valor. Es mucho más probable que este robo continúe más que que nuestro poder adquisitivo perdido sea restaurado a sus legítimos propietarios: ustedes y yo.