[Este discurso se realizó el 27 de octubre de 2006 en la Cumbre de Seguidores del Instituto Mises]
Hoy quiere ocuparme de cierto argumento a favor del imperio que no viene de los enemigos de la libertad, sino de sus amigos, aunque en este caso sean amigos equivocados, en mi opinión. Lo llamaré el argumento cosmopolita del imperio.
Según el argumento cosmopolita del imperio, hay una tendencia en los imperios a ser más tolerantes y pluralistas que los regímenes locales que abarcan, precisamente porque aprovechan una variedad más amplia de tradiciones y valores culturales. James Madison usa esencialmente este argumento en el número 10 del Federalist cuando escribe:
Cuanto más pequeña sea la sociedad, serán menos probable los distintos partidos e intereses que la compongan; cuanto menos sean los distintos partidos e intereses que la compongan, más frecuentemente se encontrará una mayoría en el mismo partido y cuanto menor sea el número de individuos que compongan la mayoría y menor sea el límite en el que se ubiquen, más fácilmente se pondrán de acuerdo y ejecutarán sus planes de opresión. Extiendan la esfera y tendrán una mayor variedad de partidos e intereses, harán menos probable que una mayoría del conjunto tenga un motivo común para invadir los derechos e otros ciudadanos o, si existe ese motivo común, será más difícil para todos los que lo sientes descubrir su propia fuerza y actuar al unísono con las demás. (…) La influencia de líderes de facciones puede encender una llama dentro de sus estados particulares, pero no podrá extender una conflagración general en los demás estados. Una secta religiosa puede degenerar en facción política en una parte de la Confederación, pero la variedad de sectas dispersas sobre toda la faz de ella debe asegurar a los consejos nacionales contra cualquier peligro de ese origen. Un brote a favor del papel moneda, de la abolición de deudas, de una división igual de la propiedad o de cualquier otro proyecto inapropiado o retorcido, será menos posible que perviva en todo el cuerpo de la Unión que en un miembro particular de ella; en la misma proporción en que una dolencia como esa es más probable que tiente a un condado o distrito concreto que a todo un Estado.
Es desde esta perspectiva como se alabado, por ejemplo, al Imperio Británico por parte de algunos libertarios, por combatir prácticas como los sacrificios humanos y el sistema de castas en sus colonia. Por ejemplo, Isabel Paterson escribe en God of the Machine:
Como pasó con Roma, el mundo aceptó el imperio británico porque abrió al mundo canales de energía para el comercio en general. (…) Entre todas las exportaciones invisibles de Inglaterra estuvieron el derecho y el libre comercio. En términos prácticos, mientras Inglaterra gobernó los mares, cualquier hombre de cualquier nación podía ir a cualquier sitio, llevando consigo sus bienes y dinero, con seguridad.1
Y el anarquista spenceriano Wordsworth Donisthorpe decía igualmente que apoyaba el Imperio Británico porque donde ondeaba la Union Jack, a esta le seguía el libre comercio.2
Paterson ve también virtudes en el Imperio Romano, argumentando que el ataque cartaginés a Roma fracasó debido a que los aliados sometidos de Roma, de quienes Aníbal había esperado que «se unieran al invasor para librarse del yugo romano», permanecieron leales a Roma debido a los beneficios del derecho romano.3 Y refiriéndose al incidente en el que el apóstol Pablo escapaba al látigo invocando su ciudadanía romana, escribe: «Lo crucial del asunto es que un pobre predicador callejero, de la clase trabajadora, bajo arresto y con enemigos en lugares importantes, solo tenía que reclamar sus derechos civiles como ciudadano romano y nadie podía negárselos».4
En el caso estadounidense, el poder centralizado se visto como vital para la protección de los derechos de las minorías, poniendo fin a la esclavitud en el siglo XIX y a las leyes Jim Crow en el XX; David Bernstein ha argumentado que la muy denostada sentencia Lochner a favor de la libertad de contratación proporcionó una valiosa protección en esta área al echar abajo leyes estatales racistas que restringían la libertad de contratación en perjuicio de los afroamericanos. Se puede igualmente apuntar a muchas otras áreas, de la censura a la libertad reproductiva o los derechos de los gays, en las que un tribunal federal con valores culturales aparentemente más tolerantes ha actuado para proteger la libertad individual contra los gobiernos estatales y locales con valores menos tolerantes. El teórico legal anarquista Randy Barnett ha defendido una teoría de jurisprudencia constitucional que incluye la imposición federal de patrones libertarios sobre los estados.
