[Este artículo es un extracto de An Austrian Perspective on the History of Economic Thought , vol. 1, Economic Thought Before Adam Smith. Una versión en audio de este Mises Daily, leído por Jeff Riggenbach, está disponible para descarga gratuita.]
Hugonotes radicales
Calvino empezó su propia Reforma después de Lutero, pero se extendió rápidamente por Europa occidental, triunfando no sólo en Suiza sino, lo que es más importante, en Holanda, el principal centro comercial y financiero de Europa en el siglo XVII, y estuvo a un pelo de dominar Gran Bretaña y Francia. En Gran Bretaña, el calvinismo conquistó Escocia bajo la forma de la Iglesia Presbiteriana y el Puritanismo Calvinista muy influenciado por la Iglesia Anglicana y casi conquistó Inglaterra a mediados del siglo XVII. Francia se vio sumida en varias guerras político-religiosas durante las cuatro últimas décadas del siglo XVI y los calvinistas, conocidos como hugonotes, no estuvieron lejos de triunfar allí. Aunque no convirtieron a más del 5% de la población, los hugonotes eran extremadamente influyentes en la nobleza y en los bolsillos de la Francia de norte y el suroeste.
Tanto Juan Calvino como Lutero predicaron la doctrina de la obediencia absoluta y la no resistencia al gobierno debidamente constituido, independientemente de lo malvados que puedan ser los gobernantes. Pero los batalladores seguidores de Calvino, al disfrutar de aspiraciones a imponerse a sus gobernantes no calvinistas, desarrollaron justificaciones para la resistencia ante gobernantes malvados. Ésta se planteó por primera vez en la década de 1550 por los «exiliados marianos» ingleses en Suiza y Alemania durante el reinado de la última monarca católica en Inglaterra, la reina María. Esta tradición radical, incluyendo el derecho del pueblo al tiranicidio, fue asumida por los hugonotes en las siguientes décadas.
Estimulados por el horror de la matanza de San Bartolomé en 1572, los hugonotes pronto desarrollaron teorías libertarias de resistencia radical contra la tiranía de la Corona. Algunos de los escritos más notables fueron Francogallia, del jurista François Hotman (1524-1590), escrita a finales de la década de 1560 pero publicada por primera vez en 1573; los anónimos Discursos Políticos (1574) y la obre cumbre, a finales de la década de 1570, de (1549-1623), Vindiciae Contra Tyrannos (1579). En particular, los Discursos Políticos defendían el tiranicidio, atacando ácidamente a los «llamados teólogos y predicadores» que afirmaban que nadie podía legalmente matar a un tirano «sin una revelación especial de Dios». Sin embargo, los demás escritores hugonotes fueron mucho más cautelosos en este espinoso asunto.
Además, tres décadas antes que el escolástico radical Juan de Mariana, los hugonotes avanzaron una teoría pre-lockeana de la soberanía popular. En particular, Hotman advirtió que una transferencia del pueblo su derecho a mandar sobre el rey no puede en modo alguno ser permanente o irrevocable. Por el contrario, le pueblo y sus cuerpos representativos tienen derecho a la continua supervisión del rey, así como a quitarle el poder en cualquier momento. No sólo eso, sino que se suponía que los Estados generales tenían un poder continuo de gobernar todos los días. Hotman obtuvo la aceptación general de los hugonotes de este nuevo credo al exponerlo en palabras originales de Juan Calvino, con una doctrina política bastante opuesta.
Pero el argumento de Hotman del gobierno popular original era estrictamente histórico y los contraataques de los escritores realistas pronto llenaron de grandes distorsiones la explicación de la historia. Era necesario que los hugonotes abandonaran el consejo calvinista original de obediencia civil total y construir una teoría iusnaturalista de la soberanía original del pueblo, previa a la transferencia consensual al gobierno del rey. En resumen, los hugonotes tuvieron que redescubrir y reapropiarse de la tradición escolástica de sus odiados oponentes católicos. Así, en contraste con el estilo predicador y el énfasis en la voluntad divina de los exiliados marianos, Mornay y otros hugonotes escribieron en un estilo lógico escolástico y se referían explícitamente a Aquino y a los codificadores de la ley romana.
