La violencia perpetrada por Anders Behring Breivik en Noruega ha desatado el torrente usual de echar la culpa a todo el que pudiera haber influido en el pensamiento del asesino. Fue descrito primero como un cristiano derechista, una descripción pensada para poner sobre aviso a cierta comunidad. A medida que aparecían más pruebas, se le ha descrito más adecuadamente como un nacionalista anti-islámico, pero sigue ahí la tendencia a atribuir esta violencia a cualquier no izquierdista.
Había notas a pie de página en su manifiesto de 1.500 páginas a muchas docenas de libros y artículos (incluyendo unos pocos publicados por el Instituto Mises). Viendo el balance de sus citas queda sin embargo claro que su principal influencia no tenía nada que ver con el libertarismo. Su inspiración era un punto de vista que recordaba al neoconservadurismo estadounidense. Citaba artículos en esta tradición (particularmente sobre el miedo y odio al Islam) mucho más a menudo que en ninguna otra.
Entonces, ¿esta violencia desacredita al neoconservadurismo, como cuando el entonces presidente Clinton trató de echar la culpa a los libertarios y al movimiento de “milicia” por el atentado de Oklahoma en 1995? Se trata de silenciar a la oposición, acabar con el debate y fundamentalmente desacreditar el cuerpo de ideas a las que se puede echar la culpa de la violencia.
Ha sido siempre parecido desde el mundo antiguo. Los gobiernos pueden perpetrar violencia en la guerra y contra la población civil todos los días, pero cuando una persona privada hace lo mismo por razones políticas, la lucha conlleva ver qué línea de pensamiento pagará qué precio.
La verdad es que todo punto de vista político puede retorcerse hasta convertirse en una justificación para la violencia. Si pensamos que hay que expropiar a los ricos, hay generalmente dos formas de hacerlo: podemos robar, junto con nuestros amigos directamente a los ricos (tal vez matando a algunos peces gordos en el proceso) o podemos cabildear en el Congreso para que éste lo haga en nuestro nombre.
El segundo método es el preferido en una sociedad democrática. Cuando la violencia contra la persona y la propiedad operan bajo la cobertura de la ley, raramente se le califica como lo que es. Sólo cuando se elimina la cobertura legal nos sacude y alarma la violencia. ¿Pero qué pasa con la moralidad de todo ello, ya estemos hablando de violencia privada, estado redistribucionista o el belicista estado imperial? En términos morales, resultan ser lo mismo.
Uno de los detalles biográficos menos destacados de Timothy McVeigh, ejecutado por el atentado de Oklahoma en el que mató a mucha gente inocente, es que su propio desprecio por la vida fue incubado durante su periodo como soldado estadounidense de 1988 a 1992. Ganó la medalla de bronce por sus servicios en la primera guerra de Iraq, donde mató a civiles y reclutas adolescentes bajo la cobertura de la ley. Fue allí donde aprendió a suprimir las llamadas de su conciencia y a endurecer su corazón. Como dijo: “Si hay un infierno, estaré en buena compañía con un montón de pilotos de combate que también tuvieron que bombardear a inocentes para ganar la guerra”.
Hagamos un experimento mental que es completamente inverosímil. Digamos que en el futuro, algún psicópata mata a gente inocente y vuela edificios. Pero esta vez está directamente influido por el libertarismo y busca medidas desesperadas pretendiendo acabar con el estado.
Podría pasar. No ha pasado, pero podría. La pregunta es si las influencias intelectuales de esta persona desacreditarían la tradición libertaria. Indudablemente eso intentarían los medios generalistas. Incluso después del 11-S los expertos clamaban que este sólo acontecimiento era suficiente para desacreditar el libertarismo, que la destrucción y las secuelas ofrecían una prueba positiva de que necesitamos un estado gigantesco. Así que, sí, pienso que podríamos estar seguros de que si alguna persona violenta tuviera influencias libertarias, el libertarismo cargaría con la culpa.