En este sentido, la blogger libertaria Lady Aster ofrece la siguiente crítica a la descentralización:
Hace mucho que soy escéptica acerca de la descentralización; lo que temo es que las sociedades con valores culturales premodernos y tradicionales impongan sus prejuicios locales despiadadamente sin el control de una sociedad más grande y cosmopolita. Me alegra Lawrence vs. Texas y me aterroriza Dakota del Sur, y aunque apoyaría una reducción o eliminación del poder del estado, también creo que dicho poder estatal es menos destructivo cuando no está exactamente en manos de autoridades sociales locales y tradicionales. Históricamente, la tolerancia ha sido un valor alimentado por la educación, el ocio y la urbanidad y se ha hecho políticamente necesaria siempre que un cuerpo político comprende diversas culturas integrantes del mismo. Mi experiencia me lleva a creer que los derechos de las minorías, incluyendo los inmigrantes (sin documentación o con ella), no estarían mejor protegidos bajo una descentralización. (…) Es verdad que hay casos en que la sociedad local aprobaría leyes mejores que el estado centralizado (…) Pero aun así, mi lectura de la historia es que la tendencia general es hacia que la tolerancia cultural florece en los centros urbanos. Si es así, el localismo parece una idea con la que puedo tener alguna simpatía anarquista, pero que parece en la práctica una amenaza letal para minorías, disidentes e inconformistas de todo tipo.5
Aunque simpatizo con muchas de las preocupaciones encarnadas en el argumento cosmopolita del imperio, creo que el argumento es erróneo. Dejadme explicar por qué.
Para empezar, deberíamos tener cuidado a la hora de concluir que la centralización imperial lleva a una cultura floreciente y cosmopolita. Es verdad que hay casos que podrían parecer apoyar esa idea: los imperios romano y británico, Francia bajo los borbones, Austria-Hungría bajo los habsburgos.
Pero también son sorprendentes los casos contrarios. Consideremos China, Grecia, Alemania y la Italia del Renacimiento en sus respectivos apogeos culturales. En cada caso, los principales pensadores dedicaban una gran parte del tiempo a quejarse del hecho de que su región estuviera fragmentada en muchos estados diminutos y hacían fervientes llamadas a una mayor unificación política y en cada caso cuando llegó la deseada unificación, la vigorosa y dinámica explosión cultural se apagó en buena parte, junto con la competencia que probablemente la alimentó. También en el mundo musulmán, el punto álgido de la creatividad cultural y la tolerancia religiosa se produjo, no bajo los otomanos sino bajos las hegemonías árabes muchos menos centralizadas que precedieron al gobierno otomano.
La protección ofrecida por el centralismo imperial tampoco debe sobrestimarse. La visión del Imperio Británico como garante universal del libre comercio parece un mal chiste cuando se considera el sistema mercantilista de privilegios económicos que mantuvo Gran Bretaña en la India, por ejemplo. Y en Estados Unidos el gobierno federal presidió alegremente con esclavitud durante casi un siglo antes de hacer algo con ella y luego presidió alegremente con el sistema Jim Crow durante casi otro siglo antes de hacer algo con él. Además, la lucha contra Jim Crow se libró inicialmente a nivel popular por parte de ciudadanos privados con relativamente poco apoyo federal y fue solo después de que el movimiento de derechos civiles hubiera empezado a tomar fuerza cuando el gobierno federal se movió como el búho de Minerva para colocarse a la cabeza del movimiento.