En resumen, como escribe el Profesor Skinner, no hubo una «teoría calvinista de la revolución» en el siglo XVI. Paradójicamente, los calvinistas franceses fueron pioneros en el desarrollo de una teoría revolucionaria del gobierno popular basándose en la tradición de la ley natural de sus adversarios católicos.
Además, los escoláticos occamitas en París —como Juan Gerson a principios del siglo XV y el inglés John Major a principio del XVI— fueron concretamente pioneros del concepto de soberanía que siempre es inherente al pueblo y que por tanto éste puede recuperar del rey en cualquier momento.
Uno de los efectos perniciosos en la explicación de la ética protestante (realmente calvinista) de Max Weber como creadora de capitalismo ya se ha visto: la ignorancia del auge real del capitalismo en la Italia católica, así como en Amberes y el sur de Alemania. Otra falacia weberiana asociada es la idea del calvinismo como «moderno» y revolucionario, como creador del pensamiento político radical y democrático. Pero hemos visto que el pensamiento político calvinista y protestante era originalmente estatista y absolutista. El calvinismo sólo se hizo revolucionario y antitiránico bajo la presión de oponerse a regímenes católicos, lo que llevó a los calvinistas de vuelta a los temas de la ley natural y la soberanía popular del pensamiento escolástico católico.
Una tendencia importante en la soberanía popular fue desarrollada por Teodoro de Beza (1519-1605), el principal discípulo de Calvino y su sucesor en Ginebra. El gran Beza, influido por Hotman, publicó Du droit des Magistrats sur leurs sujets en 1574. Beza insistía en que la ley natural rebelaba que el pueblo lógica y temporalmente precedía a sus dirigentes, por lo que el poder político se originaba en el cuerpo del pueblo. Es «evidente por sí mismo», decía Beza, que «los pueblos no derivan de sus dirigentes» no son creados por éstos. Por tanto, el pueblo decidió originalmente transferir los poderes de gobierno a los gobernantes. Un influyente panfleto radical hugonote, El despertador (Le Reveille Matin) (1574) repetía el argumento de Beza. (Probablemente El despertador lo escribía el eminente jurista francés Hugo Donellus). El hombre no podía estar naturalmente sometido, apuntaba El despertador, pues «existieron en todas partes asambleas y grupos de hombres antes de la creación de los reyes» e «incluso hoy es posible encontrar un pueblo sin magistrado, pero nunca un magistrado sin pueblo». Si el hombre no ha de ser naturalmente libre, sino esclavo, debemos concluir absurdamente que «el pueblo debe haber sido creado por sus magistrados», cuando es obvio, por el contrario, que «los magistrados son siempre creados por el pueblo».
Como es habitual Philippe du Plessis Mornay resumió la posición con aguda claridad. «Nadie», observó, «es rey por naturaleza» y, además, apunta en particular que «un rey no puede gobernar sin el pueblo, mientras que un pueblo puede gobernarse sin un rey». Por tanto, es evidente que el pueblo debe haber precedido la existencia de los reyes o las leyes positivas y que luego éste se somete a su dominio. Por tanto, la condición natural del hombre debe ser la libertad y debemos tener libertad como derecho natural, un derecho que nunca puede eliminarse justificadamente. Tal y como lo expresó Mornay todos somos «libres por naturaleza, nacidos para odiar la servidumbre y deseosos de mandar en lugar de rendir obediencia». Además, continuando con este análisis protolockeano, el pueblo debe haberse sometido al poder gubernamental para promover su bienestar.