En un caso así, ¿cuál debería ser la respuesta de los libertarios? No sería tan dura. El libertarismo es la única teoría política existente que predica coherentemente la no violencia en todas sus formas, condenando toda agresión contra personas y propiedades, ya sea realizada por una parte privada o bajo la cobertura de la ley.
El libertarismo propone una creencia que no se sostiene ampliamente hoy en día, pero que de todas formas es verdadera: que la sociedad puede organizarse sin violencia (sin robo, sin asesinato), usando sólo esa bendita institución de la cooperación entre individuos. El uso de la violencia en cualquier forma no sólo es contradictoria con la teoría libertaria: el libertarismo está solo como el único punto de vista político que hace de la no violencia su idea central.
Por supuesto, esto implica una postura contra el gobierno, porque el gobierno es el centro organizado, coherente, incansable y a gran escala de la violencia en la tierra. Aplica su violencia por una enorme cantidad de razones: para promover el crecimiento económico, para protegernos frente a invasiones, para impedir que la población sea explotada por las empresas, para mantener la cultura pura frente a influencias extranjeras, para protegernos de nuestras propias malas decisiones, para proporcionarnos salud y seguridad en las rentas desde el nacimiento hasta la muerte y muchas cosas más.
Pero al hacer todas estas cosas, sólo puede tirar de una palanca: la agresión contra nuestras vidas y propiedades. Esto es así porque el gobierno no puede hacer nada por sí mismo: existe completamente en una relación parasitaria con la sociedad.
¿Qué pasa si una persona que ve esto llega a la desesperación y actúa de una forma que sea contraria a la ética fundamental del libertarismo? En otras palabras, ¿qué pasa si una persona influida por una teoría antigubernamental realiza acciones que tienen un carácter más parecido a lo que hacen diariamente los gobiernos? No dañaría ni podría dañar la credibilidad o integridad de la idea libertaria.
Tengamos en cuenta que vivimos en un momento sin precedentes. El estado en todos los países del mundo desarrollado está generando problemas como nunca antes en la historia. Pone más impuestos, regula más, manipula más que nunca. El estado nunca ha sido más pomposo, arrogante y ambicioso que hoy.
El estado policial ha entrado en el mundo desarrollado de una forma que nunca habíamos visto en nuestra vida. La policía local refleja ese espíritu. Desdeñan su herencia de llevar una máscara civil y ahora acosan a la gente abiertamente de una forma contraria a la libertad. Estados Unidos en particular se ha erigido en un gigantesco estado prisión que existe fuera de la esfera de la vida social observable. El estado ha recortado las oportunidades de empleo para toda una generación, saqueado los ahorros de la gente mayor y hecho casi imposible que la gente consiga ahorrar por sí misma.
La opinión pública es cada vez más consciente del problema y del origen del problema y por tanto se está intensificando el enfado público ante la élite política y burocrática, especialmente mientras se profundiza la depresión económica. El estado-nación se hace cada vez más fiero aunque se haga más decrépito en la era digital. Difícilmente sería una sorpresa ver que este enfado se convierta en violento en los próximos años.
Hay una respuesta muy fácil a los problemas que hoy nos afligen. El estado-nación necesita civilizarse y adaptarse a la realidad de nuestro tiempo. Necesita desmantelar su aparato de control, retirar a los perros de la guerra, refrenar a su policía y burócratas armados y permitir a la sociedad desarrollarse y florecer por sí misma. No es complicado. ¿Por qué no sigue el estado este camino? Porque prospera en la violencia, doméstica e internacional.
Son verdades fundamentales y se están haciendo más evidentes cada día. Ninguna propaganda puede eliminarlas. El único medio real para alcanzar la paz es rechazar la violencia como medio de control social o activismo político. Debemos retirar nuestro consentimiento a la violencia, el consentimiento que es la base de todo gobierno. Lo que escribió el gran teórico Etienne de la Boetie en el siglo XVI sigue siendo verdad hoy:
Resuelve no servir más y serás libre al momento. No te pido que pongas tus manos sobre el tirano para derribarlo, sino sencillamente que no le apoyes más: así le contemplarás caer por su propio peso y hacerse añicos, como un gran coloso cuyo pedestal haya desaparecido.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.