Aunque es verdad que el gobierno federal ha sido más tolerante que las jurisdicciones locales en algunos asuntos, hay muchas excepciones, siendo las armas de fuego y la marihuana dos ejemplos evidentes. E incluso cuando el gobierno central es realmente un protector de valores más tolerantes, un problema con este tipo de solución centralista es que dirige a los reaccionarios locales hacia la política nacional, ya que los reaccionarios ven entonces que tomar el poder en el gobierno central es el único medio disponible para proteger sus valores. Y una vez que los reaccionarios ganan a nivel nacional, están en disposición de imponer su programa a todos. Al menos con la descentralización hay algún lugar al que escapar.
Supongamos que Madison tenga razón en que «Un brote a favor (…) de cualquier (…) proyecto inapropiado o retorcido, será menos posible que perviva en todo el cuerpo de la Unión que en un miembro particular de ella». Igualmente hay medios en un sistema centralizado por el que las opresiones locales pueden agrandarse. Supongamos que Falwellville está a favor de quemar libros de Darwin, mientras que Mephistoville está a favor de quemar libros de C.S. Lewis. En un legislativo centralizado, los representantes o cabilderos de Falwellville pueden estar dispuestos a prestar su apoyo a la quema de libros de C.S. Lewis a cambio de que los representantes o cabilderos de Mephistoville presten su apoyo a la quema de libros de Darwin.
Así que la centralización proporciona una vía por la que las tiranías locales pueden conseguir más apoyo en toda la nación del que obtendrían en otro caso. Y una vez que una tiranía local consigue tener éxito en establecerse a nivel centralizado, ya no se puede escapar de ella simplemente trasladándose a otro distrito local. Un presidente Bush es mucho más peligroso que un gobernador Bush, que a su vez es mucho más peligros de lo que sería un alcalde Bush.
Y merece la pena recordar que lo que las potencias centrales imperiales deciden imponer a las jurisdicciones locales, incluso cuando no se ven influidas inapropiadamente por representantes de la opresión local, no siempre va a resultar dirigirse hacia una mayor liberalidad: pensemos en el tratamiento soviético de Hungría en 1956 o de Checoslovaquia en 1968. Y por supuesto el mismo Pablo que estaba protegido por el derecho romano en las provincias fue ejecutado bajo el derecho romano en la capital. Como escribe Charles Johnson:
La urbanidad en el mejor de los casos tiende a ayudar a ciertos tipos de tolerancia y a hacer florecer pensamiento a favor de la libertad, pero creo que el agrarismo en el mejor de los casos tiende a ayudar a florecer otros tipos. Las mejores partes de la Revolución Americana (radical, anti-estatista, directamente democrática, anti-mercantilista, etc.), por ejemplo, en general vinieron del interior de Massachusetts, por ejemplo, con la mayoría de las intrigas mercantilistas y la ley y orden conservadores proviniendo de los centros urbanos en Boston, Nueva York, etc. Me inclino a decir que cada forma de vida alimenta tanto sus propias virtudes características como sus propios vicios característicos. La tradición agraria en el mejor de los casos cultiva el escepticismo populista hacia las élites autonombradas, el escepticismo individualista hacia las demandas arbitrarias de otros, una ética de la autosuficiencia, una voluntad de vivir y dejar vivir en asuntos de propiedad privada, un escepticismo frente a la planificación utópica centralizada, etc. En el peor de los casos, tiende a animar la estrechez mental, el anti-intelectualismo, el tradicionalismo empecinado, la indiferencia de «tengo lo mío», el fanatismo convencional, una falta de escepticismo hacia una autoridad tradicional y supuestamente «natural», etc. Por el contrario, la tradición de urbanidad en el mejor de los casos tiende a cultivar la tolerancia intercultural, el respeto por el intelecto y la educación, la solidaridad con otros, un intenso escepticismo hacia los centros tradicionales de autoridad, etc. Pero en el peor de los casos también ha cultivado el mercantilismo depredador, la política de aniquilación masiva (normalmente en nombre de la «democracia»), la planificación centralizada utópica, la arrogancia imperial (tanto hacia las provincias como hacia la clase marginal de la propia ciudad), etc.6
Además, incluso cuando los valores del poder central son más liberales, los resultados de tratar de imponerlos pueden no ser los esperados. A veces se argumenta, por ejemplo, que la ocupación soviética de Afganistán en realidad representó una liberación, especialmente para las mujeres. Creo que hay cierta verdad en esto: los soviéticos apoyaron la educación, las carreras y la decisión marital de las mujeres y no impusieron el hiyab.