Siguiendo a John Major, Mornay tenía claro que el tipo de bienestar que el pueblo esperaba al establecer el gobierno era proteger sus derechos individuales naturales. Para Mornay, como para Major, un «derecho» sobre algo era ser libre de tenerlo y disponer de ello, es decir un derecho sobre el objeto como propiedad. El pueblo retiene esos derechos cuando establece estructuras políticas, que crean voluntariamente con el fin de asegurar una mayor seguridad para su propiedad. Estos derechos de propiedad incluyen el derecho natural de cada uno a su propia persona y sus libertades. Se espera que los gobiernos mantengan estos derechos, pero a menudo se convierten en los principales transgresores. Mornay tuvo cuidado de apuntar que el pueblo, al establecer gobiernos, no podía renunciar a su soberanía. Por el contrario, siempre «se mantiene en la posición de propietario» de su soberanía, que simplemente delega en el gobernante. Por tanto «todo» el pueblo continúa siendo «mayor que el rey y está por encima de él».
Por otro lado, Mornay y los demás hugonotes se veían obligados a contener su radicalismo revolucionario. Primero, dejaron claro, de una forma completamente coherente con su opinión de que todo el pueblo retiene su soberanía, que el «pueblo» no es realmente el pueblo como un todo sino sus «representantes» en las magistraturas y los Estados generales. El pueblo necesariamente ha «cedido su espada» a estas instituciones y por tanto «cuando hablamos del pueblo colectivamente, no referimos a quienes reciben autoridad del pueblo, es decir, los magistrados bajo el rey (…) la asamblea de los Estados». Además, en la práctica, estos supuestos representantes mantienen en sus manos el poder de aplicar las promesas del rey, pues el poder de obligar es propiedad de «las autoridades que tienen en sí el poder del pueblo».
«Los hugonotes tuvieron que redescubrir y reapropiarse de la tradición escolástica de sus odiados oponentes católicos».
Además, de acuerdo con los hugonotes, el derecho soberano sólo está en el pueblo como un todo y no en ningún individuo, así que el tiranicidio por parte de una persona no es nunca admisible. El pueblo como un todo está por encima del rey, pero el rey está por encima de cualquier individuo aislado. Más en concreto, como la soberanía reside en las instituciones de asambleas o magistraturas constituidas adecuadamente, sólo estas instituciones que encarnan el poder soberano del pueblo pueden realmente resistirse a la tiranía del rey.
En unos pocos años, la rebelión de los holandeses contra el poder de España llegó a un clímax en 1580-81. Un panfleto anónimo calvinista, Una verdadera advertencia, apareció en Amberes en 1581 afirmando que «Dios ha creado libres a los hombres» y que el único poder sobre los hombres es el que ellos mismos hayan otorgado. Si el rey rompe las condiciones de este gobierno, entonces los representantes del pueblo tienen el derecho y la obligación de deponerle y «recuperar sus derechos originales». El líder de la rebelión holandesa, Guillermo de Orange, adoptó la misma opinión en estos mismos años, tanto en su propia Apología presentada a los Estados Generales al final de 1580 y en el oficial Edicto de los Estados Generales publicado el siguiente julio. (Deberíamos advertir que la Apología fue en buena parte escrita por Mornay y otros asesores hugonotes). El Edicto declaraba que el rey de España había «perdido el derecho» a su soberanía y que los Países Bajos habían acabado viéndose obligados, «de acuerdo con la ley de la naturaleza» a ejercitar su incuestionable derecho a resistir a la tiranía y a «perseguir los medios» necesarios para garantizar sus «derechos, privilegios y libertades».
Liga y politiques
Aunque los monarcómacos hugonotes han sido estudiados mucho más extensamente que sus oponentes católicos de finales del siglo XVI, estos últimos son un grupo interesante y olvidado. Después del ascenso al trono del rey Enrique III en 1574, empezó a quedar claro que los hugonotes ya no estaban en peligro de aniquilación y que, por el contrario, parecía que Enrique era tolerante con los protestantes. Esta tolerancia se convirtió en un problema agudo para los católicos de Francia en 1584, cuando la muerte del heredero al trono, el Duque de Alençon, puso en la primera línea de sucesión a Enrique de Navarra, un calvinista declarado. Esta amenaza hizo aparecer la Liga Católica, especialmente en París, entonces corazón del catolicismo francés. La liga, encabezada en toda Francia por el Duque de Guisa, se rebeló contra Enrique y le expulsó de París. Como hemos visto, el traicionero asesinato del Duque de Guisa y su hermano el cardenal durante una paz acordada llevó a un impresionante acto de tiranicidio, en el que el joven sacerdote dominico, Jacques Clement, vengó el 1 de agosto de 1589 a los Guisa, asesinando a Enrique III.
