Mises Daily

Los principios diabólicos del Hillarycare

Día 14 de la lista de lectura de 30 días de Robert Wenzel que le llevará a convertirse en un libertario bien informado, este artículo se publicó por primera vez en diciembre de 1993. Aparece como capítulo 35, «The Health Plan’s Devilish Principles», en Making Economic Sense (1995, 2006).]


El tópico habitual de los medios de comunicación sobre el plan sanitario de Clinton es que Dios, o el Diablo, según se mire, «está en los detalles». Existe un sorprendente acuerdo tanto entre los partidarios como entre demasiados detractores de la «reforma» sanitaria de Clinton. Los partidarios dicen que los principios generales del plan son maravillosos, pero que hay algunos problemas en los detalles: por ejemplo, cuánto costará, cómo se financiará exactamente, obtendrán las pequeñas empresas una subvención suficiente para compensar sus mayores costes, y así hasta el infinito.

Los supuestos críticos del plan de Clinton también se apresuran a asegurarnos que ellos también aceptan los principios generales, pero que hay muchos problemas en los detalles. A menudo los críticos presentarán sus propios planes alternativos, sólo ligeramente menos complejos que el plan de Clinton, acompañados de afirmaciones de que sus planes son menos coercitivos, menos costosos y menos socialistas que el esfuerzo de Clinton. Y puesto que la sanidad constituye aproximadamente una séptima parte de la producción americana, hay suficientes detalles y variantes para mantener a un montón de expertos en política durante el resto de sus vidas.

Pero los detalles del plan clintoniano, por diabólicos que sean, no son más que insignificantes demonios comparados con los principios generales, donde Lucifer realmente acecha. Al aceptar los principios y pelearse por los detalles, la Oposición Leal sólo consigue regalar la tienda, y lo hace antes de que el debate sobre los detalles pueda siquiera ponerse en marcha. Perdidos en una espesura de minucias, los críticos conservadores de la reforma clintoniana, al ser «responsables» y trabajar dentro del paradigma establecido por El Enemigo, están prestando un servicio vital a los clintonianos al sofocar cualquier oposición clara al Gran Salto Adelante de Clinton hacia el colectivismo sanitario.

Examinemos algunos de los principios generales mefistofélicos de la reforma clintoniana, secundados por los críticos conservadores.

1. Acceso universal garantizado

Últimamente se habla mucho del «acceso universal» a tal o cual bien o servicio. Muchos defensores «libertarios» o «de libre mercado» de la «reforma» educativa, por ejemplo, abogan por sistemas de vales financiados con impuestos para proporcionar «acceso» a la enseñanza privada. Pero hay una entidad simple, en cualquier tipo de sociedad libre, que proporciona «acceso universal» a cualquier bien o servicio concebible, y no sólo a la sanidad, la educación o la alimentación. Esa entidad no es un vale ni un carné de identidad clintoniano; se llama «dólar». Los dólares no sólo proporcionan acceso universal a todos los bienes y servicios, sino que lo proporcionan a cada tenedor de dólares para cada producto sólo en la medida en que el tenedor de dólares lo desee. Cualquier otro accesorio artificial, sea vale o tarjeta sanitaria o cupón de alimentos, es despótico y coercitivo, multe al contribuyente, es ineficaz e igualitario.

2. Coercitivo

El «acceso universal garantizado» sólo puede proporcionarse mediante el robo de impuestos, y la esencia de esta extorsión no cambia por llamar a estos impuestos «tasas, ... primas» o «cotizaciones». Un impuesto con cualquier otro nombre huele igual de podrido, y tiene consecuencias similares, aunque sólo se obligue a los «empresarios» a pagar las «primas» más altas.

Además, para que a alguien se le «garantice» el acceso a algo, tiene que ser obligado a participar, tanto en recibir sus «beneficios» como en pagar por ellos. De ahí que «garantizar el acceso universal» signifique coaccionar no sólo a los contribuyentes, sino a todos como participantes y contribuyentes. Todos los llantos y lamentos sobre los 37 millones de «no asegurados» pasan por alto el hecho de que la mayoría de estos no asegurados han tomado una decisión racional de que no quieren estar «asegurados», que están dispuestos a correr el riesgo de pagar los precios del mercado en caso de que la asistencia sanitaria sea necesaria. Pero no se les permitirá permanecer libres de los «beneficios» del seguro; su participación será obligatoria. Todos nos convertiremos en reclutas sanitarios.