Por otro lado, el trato soviético a las mujeres en Afganistán tuvo sus propias historias de horror, pero, incluso dejando aparte eso, el problema de imponer valores liberales por medio de fuerza militar es que tiende a asociar los valores liberales con la invasión y la opresión en las mentes de la población. Es improbable que se gane la causa de los derechos de la mujer cuando los que predican a favor de esa causa te han robado tu granja, disparado a tu hermano y arrancado las manos a tus hijos con una mina; de hecho es probable que la causa de los derechos de las mujeres retroceda más por esas asociaciones. La reforma cultural es generalmente más eficaz, provocando menos resistencia y reacción, cuando se logra por seducción y ósmosis en lugar de a punta de bayoneta. Temo que Estados Unidos ha aprendido poco de la experiencia soviética en Afganistán, ya que parece inclinarse por repetirla.
Por supuesto no quiero negar que la influencia del poder centralizado sobre las jurisdicciones locales pueda a veces tener el efecto de liberalizar la cultura y proteger los derechos individuales contra la opresión local. Pero sostengo que cuando los imperios hacen esto, no lo hacen por ser imperios y por tanto cualquier punto que se anoten a este respecto no debería atribuirse al imperio como tal. El comercio internacional y el intercambio cultural pueden tener un efecto liberalizador estén o no acompañados por la ocupación militar; de hecho, he argumentado que la ocupación militar perjudica más que ayuda al proceso. Si alguien bebe al tiempo veneno y medicina y la medicina tiene algún efecto bueno, no debería atribuírselo al veneno.
Respecto de los casos en que el poder centralizado protege genuinamente derechos imponiéndose a la autoridad local, el beneficio que ofrecen no tiene nada que ver en absoluto con la centralización. Lo importante en esos casos es que el poder central está ofreciendo servicios legales en competencia con la autoridad local. Y en la medida en que el beneficio del poder central se encuentra en su papel como competidor frente a la autoridad local, cualquier mérito que tenga debería atribuirse a la descentralización en lugar de al lado de la centralización de la contabilidad, ya que si la competencia es buena a nivel local indudablemente será también buena a gran escala.
El poder centralizado puede ser una forma de proporcionar competencia a nivel local, pero no es la mejor forma, ya que lo hace disminuyendo a la competencia a gran escala. Por el contrario, el remedio para la tiranía local no es menos descentralización, sino más: si una región más pequeña se independiza de una región más grande y luego practica la opresión, la solución más segura no es reabsorberla en la región más grande (con el riesgo de una opresión a mayor escala que produce), sino promover la secesión de ella de regiones aún más pequeñas.
Los críticos de la secesión señalan la práctica de la esclavitud de la Confederación y otros vicios políticos, pero por supuesto la Confederación era ella misma un enorme imperio centralizado desgarbado. Incluso los estados miembros de la Confederación tomados individualmente tenían el tamaño de países europeos. Simplemente no llevaron las descentralización lo suficientemente lejos. El verdadero defensor de la secesión fue Lysander Spooner, que defendía no solo la secesión de los estados confederados de la Unión, sino también la secesión de los esclavos, con sus plantaciones ocupadas, de la autoridad de sus amos.