Bajo la Liga Católica, París fue gobernado por un consejo de 16, apoyado por las clases medias, profesionales y hombres de negocios, y fervientemente por casi todos los sacerdotes y curés de la ciudad. El más radical de los pensadores de la Liga, que floreció durante las décadas de 1580 y 1590, fue un destacado abogado, François LeBreton, quien, en su Protesta al Tercer Estado (1586) atacaba duramente al rey por hipócrita, defendía una república francesa y pedía una revolución y una guerra civil para alcanzarla. LeBreton fue ejecutado de inmediato por el Parlement, el órgano judicial supremo de Francia.
La rebelión de la Liga Católica, que culminó en la revuelta de París y otras partes de Francia, no sólo se produjo por la preocupación por la posible imposición de una fe hugonote de una minoría sobre los católicos franceses. Las quejas de la Liga eran políticas y económicas además de religiosas. Enrique III, el último rey Valois había impuesto a su país una enorme cantidad de saqueos, una carga fiscal muy alta y grandes cantidades de gastos, oficinas y subsidios. Los enormes impuestos gravaron especialmente a los ciudadanos de Paris.
Pero el acto del Padre Clemente, aunque heroico, resultó en último término contraproducente. Pues el primer Borbón, Enrique de Navarra, asumió el trono como Enrique IV. Dándose cuenta de que difícilmente podía seguir siendo hugonote y gobernar Francia, Enrique, tras cuatro años de guerra, se convirtió al catolicismo, supuestamente explicando, en una frase probablemente apócrifa, que «París bien vale una misa». Enrique IV había ganado. Con la llegada del nuevo rey Borbón vino el gobierno de los católicos centristas o «moderados», los politiques —«los políticos».
El cómo calificar a Enrique IV y los politiques «moderados» depende de la perspectiva de cada uno. Como laicos y hombres de poca fe, es verdad que los politiques no estaban interesados en asesinar hugonotes y estaban ansiosos por acabar con el conflicto religioso tan pronto como fuera posible. Enrique lo hizo en su decreto de tolerancia, el Edicto de Nantes en 1598. En ese sentido, los politiques estaban «en el punto medio» entre los dos extremos religiosos: los hugonotes y los miembros de la Liga Católica. Y esa es la luz bajo la que la mayoría de los historiadores les han estudiado. Pero en otro sentido importante, los politiques no eran «moderados» en absoluto. Pues eran verdaderamente extremistas en desear dar todo el poder al estado absoluto y a su encarnación en el rey de Francia. Al triunfar sobre ambos «extremos», Enrique IV y los politiques no tuvieron la menor consideración para con los únicos dos grupos que habían reclamado resistir contra la tiranía real. La victoria de Enrique también significó el fin de la resistencia francesa ante el absolutismo real. Un gobierno despótico ilimitado por parte de los borbones iba a ser la suerte de Francia durante dos siglos, hasta que llegó a un final violento con la Revolución Francesa. Realmente fue un alto precio por la concordia religiosa, especialmente porque Luis XIV —el «Rey Sol», encarnación del despotismo real francés» revocó el Edicto de Nantes en 1685 y por tanto expulsó a muchos hugonotes de Francia. A largo plazo, la «paz» religiosa de la «moderación» absolutista resulto ser la paz de los cementerios para muchos hugonotes.
Este artículo es un extracto de An Austrian Perspective on the History of Economic Thought , vol. 1, Economic Thought Before Adam Smith. Una versión en audio de este Mises Daily, leído por Jeff Riggenbach, está disponible para descarga gratuita.