3. Igualitario

Universal significa igualitario. Porque el temido tema igualitario de la «equidad» entra inmediatamente en la ecuación. Una vez que el gobierno se convierte en el jefe de toda la sanidad, bajo el plan Clinton o la Oposición Leal, entonces parece «injusto» que un rico disfrute de mejor atención médica que el vagabundo más humilde. Esta estratagema de «justicia» se considera evidente y nunca es objeto de crítica. ¿Por qué es más «injusto» el sistema sanitario de «dos niveles» (en realidad ha sido de varios niveles) que el sistema de varios niveles para la ropa o la comida o el transporte? Al menos hasta ahora, la mayoría de la gente no considera injusto que algunas personas puedan permitirse cenar en el Four Seasons y pasar sus vacaciones en Martha’s Vineyard, mientras que otras tienen que conformarse con McDonald’s y quedarse en casa. ¿Por qué va a ser diferente la atención médica?

Sin embargo, uno de los principales objetivos del plan de Clinton es reducirnos a todos a una asistencia sanitaria igualitaria de un solo nivel.

4. Colectivista

Para garantizar la igualdad de todos y cada uno, la atención médica será colectivista, bajo la estrecha supervisión de la Junta federal de asistencia sanitaria, con la provisión y el seguro de salud engatusados por el gobierno en colectivos y alianzas regionales. La práctica privada de la medicina será esencialmente expulsada, de modo que estos colectivos y HMOs serán la única opción para el consumidor. Aunque los Clintonianos intenten asegurar a los americanos que todavía pueden «elegir su propio médico», en la práctica esto será cada vez más imposible.

5. Controles de precios

Como es bien sabido que los controles de precios nunca han funcionado, que siempre han sido un desastre, la administración Clinton, siempre tan aficionada a los trucos semánticos, ha negado rotundamente que se contemple ningún control de precios. Pero la red de severos controles de precios será demasiado evidente y dolorosa, aunque lleven la máscara de «topes de primas, ... topes de costes» o «control del gasto». Tendrán que estar ahí, porque es la promesa de «control de costes» lo que permite a los Clintonianos hacer la escandalosa afirmación de que los impuestos apenas subirán. (El gobierno impondrá un estricto control del gasto, no sólo sobre el suyo propio, sino especialmente sobre el privado.

Uno de los aspectos más escalofriantes del plan Clinton es que se penalizará cualquier intento por parte de los consumidores de eludir estos controles de precios, por ejemplo, pagar precios superiores a los controlados a los médicos en la práctica privada. Así, el plan Clinton establece que «un proveedor no podrá cobrar o percibir del paciente una tarifa superior al baremo de tarifas adoptado por una alianza», y se impondrán sanciones penales por «pago de sobornos o gratificaciones» (es decir, «precios del mercado negro») para «influir en la prestación del servicio sanitario.»

Para defender su plan, por cierto, los Clinton han añadido el insulto a la injuria empleando absurdas tonterías en forma de argumento. Su principal argumento a favor del plan es que la sanidad es «demasiado costosa», y esa tesis se basa en el hecho de que el gasto sanitario, en los últimos años, ha aumentado considerablemente como porcentaje del PIB. Pero un aumento del gasto no es lo mismo que un aumento del coste; si lo fuera, yo podría argumentar fácilmente que, dado que el porcentaje del PIB gastado en ordenadores ha aumentado enormemente en los últimos diez años, los «costes informáticos» son, por tanto, excesivos, y que deben imponerse rápidamente severos controles de precios, topes y controles del gasto en la compra de ordenadores por parte de consumidores y empresas.

6. Racionamiento médico

Controles severos de precios y gastos significa, por supuesto, que la atención médica tendrá que ser estrictamente racionada, especialmente porque estos controles y topes vienen al mismo tiempo que se está «garantizando» la atención universal e igualitaria. A los socialistas, de hecho, siempre les encanta el racionamiento, ya que da a los burócratas poder sobre la gente y propicia el igualitarismo coercitivo.

Y esto significa que el gobierno, y sus burócratas médicos y subordinados, decidirán quién recibe qué servicio. Los totalitarios médicos, si no el resto de nosotros, estarán vivos y bien en América.