Como señala Johnson, los preocupados por la protección de valores cosmopolitas tienen tantas razones para estar a favor de la descentralización como cualquier otro:
Un tipo de política descentralizadora que se podría apoyar sería la defensa de la secesión de centros urbanos de los estados que los rodean y un orden descentralizado que se base parcialmente en gente que forme una red de polis en torno a estos centros urbanos. Indudablemente hay varias ciudades (Nueva York, San Francisco, Detroit, Austin, Atlanta…) en los que hay suficiente gente disgustada con sus gobiernos estatales como para que esta idea puede tener algún atractivo real. Después de todo, el poder de los condados suburbanos y exurbanos y rurales para imponerse a las ciudades mediante el control mayoritario del gobierno estatal es, o al menos tendría que ser, tan preocupante para los descentralizadores como lo contrario.7
Y Paterson me da inadvertidamente la razón acerca de que los imperios no hace el bien por ser imperios en el siguiente pasaje:
Nunca ha habido un imperio militar ni puede haberlo nunca. Es imposible, en la naturaleza de las cosas. Cuando Augusto se convirtió en emperador, su primer movimiento para consolidar el dominio romano fue reducir el tamaño del ejército. Consecuentemente, cuando Roma incluyó dentro de sus fronteras la mayoría de Europa, Oriente Medio y el norte de África, la tarea se llevó a cabo con menos de cuatrocientos mil soldados, de los cuales la mitad eran auxiliares, es decir, regimientos proporcionados por naciones sometidas y dirigidos por romanos. (…) Los ejércitos romanos habrían sido lamentablemente inadecuados para mantener un territorio tan amplio por pura fuerza. (…) El hombre normal quería vivir bajo el derecho romano. Las legiones victoriosas fueron un resultado y no una causa.8
Hay dos cosas que decir acerca de esto. Primero, el hecho de que Roma no mantuviera su imperio solo por la fuerza de las armas no prueba que su gobierno fuera benigno. Como han apuntado pensadores tan diversos como tienne de la La Boétie, David Hume, Mahatma Gandhi, Ayn Rand y Murray Rothbard, ningún gobierno, no importa lo tiránico que sea, mantiene su poder solo por la fuerza de las armas. Los gobernados siempre superan enormemente a los gobernantes y por tanto el gobierno depende esencialmente de la aceptación del pueblo, una aceptación que trata de promover mediante patrocinio y propaganda.
Pero, segundo, supongamos que muchos de los súbditos de Roma realmente aceptaran el gobierno romano porque prefirieran su sistema legal a cualquier alternativa conocida (y yo ciertamente reconozco que el derecho romano tenía muchas características positivas). En ese caso o hasta ese punto el Imperio Romano era innecesario. Si la jurisprudencia romana era realmente un producto superior, podría haber dominado el mercado sin ninguna necesidad de legiones, senadores, cónsules, emperadores, guardias pretorianos y el resto de cosas. No hacía falta ninguna administración centralizada en absoluto.
Tampoco el imperio es solo de valor dudoso para los sometidos. Citando no solo el caso romano, sino asimismo Egipto, Esparta, Japón, la Francia absolutista y el contemporáneo Imperio Británico, Herbert Spencer documenta una variedad de formas en que la necesidad mantener esclavizado un pueblo sometido tiende a generar también restricciones a la libertad del grupo gobernante: «en la proporción en que disminuye la libertad en las sociedad sobre las que gobierna», dice, «la libertad disminuye dentro de su propia organización». Spencer dibuja la siguiente analogía:
He aquí un prisionero con las manos atadas y con una cuerda alrededor de su cuello (…) siendo llevado a casa por su salvaje conquistador, que trata de hacer de él un esclavo. ¿Uno, decís, es cautivo y el otro libre? ¿Estáis seguros de que el otro es libre? Agarra un extremo de la cuerda y, salvo que quiera dejar escapar a su cautivo, debe continuar unido sujetándola de tal manera que no sea fácil soltarse. Debe estar el mismo atado al cautivo mientras el cautivo esté ligado a él.9
La Guerra de Secesión de EEUU, junto con el periodo que lleva a ella, ofrecen un útil ejemplo de la tesis de Spencer. La Unión era una potencia imperial y expansionista desesperada por mantener su control sobre el Sur, pero el Sur era también una potencia imperial y expansionista desesperada por mantener su control sobre los esclavos. En ambos casos, la necesidad de mantener dicho control tuvo una influencia corrosiva tanto en la libertad como en la cultura.
Para mantener el sistema esclavista, el Sur tenía que abandonar los principios libertarios de Jefferson y la revolución. Los gobiernos sureños encontraban necesario imponer restricciones cada vez mayores a las libertades civiles y económicas de los blancos para mantener sometidos a los negros. Muchos estados hicieron ilegal que los propietarios liberaran a sus esclavos y pronto no hubo libertad de expresión o prensa para los blancos de defendieran la abolición. En algunos casos, hablar contra la esclavitud era castigado con la muerte.
Una vez se consiguió la secesión y se estableció la Confederación, la supresión de las libertades de los blancos creció aún más, ya que el gobierno central, en nombre la necesidad militar, extendió sus controles sobre todos los demás aspectos cotidianos. Hacían falta pasaportes internos para viajar, se suspendieron derechos civiles tradicionales, como el habeas corpus, se devaluó la divisa y se nacionalizó la mayoría de los sectores de la economía. En su búsqueda desesperada de mantener su control sobre los negros, los blancos sureños se encontraron obligados a establecer un orden político autoritario que acabó reclamando asimismo su propia libertad. (…)
Los intentos del Norte de someter al Sur tuvieron un efecto en el Norte igual que el efecto en Sur de sus intentos de conservar la esclavitud. Se centralizó más autoridad en Washington, se violaron constantemente las libertades civiles, se introdujeron el impuesto de la renta y el servicio militar administrado federalmente y se extendió un ominoso culto a la unidad nacional en la conciencia estadounidense. El resultado fue un gobierno federal con enormes nuevos poderes.10
El declive en la cultura política en ambos bandos es también notable. En el Sur, durante el periodo que llevó a la guerra, la ideología imperante cambia de la aproximación de los derechos naturales de Jefferson and Taylor al anti-derechos-naturales pero todavía liberal Calhoun, al absolutamente anti-derechos y anti-liberal George Fitzhugh (cada uno de ellos, no casualmente, más fácil de reconciliar con la esclavitud que su predecesor). En el lado del Norte, mientras pasamos del partido federalista y whig al republicano, el compromiso con el privilegio mercantilista permanece incólume, pero la visión de la ilustración urbana de Hamilton (sean cuales sean sus defectos) da paso al ferviente prohibicionismo de los fanáticos paternalistas.
Hoy afrontamos una dinámica similar, ya que los intentos del gobierno de EEUU de contener las represalias terroristas resultantes de nuestras aventuras políticas exteriores están ocasionando restricciones de la libertad no solo en los supuestos enemigos exteriores de Estados Unidos, sino también en los ciudadanos estadounidenses, incluso quienes apoyan la política del gobierno. Y aun así se adoptan esas políticas (de la guerra contra los geles a la guerra contra el habeas corpus), con la idea de considerar como justificada cualquier pérdida de libertad si ayuda o se supone que ayuda a la «Guerra contra el Terrorismo». El presidente se eleva en la imaginación del público a un personaje divino, permitiéndole así trasladar al poder al poder ejecutivo.
Películas como Black Hawk derribado inflaman las pasiones populares contra un enemigo vagamente concebido, mientras que series de televisión como 24 glorifican la violación de las normas ordinarias de decencia moral en nombre de la seguridad nacional. La religión cuyo fundador enseñaba a amar a tus enemigos se ve de nuevo presionada al servicio del estado y quienes afirman seguir a un líder religioso que fue torturado hasta la muerte por el estado defienden despreocupadamente la tortura. El pueblo está tan absorto por una imaginación engañosa que se puede sustituir un enemigo por otro, Iraq por Al-Qaeda, sin pestañear, como los ministros de propaganda en el 1984 de Orwell sustituían Asia del Este por Eurasia en neolengua. No hace falta decir que este no es el tipo de descentralización que estén buscando los defensores del argumento cosmopolita del imperio. Pero parece ser lo que están consiguiendo.