7. El consumidor molesto

Tenemos que recordar un punto crucial sobre el gobierno frente a las operaciones empresariales en el mercado. Las empresas siempre están deseosas de que los consumidores compren su producto o servicio. En el mercado libre, el consumidor es el rey o la reina y los «proveedores» siempre intentan obtener beneficios y ganar clientes prestándoles un buen servicio. Pero cuando el gobierno gestiona un servicio, el consumidor se transforma en un estorbo, un «derrochador» de los escasos recursos sociales. Mientras que el mercado libre es un lugar de cooperación pacífica donde todos se benefician y nadie pierde; cuando el gobierno suministra el producto o servicio, cada consumidor es tratado como si utilizara un recurso sólo a expensas de sus semejantes. El ámbito del «servicio público», y no el del libre mercado, es la jungla del perro que se come al perro.

Así que ahí tenemos el futuro sanitario de Clinton: el gobierno como racionador totalitario de la atención sanitaria, repartiendo a regañadientes la atención al nivel más bajo posible por igual a todos, y tratando a cada «cliente» como una plaga derrochadora. Y si, Dios no lo quiera, tienes un problema de salud grave, o eres mayor, o tu tratamiento requiere más recursos escasos de los que la Junta de Sanidad considera adecuados, entonces el Gran Hermano o la Gran Hermana racionadora de Washington decidirá, en el mejor interés de la «sociedad», por supuesto, darte el tratamiento Kevorkian.

8. El Gran Salto Adelante

Hay muchos otros aspectos ridículos, aunque casi universalmente aceptados, del plan Clinton, desde la burda perversión del concepto de «seguro» hasta la imbécil visión de que una enorme expansión del control gubernamental eliminará de algún modo la necesidad de rellenar formularios sanitarios. Pero baste subrayar el punto más vital: el plan consiste en un Gran Salto Adelante más hacia el colectivismo.

David Lauter lo expresó muy bien, aunque con admiración, en Los Angeles Times (23 de septiembre de 1993). De vez en cuando, dijo Lauter, «el gobierno se prepara colectivamente, respira hondo y da un salto hacia un futuro en gran medida desconocido». El primer salto americano fue el New Deal de los años 30, que dio paso a la Seguridad Social y a una amplia regulación federal de la economía. El segundo salto fue la revolución de los derechos civiles de los años sesenta. Y ahora, escribe Lauter, «otro nuevo presidente ha propuesto un plan arrollador» y hemos vuelto a oír «los ruidos de un sistema político que se calienta de nuevo para el gran salto».

El único punto importante que omite el Sr. Lauter es el salto ¿hacia qué? Consciente o inconscientemente, su metáfora del «salto» suena a verdad, pues recuerda el Gran Salto Adelante de la peor oleada de Mao hacia el comunismo extremo.

El plan sanitario de Clinton no es una «reforma» y no responde a una «crisis». Dejemos a un lado la falsa semántica, y lo que tenemos es otro gran salto adelante hacia el socialismo. Mientras Rusia y los antiguos estados comunistas luchan por salir del socialismo y del desastre de su «sanidad universal garantizada» (comprueba sus estadísticas vitales), Clinton y su extraño Brain Trust de envejecidos estudiantes de posgrado izquierdistas proponen destrozar nuestra economía, nuestra libertad y lo que ha sido, a pesar de todos los males impuestos por la anterior intervención gubernamental, el mejor sistema médico del planeta.

Por eso hay que combatir de raíz el plan de salud de Clinton, por eso Satán está en los principios generales, y por eso el Instituto Ludwig von Mises, en lugar de ofrecer su propio plan de salud de 500 páginas, se atiene a su plan de principios de «cuatro pasos» expuesto por Hans-Hermann Hoppe (TFM abril 1993) de desmantelar la intervención gubernamental existente en la salud.

¿Podemos sugerir algo más «positivo»? Claro: ¿qué tal instalar a Doc Kevorkian como médico de cabecera de Clinton?

Día 14 de la lista de lectura de 30 días de Robert Wenzel que le llevará a convertirse en un libertario bien informado, este artículo se publicó por primera vez en diciembre de 1993. Aparece como capítulo 35, «The Health Plan’s Devilish Principles», en El sentido económico (1995, 2006).

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