Hace más de cien años, Spencer describía los efectos políticos y culturales de la centralización y el imperialismo, su tendencia a impulsarlo que llamaba «regimentación», «re-barbarización» y el modelo «militante» de sociedad y no puedo hacer sino citarle por extenso:
Señalemos ahora cómo, junto con la extensión nominal de la libertad constitucional, se ha estado produciendo una disminución real de ella. Está primero el hecho de que las funciones legislativas del Parlamento han estado disminuyendo, mientras que el Ministerio las ha estado usurpando. Medidas importante se impulsan y desarrollan ahora por parte de miembros privados, pero se apela al Estado para asumirlas: la creación de leyes está gradualmente pasando a manos del ejecutivo. Y luego dentro de este mismo ejecutivo la tendencia a poner el poder en menos manos. (…) De forma similar, al tomar para propósitos públicos cada vez más tiempo disponible por los miembros privados, eliminado debates por conclusiones y requiriendo ahora el voto para aprobar en bloque todo un departamento, sin crítica de los detalles, se nos muestra que mientras que la extensión de la franquicia parece aumentar las libertades de los ciudadanos, estas han disminuido al restringir las esferas de acción de sus representantes. Todas estas son etapas en esa concentración de poder que es simultánea al imperialismo. (…)
La calidad de una pasión es en gran medida la misma sea cual sea el objeto de su entusiasmo. El miedo que despierta un perro agresivo es en lo esencial como el miedo producido por el arma levantada de un asesino y el odio que se siente por un animal desagradable es de la misma naturaleza que odio de un hombre por otro que le desagrade. Especialmente cuando los objetos de la pasión son imaginarios, es probable que haya poca diferencia en el estado mental producido. El cultivo de la animosidad hacia un objeto imaginario, fortaleciendo el sentimiento de animosidad en general, hace más fácil levantar animosidad hacia otro objeto imaginario. (…)
Hago estos comentarios a propósito del Ejército de Salvación. La palabra es importante: Ejército; como los nombres de los grados, del llamado «general», descendiendo a los brigadas, coroneles, mayores, hasta los suboficiales locales, todos vistiendo uniformes. Este sistema es igual en idea y sentimiento al de un ejército real. ¿A qué sentimientos se apela? La «Gaceta oficial del Ejército de Salvación» se titula El grito de guerra y el lema que se muestra claramente en la primera página es «Sangre y fuego». Indudablemente se dirá que es hacia el principio de mal, personal o impersonal (hacia «el diablo y todas sus obras») hacia el que se invocan los sentimientos destructivos con este título y este lema. Igualmente se dirá que en un himno, visible en el número del ejemplar que tengo en mis manos, el mismo animus se muestra en las expresiones que selecciono de las primeras treinta líneas: «Haznos guerreros por siempre, envíanos al campo de batalla (…) Venceremos con fuego y sangre (…) Tomad vuestras armas, el enemigo está cerca, los poderes del infierno nos rodean (…) ¡El día de la batalla está cerca! Adelante hacia la guerra gloriosa». Estos y otros como ellos son estímulos para las tendencias a la lucha y la excitación de las canciones unidas a los desfiles marciales y la música instrumental no pueden dejar de enervar esas pasiones dormidas que están listas para estallar incluso a lo largo de la vida cotidiana. Esas apelaciones que deberían ser a los sentimientos más amables que inculca la religión, se pierden en la práctica en medio de estas ruidosas invocaciones. A partir de las exhortaciones mezcladas y contradictorias la gente que escucha responde con lo que es más congruente con su propia naturaleza y se ve poco afectada por el resto, así que bajo las formas nominales de la religión de la amistad se ejercitan diariamente los sentimiento apropiados para la religión de la enemistad. Y después, como sugería antes, estas pasiones destructivas dirigidas hacia «el enemigo», como se llama al principio del mal, se dirigen fácilmente hacia un enemigo concebido de otra manera. Si los espíritus malvados se sustituyen por hombres malvados, estos se consideran con los mismos sentimientos y cuando las calumnias sembradas alrededor hacen que parezca que ciertas personas son hombres malvados, la rabia y el odio que se han impulsado perpetuamente se descargan sobre ellas. (…)
Esta difusión de ideas militares, sentimientos militares, organización militar, disciplina militar se ha producido en todas partes. (…) Así que en todas partes vemos las ideas y sentimientos e instituciones apropiados para una vida pacífica reemplazados por los apropiados para una vida de lucha. Los continuos aumentos en el ejército, la formación de campos militares permanentes, la institución de concursos públicos y exhibiciones militares, han conducido a este resultado. (…) Los constantes entusiasmos por las pasiones destructivas (…) han hecho familiares la guerra y el fuego y la sangre y bajo el disfraz de luchar contra el mal se han encajado en lo más profundo de las emociones amables. (…)
Sistema, regulación, uniformidad, compulsión: estas palabras se están haciendo familiares en discusiones sobre cuestiones sociales. En todas partes ha aparecido una suposición no cuestionada de que todo debería disponerse siguiendo un plan definido. (….) Aunque no hayamos llegado a un estado como el que indicó un ministro francés que dijo: «Ahora todos los niños de Francia están dando la misma lección», aunque si comparamos nuestros sistema actual con nuestro estado antes de que se crearan los internados, vemos un movimiento hacia un ideal similar. Tenemos un «código» que deben respetar directores y maestros y tenemos inspectores que ven que se aplican las ideas de la autoridad central. (…)
Mientras la pasión por el dominio supere a todas las demás, se tolerará la esclavitud que va de la mano del imperialismo. Entre hombres que no se enorgullezcan de la posesión de rasgos puramente humanos, sino de la posesión de rasgos que tengan en común con las bestias y en cuyas bocas el «valor de un bulldog» equivalga a hombría, entre gente que lleva su honor a un cuadrilátero de boxeo, en el que los combatientes se someten a dolor, lesiones y riesgo de muerte decididos a demostrar que son los «mejores», ninguna consideración disuasoria como las anteriores tendrá ningún peso. Mientras continúen conquistando otros pueblos y los mantengan sometidos, mezclarán sus libertades personales con el poder del estado y a partir de entonces y desde ahí aceptarán la esclavitud que va de la mano del imperialismo.11
El mensaje de Spencer sigue siendo totalmente apropiado para nuestra época actual y sugiere (como debería igualmente sugerir un vistazo al actual ocupante de la Casa Blanca) que las ambiciones imperiales y la centralización del poder no son una receta para el triunfo de los valores civilizados y cosmopolitas por encima de la opresión reaccionaria estrecha de mente.
Repito, la cura para la tiranía local no es menos descentralización, sino más. Primero, romper los imperios en estados, los estados en condados, los condados en distritos, los distritos en municipios, los municipios en barrios y así sucesivamente hasta el nivel de la soberanía individual. Segundo, separar la jurisdicción y la asociación legal de la geografía; si vivo en Mississippi pero prefiero a ley de Massachusetts o viceversa, debería ser libre de apuntarme al sistema que prefiero sin tener que mudarme físicamente. Maximicemos la competencia y minimizaremos así las oportunidades para la opresión.
La seguridad más real para los valores liberales y cosmopolitas no reside en el imperio, sino en la secesión y la anarquía.
- 1Isabel Paterson, God of the Machine (New Brunswick NJ: Transaction, 1993), p. 121.
- 2Ver Wordworth Donisthorpe, Individualism: A System of Politics (Londres: Macmillan, 1889) y Down the Stream of Civilization (Londres: G. Newnes, 1898).
- 3Paterson, pp. 9-10.
- 4Ibíd., p. 25.
- 5«two notes on conservatism and cosmopolitanism», Blog de Lady Aster.
- 6Charles Johnson, comentario en The Conservative Mind, 27 de marzo de 2006.
- 7Ibíd.
- 8Paterson, p. 31.
- 9Herbert Spencer, Facts and Comments (Nueva York: D. Appleton, 1902), ch. 24; también en línea.
- 10Roderick T. Long, «The Nature of Law, Part IV: The Basis of Natural Law», Formulations 4, nº 2 (Invierno de 1997).
- 11Spencer, cap. 24-26.